Guillermo manifestó también que “en este juego (la mona) ganamos bastante dinero porque en esos años rendía más la plata. Cuando fuimos detenidos y llevados a Investigaciones, que en esos tiempos solo era un galpón, pudimos aprender de otros delincuentes detenidos, como usar el balurdo. Buscábamos la plata en sectores tales como Estación Central, Franklin y Arturo Prat, donde era fácil jugar ya que no existía presencia policial; otros lugares a los que también concurríamos eran calle 10 de Julio y Plaza Italia, pero principalmente en la calle Ahumada. Posteriormente mis hermanos se dedicaron al balurdo, dejándome a mí junto a mi mujer dedicados al juego de la mona”. Para luego continuar diciendo:
Nunca salimos a trabajar fuera de Chile, lo que más lejos fuimos fue en la ciudad de San Antonio, durante el verano donde un amigo de nombre “Carlitos Palma”, matarife, actualmente [1995] debe tener cerca de los ochenta años, creo que se encuentra enfermo del corazón. Con el dinero obtenido nos dábamos la gran vida, buenos asados, cazuelas. En cuanto a mis otros hermanos, cuando ellos salían uno bebía y el otro lo cuidaba, ya que el alcohol los ponía un poco violentos y de esta forma evitaban tener peleas. Yo andaba bien vestido, con buen reloj, los sombreros valían $45, de los que usaban los detectives quienes andaban muy bien vestidos, entre ellos recuerdo al “Huaso Canales”, Roberto Schmidt, al señor Rencoret y al señor Villagrán que trabajó el sector de Conchalí, creo que aún vive. De la policía móvil me recuerdo de un funcionario de nombre Guillermo Caamaño y otro de apodo el “Chico Margoso”, nos controlaban bastante, hacían buena labor y nos dejaban sin jugar.
A partir de esta entrevista se comprobó que en cuanto al dinero obtenido solo les permitía solventar el gasto diario “pese a la larga trayectoria que tuvieron en el camino delictual, no se les conocen bienes muebles o inmuebles, lo que es indicativo de la mala administración de los dineros obtenidos” (Erazo et al., 1995, p. 32). En efecto, no compraron casas ni vehículos, no poseían ahorros ni cuentas bancarias. En palabras del propio Guillermo, “como éramos analfabetos nadie nos aconsejó para sentar cabezas y haber ahorrado algo, recuerdo que en una ocasión un amigo veguino con plata, actualmente fallecido, don Segundo Avendaño, me ofreció prestarme [sic] dinero para que comprara una casa y una bodega y así establecerme tranquilamente y asegurar el futuro, quedé de ir a darle una respuesta, cosa que finalmente nunca hice... éramos todos muy ahuasados8” (Erazo et al., 1995, p. 24).
Los hermanos Moyano, singulares personajes que durante varias décadas operaron en Santiago haciendo del “cuento del tío” su sustento de vida, delinquieron en el mismo delito hasta el día de su muerte. Fueron ampliamente conocidos por diversas generaciones de policías, estigmatizando al cuentero nacional con su larga trayectoria. Si bien no cometieron homicidios, registrando detenciones en esta categoría solo por ser testigos de hechos de muerte, la presente desclasificación porta el propósito de confirmar la categoría de “livianos” de los criminales de este delito, especialidad que apuesta por la ambición y complicidad de las víctimas y no por hechos de sangre, con violencia y alevosía.
El primer Moyano en fallecer fue Juan José, “El Huaso Chico”, a raíz de un ataque al corazón el 9 de junio de 1978. Al año siguiente falleció Domingo Moyano, “El Huaso”, por insuficiencia respiratoria el 19 de enero de 1979. Ambos sufrieron los ataques en la habitación en que se hospedaban en Renca, murieron en la posta central y fueron sepultados en el mismo cementerio católico de Santiago.
Eduardo Moyano, alias “El Guayo”, en tanto, tras el alejamiento de su hermano Guillermo cuando se fue a vivir con su pareja Blanca, pernoctaba en hospederías o en la calle. Estuvo largo tiempo en el Hogar de Cristo tratando su adicción al alcohol, en la que recaía cada vez que lograba un avance. Murió el 12 de mayo de 1987 a causa de cirrosis. Fue sepultado en el mismo camposanto que sus hermanos.
El último en morir fue Guillermo Moyano, que, según lo confirman los antiguos locatarios de La Vega Central, frecuentaba este centro comercial hasta sus últimos días realizando su ilegal actividad. El “Huaso Pepero” falleció el 9 de junio de 1998.
De los hermanos no quedaron hijos. No hubo descendencia excepto por Domingo, quien junto a una conviviente criaron una niñita, pero desafortunadamente falleció a los tres años de edad. Quizás no tuvieron descendencia por esa rara “selección natural”. No se tiene registro si el papá tuvo hijos antes de salir de Curacaví, deslizando la posibilidad remota de que quizás operaron otros hermanos Moyano en tiempo y espacio paralelos.
Al analizar su dinámica criminal y sus innumerables anotaciones por vagancia, se evidencia que los hermanos Moyano en actividad nunca tuvieron domicilio conocido. Se mantuvieron siempre inubicables, salvo para el viejo sabueso policial. Se buscaron sus tumbas a fin de verificar lo que sucede con muchos criminales que después de muertos son venerados por los feligreses, tales como Emile Dubois, el “Genio del Crimen”, o Jorge del Carmen Valenzuela, el “Chacal de Nahueltoro”, que por los pecados cometidos en la Tierra pueden sortear el purgatorio concediendo favores a los mortales. Por los años que han pasado y sobre todo porque ninguno de los cuatro hermanos Moyano dejó descendencia, ubicarlos fue una difícil tarea. Tras insistir varios días con esta investigación se logró un acercamiento a su sepulcro; sin embargo, ante la falta de familiares interesados en preservar su recuerdo, y tras no recibir mantenimiento ni contacto familiar, a los pocos años sus tumbas fueron trasladadas a la bóveda 5 e incorporadas a una fosa común.
Pareciera ser que el linaje Moyano porta en su flujo sanguíneo la herencia genética del pícaro Urdemales, cuya versatilidad de los cuatro consanguíneos dio muestras de habilidad y perspicacia en el arte del engaño. Producto del timo circuló generoso dinero por sus manos, pero vivieron y murieron con lo justo, sin ostentar propiedades o enseres, carentes de amistades duraderas y descendencia. Los Moyano conocían a todos los miembros de la sociedad, pero nadie los pudo reconocer antes del crimen. Los Moyano, estafadores básicos pero complejos a la vez, vivieron y sobrevivieron gracias a su ingenio, y en constante estado de vagancia dejaron este mundo miserable para descansar en una fosa común, por la eternidad, ocultos entre los demás.
Por siempre se desconocerá el paradero de los hermanos Moyano. Murieron para siempre, en su propia ley.
Bibliografía
Berbell, Carlos y Jiménez, Leticia (2012). Los nuevos investigadores: Los casos más relevantes de los CSI españoles . Madrid, Editorial La Esfera de los Libros. 463 pp.
Blanco Palacios, Tomás; Escaff Silva, Elías; Gallego Meneses, José y Sotomayor Ortiz, Raúl (1984). “El cuento”. En: Revista Institucional Policía de Investigaciones de Chile Nº 51. Santiago, Chile: Imprenta PDI. Pp. 16-23 y 47-60.
Cavada Riesco, Edgardo (1934). “Los cuenteros: Cómo se estafa”. En: Revista Detective N° 2. Santiago, Chile: Imprenta PDI. 11.12 pp.
Cavada Riesco, Edgardo (1934b). “No se deje robar: Cuentos diversos”. En: Revista Detective Nº 6. Santiago, Chile: Imprenta PDI. Pp.25-28.
Cavada Riesco, Edgardo (1934c). “No se deje robar”. En: Revista Detective N° 8. Santiago, Chile: Imprenta PDI. Pp. 14-15.
Erazo, Raúl; Vera, Enrique; Hurtado, Julio; Sandoval, Daniel y Vargas, Jorge (1995). Los hermanos Moyano: Cuenteros . Santiago de Chile, Off-set. 33 pp.
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