Lo que hoy mismo, aquí y ahora, está sucediendo, es que el tesoro de poder ser la expresión consciente del amor de Dios, y con ello una unidad con su divino ser, te es dado para siempre. Antes no lo habías recibido. Pero ahora sí. Aquí está. Es tuyo. Hónralo. Agradécelo. Bendícelo. Tú mismo lo has pedido y el cielo te ha respondido.
El tesoro no es una identidad, aunque sin lugar a duda no puede ser activo sin ella. Tampoco es en sí la unidad. La unión de la naturaleza humana con la divina es una condición de este. No hay nada de particular en permanecer dentro de la unidad que eres con Dios, puesto que todo lo que existe vive en ella. Tiene que existir algo en el espíritu humano que no existe en lo demás para que exista. Ese “algo” es lo que hace que tenga sentido su existencia.
Todo ser existe por algún motivo. El tesoro es ese algo que hace que tenga sentido el que hayas sido creado. Es el propósito de tu realidad. ¿Qué puede ser eso de lo que estamos hablando, a lo que le damos el nombre de tesoro de tu ser y que hoy recibes con todo mi amor?
Ese algo es la capacidad de participar de la gloria del Padre en toda su extensión, anchura y longitud sin límites de ninguna especie y, de ese modo, ser consciente de todo lo que Dios es consciente. Es lo que hace que puedas mirar todo a través de los ojos de Cristo. Lo que hace que participes en forma irrestricta en los procesos del amor.
Por medio de esta “capacidad” de fundirte con la esencia divina, de ser Dios en Dios, eres único en toda la creación. En definitiva, el tesoro del que aquí hablamos es la unicidad divina que eres. Aquí puedes argumentar que todos los seres son únicos, y en eso estás en lo cierto. Pero esa verdad no dice qué es lo que hace único al hombre. Que el ser humano es diferente a todo lo demás, está fuera de toda discusión. Con solo observar la realidad de la humanidad y ponerla junto a la de las demás creaciones que habitan la tierra, es claro que hay algo en él que no está en lo demás. Tiene que haber una razón por la que Cristo se hizo presente en la realidad del tiempo y el espacio, por medio de un hombre y no de otra criatura.
Aquí no estamos hablando de las diferencias en la forma, estamos hablando a un nivel más profundo. Por ejemplo, si observas los animales, podrás ver que todos son semejantes entre sí en cuanto a su naturaleza y realidad, incluso entre ello y estos con las plantas. Todos nacen, crecen, algunos se multiplican y luego sus cuerpos dejan de estar en el tiempo y el espacio en la forma en que existían. Su existencia está basada exclusivamente en la supervivencia. En este sentido no existe diferencia entre ningún ser viviente de la tierra, salvo con el hombre.
El hombre crea cultura, canta canciones, concibe sociedades complejas, moldea la tierra y reúne a los elementos de múltiples maneras, dando existencia a nuevas constelaciones de realidad, tal como ocurre con la tecnología, las leyes del derecho o las formas de gobierno. Y no siempre esto está asociado a la supervivencia, propiamente dicha.
El hombre es el único ser de la tierra que puede construir majestuosas catedrales, pintar obras de arte que remontan la memoria hacia la belleza y lo sublime del cielo. Es capaz de construir centros de salud para sanar cuerpos y mentes. Lleva dentro de sí la semilla de la solidaridad y el amor al prójimo, como ningún otro ser terrenal puede hacerlo. Tiene la capacidad de elevar sus pensamientos y sentimientos a niveles tan altos, que no existe diferencias entre su modo de ser y el del creador. Tiene consciencia del amor y de su ser. Es tocado por el amor de Dios, de un modo que ningún otro ser puede serlo. Responde al amor como solo él sabe hacerlo.
III. Crear siempre un nuevo amor
¿Qué es lo que tiene el hombre que ha enamorado tanto a Dios? ¿Qué cosa le ha susurrado el amor al corazón humano que ha hecho que, cuando lo acepta, se haga Dios en Dios? ¿Qué secretos guarda el corazón divino para con el hombre? ¿Cuál es el plan del creador?
Aquí estamos acercándonos a la esencia de la verdad de tu ser, al tesoro de tu existencia, de un modo que nunca habíamos hecho. Comienza a sentir estas preguntas. Hazte consciente de lo que ellas significan. Siente la respuesta. No intentes ponerlas en palabras. Simplemente observa lo que te rodea, sin juzgar nada y piensa conmigo una vez más: ¿qué es lo que hace que el hombre sea tal?
Acepta la belleza de la naturaleza humana. Déjate deslumbrar por los umbrales de conocimiento, al cual es capaz de llegar la humanidad. Maravíllate de la grandeza de ese ser que tanto ama Dios y en quien él mismo ha puesto toda su predilección.
Amados hijos. Humanidad bendita. Lo que aquí está sucediendo es que os es dada una gran revelación, la cual os muestra con mayor claridad que vuestros espíritus llevan dentro de sí la semilla de lo divino, de un modo en que ningún otro ser creado puede ni podrá llevar jamás. Sois los que dentro de la recta de la unión podéis acceder al mayor grado que pueda alcanzarse, puesto que podéis uniros en verdad a vuestra fuente, de modo consciente y de esa manera crear eternamente nuevas expresiones de amor. Ninguna otra criatura puede hacerlo, a pesar del hecho de que todas sean extensión de la belleza divina.
Todas las creaciones de Dios son amadas por él. Sin embargo no todas se funden en él. Solo aquellas que han sido destinadas a ello, desde toda la eternidad, en razón de la sabiduría perfecta que procede del creador. Entre ellas estás tú. Particularmente tú, que recibes estas palabras llenas del poder del cielo.
Aquello a lo que estás llamado desde siempre, en razón de la voluntad de Dios, es lo que contiene el tesoro que se te entrega ahora. Fuiste creado para ser la luz de la gloria del amor, conscientemente. Fuiste creado para fundirte en Dios. Para hacerte nada en el amor divino. ¿Te parece mucho? Lo es. Ninguna mente separada puede entender la grandeza de este don. Pero el corazón enamorado sí que lo comprende, pues está abierto a los regalos del amado, incluso cuando estos superan en gran medida todo lo que la amada ha sido capaz de imaginar y desear.
Ciertamente los designios de Dios para ti son grandes. Tan grandes como todo el universo y mucho más. Déjate llevar por su grandeza. No temas a las alturas de la santidad. Y recuerda que el hombre nunca es más hombre que cuando se funde en el amor.
Lo que Dios ha susurrado a tu corazón en el instante mismo de tu creación, y que sigue susurrando a cada instante de tu existencia, es algo que nadie ni nada puede conocer, salvo que tú mismo lo manifiestes. Es ese susurro del amor hermoso el que ahora comenzarás a extender sin límites de ninguna especie. La expresión de esa voz, su contenido, cualidad es de lo que estamos hablando aquí.
¿Qué cosa te ha susurrado el amor? Te pregunta ahora la creación, a ti que has elegido solo el amor. Cuéntamelo todo. Te implora amorosamente el universo, salido de la santidad del ser del creador. Todos quieren oír a la amada, hablarles de las delicias del amor hermoso que solo su amado puede darle.
Comparte, amada de Cristo, esposa del amor santo, las melodías que te canta tu divino amado. Haz que todos puedan conocer la belleza del susurro divino, la ternura de ese amor que no tiene principio ni fin. Que acaricia tu alma de un modo único. Mira que, si no lo haces, una estrella se apaga en el firmamento y un ruiseñor deja de cantarle al amor.
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