Job 22. Tercer discurso de Elifaz
Job 23‒24. Primera respuesta de Job
Job 25. Tercer discurso de Bildad
Job 26. Segunda respuesta de Job
TERCERA PARTE: Job 27–31 TRANSICIÓN AL DESENLACE
Job 27‒28. Discurso final de Job a sus amigos
Job 29‒31. Monólogo de Job
Job 29. Primera parte
Job 30. Segunda parte
Job 31. Tercera parte
CUARTA PARTE: Job 32-42 DESENLACE
Job 32‒37. Discursos de Elihu
Job 32‒33. Primer discurso
Job 34. Segundo discurso
Job 35. Tercer discurso
Job 36‒37. Cuarto discurso
Job 38, 1-42, 6. Desenlace en la conciencia
Job 38, 1‒40, 5. Primer discurso de Yahvé y respuesta de Job
Job 40, 6‒42, 6. Segundo discurso de Yahvé y segunda respuesta penitente de Job
Job 42, 7‒16. Desenlace externo
INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR
Siendo de origen “pagano” Job es una de las figuras centrales de la tradición israelita y ha sido ya citado en Ez 14, 14, junto Noé y Daniel como ejemplo de honestidad y justicia ante Dios. Job es representante de un tipo de religión y justicia universal abierta al Dios creador y reconciliador que vincula a todos los pueblos, por encima de las luchas y juicios injustos en que ellos se encuentran sumidos.
El libro de su nombre, escrito desde una perspectiva israelita (pero sin fundarse en las tradiciones específicas del pueblo elegido: Ley del Sinaí, monarquía mesiánica, templo de Jerusalén…) recoge esa figura de Job y elabora en torno a ella un drama teológico de gran hondura que ha sido aceptado por la Biblia judía en el canon de sus textos sagrados, en la sección de los sapienciales, al lado de Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los cantares, siendo citado por el Nuevo Testamento (Sant 5, 1) y por el Corán (4, 163; 6, 84; 21, 83; 38, 41).
Ese libro ha planteado de un modo radical el tema de las relaciones de Dios con el hombre en el contexto de lo que después se ha llamado el enigma y misterio de la teodicea, centrada en la justificación de Dios ante el sufrimiento de los inocentes y en la justificación o salvación de los hombres expulsados y oprimidos, dentro de una tierra donde tiende a imponerse y sacralizarse la injusticia. Este ha sido desde antiguo un libro valorado, discutido y comentado por judíos y cristianos, y entre los cristianos por Padres de la Iglesia y escolásticos medievales, reformadores y teólogos, protestantes y católicos y, finalmente, por filósofos y antropólogos modernos, de todas las confesiones y tendencias. Entre los comentarios esenciales de este libro sobresale el de F. Delitzsch, escrito en alemán y publicado en Leipzig el año 1864 (2ª edición 1876), que ahora traducimos y adaptamos en lengua castellana en esta colección de Comentarios al texto hebreo del Antiguo Testamento. Los lectores de este libro conocen bien su figura pues ha comentado también otros textos esenciales de la Biblia como Isaías y Salmos, por lo que resulta innecesario presentarle. Por eso, a modo de prólogo, como traductor y adaptador de su obra me limito a evocar alguno de los rasgos principales de este libro de Job y del comentario de F. Delitzsch como ayuda para los lectores de lengua castellana.
1. Entorno y circunstancia. Comienza el libro en forma de parábola. En una tierra oriental del entorno de Israel, entre Siria, Transjordania, Moab o Idumea, habitaba un gentil rico y justo, adorador del Dios Todopoderoso ( Shadai , Eloah , Elohim ) aunque no era judío. De un modo significativo su historia se sitúa en los tiempos patriarcales, antes del nacimiento de Israel como nación elegida de Dios, como un contemporáneo de Abraham y de Jacob, sedentario y rico, habitante principal de una tierra fértil entre la ciudad y el desierto, sin necesidad de emigrar como los patriarcas de Israel hacia la tierra prometida de Canaán.
Era fiel a Dios y hombre justo conforme a la justicia antigua de los pueblos, y habitaba como un tipo de jeque más alto (casi como un rey) entre los pueblos y ciudades de su entorno, como nuevo Adán, protector de pobres, abogado de huérfanos y viudas, manteniendo el buen orden de la tierra, de manera que Dios mismo se gloriaba de tenerle por amigo ante sus siervos o sus hijos (los ángeles del cielo), como cuenta con ingenuidad bien estudiada un relato antiguo que el autor del libro ha colocado al frente de su obra:
Un día, cuando los hijos de Dios venían a presentarse ante Yahvé, se presentó también con ellos el Satán. Así hablaron sobre Job: Yahvé: ¿De dónde vienes? Satán respondió: De recorrer la tierra y pasearla. Yahvé le dijo: ¿No te has fijado en Job, mi siervo? No hay nadie como él sobre la tierra. Es hombre recto y cabal, que teme a Dios y que se aparta de lo malo. Satán replicó: ¿Piensas que Job se porta así de balde? Tú mismo has levantado una valla en torno a él, en torno a su casa y a sus bienes. Has multiplicado sus posesiones y se extienden sus rebaños por la tierra. Pero extiende la mano y quítale los bienes ¡verás cómo te maldice abiertamente! Yahvé le dijo: Haz lo que quieras con sus bienes; pero no toques su persona (Job 1, 6-12).
Así comienza el libro. El Dios del cielo celebra consejo de gobierno sobre el mundo. Le rodea el misterio de los ángeles que el texto antiguo llama “hijos de Dios”, entre ellos se encuentra Satán, que es el Diablo o Tentador, algo así como fiscal supremo, que discurre por el mundo escudriñando sus rincones en busca de “pecados” (pecadores) para presentar su temática ante Dios. Este Satán no es aún el enemigo abierto de Dios y de los buenos, no es el Diablo de las tradiciones posteriores ni es una especie de “antidios” como le presentan algunas teologías dualistas que provienen del oriente (Irán) y que se han asentado más tarde en el mismo judaísmo y cristianismo (algunos esenios de Qumrán, los maniqueos cristianos).
No es el antidios , pero sospecha de Dios y se eleva como acusador de los hombres, y logra enfrentarse por ellos (o mejor dicho, contra ellos) ante el mismo Dios cumpliendo una función que puede compararse a la función de la serpiente del Gen 2‒3, que se sitúa y nos sitúa en un contexto semejante a ese en el libro de Job. Este Satán vive en la trama de la tierra y sabe que es fácil agradecer la vida a Dios en tiempos de dicha, pero muy difícil ser agradecido y mantener su fidelidad en la desdicha. Por eso desconfía de aquellos que se dicen “fieles de Yahvé”, duda de Job y de su gratuidad diciéndole a Dios que le sirve solo por interés, porque le conviene.
Pues bien, con gran sorpresa vemos que este Dios, a quien el Diablo tienta (en vez de tentar simplemente a los hombres), se deja influir en principio por la acusación de ese Diablo en contra Job dejándole en sus manos para que le tiente y de esa forma pueda verse si “sirve” a Dios por gracia o solo por interés humano. ¿Por qué se deja Dios influir de esa manera? ¿Por qué duda de sí mismo, por qué duda de los hombres? ¿No será porque Satán forma de algún modo parte de su vida divina? Sea como fuere, al principio del libro da la impresión de que este Dios no se encuentras todavía seguro de su propia identidad como promotor y garante de la justicia y como defensor de los hombres a quienes él ha debido crear por amor.
En ese contexto podemos preguntarnos: ¿es justo probar de esa manera a un hombre como Job, solo porque el Diablo no comparta su fama de justicia? ¿A quién está probando este Diablo: al pobre Job o al mismo Dios? Quizá podamos añadir: ¿se hubiera comportado así el Señor del Sinaí, de la Alianza de las tribus de Israel y de las promesas mesiánicas del templo de Jerusalén? Evidentemente parece que no: la historia Dios en Israel tal como aparece narrada en el Pentateuco y los profetas no probaba a los fieles de esa forma, no sospechaba de los hombres. Pero el autor de este libro está interesado en llegar hasta el final en ese tema, y por eso presenta la historia de Job como “parábola teológica” en un momento anterior, antes de lo que pudiéramos llamar la historia positiva de la revelación, en el lugar donde se plantean los problemas radicales de la vida, en el contexto de un hombre rico y bueno, por todos venerado, a quien Dios deja en manos del Diablo, que le toca con su mano de juicio y le convierte de pronto en pobre, enfermo, abandonado y encima criticado y condenado por tres “amigos” que antes le habían acogido, imitado y agradecido por sus grandes dones de bondad y de riqueza.
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