Guido Pagliarino - El Perro
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En el período histórico en el que se desarrolla este caso, los periodistas de sucesos debían a menudo escribir de acuerdo con los redactores y comentaristas políticos, quienes, desde el final de la década precedente de sangrientos atentados terroristas, se habían arrimado a los delitos privados.
El terrorismo italiano había sido un fenómeno sociopolítico involutivo, aunque se pusiera en marcha dentro de un proceso de maduración de la visión social nacido hacia los inicios de la década y no solo en el mundo aconfesional, sino asimismo en el universo católico: los años entre el inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II en el año 1962 y el año 1970 habían responsabilizado a buena parte de los creyentes, entre otras cosas aguzando el concepto evangélico que el obrero había dirigido a su voluntad: la huelga ya no se consideraba la omisión de un deber sino un derecho sagrado. Por tanto, los conflictos con el mundo empresarial habían asumido un doble aspecto en las mentes de los trabajadores y en las organizaciones sindicales, las laicas y clasistas CGIL y UIL, de cultura política comunista, socialista y socialdemócrata, y la católica CISL, que, al defender económicamente a obreros y empleados, se basaba en el valor cristiano de la persona, inconmensurable según la Iglesia, para la que todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios. Las reivindicaciones y las huelgas habían unido a clasistas y humanistas. También la degeneración terrorista del descontento social había afectado a ambos mundos y había contemplado casos de paso del catolicismo al marxismo-leninismo revolucionario armado, como había pasado con Renato Curcio y su esposa Margherita Cagol, fundadores, con el comunista Alberto Franceschini, de la organización más importante de lucha armada de extrema izquierda, las Brigadas Rojas, los cuales no solo provenían del mundo católico, sino que, siendo ya comunistas, se habían casado por la Iglesia.
De todos modos, la vida cotidiana de los italianos continuaba a pesar del desenfrenado pandemónium terrorista y no faltaban acontecimientos festivos, como la inauguración del nuevo Teatro Regio de Turín el 10 de abril de 1973. Durante décadas en la zona de piazza Castello, en la cual había resonado en el pasado durante dos siglos la gloria musical del Teatro Regio original edificado en 1740, solo habían quedado sus ruinas, debido a un incendio devastador que se desató en la noche entre el 8 y el 9 de febrero de 1936. Pero finalmente, después de años de trabajo, se había reconstruido el teatro y la noche de inauguración ya estaba próxima. Iba a ser naturalmente una gran gala, con la presencia del presidente de la República, Giovanni Leone, con su séquito romano, y de los principales dirigentes ciudadanos y regionales. Estaba programada la representación suntuosa del melodrama de Verdi Las vísperas sicilianas, con la actuación de los dos grandes cantantes Maria Callas y Giuseppe Di Stefano.
Aunque el acontecimiento fuera una noticia de alta sociedad que aparentemente no nos afectara a la gente de sucesos, el director quiso que Ada y yo estuviéramos entre los periodistas invitados.
—Porque —dijo—, siempre existe el riesgo de que los habituales grupos de exaltados provoquen desórdenes delante del teatro, o algo peor. Si algo así sucediera, podréis correr a un bar para telefonearnos 5e incluirlo en primera página y vendríais aquí a redactar vuestros reportajes. ¿Está claro?
Ada debía estar de buen humor y, con voz suave, le respondió cantarinamente:
—Siempre listos si lo necesitáis.
Yo, con un humor completamente distinto, molesto ante la posibilidad de acabar en medio de la violencia de unos desaliñados y vulgares marxianos 6o, peor, reventado por una cobarde bomba neofascista, solo contesté con un resignado:
—Claro.
Había realmente un peligro de graves desórdenes y no niego que me había bastado con la triste aventura de 1969 de la que me quedó, y me quedará toda la vida, un shock postraumático por el que, todavía hoy después de tanto tiempo, con más de 70 años y en el tercer milenio, a veces el recuerdo del dolor que me infligieron vuelve de repente a mi ánimo y me invade la mente, casi como si estuviera sufriendo de nuevo esas torturas.
El magnífico director me sonrió:
—No me vengas con cuentos, Ranieri, sé que te molesta ir y también sé el motivo. ¡Pero hay que hacerlo! Oh, evidentemente, tienes que llevar corbata negra y Ada, tú…
—… sí, Giorgio, yo vestido largo: tengo el habitual en el armario, que me sienta muy bien sin necesidad de acudir al atelier .
—Sin duda lo sufres amargamente —le replicó el jefe en divertida respuesta a su endecasílabo.
¿Transcurriría sin incidentes la noche de la inauguración? La ocasión era realmente propicia para los subversivos.
FOTOGRAFÍA FUERA DEL TEXTO
Primera página del diario Corriere della Sera del 13 de diciembre de 1969, día posterior al de las matanzas de piazza Fontana en Milán. Fuente: “prima La Martesana”, artículo La strage cinquant’anni dopo (1969-2019), página web primalamartesana.it/cronaca/bomba-al-cuore-sono-passati-50-anni-dalla-strage-di-piazza-fontana/
Capítulo II
¿Cómo se pudo llegar a la estremecedora locura de los años que serían calificados como de plomo ?
En 1968, después de anteriores episodios aislados de protestas juveniles, el descontento político, y en muchos casos casi la rabia de muchos jóvenes , se expresaron con fuerza a través de manifestaciones en la calle, sobre todo de estudiantes, no todos en realidad preparados políticamente, siendo no pocos de ellos simples utópicos o bien marxistas imaginarios , como los definiría en 1975 alguien que conocía bien el marxismo, 7 y no todos con posturas de izquierdas sino, en parte, pseudoniestzchecianos y fascistizantes, cuando no abiertamente fascistas. Esas manifestaciones no habían sido físicamente violentas al principio, pero a ellas les habían seguido otras que habían causado daños y heridos. La sociedad italiana tuvo que sufrir la cobardía asesina de la extrema derecha y las acciones homicidas de grupos armados de izquierdas. La subversión neofascista, o negra, practicó, frente a la mentalidad progresista, un terrorismo con explosivos, iniciando su actividad criminal en 1969 explosionando un artefacto durante el horario de oficina de la sucursal de piazza Fontana de la Banca Nazionale dell’Agricoltura. Pero los asesinos nunca indicaron su identidad ideológica, que en todo caso se podía intuir que era de extrema derecha, aunque los funcionarios de policía al principio sospecharan y persiguieran a los anarquistas. Este tipo de ataques subversivos dejaba a propósito en la incertidumbre el objetivo de las matanzas, dirigidas contra ciudadanos anónimos asesinados en masa al azar; pero lo que se buscaba era fácil de intuir, aunque no se declarara: aterrorizar a la población e inducirla a reclamar un gobierno fuerte, dictatorial, que pusiera fin a los desórdenes. Aunque parezca absurdo, era también útil para ese objetivo, aunque sin duda involuntariamente, la alarmante actividad del terrorismo de izquierdas. Este último era en su mayor parte ejercitado por las Brigadas Rojas, bien estructuradas y armadas militarmente, aunque no faltaban muchas organizaciones menores que operaban de vez en cuando, como, por ejemplo,la Lucha Armada por el Comunismo, los Núcleos Armados de Poder Obrero, el Grupo 22 de Octubre, los GAP Grupos de Acción Partisana-Ejército Popular de Liberación. Al contrario que estos, las Brigadas Rojas, o BR, como las llamaban a menudo los medios de comunicación, ya desde el principio actuaron con frecuencia y a gran escala en Lombardía, Liguria y Piamonte. Lamentablemente, en un primer momento los medios de comunicación subestimaron la peligrosidad de las BR. Muchos medios incluso las definieron como algo presunto, llegando no pocos a sostener que se trataba de fascistas deseosos de ensuciar la imagen del comunismo: evidentemente, el ideal de los intelectuales comunistas demócratas, de gran preponderancia en aquellos años sobre los no marxistas, no podía aceptar las acciones de subversivos violentos de extrema izquierda y por tanto, afectados por la pasión, rechazaban con desdén que pudieran provenir de personas de la izquierda marxista. Todavía no estaba claro que el punto de vista ideológico del movimiento subversivo principal y de sus grupúsculos análogos era firmemente de izquierdas: la izquierda revolucionaria. Aquellos terroristas rojos consideraban que, tras la Segunda Guerra Mundial, la opresión nazifascista había sido reemplazada por el enmascarado, pero no menos mortal, poder económico imperialista de las multinacionales, razón por la que era indispensable continuar con la lucha armada partisana, una continuación de la Resistencia que habría debido, en primer lugar, desmontar violentamente los aparatos institucionales de opresión del proletariado, para iniciar luego una revolución nacional liberadora.
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