Emilio Bustamante - La radio en el Perú

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Relata el surgimiento de la radio, en los años veinte, su posterior cambio de un medio de elite en uno de masas, su Edad de Oro, a mediados del siglo XX, el fracaso del experimento realizado por el Gobierno de la Fuerza Armada; y concluye con el estudio de las dos últimas décadas de caótica expansión, la conformación de nuevas cadenas y corporaciones, así como el desarrollo de la radio popular.

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El discurso de cierre de campaña de Jorge Prado tuvo lugar en el local del comité ejecutivo del Frente Nacional, en la Calle del Milagro, y se escuchó en la tarde del 9 de octubre por todas las estaciones limeñas en onda corta y larga; además, por los parlantes instalados en la Plaza San Martín y la Plaza Dos de Mayo. Prado nuevamente llamó a superar “todos los odios, todas las divergencias que hasta ahora hemos sufrido con pena y dolor los peruanos” ( El Universal , 10 de octubre de 1936).

Manuel Vicente Villarán también empleó intensamente la radio en su campaña. El 12 de mayo expuso su programa por Radio DUSA. El 20 del mismo mes, Clemente Revilla, líder del Partido Nacionalista que apoyaba su candidatura, se dirigió a los electores a través de las ondas hertzianas, prometiendo que Villarán: “No trasplantará métodos exóticos, y fiel a la ideología derechista, responderá a la ciudadanía como saben responder los hombres de honor y de conciencia rectilínea” ( El Comercio , 21 de mayo de 1936). El 27 de mayo, Villarán usó nuevamente los micrófonos, esta vez para dirigirse a un público que le era más bien esquivo: “Lo que más interesa a los proletarios y empleados, si bien calculan su verdadera conveniencia, es que se conserve la paz y el orden, para que la prosperidad no se interrumpa” ( El Comercio , 28 de mayo de 1936). La frecuencia de las alocuciones por radio de Villarán (quien tenía entonces 63 años de edad) hizo que La Crónica (defensora de la candidatura de Prado) se refiriera jocosamente a él como “El viejito de la Dusa” (Baldeón 2005: 472).

Otro paladín de la candidatura de Villarán, el intelectual conservador José de la Riva Agüero, presidente de la Acción Patriótica, habló en junio a los oyentes: “Aspiremos a lo mejor, votemos por un gobierno derechista, homogéneo y compacto, de propósitos fijos y netos, de acendrada autoridad intelectual y moral”. En aquel discurso radial, Riva Agüero advertía sobre las tendencias de algunos electores: “Los que por novelería y poquedad de espíritu se inclinan a no repugnar un régimen de Centro Izquierda, porque se han constituido análogos en numerosos países, son pobres pusilánimes, débiles mentales, propensos a imitarlo todo, aún lo más dañino [...]” ( El Comercio , 11 de junio de 1936).

El uso privilegiado que dio Villarán a la radio como medio de propaganda durante su campaña tendría como razón, según comentaba el escritor marxista Juan Luis Velázquez en un folleto publicado aquel año, la incompatibilidad del candidato con la popularidad, lo que llevaba a sus promotores a guardarlo “en una cámara cerrada y hermética, como es el cuarto donde está el micro” (Velázquez 1936: 39). Velázquez se refería en su opúsculo a varias de las intervenciones por radio de los seguidores de Villarán (José de la Riva Agüero, Clemente Revilla, Pedro Beltrán, Raúl Ferrero Rebagliati, José Carlos Bernales, Enrique Douglas y Ernesto de la Jara), y se detenía especialmente en la de López de la Torre, quien habría dicho: “Tengo el presentimiento de que este micro maravilloso ante el cual hablo, llega a los cuatro puntos cardinales del Perú, a todas las regiones y a todas las comarcas, a todas las inteligencias y a todos los corazones, una voz fraterna y una palabra cordial, cuyos ecos y matices se conservan inalterables a través del tiempo y la distancia” (Velázquez 1936: 51-52).

Velázquez ironizaba sobre esas palabras:

¿Cree, efectiva, honradamente, el Dr. López de la Torre, que los aparatos receptores de radio están divulgados en el Perú, “en todas las regiones y en todas las comarcas”? Nosotros, la verdad, no podemos preciarnos de conocer totalmente el Perú, pero, le conocemos, sobre todo, en la costa, donde el nivel de vida es más elevado que en la sierra y la montaña. Y nosotros no hemos visto aparatos de radio en los hogares de los trabajadores de las ciudades de la costa —y estos hogares sí los conocemos—. Nosotros no hemos visto aparatos de radio en las chozas de los peones agrícolas. Nosotros sólo sabemos que los aparatos de radio son artículos, no sólo de lujo, sino de gran lujo en la costa del Perú. Sabemos que, inclusive, en muchas ciudades donde existe luz eléctrica, ésta no puede ser pagada por los obreros, por constituir un artículo de lujo, debido a las condiciones de vida que tienen [...]. El pueblo peruano está sin zapatos y en la ignorancia. El pueblo peruano, no puede tener radio. No puede tenerlo, así lo quisiera. No es cierto, pues, que, cuando se habla por radio, el Civilismo se dirige al pueblo. Cuando el Civilismo habla por radio, se dirige a los grandes señores feudales-latifundistas, esparcidos por todo el territorio nacional, se dirige a los familiares de los candidatos y adherentes, residentes, en su mayoría, parasitariamente en Lima. Cuando el Civilismo habla por radio se dirige al extranjero, a los imperialistas que siguen de cerca la política nacional, para buscar la mejor utilización de los hombres civilistas-feudales que pueden servir los intereses extranjeros (Velázquez 1936: 52-53).

No obstante que Velázquez tenía razón en su diagnóstico sobre el escaso alcance nacional del medio por entonces, ha de recordarse que el consumo de la radio no se hacía únicamente en el hogar, sino también en plazas y lugares públicos donde eran instalados altoparlantes, y en los centros comerciales. Por otro lado, el grueso de los electores (que según la ley vigente solo podían ser varones adultos que supieran leer y escribir) se concentraba en las ciudades, donde podía tener acceso a audiciones radiales. No debe olvidarse, además, que ya se había demostrado con motivo de la guerra con Colombia en 1933, y se comprobaría ese mismo año de 1936 con ocasión de las Olimpíadas de Berlín, la capacidad que tenía la radio para movilizar masas en Lima. Quizá por ello la mayoría de los postulantes a la presidencia no desdeñó el uso de la radio en su campaña electoral.

La Unión Revolucionaria, el partido fascista que postulaba a Luis A. Flores a la presidencia, privilegió las manifestaciones de masas, pero también empleó la radio. El 13 de setiembre, una marcha convocada por la UR partió de la Plaza Unión hasta la Plaza San Martín. Allí, desde uno de los edificios del Portal de Belén, se dirigieron a la multitud Abelardo Solís (secretario general del partido), Yolanda Coco (secretaria de organización femenina) y Luis A. Flores. Los discursos fueron transmitidos por Radio Goicochea ( El Callao , 14 de setiembre de 1936).

El candidato del Partido Social Demócrata, Luis Antonio Eguiguren, contrató en setiembre una hora en Radio DUSA, con consecuencias inesperadas. Según testimonio de César Miró recogido en el libro de Alonso Alegría, OAX Crónica de la radio en el Perú (1993), Eguiguren le pidió a Miró, entonces locutor de DUSA y conductor de La revista oral en esa emisora, que leyera en su lugar un mensaje debido a que el candidato tenía “muy mala voz”. Miró accedió. Al día siguiente tuvo que hacer frente a un intento de detención por parte del gobierno, Radio DUSA fue multada y La revista oral suspendida (Alegría 1993: 58-59). El argumento esgrimido por el gobierno para la sanción a la emisora fue que la transmisión no había sido autorizada por el Ministerio de Gobierno y Policía (Baldeón 2005: 477).

La víspera del día de las elecciones, el 10 de octubre de 1936, el general Benavides se dirigió al país por las ondas hertzianas. Transmitieron las radios Nacional, DUSA, Grellaud, Internacional, Miraflores y Goicochea, con la cooperación de All American Cables Inc. y la Compañía Peruana de Teléfonos. En su discurso, el Presidente rechazó versiones de que había querido imponer como su sucesor a uno de los candidatos (Prado), pero reconoció que había buscado la unión de dos fuerzas políticas (las encabezadas por Prado y Villarán) para que formaran una sola candidatura, y aceptaba su fracaso en esa pretensión. Admitía, asimismo, haber empleado la censura pero “sólo con el objeto de impedir que se soliviantara a la opinión induciéndola en los peligros de una lucha inmotivada o favoreciendo la propaganda de tendencias adversas a la tranquilidad social y el orden que el gobierno está obligado a mantener”. Aludía, luego, al proscrito Partido Aprista y la candidatura de Eguiguren, llamando a los oyentes a cerrar filas en su contra; y hacía, por último, una invocación a los electores: “¡Que vuestro voto lleve al poder a un ciudadano que mantenga la orientación dada al país! Que vuestro voto afirme la senda del progreso nacional que hoy recorremos. ¡Que no sea el acto destructor que nos conduzca a la angustia económica, a la anarquía, al caos que en otras horas vivimos!” ( La Crónica , 11 de octubre de 1936).

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