Pedro Lastra - Las lecciones de la poesía

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En este libro se reúnen diecisiete entrevistas habladas/escritas por Pedro Lastra sobre diversos temas literarios y culturales, desde 1979 al 2020. En todas ellas la poesía impregna y fecunda los diálogos iluminando las materias conversacionales. Una larga vida de protagonista en múltiples ámbitos del oficio poético se refracta en esta interlocución como inestimable maestría dando origen al título de este libro: Las lecciones de la poesía.
El volumen ordenado y dispuesto por Marcelo Pellegrini incluye conversaciones con: Enrique Lihn / Rigas Kappatos / Mario A. Rojas / Luis Rebaza-Soraluz / Marcelo Pellegrini / Floriano Martins / Sergio Rodríguez Saavedra / Francisco Véjar / Arturo Gutiérrez Plaza / Miguel Ángel Zapata / Óscar Sarmiento / Paula Rodríguez Matta / Armando Romero / Francisco José Cruz / Micaela Paredes Barraza / Isabel Murcia Estrada / Sara Martínez Navarro / María Teresa Cárdenas.
Sí, como dijo el poeta portugués Alberto Lacerda en un texto dedicado a Jorge Guillén, "conversar es divino'', en Pedro Lastra esa divinidad humana de la conversación ha encontrado una de sus expresiones más altas en nuestras letras. Celebremos entonces estos diálogos, cuya nostalgia por un silencio que se quiere siempre fecundo todavía tiene mucho que enseñarnos.

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—¿Quiénes son los poetas contemporáneos que más te interesan?

Te he mencionado ya mis inclinaciones por la lectura de poesía (algo que viene de lejos); pero de la que se escribe hoy en lengua española me interesa cada vez más la de Enrique Lihn, la de Carlos Germán Belli y la de Oscar Hahn. La constante relectura de los libros de estos poetas acrecienta un interés que en mi caso se confunde con la admiración (palabra que siguiendo las lecciones de Alfonso Reyes yo he tratado de no dilapidar), y se manifiesta en ciertos proyectos que podrían cumplirse a largo plazo. Me conformaría con escribir sobre ellos algunas páginas que no pasaran a sinonimia (en el sentido en que los entomólogos emplean ese término para descalificar descripciones hechas con anterioridad y ya incorporadas a los repertorios científicos). Es un plan que inicié con el libro Conversaciones con Enrique Lihn . Esas conversaciones me han sugerido otros temas posibles. Pienso intentar trabajos parecidos con Belli y con Hahn. Se trata, entonces, de una preocupación cuyo origen situaría en el instante mismo de las primeras lecturas de sus poemas, y ahora suficientemente confirmada como para saber que durará todo lo necesario. No imagino mejor destino que ese para mis futuras tareas de lector.

¿Por qué me interesan estos poetas más que otros que también estimo? Es lo que explicaré en esas notas, o registros, o reflexiones (que podrían llegar a ser un libro, no sé todavía si orgánico o fragmentario). Pero si tuviera que adelantar algunas consideraciones acerca de ese interés, tal vez advertiría que lo que me atrae en ellos es una «conducta poética» revelada en y por sus textos, y una facultad para corroborar rigurosamente en los poemas una idea de la poesía, desde ciertas operaciones verbales transvaluadoras hasta la elaboración de un código abierto a varias dimensiones significativas.

Hay otra cosa además: sus obras se han ido imponiendo, después de muchos años, por sí mismas y sin apoyo exterior de aparatos publicitarios prestigiosos o dadores de prestigio. He apreciado desde siempre como ejemplar la actitud sabiamente distanciada de Emilio Adolfo Westphalen: veo algo parecido en estos tres poetas, y como tal concordancia entre la persona y su palabra también está escrita de algún modo en sus poemas, no quiero dejarla al margen de mi lectura.*

Pedro Lastra, el escrilector

Mario A. Rojas

—A propósito de la publicación de Peruvian Literature: a Bibliography of Secondary Sources , dice el crítico peruano Tomás Escajadillo: «Ya no es un juego de palabras, es una cruel ironía: para estudiar la literatura peruana hay que ir a los Estados Unidos». En otro contexto, cuando se le pregunta a García Márquez dónde se ha escrito lo mejor sobre Cien años de soledad , responde «en los Estados Unidos». Esta crítica que se hace en los Estados Unidos no solo proviene de hispanoamericanistas estadounidenses, sino en especial de latinoamericanos que por decisión propia o por la fuerza se han radicado en este país. Si pensamos solo en los chilenos que hay en los Estados Unidos ejerciendo la docencia, podemos hacer una larga lista, entre los que figurarían, por ejemplo, Fernando Alegría, Jaime Concha, Cedomil Goic, Félix Martínez Bonati, Juan Loveluck, Jaime Giordano. Según tu propia experiencia, ¿cómo explicarías este problema de trasplante?

—Primero, cuando García Márquez dice lo que citas se refiere a los críticos norteamericanos quienes, según él, son los que mejor han entendido su obra. Con respecto a lo señalado por Escajadillo, no solo es aplicable a la literatura peruana, sino a la hispanoamericana en general. Este fenómeno obedece, creo, a razones académicas y económicas. Las bibliotecas norteamericanas son completísimas, especialmente en colecciones de revistas. Por esta razón, hay trabajos que solo pueden hacerse en los Estados Unidos. En el caso de Chile, es muy difícil encontrar revistas que son fuentes de consulta indispensables. Dispositio, por ejemplo, si llega a encontrarse es en una biblioteca privada. Estoy seguro de que las colecciones de Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Texto Crítico y Revista Iberoamericana no están completas ni en la Biblioteca Nacional ni en la Universidad de Chile, que son las más importantes del país. En otros países, como en Centroamérica, la situación es aún más grave. Desde hace años las bibliotecas norteamericanas se han empeñado en completar sus repositorios de publicaciones, que mantienen cuidadosamente al día. Por ejemplo, la Universidad de Nueva York, Stony Brook, que es donde yo trabajo, tiene una de las mejores colecciones sobre Neruda, lo que permite realizar ciertos trabajos de investigación sobre este poeta con mayor facilidad que en Chile.

Con respecto a la presencia de profesores hispanoamericanos en los Estados Unidos: esta es una situación que tiene también larga data. Por la década del cuarenta, el éxodo de chilenos fue voluntario, pero en los últimos años han llegado muchos exiliados que han despoblado las universidades chilenas en beneficio de las norteamericanas. Este beneficio es, sin embargo, recíproco, porque estos investigadores han sabido aprovechar los recursos de este país no solo para mejorar su propia investigación, sino también para contribuir a la calidad de la enseñanza en los departamentos de español.

¿Qué es lo que me hizo venir a los Estados Unidos? Cuando Enrique Lihn me hizo una pregunta similar en una entrevista le contesté que yo empezaría por anotar el apotegma cervantino: ‘las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos’. Puede que uno alimente la esperanza, tantas veces ilusoria, de adquirir la discreción al precio de sus peregrinaciones; sobre todo cuando ellas solucionan —se diría que en forma estable— las necesidades que ellas mismas crean». Las facilidades de trabajo, el tiempo libre, los estímulos que encontré aquí en mis primeras estadías de profesor visitante y que me posibilitaron el desarrollo de proyectos propios se convirtieron en una necesidad. Recién me refería a los excelentes recursos de las bibliotecas; ahora añadiría también su eficiente catalogación. Acabo de terminar un estudio sobre Alvar Núñez, referente a los Comentarios y a Pero Hernández. Gracias a esta catalogación, di con otra edición de ese escrito, publicada en 1906, que seguramente debe estar en la Biblioteca de la Universidad de Chile, pero solo el azar me hubiera llevado al encuentro del volumen preciso. Aquí en los Estados Unidos lo único que se necesita es seguir el camino natural que proponen los catálogos que llevan a esas lecturas concéntricas, como las llamaba Ricardo Latcham.

—En más de una oportunidad te has referido a Ricardo Latcham con gran admiración, ¿podrías hablarnos de este maestro, de cómo influyó en tu vida personal y académica?

—Le debo mucho a este maestro. Yo me declaro un discípulo de Ricardo Latcham. Empecé a estudiar con él el año 1957, pero mis estudios regulares bajo su dirección no fueron muchos, porque fue designado embajador de Chile en Montevideo en 1959. Allí lo reencontré cuando fui becario del Consejo Inter-Universitario Regional que daba becas para cursos de verano en países vecinos. Allí se acrecentó y afirmó una relación que duraría hasta su muerte; lo vi frecuentemente junto con otros escritores y políticos, entre ellos Carlos Martínez Moreno y Juan José Arévalo. A su regreso a Santiago, don Ricardo empezó a visitar asiduamente el Instituto de Literatura Chilena, del que yo era miembro, y nuestras charlas se hicieron más intensas. Yo fui un auditor fascinado y atento de sus reflexiones y sugestiones. Aprendí de él, sobre todo, una actitud hacia la literatura. El no pretendía enseñar nada a nadie. Su relación personal era distinta a la que debía asumir en el diario La Nación donde sí estaba obligado a emitir un juicio. En sus conversaciones en cambio, siempre era un invitador: «Lea usted esto con filosofía», me repetía cada vez que me regalaba paquetes de libros, ejemplares repetidos que le llegaban. Sí, era un invitador. Nunca sentí que me estuviera imponiendo una opinión. A estas reuniones se agregó después Alfonso Calderón. A fines de 1964 Alfonso y yo decidimos hacerle un homenaje reuniendo sus artículos más importantes. La idea lo entusiasmó pero solo alcanzó a ver pruebas del texto que titulamos Crónica de varia lección. Ese era don Ricardo, el de las lecturas concéntricas que llevan de un libro a otro en una interminable cadena. Esto puede llegar a convertirse en un vicio, pero con mesura es una actividad muy productiva.

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