Ramón Vega - La Fábrica

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El autor de este libro, que utiliza el seudónimo de Ramón Vega, trabajó 10 años en la fábrica de Mercedes Benz de la Localidad de Virrey del Pino, partido de la Matanza, Provincia de Buenos Aires, entre 1974 y 1984.
Relata su experiencia de trabajo en la planta automotriz de la multinacional alemana en la convulsionada y trágica década del 70´, signada por una extendida violencia política y grandes conflictos gremiales que desembocaron en marzo de 1976 en una tenebrosa y sangrienta dictadura cívico-militar.
Ramón Vega publica este libro en memoria de todos los obreros de esa fábrica asesinados, torturados y desaparecidos, con la intención de que esta historia intensa y trágica sea conocida por las futuras generaciones, particularmente por las nuevas generaciones obreras.

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—¿Estás casado?

—Sí. Recién casado.

—¿Tenés casa propia o alquilás?

—Ninguna de las dos, vivo con mis suegros porque no me alcanza para alquilar.

—Quedate tranquilo, acá pagan buen sueldo, te va a alcanzar para alquilar, luego te comprás un terreno y te hacés una casita como hicimos todos.

Después terminé haciendo exactamente lo que me dijo el Mocho. La charla continuó:

—Este es un buen trabajo, vos sos joven, tenés una vida por delante. Pronto vas a tener hijos y una familia formada.

Y fue así, todos los obreros en esa época pensábamos lo mismo. Tener un trabajo, formar una familia, que nuestros hijos estudien para que tengan un futuro mejor que el nuestro.

Luego siguió con sus consejos:

—Tenés que cuidar este trabajo, es fácil hacerlo. No llegues tarde, no faltes sin causas justificadas, no te lleves a tu casa ni un tornillo, porque los policías (los vigilantes de la entrada) te lo encuentran y te despiden por robo. Hubo compañeros que fueron despedidos por el robo de un rollo de papel higiénico. Si me das bola posiblemente te puedas jubilar acá.

A esa altura yo disfrutaba y agradecía toda su amabilidad, y siguió con otros temas:

—En la fábrica el grueso de los trabajadores trabaja en el turno normal, con cuarenta y cinco minutos de descanso para ir al comedor. También hay ciertos sectores de trabajo como nosotros los foguistas que trabajamos en turnos de mañana, tarde y noche. —La conversación tomó otra dirección— El ambiente político aquí es variado. Están ingresando muchos jóvenes, parece que la empresa cree que los más viejos somos problemáticos porque hacemos muchos reclamos, con los que hemos conseguido muchas conquistas. El ritmo de producción acá es más relajado que en la Ford, ahí los matan con la producción. La Chrysler es lo mismo y encima les pagan menos que a nosotros. Todo esto lo logramos con lucha a pesar de los traidores del SMATA con José Rodríguez a la cabeza (el infame secretario general) y todo su séquito de traidores y delegados chupamedias de la lista verde que están puestos a dedo por el gremio, porque perdieron las elecciones de la comisión de paritarios. Por eso intervinieron el cuerpo gremial para poder firmar un convenio colectivo de trabajo a medida de la empresa y a espaldas de los trabajadores. Acá la mayoría de los compañeros de trabajo están politizados. Hay mucha militancia política. Hay peronistas, radicales, PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), PCR (Partido Comunista Revolucionario) y PST (Partido Socialista de los Trabajadores).

—¿Hay comunistas? —lo interrumpí.

—Algunos, pero son más traidores que los del SMATA.

Me contó que él militaba en el radicalismo, pero que tenía muy buena relación con todos los compañeros de base independientemente de la filiación política. Es entonces cuando me preguntó directamente: «¿Dónde militás vos?». Como me inspiró confianza le conté la verdad: «En ningún partido político, ya que en mi casa nunca se habló de política, aunque siempre pensé que mis padres votaban al peronismo, pero nunca les pregunté».

Ahí terminó la conversación porque llegó el Gallego. El Mocho cortó la conversación porque parece que al Gallego no le interesaba la política, pero sí era profundamente antiburocrático, odiaba al SMATA por traidores. Mucho tiempo después me confesó que no militaba, pero que era un votante fiel del radicalismo.

Yo por mi parte lo que recordaba de la política fue que haciendo el servicio militar en la Marina y estando anclado en el puerto de Buenos Aires, asumía como presidente Héctor Cámpora. La mayoría de los marinos eran peronistas y eran mis amigos. A mí el peronismo no me atraía, porque no me sentía representado, pero me seducía la guerrilla, especialmente el ERP, que era el brazo armado del PRT. Quería un mundo mejor rápido y creía que la lucha armada era el medio. Mis amigos me invitaron a la asunción de Cámpora y acepté más por amistad que por convicción. Fuimos caminando desde el puerto hasta el playón del Correo Central, había mucha gente y no podíamos llegar a la explanada de la Casa Rosada por donde entraba Cámpora y salía el dictador Lanusse. En esa aglomeración se armó un tiroteo que no sabíamos de dónde venía, un desbande impresionante de gente amontonada. Aparecí solo en Sarmiento y 25 de Mayo, había perdido de vista a mis amigos. Seguí caminando hasta Avenida de Mayo y me metí en el primer bar que encontré. Al otro día nos encontramos en el barco, por suerte no faltaba ninguno. Yo ya había tomado la decisión de no quedarme en la Marina después del servicio militar, donde había aprendido el oficio de foguista. Mi plan era irme y buscar un trabajo estable, ya que tenía mi matrícula de foguista de primera. Una vez que me fui de baja del servicio militar, empecé a deambular de trabajo en trabajo hasta que en noviembre de 1974 ingresé a MBA.

En mi primer día de trabajo a las 12:15 abordé el micro en la estación Laferrere que me llevaría a la fábrica. Llegamos a la puerta a las 12:40. Llegaban muchos micros cargados de obreros de distintas partes del Gran Buenos Aires, Capital Federal, Cañuelas, Lobos, La Plata, etc.

Desde la entrada abordé un transporte interno que me dejó en la planta 1, me dirigí a la caldera, un sótano debajo del vestuario que era mi lugar fijo de trabajo. Me encuentro con el Colorado Reyes, el compañero del turno mañana. Me esperaba para darme las novedades del estado de los equipos que tenía que atender en mi turno tarde. Esta era la norma: se escribía en un cuaderno de novedades, luego el encargado lo leía y le informaba a la jefatura. El Colorado me invitó unos mates, hablamos unas cosas personales para conocernos y a la una de la tarde se retiró. Revisé la caldera, temperatura, nivel de agua, vestuarios, así recorrí todos los equipos de la planta 1. Esto me llevó aproximadamente una hora. Estaba todo bien. Para mí todo era novedad y tenía libertad de movimiento, ya que los equipos estaban desparramados por la planta 1. No tenía que estar en ningún lugar fijo. Mi único lugar fijo era el sótano donde estaba la caldera del vestuario que contaba con un teléfono y un pupitre. No estar en un lugar fijo para mí era muy bueno, a diferencia de mis compañeros de las líneas de producción que tenían que estar ocho horas al pie de su máquina.

La producción estaba acordada por convenio colectivo. Se fijaban metas de producción por turno, las cuales en la práctica se aplicaban por sección y eventualmente por máquina. Por ejemplo, la línea de montaje sacaba una equis cantidad de camiones y colectivos por turno. Esto era importante, ya que por la lucha gremial se logró un ritmo de producción soportable a diferencia de otras automotrices, como Ford, Chrysler, Renault, que tenían un ritmo muy intenso, dándole más producción y ganancia a las empresas a costa de la explotación de los obreros. Con el tiempo me di cuenta de que estos ritmos de producción tan intensos ,tenían que ver con la complicidad de la conducción del SMATA y sus delegados adláteres, encabezados por su secretario general José Rodríguez. Cuando más reventaban a los obreros, más ganancias para las multinacionales. Tiempo después aprendí, gracias a mi militancia en el PST, que eso se llama plusvalía.

En la MBA los ritmos de producción eran controlados por delegados de base llamados paritarios, que eran independientes de la burocracia del SMATA y que fueron electos en una elección que se le ganó a los delegados representantes de la burocracia del sindicato. Esta situación fue el inicio de un conflicto interno que al año siguiente terminaría en una huelga de veintidós días. Al no poder controlar la comisión paritaria, José Rodríguez se veía impedido de firmar un nuevo convenio colectivo, el cual se renovaba anualmente y que era perjudicial para los trabajadores, ya que se beneficiaba abiertamente a la empresa a cambio del 1% de la facturación bruta anual que iban a parar a las arcas del sindicato, con independencia del aporte de los afiliados. Era una cifra astronómica que asombraba a las mismas empresas por lo cual estas exigían más producción para compensar ese aporte. Este acuerdo ya lo tenía cerrado sindicalmente en el resto de las automotrices y el escollo era la MBA por la oposición de sus delegados paritarios independientes elegidos por las propias bases. Cabe aclarar que en esa época estaba garantizada la venta de la totalidad de la producción de MBA.

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