Samuel Vila - 1000 bosquejos para predicadores

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50. SI ALGUIEN…

(Juan 12:20–26, 44–50)

1. Vida eterna: «Si alguien come de este pan, vivirá para siempre (Jn. 6:51). La vida eterna es la bendición positiva el Evangelio.

2. Secreto del conocimiento: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios» (7:17). Los secretos del Señor son para los que le temen.

3. Satisfacción: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba». Al que le falta Cristo, le falta todo.

4. Salvación: «El que entre por medio de mí, será salvo» (10:9). Cristo es la entrada a cada bendición.

5. Andar: «El que anda de día, no tropieza» (11:9). Andar en la luz es vivir la vida justa.

6. Siguiendo a Cristo: «Si alguno me sirve, sígame» (12:26). La forma de servir al Señores seguirle fielmente.

7. Honrado: «Al que me sirva, mi Padre le honrará» (12:26). Lo que se hace para Cristo, es reconocido por el Padre como si lo hubiéramos hecho para Él.

8. Juicio: «Al que oye mis palabras, y no las guarda, la palabra que he hablado, ella le juzgará en el último día» (12:47, 48). El juicio se basará en la forma en que los hombres han tratado a Cristo y a su Palabra.

51. SÍGUEME

(1 Juan 3:1–5)

El mandamiento de Cristo es «Sígueme». Pensad en los lugares en los cuales andaba Cristo, y ved de qué forma somos llamados a seguir en las esferas espirituales.

Es Él que nos compromete a que le sigamos hasta:

1. El pesebre de la humildad (Fil. 2:5–8).

2. El Nazaret del ministerio (Lc. 4:18; Ro. 13:4–11).

3. El Jordán de la consagración (Mt. 3:15; Ro. 12:1).

4. El desierto de la tentación (Lc. 4:1; 1 Co. 10:13).

5. El monte de la instrucción (Mt 5:1; 1 Co. 2:9–11).

6. El campo de servicio (Hch. 10:38; 20:19).

7. El Jardín del Getsemaní (Lc. 22:39–42).

8. La cruz del Calvario (He. 13:12, 13).

9. La tumba de la resurrección (Ro. 8:11).

10. El trono de la ascensión (Col. 3:1, 2).

11. La esperanza de gloria (1 Jn. 3:2, 3).

52. LA PRESENCIA DE DIOS

(Éxodo 33:14–16)

INTRODUCCIÓN:

—Significado del texto que se encuentra en la lección de la Escritura.

—Problemas de Moisés por la desobediencia de la gente.

—Observemos que la oración de Moisés era:

1. La voz de la experiencia:

a) El había conocido previamente el significado de la presencia divina.

b) También habla visto la futilidad del esfuerzo humano sin Dios.

2. La voz de la conciencia:

a) Cuando Dios se manifiesta todas las necesidades son cubiertas.

b) La gloria manifestada en la nube hará emerger los escombros de la iglesia.

3. La voz de la desesperación (v. 15):

a) No era una desesperación pesimista, sino la conciencia de que una obra sobrenatural no puede hacerse mediante fuerzas humanas.

b) Es un prerrequisito al perdón y a la visitación divina.

4. La voz de la identificación personal:

a) Moisés estaba orando por sí mismo. «Si tu presencia no ha de ir conmigo …».

b) La presencia de Dios con Moisés hizo que la gente adorara (vv. 10).

53. SIGNIFICADO DE LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ

(Lucas 23:34)

INTRODUCCIÓN: todos aquellos que hayan leído con algún cuidado los Evangelios habrán notado que hallándose el Señor Jesucristo clavado en la cruz pronunció siete frases notables, que han sido la admiración de los hombres, llamadas vulgarmente «Las siete palabras de Cristo en la cruz». Como esos siete memorables dichos, proferidos por nuestro Señor momentos antes de expirar, están llenos de profundo significado, heme propuesto disertar brevemente sobre ellos, contando, como creo contar, con la benévola atención de cuantos se dignan leer este artículo.

1. La primera de esas siete palabras es: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc. 23:34). ¡Cuán sublime se nos muestra el Salvador al pronunciar estas palabras! Y cuánta enseñanza encierra esta frase para todos nosotros ¡Mirad como no obstante las horribles afrentas y los groseros vilipendios de que es objeto, unidos a las blasfemas injurias que sus crueles enemigos los fariseos y los sacerdotes le dirigen, lejos de amenazarlos de tomar venganza del mal que le hacen o de maldecirlos más bien les perdona con toda su alma? añadiendo a su propio perdón el ruego fervorosos dirigido a su eterno Padre, para que sea servido perdonarles, alegando que «no saben lo que hacen». Pidamos a Dios que nos dé a nosotros el mismo espíritu de perdón que tuvo el Redentor de los hombres, para que cuando seamos ofendidos o maltratados por alguien, le podamos perdonar con la misma espontaneidad y presteza con que el Señor perdonó a los que tan mal le trataban.

2. La segunda palabra es: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43). Estas palabras fueron dirigidas por el Señor a uno de los ladrones que hablan sido crucificados con él, como respuesta a las que aquél le acababa de dirigir de que se acordase de él cuando viviese en su Reino. Cuán feliz se debió sentir aquel malhechor al oír de los veraces labios de Cristo tan inesperada respuesta. Sí, esto de que le hubiese pedido que se acordase de él cuando viniese a reinar sobre la Tierra. y que le contestase que aquel mismo día estaría con Él en la mansión do reina perenne paz y se disfruta de sempiterna bienaventuranza, debió de sonar cual música divina en oidor del arrepentido criminal. ¿Qué aprendemos nosotros de este incidente? Esto: Que así como el Señor se mostró benigno y perdonador para con un hombre tan malo y cruel, como lo habla sido aquel feroz bandido, que habla sido salteador de caminos, robando a multitud de infelices viajeros y quitando la vida a innumerables desventurados que hablan caído en sus sanguinarias garras, así también se mostrará clemente y perdonador para con todos aquellos que, arrepentidos de todo corazón, acudan a él por fe, como acudió el moribundo ladrón. Y del propio nardo que a él le perdonó enseguida sin echarle en cara los pecados y crímenes que había cometido, así también perdonará a todos aquellos que con fe viva confíen en su sangre eficaz, vertida gota a gota en el leño de la cruz. Armémonos, por tanto, de fe y resolución y acudamos al Señor, que nos llama, diciendo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar» (Mt. 11:28). Desechemos de nosotros todo temor de que nos deseche, ya que Él ha dicho: «El que a mí viene, yo no le echaré fuera» (Jn. 6:37).

3. La tercera palabra del moribundo Señor en la cruz es: «Mujer, he ahí tu hijo; hijo, he ahí tu madre» (Jn. 19:26). Reparemos con qué filial amor y solicitud se preocupa el Salvador por aquella que lo había llevado en sus entrañas por espacio de nueve meses. ¡Cuán humano se muestra Jesucristo en este particular! Aprendamos en Él no sólo a honrar y respetar a los que nos dieron la existencia, sino a velar por ellos con amor filial, sobre todo, cuando se hallaren en la vejez e incapacitados para valerse a sí mismos. No seamos como muchos hijos ingratos que, pudiendo ayudar a sus ancianos padres que se hallan poco menos que en la miseria, no lo hacen de puro egoístas y malos. Y así, mientras ellos viven en muchos casos rodeados de toda suerte de comodidades—y hasta con lujo—sus ascendientes inmediatos se hallan carentes de lo necesario para subvenir a sus más apremiantes necesidades. Aprendamos de Jesucristo a honrar como se debe a aquellos que nos dieron el ser, nos criaron y nos encaminaron con sus luces y consejos.

4. La cuarta palabra del Redentor es: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt. 27:46). Estas palabras, proferidas por el Salvador al verse desamparado de Aquel con el cual había mantenido la más íntima y dulce comunión desde toda eternidad, revelan la honda tristeza de su alma, al cerciorarse de que su Padre celestial lo había abandonado. Pero se preguntará: ¿Por qué lo abandonó cuando más necesitado estaba de su apoyo y fortaleza?» Porque en aquel momento Él cargaba—como dice el profeta Isaías—nuestros delitos y pecados; y Dios. que es santísimo, y que por lo mismo odia al pecado con perfecto odio, apartó la vista de Él, por cuanto en aquel momento hacia cuenta que Jesús no era su Hijo, sino el substituto de la pecadora humanidad, que sufría el castigo que merecían los pecados y crímenes cometidos por los hombres. Un célebre comentador de la Biblia, exponiendo estas palabras de Cristo en la cruz, dice: «Estas son expresiones de la humanidad del Señor, reducida a las más terribles agonías, para satisfacer a la justa ira de su Padre por los pecados del mundo, que de algún modo los había hecho suyos tomándolos a su cargo. El Señor representa allí todo el linaje humano, y se hace como uno de nosotros, que somos pecadores». Sí, Dios, al dejar que su Hijo bebiese solo el cáliz de la amargura y lo apurase hasta las heces, lo hizo para que nuestros pecados fuesen castigados con todo el rigor que la justicia divina pedía, a fin de que después Dios, sin dejar de ser justo, pudiese ser misericordioso con todos los que se arrepintiesen de Corazón y confiasen en la perfecta eficacia del sacrificio de su Hilo en la cruz, perdonándoles sus pecados y librándolos de toda condenación.

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