Victoria Resco - Reino de papel

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LA PERSONA QUE ASPEN VANN MÁS ODIA, NO ES OTRA QUE ASPEN VANN. Para quien la mire no es otra cosa que perfecta e inquebrantable. Popular. Bonita. Inalcanzable. Toda una profesional de la mentira. Pero cuando todo a su alrededor se vuelve un caos y los muros que tan perfectamente ha construido en su interior comienzan a resquebrajarse, un chico y su gato malhumorado entran como un rayo de sol a su cielo nublado y ponen su vida de cabeza. Aaron llena sus días de color y ruiseñores. Le muestra caras de sí misma que no sabía que tenía. Que la aterran. Que la increpan. Que la hacen desear ser esa chica que nunca creyó poder ser. ¿Podrá una nueva Aspen surgir de entre tanta oscuridad y tantas mentiras?

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Reino de papel - изображение 26

Dos horas más tarde, estaba de piernas cruzadas frente a un montón de carpetas abiertas en mi escritorio, con un paquete de Maruchan vacío todavía en una esquina. La cuchara seguía ahí, incrustada en el fondo acuoso que nunca me terminaba y que dejaba el olor a verduras calientes impregnado a mi alrededor.

Solté un bufido, mirando el cartel en el corcho a mi lado. Seis meses . Era lo único en lo que podía pensar. En especial mientras hacía un ejercicio tras otro sobre nomenclatura de hidrocarburos.

Medicina .

Parecía la opción lógica. Lo que cualquiera hubiera elegido con una facilidad como la mía para la química y la biología. Había tenido buenos profesores toda la vida, pero, aparte de eso, era casi natural. Podía seguir el orden de las explicaciones y volcar ese conocimiento en los ejercicios perfectamente. Además, se paga bien y mi promedio daba perfectamente para ingresar a una buena universidad. Como si fuera poco, me gustaba.

Me gustaba la exactitud del cuerpo humano, sus huesos rectos, sus músculos enredados, la maravilla de que incluso cuando el más mínimo error en nuestra formación pudiera derivar en muerte, hubiera tantos de nosotros vivos. Me deslumbraba con las anomalías de los cuerpos, con las rarezas que nos hacían imperfectos y las maneras de eliminarlas. En el cuerpo, las cosas estaban bien o mal, blanco o negro. No había matices confusos de "tal vez", o "que tal si...". Y lo que era mejor, todo aquello que estaba mal, podía ser eliminado. El cuerpo humano podía ser perfecto.

Pero sobre todas esas cosas, me pasaba horas y horas tirada en la cama mirando el techo, pensando en cómo esa máquina tan perfecta podía albergar sentimientos.

La cosa más imperfecta y más caótica en la tierra, eso que nos ata a los animales y su descontrol. Sentimientos que nos hacen sufrir y actuar como idiotas, que nos llevan a tomar decisiones absurdas porque nos nublan el juicio. Esos sentimientos que parecían retorcerse en mi interior, agónicos, desde hacía tantos años. No podía extirparlos. Eran una enfermedad crónica. Cuando crees que alcanzas indiferencia absoluta, es ahí, que caen sobre ti millones de sentimientos como vidrios. Y te cortas y sangras y lloras y ríes, porque los sentimientos te hacen perder la cordura.

Pero –porque todos saben que siempre hay un pero– no podía. No podía simplemente estudiar Medicina. No quería trabajar toda la vida en un laboratorio. Yo quería ver pacientes, estar con ellos, hablar, interactuar con la fuente de la enfermedad y el dolor. E, irónicamente, eso era también lo que no quería, lo que me aterrorizaba. Quería un paciente, quería sanar su dolor, quería ver y ayudar, pero no quería sus sentimientos complicados, o madres llorando, o niños llorando o a nadie llorando. No quería sus sentimientos en mi consultorio, manchándolo todo.

Qué ironía que aquello que más me maravillaba fuera lo que menos comprendía. Tal vez, era esa misma incomprensión hacia los sentimientos y sus fuerzas, lo que más me intrigaba.

No me gustaban las personas. No me gustaban las complicaciones que traían. No me gustaba que fueran egoístas y mentirosas y cizañeras y quejosas. Ninguna persona me gustaba. No me gustaban mis padres, aunque los amaba. No me gustaban mis amigas, aunque sí me hacían sentir otras cosas, que se mezclaban en la boca de mi estómago, formando un color sin nombre. No me gustaba Christof, pero me había preocupado por él. No me gustaba Aaron, pero había querido escucharlo hablar toda la tarde sobre Kai. Porque Kai sí me gustaba. Silencioso y compañero, suave, pero arisco. Y sobre todos ellos, no me gustaba yo. No me gustaba la desconocida que me miraba con ojos tristes por el espejo, ni la sonrisa que había heredado de su madre, ni las decisiones que tomaba, ni su habitación vacía.

A todo el mundo parecía gustarle Aspen Vann, vestida con faldas y medias hasta la rodilla, con suéteres a la moda y botitas elegantes. A todos les gustaba Aspen Vann, con sus rasgos definidos y su apellido importante, con su compañía charlatana y sus buenas calificaciones. Pero Aspen Vann odiaba a Aspen Vann y se moría de ganas de deshacerse de ella.

Los días parecían haber vuelto a la normalidad Las dudas y cuestionamientos se - фото 27 Los días parecían haber vuelto a la normalidad Las dudas y cuestionamientos se - фото 28

Los días parecían haber vuelto a la normalidad. Las dudas y cuestionamientos se habían desvanecido. Solo Claire y Maggie chisporroteaban con una energía extraña desde la fiesta y cuando nos sentamos en el comedor, se me sentó una a cada lado, como si necesitaran que actuara de barrera humana. Me guardé el gesto de incertidumbre y las preguntas. Para el miércoles, ya se habían arreglado y caminaban de la mano por el pasillo. No las había visto hacer eso antes, pero me alegró que solucionaran lo que fuere que hubiera pasado. Ya éramos las de antes, y yo no me hacía preguntas o cuestionamientos sobre nada. Estas eran las amigas que tenía. El plan era que me llevaran sin inconvenientes hasta el final de la secundaria, no ser felices para siempre. Siempre había sido ese y seguía siéndolo.

Pero las noches… las noches habían cambiado, y ahora más que nunca le temía al momento de cerrar los ojos. Porque se me aparecían estrellas avellanas, rodeadas de pestañas infinitas. Soñaba con manchas de pintura y hoyuelos en la barbilla, con gatos perezosos y sus maullidos. Eran como una brisa imperceptible, como una iridiscencia reflejada en la pared, un espejismo que desaparecía en el momento en el que corría hacia él. Antes de que me diera cuenta, el sueño volvía a su acostumbrado sinsentido (una niña hablando con una tetera, un castillo hecho de dulces y encantamientos, una mariposa humana que era mi mejor amiga) y solo quedaba su recuerdo, inexplicable y aterrador.

Así, tambaleándome en esa desbalanceada realidad, llegó otro jueves. Otro bello y hermoso jueves que me envolvió como una tibia manta en pleno invierno. Claire me había recomendado unas tiendas de ropa vintage nuevas, Ashleigh se había indignado porque saqué mejor nota que ella en el examen de Cálculo y Maggie nos había invitado a todas a su próximo partido de fútbol; habíamos aceptado de buena gana. Incluso Darren había pescado un resfrío y no había podido asistir a clase, lo que significó que no tuve que pasarme todo el almuerzo viéndolo a los besitos y manitos con Fallon.

Había sido un día curiosamente tranquilo. Preocupantemente tranquilo, y esa idea se volvió alta y ruidosa en mi cabeza en cuanto abrí la puerta de casa.

Era una construcción de tamaño promedio, papá siempre había dicho que hacer muestra de lujo innecesario era de mal gusto, pero tenía una elegancia moderna en sus ventanas redondas y la enorme puerta –un semicírculo de vidrio al final de un camino de piedras que se deslizaba sobre el césped desde la puerta principal– que daba al vestíbulo. Entré y seguí de largo, subiendo de dos en dos las escaleras, queriendo llegar lo antes posible a mi habitación.

A medida que avanzaba, en mi silencio se fue filtrando el murmullo del agua. Mamá debía estar en la ducha. Era agradable y, si cerraba los ojos, casi podía imaginar que me encontraba lejos, bajo la lluvia de algún bosque aislado.

Sonreí. Era una imagen que siempre me hacía sonreír.

Justo pasé la puerta del cuarto de mamá y un chillón intento de melodía acuchilló mi momento de paz. Una vez más, la cancioncita de su celular resonaba por la casa y sus pasillos helados. El bosque aislado y su lluvia habían desaparecido.

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