1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 —Suena bien.
—¿Te gustaría probarlas? Mañana puedo llevarte un plato al parque. —Me sonrojé por el atrevimiento y porque sus ojos me miraron de una forma que me hizo sentir diferente—. Si no quieres, no pasa nada.
—No, es decir, sí, pero no creo que sea buena idea. —Era aún más guapo cuando parecía incómodo—. Tendrás que ir a clase, ¿no?
—No, ya estoy de vacaciones.
—Pues, en ese caso, tendrás cosas que hacer con tu amiga.
—¿Con Dotty? —Él asintió y yo respondí con un ademán—. Se va de viaje con sus padres y está ocupada con los preparativos.
—Vaya. ¿Se va mucho tiempo?
—Un par de meses. Van a viajar en furgoneta hasta San Francisco porque el padre de Dotty es artista y… —El interés de JC por mi amiga me hizo dudar—. ¿Por qué quieres saber si se va mucho tiempo? ¿Te interesa Dotty?
—Parece divertida, y es muy bonita. Me preguntaba si…
—Tiene la misma edad que yo. —En realidad, Dotty ya había cumplido los diecisiete, pero eso no tenía por qué decírselo—. ¿Ella no te parece una niña?
—Bueno, sí, supongo que sí, pero…
«Le gusta», resonó en mi cabeza y dejé de escuchar lo que JC estaba diciendo.
No podía reprocharle nada. Dotty era jovial, desbordaba simpatía y su belleza llamaba tanto la atención que cualquier otra chica desaparecía a su lado. Ella no le daba importancia a eso, ni siquiera se daba cuenta de que los hombres la miraban, pero yo sí lo veía. Nunca me había molestado hasta ese momento.
Bufé y le arrebaté la bolsa de la compra.
—Casi hemos llegado. Ya puedo yo. Gracias por acompañarme. Y no te preocupes, no iré a molestarte al parque con mis platos. Me ha quedado claro.
Chasqueó la lengua y puso una mano en mi brazo. El contacto me provocó un estremecimiento y me temblaron las piernas.
—Oye, Margot, no pienses que soy un desagradecido, ¿vale? Me caes bien, eres una buena chica y me encantaría ver todo lo que sabes cocinar, pero soy nuevo en la compañía y estoy a prueba. No puedo permitirme distracciones en el parque, ¿entiendes?
—Entiendo —respondí, y bajé la mirada al contenido de las bolsas.
—No, no lo entiendes. —JC resopló y se llevó la mano a la nuca en un gesto de desesperación—. Yo… tengo que concentrarme en el trabajo y tú… tú me distraes.
—Eso ya lo has dicho. Te distraigo. Vale. Me ha quedado claro: no volveré al parque.
Iba a tener que hacer un registro de las miradas de JC. La que me lanzó en aquel instante estaba cargada de electricidad y de algo que me acarició muy adentro.
—Mira, ¿sabes qué? Quiero probar esas costillas con miel y la ensalada de col. Se me hace la boca agua solo de pensarlo.
—¿En serio? —Volví a experimentar el burbujeo en el estómago y noté el rubor que me teñía las mejillas.
—En serio. Pero si no estoy allí cuando llegues, no me esperes, ¿vale? Le dejas la comida a la secretaria del jefe y ella me la dará. ¿Te parece bien?
Lo estaba haciendo para contentarme, como cuando nuestros vecinos de al lado dejaban que su hijo pequeño manejara la máquina cortacésped después de una rabieta. Solo era una forma de no hacerme sentir mal.
—No tienes que hacer esto.
—¿El qué? ¿Asegurarme de tener una suculenta comida en la mesa?
—No sabes si será suculenta. Ni siquiera sabes si te gustará.
—Oh, cariño, ya lo creo que me gustará.
Se me tuvo que iluminar la cara después de ese «cariño», porque a él le nació una enorme sonrisa y me guiñó un ojo para rematarlo.
No sabía cómo iba a explicarle a mi madre lo del exceso de comida, pero valdría la pena una mentira más.
Por él valdría la pena cualquier cosa.
¿Qué iba a decirle? Esa chica tenía unos ojos tan expresivos que no había podido resistir su mirada decepcionada.
«Es un problema».
No quería perder el tiempo con ella, tenía cosas mejores en las que centrarme, pero cuando me dijo que tenía unas tetas bonitas dejé de respirar. Desde entonces, no había podido pensar en otra cosa. No eran tan grandes como presumía. Eran pequeñas pero firmes, y, a pesar del sujetador, se le marcaban unos pezoncitos de lo más apetecibles. Me los imaginé del color de las cerezas maduras y tan dulces como un baño de almíbar…
—¡Joder! ¡Tiene dieciséis años! —me reprendí a mí mismo en un susurro.
Pero recordar constantemente su edad no me impidió ponerme duro. Yo tenía veinte, no era un joven imberbe. ¡Ya sabía cómo eran unas tetas! Y sin embargo…
—Maldita sea…
Cambié de postura en el camastro del parque e intenté conciliar el sueño. Otra noche más de guardia.
—¿No puedes dormir, novato? —me preguntó Charlie desde la litera de arriba—. Ten, coge esto. Te entretendrá un poco.
Me tiró una revista y resoplé al ver de qué se trataba.
«Estupendo, lo que me faltaba».
En la portada había una chica con grandes pechos y unos labios muy sensuales en una posición muy sugerente. Llevaba un pequeño corsé de encaje que no dejaba nada a la imaginación y se mantenía sobre unos zapatos de tacón que desafiaban a la gravedad. Podría haber sido el remedio a mi frustración sexual, pero no hizo más que agravar el embrollo de pensamientos que me tenían despierto a aquellas horas de la noche. Porque donde había una modelo sexy yo veía a una jovencita pícara, donde había una boca sensual yo veía unos labios tiernos que nadie había besado, donde había maquillaje yo veía auténtico rubor en unas mejillas que aún no habían perdido la inocencia.
—¿A que te pone a cien, chico? —se interesó Charlie—. Eso sí es una mujer.
Le sonreí de medio lado para que me dejara en paz y fingí un bostezo.
Si cerraba los ojos, podía ver a Margot mordiéndose el labio, ajena a lo que eso me provocaba. ¡Hasta le había preguntado por la lasaña con tal de que dejara de hacerlo! Lo malo era que oírla hablar de comida me excitaba, joder, me aceleraba el pulso de una manera muy absurda.
«Tiene dieciséis años, JC, es una mocosa. Céntrate».
Centrarme, eso era lo que debía hacer. Mi padre me estaba presionando, quería averiguar todos los detalles sobre mis progresos en el parque; tenía contacto directo con mi capitán y estaba al corriente de cada movimiento que hacía. Era asfixiante, pero lo hacía por mi bien. Si se enteraba de que perdía horas de sueño por pensar en una niña, me pondría a cargar mangueras cada segundo de mi tiempo libre.
Tenía que dejar de pensar en Margot, pero me moría por saber con qué plato me sorprendería al día siguiente y cómo de cortos serían sus pantalones.
—Pastel de pescado y flan de huevo con canela y limón —anuncié orgullosa mientras dejaba sobre la mesa los recipientes con la comida—. He traído un mantelito y una servilleta a juego.
Extendí el retal de lino delante de él y le guiñé un ojo, coqueta. Sus compañeros se reían a hurtadillas y no dejaban de hacer bromas a nuestra costa, pero yo sabía que se morían de envidia. Incluso salivaron cuando les llegó el delicioso aroma del postre.
—Esto no es necesario. Te lo dije ayer y anteayer, y cada uno de los malditos días que has venido al parque —gruñó—. Si quieres traerme la comida, perfecto, pero nada de manteles, nada de servilletas y nada de servirme como si fueras una maldita geisha . ¡Para ya!
Me apartó a un lado, cogió los platos y fue a sentarse a la mesa con el resto de sus compañeros. Algunos le palmearon el hombro, otros se mofaron de él.
Tal vez tuviera razón. Me había tomado demasiado en serio lo de prepararle todas aquellas exquisiteces, pero ¿se me estaba yendo la cabeza con tanta entrega?
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