porque los interrogantes
son demasiado
exigentes
y porque sólo te queda
tu despertar
para que vuelva a nacer
la vida.
Durante el periodo de duelo se viven distintas etapas: shock... dolor insoportable... dolor mezclado con momentos de no-dolor... recuperación... y un montón de situaciones donde nos encontramos tocando el pozo negro del vacío y remontando en sendas tonalidades de grises hasta alcanzar esa claridad que no logramos concebir desde el eclipse.
Después de esos interminables instantes que nos arrancan de la lógica y cordura de lo que fue nuestra vida, cuando el dolor se vuelve un poquito soportable y podemos empezar a estar presentes en nuestra propia vida, es vital que nos vivamos de la forma más consciente posible, intentando saber qué emociones necesitan ser expresadas y tratando de reconocer en qué momento del proceso nos vamos encontrando.
Cuando la pérdida es reciente, incluso muy al principio, cuando la mayoría de las personas se pueden encontrar muy, muy mal, algunas personas (especialmente los que creen que tienen que ser fuertes no permitiéndose el hundimiento que suele ser normal) pueden acceder a una fuerza que ocultará la desesperación de la pérdida.
Muchas veces esto pasa si se trata de la pérdida de una persona que ha sufrido mucho y que ha tenido un proceso largo. Bajo estas circunstancias, el sentimiento puede ser de alivio ya que se siente que esa persona no va a sufrir más. También puede sentir la necesidad de ser tan fuerte ante el dolor de la propia pérdida, como lo había sido la persona que se ha ido ante el dolor de su enfermedad.
Sea por la razón que sea, se vive como un hecho heroico frente a una gran catástrofe.
Cuando esto sucede es importante saber que en cualquier momento esa fortaleza puede doblegarse ante el vacío que deja la ausencia en la actividad diaria, en la rutina antes tan poco valorada y que ahora se echa de menos como si se tratara del tesoro mayor. Es en el día a día cuando la no-presencia amaina poco a poco cualquier fuerza, por muy sólida que parezca.
Esto no significa que se está dando un paso hacia atrás. No. Es debido al hecho de que la vida que continúa sin esa persona que se quería tanto, es altamente inaguantable, incluso para los héroes más fuertes.
El hecho de no poder hablar, contar con, escuchar, encontrar, ver, tocar... va a causar una serie de estremecimientos constantes. Las faltas mil que se manifiestan a lo largo del día: su llamada a media mañana, su voz saludando o preguntando o incluso quejándose cuando llegamos a casa, su aroma en el pasillo, ausencias que se van sumando una tras otra hasta que empezamos a darnos cuenta que nos faltan como si se tratara del único soporte que nos sostiene aquí en la tierra.
Y muy, muy dentro de nosotros, un hueco va creciendo, cada vez que nos sorprendemos esperando ese encuentro o esa llamada o lo que es más importante esa otra realidad que ya no es, ni volverá a ser. Cada vez que damos un paso ansiando encontrar lo que todo nuestro organismo necesita más que el aire que le da vida, la realidad nos golpea en el centro de nuestro ser agrandando el hueco.
Cuando esto sucede es imprescindible rendirse ante la evidencia, aceptar que hay muchísimo dolor y dejarnos permanecer en él, llorando, expresándolo, rabiando e incluso, desesperándonos.
Si vivimos esta etapa con una actitud y un enfrentamiento valiente, con una comprensión cariñosa hacia nosotros, en el momento preciso para cada uno, algunos antes, otros después, brotarán desde el corazón de nuestro dolor transformado, esos espacios de alivio y relativa tranquilidad. Es importante reconocerlos y entregarse a esos pequeños oasis – sin culpabilidades ni reticencias, ya que es nuestra propia vida que nos reclama.
En algún momento del proceso, vamos a tener que optar por vivir una vez más.
Aunque no parezca vivible, aunque lo que nos queda sólo es un hilo raquítico que parece conducirnos a rincones vacíos e inhóspitos, tenemos que dar un voto de confianza a ese hilo reconductor porque si no, no sabremos nunca lo que nos espera a la vuelta de la esquina de la esperanza.
Sé que se necesita valentía.
Sé que cada vez que la vida nos reclama, surgen culpabilidades.
Sé que incluso nuestra idea (errónea) de amor no concibe que podamos retomar nuestro propio destino sin sufrimiento.
Entonces, tendremos que ser heroicos de verdad, librarnos de la tiranía de la culpabilidad y descubrir ese amor aún más grandioso que nos permite vivirnos y que permite que descubramos la unión estrecha y total con esa persona que ya siempre estará con nosotros.
Rabia
...Entonces amasas
un montón de pisadas
y las plantas
en medio de ese amanecer
y el aire se rompe
en mil pedazos
porque sólo buscaba
una pequeña semilla
para hacerla flor.
Cuando de pronto, sin previo aviso nos encontramos sobre las ruinas, los escombros de lo que ha sido nuestra vida hasta ahora y nos vemos apartando las piedras para encontrar algún vestigio de la vida que allí ha quedado anulada… desaparecida para siempre, de repente, (de repente, porque por muy lento que sea el proceso, la muerte siempre sucede de repente: estaba y ya no está, no existen intermedios.) algo desde muy dentro de nuestro ser nos agarra los órganos vitales y los retuerce con tanta fuerza que incluso la respiración se nos hace laboriosa.
¿Qué hacemos entonces cuándo nuestra más preciada realidad, nuestra totalidad está enterrada entre las ruinas y sólo nuestro retorcimiento agonizante queda de pie (porque no parece haber descanso) buscando razón de ser?
Entonces ese grito mudo surge de lo más profundo y arremete contra la vida, porque ya no tenemos esa razón de ser.
¿Qué hago yo aquí? Nos preguntamos. No queremos estar, no queremos formar parte de los escombros. No queremos ordenar y reconstruir las ruinas porque sabemos que no vamos a encontrar el tesoro que quedó enterrado para siempre.
Y entonces desde esas entrañas dolidas… arremetemos contra todo, contra las ruinas, contra el estar vivo, contra el destino, contra Dios, contra incluso esa persona tan querida que ya no está… todo.
Y esa rabia es lo único que podemos hacer con ganas, es lo único que nos hace sentir vivos.
Tenemos nuestra cruzada particular, nuestro campo de batalla. Lo hemos perdido todo, a ver si ganamos este último combate.
No es una guerra clara porque nuestro único enemigo somos nosotros. Pero, cuando podemos expresar el retorcimiento que agarra todo nuestro ser, a través de la rabia liberadora y podemos hacerlo sin culpabilidades, poco a poco, van quedando espacios en nuestro interior que ya no arden tanto, resquicios apaciguados porque han podido dar ese grito de reclamación, que lentamente se transforma en lágrima purificadora… en descanso merecido.
El guerrero que somos, ha podido defenderse del horror de la aniquilación y ha reconquistado terrenos nuevos con árboles frondosos que invitan al descanso y que permiten vivir lejos de las ruinas, para empezar a construir del nada el cauce de un nuevo río.
Culpabilidad
...¿Qué haces entonces?
¿Intentas reconstruir
el aire?
¿Lamentas
no haber plantado
una semilla?
Perder a esa persona que significaba tanto y que sigue significando tanto, es la pena mayor que nos puede dar la vida. Y de hecho la mayoría lo vivimos así y al sentir esa pena como una condena perpetua, nos preguntamos: ¿Por qué me han castigado? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Por qué a los demás no les pasa algo igual? Y así seguimos cuestionando, comparando intentando encontrar la justicia de la situación.
Entonces, empezamos a buscar nuestros fallos, errores. No sería justo que la vida nos castigara sin razón y todo lo que hemos podido hacer mal y que haya podido ser la causa de este encarcelamiento, empieza a surgir de nuestro pasado.
Читать дальше