Todo aquello que no pudimos hacer de la forma más perfecta posible empezará a destacarse por encima de todo lo bueno. No hice... no dije... hice... dije... todo pasará por un examen minucioso y cada vez nos encontraremos culpables.
No lo somos, pero, quizá así en algún lugar hallemos la respuesta a ese razonamiento implacablemente duro, que exige culpa ante un castigo fuera de toda lógica terrenal.
No era nuestra culpa. No hicimos ni dejamos de hacer nada que mereciera un castigo. De hecho, podemos intuir que no es un castigo. Muy dentro nuestro sabemos que la vida es tan completa que incluye nacimientos y muertes y que no dictamos sobre ellos. Muy dentro sabemos que cada persona tiene un tiempo y que eso está por encima de nuestros planes, por encima de nuestros deseos, por encima de los dictados terrenales donde si podemos crear, hacer y deshacer.
Pero hay una cosa más importante que todo esto y es que normalmente intentamos hacer las cosas de la mejor forma posible. No actuamos haciéndolo lo peor posible. No nos dedicamos a sembrar futuras desgracias en nuestro entorno. En cada momento damos la mejor respuesta que tenemos para cada situación. Si tuviéramos otra mejor la utilizaríamos.
Muchas veces nos damos cuenta de otras respuestas más adecuadas después, porque actuar hace que tomemos conciencia de lo mejorable y nos facilita nuevos recursos, nuevas capacidades. Entonces vivimos esta nueva capacidad como si estuviera desde siempre y nos culpabilizamos por no haberla utilizado antes. Desde mi presente me echo la culpa por mis actuaciones pasadas como si antes dispusiera de mi nivel de conciencia actual. Desde la llegada veo otros caminos y me hostigo por no haberlos tomado cuando no los veía y cuando no estaban a mi disposición.
Desde esta perspectiva, la culpabilidad no tendría razón de ser. Es importante que nos demos cuenta de esto ya que la culpabilidad dificulta aún más el proceso de transformación del dolor por el cual tenemos que pasar si queremos sanar y volver a renacer. Entonces vamos a tener que entrar en la dinámica del perdón. Perdonarnos una y otra vez por todos los fallos que nos atribuimos desde la exigencia de la pérdida de nuestro ser querido.
Sensibilidad
...Y ya cuando
tu lamento se
vuelve lágrima
inunda tu incapacidad
con tanta fuerza
que desaparece todo
y de ese vacío
nace tu propio
interrogante.
¿Cuándo llega el alivio? ¿Dónde encontrarlo? ¿Qué hacer para mantenerlo?
En espacios que empiezan con pequeñas rendijas de esperanza, encontramos burbujas de aliento que empiezan a recuperarnos de esa sensación de estar aplastados bajo una tonelada de pesar. La carga del sufrimiento, que llevamos dentro pide ser liberada de lo que parecía iba a ser, siempre.
Son pequeños momentos suaves y amables que nos permiten recobrarnos una vez más. Empiezan a surgir en aquel espacio donde dejamos que nuestro dolor viviera y se expresara, lentamente transformándose y transformándonos.
Allí en medio de la expresión de nuestro sentir, empiezan a aparecer frágiles brotes de vida nueva.
Son tan delicados que sólo una excesiva sensibilidad permite que no los aplastemos, la misma sensibilidad que nació cuando comprobamos nuestra capacidad de sufrimiento, cuando descubrimos los interminables espacios en nuestro interior que sentían la pérdida de una forma total y profunda. Sensibilidad que ha sido la causa de interminables días y noches de llanto.
Ese demasiado sentir nos está enseñando a vivir en la fragilidad de una nueva esperanza, que no nos deja perdernos de vista, que nos fortalece desde muy dentro con su capacidad para percibir hasta el más mínimo cambio en la brisa refrescadora que empieza a envolvernos y nos invita a apreciar lo que empezamos a intuir.
Muy dentro de nosotros ya aparecen pequeños hilos brillantes de una nueva vida, una nueva forma de ver, de escuchar la canción de nuestro propio potencial. Nos piden que dejemos la rabia, la culpabilidad, nos piden una nueva forma de descansar, una nueva forma de arrimarnos a nuestros seres queridos para compartir una vez más, no sólo las penas sino las alegrías que aunque muy débiles, ya empiezan, a permitir que nuestro corazón vuelva a sonreír.
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