Su risita me revolvió las tripas. La dejé desmadejada en el bordillo y di un par de vueltas arriba y abajo para tranquilizarme. Tenía que pensar rápido, porque si la señora Baker entraba en la habitación y no nos veía allí pondría el vecindario patas arriba, mis padres se enterarían y me mandarían a un internado o algo peor.
Se me escaparon un par de lágrimas, pero me las limpié a manotazos. No era el momento de hacer un drama. Había más de seis millas hasta nuestra casa; necesitábamos una solución.
La camarera del bar de Riverton me había dejado con una sonrisa en los labios después de una noche más para olvidar. La chica era atrevida, y que viviera en el apartamento de arriba de aquel tugurio me había ayudado a decidirme. Pero en cuanto habló de desayunar salí corriendo de la cama. Creí que lo había dejado claro antes de acompañarla: solo sería un revolcón o dos. Nada más.
Busqué una emisora con música animada para no quedarme dormido antes de llegar a casa, y cuando devolví la vista a la carretera me vi obligado a dar un volantazo. Había dos chicas en el arcén haciendo autoestop. Las conocía.
—¡Maldita sea! —Frené y di marcha atrás para comprobar que la falta de sueño no me estaba afectando.
Margot tiró de la mano de la rubia, que no parecía muy lúcida. Llevaban vestidos demasiado llamativos para dos niñas tan jóvenes, iban demasiado maquilladas y tenían aspecto de haber pasado la noche fuera.
—Gracias, gracias, gra… ¡Tú! —gritó Margot y dio un paso atrás.
—¿Se puede saber qué hacéis tan lejos de casa a estas horas? ¿Es que os habéis vuelto locas? —Ninguna respondió. Margot se miraba la punta de los zapatos, la rubia empezaba a palidecer—. Sé que me voy a arrepentir de esto, pero vamos, subid. No os puedo dejar aquí, en medio de ninguna parte.
El interior del Buick se llenó de la mezcla de sus colonias y del tufo a alcohol que desprendía la rubia. Margot se sentó a mi lado sin pronunciar ni una palabra, pero cuando me incorporé a la carretera la oí suspirar de alivio y yo también suspiré.
—¿Qué ha pasado?
—Dotty ha bebido mucho —murmuró.
—Sí, eso ya lo veo. —La aludida dormitaba en el asiento de atrás con la boca abierta—. ¿Y tú? ¿Has bebido?
—Solo un poco.
—Solo un poco, ¿eh? ¿Drogas? —Negó con la cabeza con demasiada efusividad. Ella tal vez no, pero su amiga iba hasta arriba. Lo noté nada más verla. Tenía las pupilas tan dilatadas que sus ojos parecían negros en vez de azules—. ¿Por qué no estáis en casa?
—Había una fiesta con chicos del instituto.
—¿Con alcohol y drogas? —me extrañé—. ¿Seguro que van al instituto?
Margot se encogió de hombros y echó un vistazo rápido a su amiga. Estaba asustada y no quería presionarla.
—¿Dónde os llevo?
—A casa de Dotty. —Memoricé las señas. Estaba muy cerca del parque de bomberos.
—¿Y vuestros padres saben que habéis ido a esa fiesta o esto es una de esas locuras de adolescentes? —Su forma de mirarme, cohibida, me dio la respuesta, pero en vez de enfadarme me reí—. Cuando te escapas para ir a sitios de mayores, debes estar segura de saber cómo regresar. Aunque lo mejor será que no volváis a repetirlo hasta que tengáis edad para salir de casa solas.
Mi reproche jocoso no le sentó bien. Se enderezó en el asiento y frunció el ceño.
—Lo teníamos todo planeado, no somos estúpidas. —Levanté una ceja ante la evidencia. Algo les había salido muy mal si estaban en una situación así—. Íbamos a coger el autobús, pero Dotty se gastó el dinero.
—Y pensaste que sería buena idea volver andando, ¿no?
—Alguien hubiera parado antes o después. No era tan descabellado, solo había que seguir la interestatal.
Solté un resoplido de consternación y negué en silencio. Eran dos inconscientes, les podría haber pasado cualquier cosa. Iba a insistir en ese hecho cuando la rubia se despertó pidiendo agua.
—Podrás beber toda la que quieras cuando llegues a tu casa, bonita.
Empezó a lloriquear y a balbucir incoherencias. Lo mismo se reía que se sorbía los mocos, igual miraba al frente con los ojos muy abiertos que dejaba caer la cabeza hacia delante en medio de una maraña de cabellos rubios. Tenía su gracia, no podía enfadarme con ellas. Yo también había vivido esa época de desafío constante a las normas.
—No hace falta que nos lleves hasta la puerta —dijo Margot, temerosa—. Puedes parar aquí.
—¿Tienes miedo de que os vean y se lo digan a vuestros padres? —Tragó con dificultad y miró hacia otro lado, pero le hice caso y detuve el coche—. Ya veo. ¿Tú también vives en este barrio?
—Ahí enfrente. —Señaló una bonita casa blanca con cuidados parterres y mariposas de papel colgadas de las ramas del viejo árbol del jardín. Era tan encantadora como ella—. Gracias por traernos. Estoy…, estamos en deuda contigo.
—Sí, gr-graciasss —murmuró Dotty.
A continuación, sufrió un espasmo y vomitó sobre el asiento trasero de mi precioso Buick GSX.
—¡Oh, no! —exclamó Margot. Se llevó la mano a la boca y abrió tanto los ojos que su expresión me recordó a un búho. Yo cerré los míos y pedí paciencia—. Lo limpiaremos.
—No hace falta —negué, resignado—. Ahora, salid del coche.
—No te enfades, por favor. Si me das algo con que limpiarlo, lo dejaremos todo como nuevo —insistió, mientras su amiga emitía pequeños ronquidos.
—No estoy enfadado, pero lo estaré si no os vais a casa ya.
—Es que no quiero que te quedes con una imagen así —se excusó, apenada, y me entraron ganas de decirle que estaba muy bonita cuando hundía los hombros y bajaba la mirada al regazo—. Haré lo que sea, JC, te lo prometo. Te compensaré, te daré lo que me pidas…
—Te compensará con su virginidad —balbució Dotty, de vuelta a la consciencia.
—¿Qué? ¡No! —gritó, y se sonrojó con intensidad.
Su inocencia era encantadora y su expresión de desconcierto me provocó una sonrisa que no pude disimular con nada. Apreté los labios para no reírme más mientras ella no atinaba con la manilla para escapar de semejante situación. No me miró mientras ayudaba a Dotty a salir del coche ni tampoco cuando cerró la puerta. Pero sí lo hizo antes de entrar en casa, y yo volví a sonreír.
No sé qué me pasaba con esa niña. Era inexplicable.
Una noticia terrible sacudió mi mundo y el de la música unos días después de aquella horrorosa fiesta en casa de David Porter: Jim Morrison acababa de sufrir un infarto en su apartamento de París. Su corazón se paró y para mí fue como perder un trozo de mi juventud.
—Es tan injusto. Primero Janice, luego Jimi y ahora nuestro querido Rey Lagarto —me lamenté con Dotty, que se había quedado al otro lado de mi ventana.
—Mis padres están muy afectados. Papá no ha dejado de mirar las fotos que se hicieron en el último concierto. Ya sabes cuánto lo admiraba.
Volví a poner The end en el tocadiscos y nos quedamos mirando el movimiento de las nubes durante un buen rato. No me podía imaginar un mundo sin él.
Dotty se encendió un cigarrillo al terminar la canción y se sacudió la pena con un par de profundas caladas. La noticia de la muerte de Morrison había sido el único motivo por el que le había abierto la ventana, pero después de compartir la tristeza y un par de canciones de nuestro ídolo, me parecía absurdo cerrarle la cortina como había hecho los días anteriores.
—Ya no estás enfadada conmigo, ¿verdad?
Sí que lo estaba, pero no tanto.
—Me dejaste sola, te acostaste con un chico, te gastaste nuestro dinero en ácido y le dijiste a JC que le compensaría con mi virginidad… Tengo motivos para estar cabreada un mes entero.
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