—¿De qué? —reclama Rogelio mientras se levanta, da vuelta al escritorio para posarse enfrente del empequeñecido escritor.
—No tengo por qué contárselo. Es de mala suerte contar el final sin haberla publicado.
—No se puede quedar así, Esteban. Toda historia necesita un final. Dímelo o de todos modos lo sabré.
—Bueno. Es un final inesperado: el entrevistador se muere.
Rogelio se carcajea. Su risa se distorsiona hasta formarse un seseo de canal de televisión sin señal. Esteban lo resiste.
—Ese final no me gusta. No me convence. Dime otro más interesante. Atrévete a innovar. ¿Qué les pasa a los narradores de tu generación? ¿Tanta mierda de televisión, redes sociales y demás pendejaditas del internet les ha frito la cabeza?
—Se aparece una nave espacial.
—¿Una nave espacial? ¿Y qué pasa?
—Es final sorpresa.
Rogelio se encorva y sus extremidades se han vuelto huesos largos, cubiertos de escamas. Su rostro ahuevado. Su boca enorme, varias hileras de dientes. La garra de Rogelio lo levanta del cuello. Le huele el interior del oído. Lo prueba con la lengua picuda, lo saborea.
—Hay algo allí… algo impredecible. —Entonces sus fauces se abren del tamaño del grosor del cráneo de Esteban y, a punto de devorarlo, se escucha unos golpes en la puerta.
—Rogelio, ¿se puede? —pregunta la voz de una mujer. El monstruo regresa su hocico a su estado natural y voltea hacia la puerta. Esteban aprovecha la distracción y con su macana asesta un golpe certero en la mandíbula, haciéndolo caer y emitir un chillido de dolor. La puerta se abre. Entra la mujer. Rogelio inconsciente en el piso. Un chorro de líquido azuloso se resbala del hocico. Ella corre hacia Núñez.
—No te acerques, es peligroso —advierte Esteban. Luego la reconoce. Es Elena Alamar, la famosa editora.
—Estará bien.
—Tenemos que matarlo. —Esteban se levanta, toma su arma y apunto de dar el golpe de gracia en la testa de la criatura, Elena lo detiene con gran destreza. Le arrebata el arma. Le da manotazo en el pecho, lanzándolo hacia la pared.
—No entiendes nada. No tienes derecho.
—¿Qué traes? Este culero descabeza escritores. Tenemos que destruirlo.
—Solo necesita historias. ¿Es mucho pedir? Necesita escuchar buenas historias. Si se niegan a compartirlas tenemos que hacer lo que tenemos que hacer para seguir vivos. Seguir en este espacio. Nos gusta la banalidad de esta dimensión.
—¿Historias?
—Sí, simples y llanas historias. ¿Quieres escuchar una? Existen seres que se mueven entre dimensiones, universos paralelos o como los quieras llamar. ¿A poco crees que en la que vives es la única? —Elena continúa mientras se desnuda a paso de gato—. Todos se alimentan de diferentes energías. Unos del odio, de la venganza. Otros del amor, de los orgasmos: como yo. El que se apoderó de Rogelio se alimenta de historias. Fue el primero en traspasar el portal. Recibió una frecuencia proveniente de una leyenda que contaba un chamán yoreme a su comunidad. Era una buena historia, una historia sobre la creación del universo. No dudó en apoderarse del cuerpo de un joven indígena. Ellos sí eran buenos narradores. Ahora están casi extintos, como muchos de nosotros. No queda más que tomar los puestos culturales para tener acercamiento a los pocos narradores en la faz de esta dimensión. Es lo que mantiene el equilibrio. Nos estamos muriendo, Esteban. Nos estamos desvaneciendo. Y ya sabes lo que dice la canción: que es mejor quemarse que desvanecerse. Entonces, qué: ¿tienes una buena historia que contar? Narra ahora o calla para siempre.
Elena totalmente en cueros se monta sobre Esteban. Lo besa. Lo posee mientras cambia de forma: se vuelve más larga, más alta, más delgada, más huesuda, más escama: más salvaje.
8
De Esteban no queda más que un cuerpo sin cabeza y sin verga. Lo encuentran en el río, envuelto en un cobertor. Solo se publica una nota en la sección roja. Se menciona que fue escritor y que se ha sumado a la larga lista de descabezados sin resolver. También que pudo estar indirectamente vinculado a los ajustes de cuenta entre mafias culturosas de la ciudad.
CODA
Manuel Ortega es un escritor emergente de 19 años al que se le acaba de ocurrir una idea para su primera novela: una historia de horror basada en los descabezados. Desde la mañana teclea la trama, pero es interrumpido por un mensaje en su bandeja de entrada del Facebook: una oferta de trabajo del Fondo de Sapiencia. Hoy es mi día de suerte, publica en su muro mientras sale con destino a la entrevista. Lo recibe el mismísimo Rogelio Núñez. El mismo pero con una quijada desviada, cubierta de gasas que denotan un líquido azuloso.
—Cuéntame una historia —balbucea.
—Precisamente hoy se me ocurrió una. Pero creo que es muy larga y compleja.
—No te preocupes, Manuel. Tengo tiempo. Pero eso sí: nada de secretos en la trama.
Manuel comienza a narrar.
Rogelio cierra los ojos. Se lame los labios. Suspira.
Siempre hay tiempo para una buena historia.
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