Otro aspecto a remarcar es que la experiencia erótica, cualquiera sea su forma y manifestación, es fundamentalmente una experiencia íntima. Tan íntima que resulta intransferible. A pesar de ello se presta a ser compartida —y disfrutada— cuando la vida ofrece encuentros amorosos exentos de violencia. También es posible observar que el erotismo transita senderos muy diversos los cuales se resisten a ser contados y suelen quedar circunscriptos al mundo de lo inefable. Estas tres características, ser íntimo, intransferible e inefable hacen del erotismo una experiencia misteriosa y, por lo tanto, también posible de ser vivida como peligrosa. Para nuestra sociedad patriarcal el supuesto peligro que emana del erotismo femenino asusta al colectivo masculino porque, además de ser desconocido, pone en riesgo el poder masculino sustentado en el dominio y en el control exclusivo. Lo que no se conoce escapa al control y esto es un punto de partida de la represión patriarcal sobre el llamado «misterio femenino».
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Otro misterio más: hecha la ley, hecha la trampa. La sociedad patriarcal es una construcción jerárquica y autoritaria que no tolera la paridad entre los géneros y le impone al varón el ejercicio del poder sobre las mujeres. Es así como ellos quedan legitimados en lo profundo de su subjetividad para ejercer el derecho de control y poder. En lo que respecta a la sexualidad, el erotismo masculino ha quedado, con muy pocas excepciones, reducido a la penetración. Lamentablemente, lo que la naturaleza fue capaz de ofrecer para el pleno disfrute de todos los géneros quedó convertido, para la gran mayoría, en una elemental descarga pulsional que se parece mucho más a una contienda en la que se esgrime un arma que a un juego de intercambio amoroso donde ambos se enriquecen y disfrutan mutuamente.
Lo que resulta impactante es descubrir que el mismo poder que la cultura patriarcal otorga a los varones, les impone también, un riesgo grande y un costo excesivo. El riesgo es que al instalar la potencia de erección como si fuera el indicador de la masculinidad, que garantizaría su «ser varón», quedan expuestos a ser juzgados en su identidad. El costo, siempre al acecho, se traduce como miedo terrorífico a la pérdida de poder.
Es lamentable comprobar que la disminución de la capacidad eréctil en el hombre suele ser vivida con mucha angustia, por estar convencidos de que el erotismo radica solamente en su miembro, que se convierte en garante de masculinidad, legitimando su poder sobre las mujeres. Esta convicción suele mantenerlos en una situación de gran pobreza afectivo-erótica impidiéndoles, por ejemplo, acceder a los conocimientos tántricos sobre el erotismo. Se trata de antiquísimas tradiciones que pusieron en evidencia lo mucho que hay por disfrutar en el erotismo, cuando se erradica la pretensión de poder unilateral y se deja de responsabilizar en exclusividad al miembro masculino. Hecha la ley, hecha la trampa.
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En síntesis, es posible afirmar que la ambición de poder es lo que lleva a las culturas patriarcales a neutralizar, limitar y reprimir las experiencias eróticas en las mujeres. Lo ha hecho durante siglos a través de sus instituciones legales, educativas y religiosas que se propusieron socializar las mujeres para que llegaran a vivir su sexualidad como algo impúdico, pecaminoso e inmoral. La propuesta social patriarcal logra su culminación abriendo la puerta a la prostitución para satisfacción del colectivo masculino cuyas propias mujeres han quedado al margen del disfrute erótico porque les fue negado y erradicado como si no fuera un derecho legítimo de toda la humanidad.
Así, la sexualidad humana, que fue ofrecida por la naturaleza para disfrutar con el juego erótico al mismo tiempo que favorecer la trascendencia, se convierte en la lucha por un poder inexistente que deteriora el compartir. Ni la posesión ni el sometimiento son alimentos del erotismo y bajo este modelo, los seres humanos pierden una fuente lúdica de acompañamiento amoroso al servicio de un poder inexistente. Termina siendo una lucha con pérdida garantizada que salpica a todos.
Clara Coria
Buenos Aires, abril de 2021
Existe el hábito de aceptar con total naturalidad que hay cosas de las que «no se habla» a pesar de que suceden ininterrumpidamente a nuestro alrededor. Una de ellas es la sexualidad de las mujeres que han superado los sesenta años. Tiempo atrás se trataba de una edad ya descartable e importaba poco lo que pudieran sentir y desear porque, salvo excepciones, habían sido marginadas de la vida social una vez cumplido con los roles que la sociedad asignaba al género femenino, fundamentalmente los de esposa y madre. En las últimas décadas se han producido cambios significativos y las mujeres de sesenta y más se sienten con disponibilidad de tiempos y espacios para disfrutar lo más plenamente posible de la vida habiendo ya cumplido con los mandatos sociales y las responsabilidades asumidas en la juventud.
Es sabido que la sexualidad es un don que la naturaleza ha otorgado a los humanos y, a diferencia del resto del mundo animal, no se reduce a la procreación sino que ofrece un amplio escenario de disfrute que se extiende hasta el límite mismo de la vida. Vida y sexualidad son inseparables. Sin embargo, esta unión entre ambas, que es una evidencia innegable a pesar de que a menudo se la niegue, ha sufrido a lo largo de los tiempos vicisitudes muy diversas. Una de las más frecuentes en la época actual ha consistido en afirmar, con fuerza de verdad científica, que la menopausia da por finalizado el deseo sexual y pone fin al disfrute del erotismo en las mujeres. Esta suposición tiene muy poco de cierto y mucho de tergiversación y ocultamiento. De eso, precisamente, trata este libro.
La propuesta de abordar este tema tiene por objetivo correr alguno de los velos que ya no ocultan nada pero siguen siendo utilizados para mantener en las sombras la sexualidad femenina. En este libro pretendo poner en evidencia algo de lo que «no se habla».
Sin ninguna duda, el tema es amplísimo y cubre un espectro que excede los límites de este abordaje. El objetivo en esta oportunidad no es dar por acabado el tema sino todo lo contrario, abrir una brecha que, es mi deseo, promueva el interés, tanto en hombres como en mujeres, para seguir corriendo otros velos.
La oportunidad de abordarlo surgió por el interés de la entonces editora de Paidós en México, quien me lo propuso y con ello prendió en mí una antorcha de entusiasmo que me llenó de empuje y alegría. Acepté dedicarme a investigar el tema y durante dos años llevé a cabo, ininterrumpidamente, entrevistas personales a partir de un temario abierto y según el eje en la sexualidad de las mujeres después de los sesenta. Evité el uso de encuestas totalmente convencida de que resultan muy limitadas porque, entre otras cosas, responden a lo que ya tienen en mente quienes formularon las preguntas. Además se trata de un tema sobre el que no me interesaba «cuantificar» sino correr velos que ocultan aquello de lo que «no se habla». Participaron de las entrevistas mujeres y varones heterosexuales, mayores de sesenta años que estaban dispuestos a hablar de su sexualidad. Esto significó que hubo algo así como una preselección espontánea por parte de los propios participantes. Evidentemente se trataba de personas para quienes la sexualidad había sido —y seguía siendo— una experiencia disfrutable sobre la cual estaban dispuestas a hablar. Estas dos condiciones, la edad y la buena disposición para hablar sobre ello, son en sí mismas una evidencia palpable de que la sexualidad sigue viva aún cuando muchos todavía insisten, como si fuese una ley biológica, que la menopausia arrastra consigo la pérdida del deseo sexual. Las entrevistas duraban entre dos y tres horas y se llevaron a cabo habitualmente en mi consultorio y, en ocasiones, en los lugares que proponían los entrevistados. Hubo casos en que las entrevistas se repitieron. La metodología utilizada consistió en preguntas muy abiertas que iban surgiendo a medida que progresaba la conversación, la cual era registrada en su totalidad en una grabación cuya desgrabación fue hecho por mí en la totalidad de las entrevistas. A posteriori comenzó el trabajo de sistematizar los temas que surgieron de las entrevistas y luego el análisis de aquellos que serían rescatados para la presente edición. Algunos quedaron a la espera de ver la luz en otro momento.
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