Una lección muy particular le viene del maestro. Ya, sin temor, se confiesa en la sacristía misma a la vista de todos. La confesión frecuente y el acompañamiento de un buen guía espiritual, son medios ordinarios y necesarios para ser fieles a la vocación y continuar con perseverancia por el camino del bien.
No pudiendo tener como confesor y guía a Don Bosco, privilegio de unos pocos, elige al P. Rúa, brazo derecho del santo.
Así, pues, Luis inicia un intenso trabajo espiritual. Cada semana se presenta al P. Rúa para la confesión. Abre su corazón, expresa el deseo de llegar a ser sacerdote, cuenta el intento fallido con los frailes de Voghera y, tal vez, el misterioso sueño de los seminaristas de túnica blanca. Una cosa es cierta: el confesor se da cuenta de estar ante un penitente no común. La prudencia necesaria, la experiencia pastoral entre jóvenes no le impiden sugerir al muchacho, sólo después de dos meses de la entrada en el Oratorio, de hacer el voto de castidad: “Era la fiesta de la Inmaculada, cuenta. Por la mañana, de rodillas, ya vestido con el hábito... del Pequeño Clero..., hacía mi voto de perpetua castidad, delante del cuadro de María Santísima Auxiliadora”.(19) Es éste un momento clave de su vida, tan importante que le hizo decir “Mi vocación nació a los pies de la Virgen de Don Bosco”.
Las condiciones del maestro empeoran. Baja cada vez menos para estar entre los jóvenes. Es motivo de inmensa alegría la tarde del último día del año 1886, verlo apoyado sobre la balaustrada que da al patio, saludando y dando la bendición a todos.
A pesar de la salud maltrecha, retoma las conferencias semanales y la confesión a los alumnos de los cursos superiores. Quiere gastar la vida hasta el último minuto para el bien y la felicidad de sus muchachos. Los ilumina en la búsqueda del proyecto de Dios, y al mismo tiempo, los ayuda y los sostiene para que respondan con generosa fidelidad.
Luis mira con santa envidia a los compañeros mayores. Desearía escuchar y confesarse con un hombre que, como todos afirman, lee las conciencias y conoce los pecados de todos. Venciendo cualquier temor se dirige al P. Berto, secretario de plena confianza de Don Bosco. El P. Berto conoce bien y estima a Orione; le parece, además, encontrar en él todas las cualidades que puedan merecer ese privilegio: ha cumplido 14 años, es trabajador, le va bien en las clases, quiere ser sacerdote y es un apóstol entre los compañeros.
De este modo, hacia el final del año 1886, Luis inicia la asistencia a las conferencias y a confesarse con el santo: “Don Bosco condujo mi paso incierto por los senderos del saber y de la virtud; muchas veces me apretó a su pecho cuando me confesaba con él. Mis lágrimas mojaron sus mejillas, me sentía todo lleno de fervor. ¡sí, sentí un no sé qué de celestial, incluso en este valle de lágrimas, todo se lo debo a Don Bosco!”.(20)
Don Bosco ahora lo conoce y lo quiere. Muchos testimonios nos inclinan a pensar en una particular predilección, una clara visión sobre el futuro del joven... Hay dos cosas ciertas: cuando se encuentra con Luis lo mira con una sonrisa de complacencia y, en varias ocasiones le repite “Nosotros seremos siempre amigos”: “ Yo no he olvidado jamás estas grandes y santas palabras que Don Bosco me dirigió, esa expresión de amor, paterna y espiritual, esta declaración que Don Bosco me hizo, creo que fue la última vez que me confesó, ¡nosotros seremos siempre amigos! Cuántas veces me he encontrado en medio de tantas pruebas y siempre me he sentido reconfortado por estas palabras que me quedaron grabadas en el corazón: ¡nosotros seremos siempre amigos...!”.(21)
El 22 de febrero, último día de carnaval, Don Bosco desde su balcón se detiene a contemplar a sus jóvenes entusiasmados en el juego y en distintas diversiones. Antes de retirarse, saca una bolsita de avellanas y se pone a lanzarlas a manos llenas. El juego se para al instante y los jóvenes se lanzan a recogerlas.
No es cuestión de gula: son avellanas que recuerdan otra distribución milagrosa. Unos meses antes, volviendo de Lanzo, apenas pone los pies en el Oratorio, empieza a distribuir avellanas en abundancia. Al final la bolsita está todavía tan llena que le permite desde el balcón comenzar un segundo reparto de avellanas.(22)
Termina el año escolar con notas excelentes. Es el primero del curso, pero el trabajo no ha terminado. Ha sido elegido para frecuentar la “escuela de fuego” que consiste en el desarrollo del programa entero de un año durante el breve periodo del verano. La experiencia fue un éxito y es aprobado para iniciar el tercer año del instituto.
Nada se le escapa a un joven tan atento, inteligente y con tanto interés. Es testigo del empuje apostólico de los sacerdotes, del sistema educativo de Don Bosco que va directamente al corazón, la organización, las fiestas, las obras de teatro, los cantos y demás. Todo lo observa y lo elabora en su mente. Es un bagaje precioso que mañana sabrá utilizar de la mejor manera.
Era costumbre con Don Bosco, durante el verano, complacer a los padres de los alumnos con un breve periodo de permanencia en familia. Carolina logra retener al hijo algún día de más: “A mi regreso”- cuenta Don Orione-, Don Bosco no estaba. Cuando llegó, todos los muchachos corrieron y lo rodearon haciéndole gran fiesta. Yo estaba en el grupo, feliz de volver a verlo, tanto más porque me parecía que yo era su benjamín, ¡el más querido!.... Así que yo también empujé tanto que llegué muy cerca de él, me puse adelante; y alcancé a agarrarle un dedo. Pero Don Bosco hablaba con todos, a uno le decía una palabra en italiano, a otro en francés, a otro le decía algo indescifrable. Bromeaba con todos. Y cuando llegaba a mí me salteaba sin decir ni palabra, sin siquiera mirarme. Y me tuvo así, se puede decir que, castigado, hasta la vigilia de su muerte. Y sin embargo, yo me había comportado en verdad como un buen muchacho... Don Bosco ya no me reconoció, no me miró más hasta la vigilia de su muerte, cuando me dijo “nosotros seremos siempre amigos”...(23)
En diciembre de 1887 Don Bosco está a punto de morir. Todos rezan por su curación pero el mal no lo deja. Su vida es demasiado preciosa para el Oratorio. No hay que rendirse, es necesario obtener la gracia a cualquier costo. La mañana del 29 de enero de 1888, el P. Joaquín Berto celebra la santa Misa en el altar de Santa Ana y al mismo tiempo seis jóvenes, entre los cuales está Luis, participan ofreciendo la propia vida a cambio de la del maestro.
Los designios de Dios eran otros. A los dos días Don Bosco muere: “Mientras tocaba el Ave María del 31 de enero, Don Bosco moría. Por la mañana, habitualmente a las 5, se oía en el campanario de María Auxiliadora el Ave María. No sé por qué, pero aquella mañana el Ave María sonó a las 4:30; y a las 4:45 Don Bosco moría”.(24)
Al día siguiente el cuerpo fue expuesto para la veneración en la iglesia de San Francisco de Sales. Luis está entre los que vigilan y hacen que los objetos que traen los devotos puedan tocar el cuerpo del santo. En un momento dado, cuenta, “me vino la idea de tocarlo con el pan para las personas enfermas... Entonces corrí al comedor y me puse a cortar y me corté el pulgar, al principio ni me di cuenta y me corté una segunda vez y entonces vi que una parte del dedo colgaba. Me impresionó fuertemente, no por el pulgar, sino porque el P. Trione nos había dicho, que sin ese dedo, no se podía ser ordenado sacerdote. Entonces, como un niño hacia la propia madre, corrí a tocar con mi dedo la mano de Don Bosco y el dedo se volvió a pegar, y quedó la cicatriz”...(25)
Lentamente se retoma la vida también en el Oratorio. Don Bosco, aunque de manera diferente, está presente y acompaña a sus jóvenes. Luis es una de las esperanzas más hermosas. Tiene una piedad profunda y convencida, está siempre sereno y pronto a sonreír, entusiasta, paciente, colaborador precioso, se le dan encargos de gran confianza, manifiesta dotes de orador excepcional, va muy bien en la escuela, y se muestra como un talentoso actor en las representaciones teatrales.
Читать дальше