Sí, hijitos, imitad a Jesús en la obediencia pronta y sin discusiones; imitad a Jesús en la paciencia, porque con la paciencia poseeréis vuestras almas; imitad a Jesús en la humildad, tanto interna como externa; pero más interna que externa, más sentida que mostrada, más profunda que visible.
(7 de enero de 1919, a
los novicios, Ep IV, 380)
14 de febrero
Imitad a Jesús en la caridad, porque él reconoce como suyos sólo a los que conservan celosamente esta preciosa margarita; y recordad siempre que, cuando nos presentemos ante su divina presencia, todo su juicio girará sobre la caridad. Haced vuestro el dicho del gran obispo de Hipona: «Mi peso es mi amor». Sí, pesad todas vuestras acciones con la balanza del amor, e iréis tejiendo una corona de méritos para el cielo.
El hastío que experimentáis al practicar la virtud y la oración ni os debe asustar ni os debe llevar a retroceder en la práctica de una y de otra. Continuad en ello; y no os tiene que parecer una pérdida de tiempo, ya que ese tiempo está empleado y gastado en practicar la obediencia.
Las tentaciones no os asusten: son la prueba a la que Dios quiere someter al alma cuando la ve con las fuerzas necesarias para sostener el combate de obtener con sus propias manos la corona de la gloria.
La gracia divina os sirva de defensa y de apoyo en todo.
(7 de enero de 1919, a
los novicios, Ep IV, 380)
15 de febrero
Jesús me dice que, en el amor, es él quien me deleita a mí; en los dolores, en cambio, soy yo quien le deleito a él. Por tanto, desear la salud sería ir a buscar alegrías para mí y no buscar alivio para Jesús. Sí, yo amo la cruz, la cruz sola; la amo porque la veo siempre en los hombros de Jesús. Ahora bien, Jesús ve muy bien que toda mi vida y todo mi corazón están consagrados totalmente a él y a sus sufrimientos.
¡Oh!, padre mío, perdóneme si uso este lenguaje; sólo Jesús puede comprender cuán grande es mi pena cuando se despliega ante mí la escena dolorosa del Calvario. Es igualmente incomprensible el alivio que se da a Jesús, no sólo al compartir sus dolores, sino cuando encuentra un alma que, por su amor, no le pide consuelos, sino más bien tomar parte en sus mismos sufrimientos.
Cuando Jesús quiere darme a conocer que me ama, me da a gustar, de su dolorosa pasión, las llagas, las espinas, las angustias… Cuando quiere alegrarme, me llena el corazón de aquel espíritu que es todo fuego, me habla de sus delicias; pero, cuando es él el que quiere ser amado, me habla de sus dolores, me invita, con voz de súplica y de mandato a la vez, a ofrecerle mi cuerpo para aligerarle sus sufrimientos.
¿Quién le resistirá? Me doy cuenta de que le he hecho sufrir demasiado con mis miserias; de que le he hecho llorar demasiado con mi ingratitud; de que le he ofendido demasiado. No quiero a otros, sino sólo a Jesús; no deseo ninguna otra cosa (que es el mismo deseo de Jesús) que sus sufrimientos.
(1 de febrero de 1913, al P. Agostino
da San Marco in Lamis, Ep. I, 334)
16 de febrero
Anímate, porque tu sufrimiento es según Dios. Si la naturaleza se queja y reclama sus derechos, es porque esta es la condición del hombre que está en camino. Si, secreta o calladamente, experimenta el dolor de los sufrimientos y naturalmente quisiera huir de ellos, es porque el hombre fue creado para la felicidad y las cruces fueron una consecuencia del pecado. Mientras se está en este mundo, tendremos que sentir siempre la natural aversión a los sufrimientos. Es esta una cadena que nos acompañará por doquier.
Ten la certeza de que, si con lo más alto del espíritu deseamos la cruz y al fin la abrazamos y nos sometemos a ella por amor a Dios, no por eso dejaremos de sentir en la parte interior el reclamo de la naturaleza que no quiere sufrir. En efecto, ¿quién amó más la cruz que el Maestro divino? Pues bien, también su humanidad santísima, en su agonía aceptada voluntariamente, pidió que el cáliz se alejara de él, si eso fuera posible.
(13 de mayo de 1915, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 417)
17 de febrero
Nuestra conversación continua sea siempre en el cielo o, al menos, en el costado de Jesús. Continúa, pues, gritando con el apóstol: «Yo llevo en mi espíritu y en mi cuerpo la cruz de nuestro Señor Jesucristo»; porque, en este momento, es el suspiro más coherente con lo que vive tu espíritu. O bien: «Estoy con Cristo espiritualmente clavado en la cruz», hasta que llegue el momento en el que tengas que exclamar: «En tus manos encomiendo mi espíritu».
Sé, por desgracia, que tú querrías apresurar el momento de repetir esta última frase; pero, hijita mía, ¿puedes decir ya el «Todo está cumplido»? A ti, quizá, te parezca que sí; a mí me parece que no. Tu misión no está cumplida todavía; y más que de ser absorbida en Dios debes tener sed de la salvación de los hermanos: «Tengo sed».
Es cierto que también allá arriba puede llevarse a cabo la obra de la mediación; pero, según el modo humano de entendernos, parece que los santos se preocupan más de las miserias de los demás cuando están en la tierra.
(26 de abril de 1919, a
Margherita Tresca, Ep. III, 219)
18 de febrero
Hijita mía, no temas nada en relación con tu espíritu. Todo es obra del Señor; y, por tanto, ¿de qué puedes tener miedo? Como consecuencia, déjale actuar, incluso cuando no sientas que debes dejarle actuar; es decir, acepta con resignación la voluntad de Dios, también cuando él no te permita una dulce resignación. Hijita mía, tú sufres y tienes motivos para quejarte. Laméntate, pues, y a gritos; pero no temas. La víctima de amor que busca la voluntad de Dios debe gritar que no puede más y que le es imposible resistir los caprichos del amado, que la quiere y la deja, y la deja mientras la quiere.
Pide al Señor que me conceda lo que desde hace tiempo le estoy pidiendo con insistencia; pídele que me haga comprender con luz íntima y con claridad lo que la autoridad me dice; y, en premio, tú obtendrás la misma gracia. De tus sufrimientos deduce los míos, que son muy superiores a los tuyos; y aprende a ayudarme. Tú dices que me basta con que me lo aseguren; y a ti, ¿por qué no te es suficiente?
(26 de abril de 1919, a
Margherita Tresca, Ep. III, 219)
19 de febrero
Fortalécete con el sacramento eucarístico. En medio de tantas desolaciones no deje tu alma de cantar frecuentemente a Dios el himno de la adoración y de la alabanza. Vive siempre alejada de la corrupción de la Jerusalén carnal, de las asambleas profanas, de los espectáculos corruptos y corruptores, de todas esas sociedades de los impíos.
Dispón tus labios, como hizo el divino Redentor, y sigue bebiendo con él las negras aguas del Cedrón, aceptando con piadosa resignación el sufrimiento y la penitencia. Atraviesa con Jesús este torrente, sufriendo con constancia y valentía los desprecios del mundo por amor a Jesús. Vive recogida, y toda tu vida quede escondida en Jesús y con Jesús en el huerto de Getsemaní, es decir, en el silencio de la meditación y de la oración. No te asusten ni la oscuridad de la noche de la humillación y de la soledad ni el aumento de las mortificaciones. Siempre adelante, adelante, Raffaelina; la amargura del torrente de la mortificación no te detenga. La persecución de los mundanos y de todos los que no viven del espíritu de Jesucristo no te aparten de seguir ese camino que han recorrido los santos. Corre siempre por la pendiente del monte de la santidad y no te desanime el sendero escabroso. Sigue caminando junto a Jesús, y si, siguiéndole a él, estás a salvo de todo, es también muy cierto que triunfarás, como siempre, en todo.
(4 de agosto de 1915, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 470)
20 de febrero
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