Ese primer día, en mi recorrida de reconocimiento, vi una fila de compañeros, pregunté para qué era y me respondieron que era para el quiosco que atendía de siete a cuatro de la tarde. Vendían golosinas, cigarrillos, etc. Yo estaba un poco perdido y ansioso, me puse en la fila para comprar mis cigarrillos marca Particulares. Al compañero que estaba adelante le pregunté por los horarios de comida del comedor. Me contestó y me llevé una tremenda sorpresa. Nos reconocimos inmediatamente. Era mi gran amigo de la colimba el Chango Mansilla, donde aprendimos el oficio de foguista. Lo reconocí enseguida a pesar de su bigote estilo el folklorista Horacio Guaraní. Saltamos de alegría y la sellamos con un gran abrazo, ya que en esa época no se daban besos entre hombres y mucho menos entre dos provincianos o cabecitas negras, como nos decía cariñosamente Evita y otros para discriminarnos. Él era de los montes santiagueños y yo era de los montes del Chaco salteño.
Con el Chango Mansilla nos habíamos perdido de vista después de la colimba y no supe nada más de él hasta que en el mes de noviembre de 1974, de casualidad, nos encontramos trabajando en la misma fábrica. Después de esa tremenda alegría nos pusimos a charlar un rato, porque él no se podía ausentar mucho tiempo de su máquina de producción, salvo esos escasos minutos para ir al quiosco. Quedamos en juntarnos todos los días en la caldera, mi lugar fijo de trabajo, cuando él pudiera escaparse de su maldita máquina de producción, ya que nadie en ese lugar me controlaba. Era ideal para tomar mate y tener largas charlas, tal como fue a lo largo de diez años, los cuales, les puedo asegurar, nunca fueron aburridos.
Al día siguiente tomé mi turno a la una, como iba a ser siempre en el turno de tarde. Empecé tomando mate y leyendo el diario Crónica que me dejaba mi compañero del turno mañana. Ni bien arranqué me golpearon la puerta, abrí y era el Chango Mansilla. Le pregunté cuánto tiempo tenía para charlar y me dijo que una hora, porque sacrificó su ida al comedor por el reencuentro. Había pasado por el quiosco, trajo dos sanguches de jamón y queso y bizcochos de grasa. Fue nuestro almuerzo con unos mates amargos. Fue el almuerzo más lindo en mis diez años en la fábrica. Después de la gran alegría que sentimos los dos nos pusimos a charlar. Ese día hablamos de dos cosas, de cómo habíamos llegado a la fábrica y por qué no seguimos como foguistas en la Marina. Me contó que una vez que se fue de la Marina se instaló en el partido de La Matanza, y a través de un amigo se enteró que el municipio había firmado un acuerdo con MBA donde esta se comprometía a tomar mil quinientos trabajadores en el lapso de un año, cosa que coincidía con mi ingreso, que fue a través de un familiar con la misma data de trabajo. Le pregunté por qué no estaba como foguista y me contestó que en ese momento solo había vacantes en producción, pero que a él le interesaba ingresar a la fábrica porque sabía que en la zona era la que mejor pagaba.
A mí me había pasado exactamente lo mismo, excepto en lo que respecta al puesto. Dejé mi currículum en la oficina de personal y me preguntaron por mi oficio. Cuando dije que era foguista de primera, matriculado, inmediatamente llamaron a la oficina de mantenimiento, vino un capataz, chequeó mi matrícula, habló conmigo y me dijo: «Pibe tenés mucha suerte, tenemos que tomar cuatro foguistas en los próximos meses. Sos el primer matriculado que aparece. No se consiguen porque están todos navegando en la marina mercante, ganan más que acá, aproximadamente tres mil dólares por mes».
Le comenté al Chango y le sugerí que me acerque su matrícula para dársela al capataz de mantenimiento. Esto dio resultado, no pasó mucho tiempo y lo incorporaron como foguista en otro turno, pero en la misma sección que la mía. Luego ingresaron dos más y al final éramos doce foguistas en total. Cuatro foguistas por cada uno de los tres turnos. Ocho foguistas éramos exnavegantes o exmarinos y cuatro exferro-viarios. El ingreso del Chango a mi sección me sumó una nueva alegría. Con él tuvimos afinidad desde el primer día en que nos conocimos en la colimba donde aprendimos el oficio de foguista. Un compañero honesto y muy buena persona. Para mí era como un hermano. Los dos nacimos el mismo año, en 1952, e ingresamos el mismo año a MBA, yo en noviembre y él en mayo.
Corría diciembre de 1974. Todos los compañeros estaban ocupados haciendo planes para las fiestas y las vacaciones. En el mes de febrero se paraba la producción por las vacaciones del grueso de los obreros del área de producción. El resto podía irse de vacaciones entre diciembre y marzo de cada año. Un tiempo antes de Navidad recibí la visita del Mocho en la caldera. Yo estaba como siempre acompañado por el Chango. Se lo presenté y resultó que se conocían de vista porque tomaban el mismo colectivo que venía de Merlo a la fábrica, ya que el Chango iba a visitar a su novia a esa localidad. Rápidamente hubo buena química entre ellos y a partir de ese momento empezamos a juntarnos habitualmente los tres, en el sótano de la caldera del vestuario de la planta 1. A la semana siguiente volvió el Mocho y nos comentó que se tomaría las vacaciones y que a la vuelta nos pondría al tanto de las novedades gremiales, ya que él era delegado gremial de tres secciones, incluida la de los foguistas. Él había sido elegido legítimamente por los compañeros de base y no por los burócratas del SMATA.
Vinieron las fiestas. Una época de alegría para los trabajadores por juntarse con sus familiares y amigos. Particularmente a mí las fiestas me generaban un gran regocijo, como creo que a todos en esa época y las disfrutaba enormemente. Además, se cobraba el aguinaldo entero, es decir doble medio aguinaldo. Otra conquista de los compañeros más antiguos y no de la burocracia sindical. En otras automotrices se reclamaba lo mismo, pero el sindicato hacía oídos sordos porque era una conquista de los delegados de base de MBA y no de los burócratas y traidores del SMATA. También se pagaban las vacaciones por adelantado y al finalizar las mismas se abonaba adicionalmente un plus vacacional denominado post vacacional, equivalente al 70% del monto abonado por las vacaciones. La mayoría de los que se tomaban este recreo se iban a la costa, otros a sus provincias natales para visitar a sus familiares y otros, como en mi caso, no salían a ningún lado porque debían ahorrar dinero para la construcción de su propia casa. Durante diez años seguidos no me fui de vacaciones a ningún lugar turístico ni de visita a mis familiares en el interior del país.
La mayoría éramos provincianos. Había descendientes de italianos, españoles y de muchos lugares de Europa corridos por el hambre de la Segunda Guerra Mundial. Había nacidos en estos países que vinieron de chicos y otros siendo ya mayores con su grupo familiar.
Pasadas las fiestas, con el cobro del sueldo, aguinaldo y vacaciones, logré alquilar una casita modesta cerca de la estación de Laferrere. Estábamos felices con mi esposa y compañera, por fin podíamos vivir nuestras vidas como una pareja de jóvenes que éramos. Yo tenía veintidós años y ella veintiuno.
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