—Me parece que se te ha acabado la presidencia, amigo Nixon — dijo en voz alta Aleksi.
Pero lo que no podía comprender era cómo el presidente, con todo lo que le estaba cayendo y le iba a caer, podía permitirse asistir a la Conferencia de Helsinki que se celebraría en pocas semanas y sonreír, como seguramente haría, a toda la prensa y asistentes. No pudo de dejar de admitir que esos hombres estaban hechos de otra pasta.
El caso Watergate se paralizó para Aleksi cuando su cuñado Heikki le visitó, aprovechando un fin de semana en que ambos no tenían que ir a Imatra.
—Aleksi, lo que ahora te voy a contar es muy importante. Ya sabes que tenemos amigos en ambos lados. No me preguntes cómo, porque no podría contestarte, pero los rusos han descubierto que estás aquí, y lo peor, que eres miembro de nuestra familia. Y si ellos lo saben, no tardarán mucho en localizarte tus antiguos amigos.
—¿Me estás diciendo que corro peligro?
—De momento creo que no, pero puede que se presente.
Después de unos largos segundos de silencio, Aleksi le preguntó:
—¿Sassa y el niño corren peligro?
—Si te encuentran los tuyos, tal vez. Por parte rusa, me han autorizado a decirte que, cuando quieras, podrías pasarte a su lado. Te darían todo tipo de garantías de seguridad y ayuda para ti y tu familia.
—¿Esto lo sabe Sassa?
—¡No!
—¿Y qué supondría aceptar? Ahora soy ciudadano finlandés.
—Tú sabes mejor que nadie que cuando a uno lo buscan, lo encuentran, es cuestión de tiempo. En territorio ruso tendrías asegurada tu vida hasta el resto de tus días.
—Si aceptásemos, porque todo depende de Sassa, ¿qué nos ofrecerían?
—De eso no se ha hablado nada. Pero si lo crees conveniente, puedo ponerte en contacto con un asesor de la Embajada rusa en Finlandia y te informarán con todo detalle.
—¿Podría ser?
—¡Por supuesto!
—Bien, adelante. Pero te pido que, de momento, dejemos al margen a Sassa. No hay por qué preocuparla, ¿de acuerdo? —le rogó Aleksi.
—De acuerdo. Te llamaré para decirte dónde se hace la entrevista.
—¿Podría ser aquí en Turku, lejos de la capital?
—No depende de mí. Lo propondré —le dijo Heikki.
A punto de marcharse, cuando ya terminaron de hablar sobre algunos detalles, Aleksi abrazó a su cuñado.
—¡Muchas gracias, Heikki!
—Todo saldrá bien. No hay nada que temer, en el otro lado la vida es tan buena como aquí.
En el trabajo Aleksi no daba muestra alguna de preocupación, pero en la soledad de su casa no dejaba de pensar en la cuestión.Ahora él sufría en primera persona lo que antes había vivido con el caso de Anatoliy Golitsyn. Fue entonces cuando comprendió a aquel hombre que tuvo que abandonar su patria. Claro que lo suyo no era abandono, él ya había abandonado al conseguir la ciudadanía finlandesa. Esto era otra cosa, significaba trasladarse a un lugar seguro para que su familia viviera en paz y sin ninguna espada de Damocles sobre sus cabezas. Cierto es que su historia, aunque semejante, era distinta por una simple y pequeña cuestión: la Unión Soviética era ahora «el receptor».
Todo el tiempo del que dispuso Aleksi mientras estaba en Turku lo dedicó a acelerar sus escritos. Necesitaba tener preparada, al menos, una parte sustancial de nombres y lugares, así como finalizar su conclusión sobre los importantes sucesos contados. Mientras estuviese alejado de su familia, se centraría en terminar sus memorias; ahora sí pensaba que podrían ser su salvoconducto.
A primeros de julio, en Helsinki y como estaba previsto, se inauguró la primera sesión de la Conferencia con la presencia de las representaciones de treinta y cinco países. Los medios de comunicación y el mundo les observaban, pero tal evento llevaba su tiempo. Pasaron meses hasta que llegaron a algún acuerdo y lo firmaron. Una conferencia así exigía su tiempo.
A principios de septiembre Aleksi visitó a la familia en Imatra. Encontró a su hijo precioso, en cuatro meses había dado un cambio extraordinario. Ya tenía dos años y, cogido de su mano, paseaba casi todo el tiempo; le señalaba los árboles, le ponía su pequeña mano sobre las cortezas; pisaban la hierba húmeda, le enseñaba a escuchar el viento. Sin necesidad de palabras, quería decirle a su hijo que existía un ilimitado espíritu exterior, superior a ellos, que estaba en ellos y que paseaba con ellos en perfecta armonía.
Notaba que su hijo crecía, que aprendía de la vida, de lo que le ofrecía el campo, ampliaba los olores y sabores que la naturaleza puede ofrecer. Con solo verlo y contemplarlo, Aleksi se estremecía de felicidad. Sassa lo miraba y coincidía con él en que había sido un acierto dejar la capital y estar en el campo, en aquel lugar aparentemente tan apartado del mundo; en plena naturaleza, donde muy pocas familias disfrutaban de aquel tranquilo y precioso espacio. El hijo de Seija y Heikki ya parecía un hombrecito, tenía un año más y a esas edades eso marca una gran diferencia. Fue entonces cuando Aleksi se hizo una pregunta: «¿Y si en el otro lado se vive mejor?».
Como el día era inmejorable, decidieron hacer una barbacoa para cenar. En Finlandia, aquello era un motivo más para reunirse en familia y disfrutar del momento. Todo iba perfecto hasta que Seija, estando alrededor del fuego, dijo:
—¡Tenemos nuevos vecinos!
—No me lo habías comentado —le dijo su marido, mirando con disimulo a Sassa, que se había percatado de lo dicho.
—Pues ya lo sabéis. Es una pareja estupenda.
—Es cierto, ahora no están. No veo el coche, pero creo que mañana estarán. Os lo presentaremos —comentó Sassa.
Los dos disimularon, pero entendieron que aquello era algo sospecho. Antes de acostarse fue fácil encontrar un momento para hablar brevemente al respecto con Heikki.
—¿Qué opinas? —preguntó Aleksi.
—Si los conocemos antes de marcharnos, les haremos alguna pregunta sin levantar sospecha.Anotaremos la matrícula del coche e investigaremos. Ahora tenemos que proceder con alegría, como buenos vecinos.Tenemos que ganarnos su confianza. Si no son lo que pensamos, mejor.
—De acuerdo.
Los dos entraron en la casa. Con sumo cuidado, Aleksi palpó en la oscuridad hasta sentarse en la cama y desnudarse. No quería despertar a Sassa. Parecía todo tranquilo.
—Aleksi, cariño, estoy despierta.
—No quería despertaros.
—No te preocupes, el niño nos despertará. Tenemos poco tiempo.
Aleksi, como esposo obediente y agradecido por haberle dado un hijo tan precioso, comenzó a complacerla. Su hijo se despertó dos veces y el que se levantó fue Aleksi. Al día siguiente, poco acostumbrado, llevaba la cara como si acabara de superar una resaca. Sassa lo miraba con cierta ironía y Seija se le reía a la cara:
—¿Crees que esto de ser madre es fácil y cómodo?
—Nunca he dicho eso —aseguróAleksi con voz bronca, lo que hizo que las dos se rieran sin contemplaciones.
Pronto apareció Heikki con su hijo a caballo.
—¿Qué pasa? ¿Cuál es el motivo de esas risas?
—Aquí tu cuñado, que no ha dormido —explicó Seija.
—¡Pues aún te queda! —le dijo a Aleksi, dejándole a su hijo sobre las rodillas.
Aquel día Heikki yAleksi estaban más pendientes de sus vecinos que de la familia. Al final desistieron, pues no aparecieron. Acabado el tiempo y retornando a sus respectivas ciudades, los dos cuñados, que viajaban en el mismo coche, tuvieron tiempo para hablar de sus cosas.
—No hemos podido verlos, pero como yo vengo con más frecuencia, estaré al tanto. En cuanto tengamos el número de matrícula, investigaré —aseguró Heikki.
—Me parece bien, aunque creo que nos estamos obsesionando.Ahora mismo, el país está lleno de personas de todos los rincones que asisten a la Conferencia, y creo que irá para largo, lo que implicará ver muchas personas desconocidas y sospechosas.
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