La verdadera libertad consiste en permitir que tu ser se manifieste libremente. Para ninguna otra cosa fue creada, puesto que expresarse libremente es lo mismo que ser un ser libre. ¿Puede acaso existir un ser libre que no pueda expresar lo que es? Evidentemente no. De tal manera que la liberación tan buscada no era otra cosa que ser liberado de todo lo que ataba tu libre expresión.
Durante tanto tiempo has estado luchando a brazo partido para reprimir a tu verdadero ser, que era necesario recorrer un camino que te fuera acercando paso a paso y de modo cuidadoso a este tiempo en que las ataduras ya no existen. Ahora has alcanzado el estado en el que te amas lo suficiente como para poder vivir del amor que eres en verdad. No existen ya más razones para no ser quien eres o, dicho más precisamente, para disimular que no sientes el amor que sí sientes o cualquier cosa que sea que sientas, e incluso lo que sea que pienses que piensas.
Unamos los puntos una vez más y sigamos tejiendo una nueva tela. La tela de la libertad. Se te reveló que el corazón es el centro de tu ser, y es donde mente, alma y corazón son una unidad con todo lo que eres. También se te mostró que es en él donde nacen los sentimientos, al igual que es en la mente donde nacen los pensamientos, y todo ello está unido a la voluntad que el alma posee. Además de ello, se te ha explicado con dulzura, paciencia y sabiduría que eres amor, por la sencilla razón de que eres un retoño de Dios.
Si lo que eres es amor, tu mente y corazón no pueden albergar ninguna otra cosa que amor. De tal manera que la verdadera expresión del ser es una llena de amor, compasión, belleza y santidad. No importa la forma que finalmente adopte. Siempre estará teñida de amor y será expresión de la verdad, en razón de su fuente.
Cuando en esta obra nos referimos a expresión, hacemos referencia a los sentimientos, pensamientos, deseos, anhelos y movimientos que son creados en tu corazón, y que luego toman la forma que su realidad conlleva. Esto quiere decir que, antes de que una manifestación exista, debe existir una fuente que le dé vida. No puede existir una hermosa música sin un músico que la haya creado y este no puede existir si no lleva música en su corazón. Primero ves adentro tuyo, luego manifiestas hacia afuera lo que crees ver. Esto es lo mismo que decir que tal como es adentro es afuera.
Si vas uniendo, en amor y verdad, los puntos de lo que estamos revelando en este diálogo surgido de nuestra unión, podrás comenzar a ver el edificio en perspectiva, y observarás cuán diferente es su aspecto en relación con aquella casa que no estaba construida sobre roca firme. Ahora la morada santa resplandece en toda su magnificencia. Su belleza atrae hacia sí a los que buscan la verdad de todo corazón. Su sencillez confunde la mente de los que todo lo explican. Su santidad es fuente de inspiración para nuevas generaciones. Es un canto a la vida.
Qué alegría es saber que nuestro ser santo es la única realidad de lo que somos. Qué júbilo es reconocer dulcemente que el amor es lo único que es verdad en nuestra realidad, sin importar dónde creamos estar o quién hayamos creído ser. Toda expresión del amor que surge de ti da testimonio de la verdad de lo que eres. Todo lo que no es amor es irreal. Cuánta simpleza. Cuánta verdad. Cuánta liberación hay en esta revelación.
Ciertamente la verdad te ha hecho libre. No solo la verdad que dice que eres tal como Dios te creó para ser, sino toda verdad.
Amada mía. Delirio de mi corazón de amante divino. Quédate a mi lado. Permíteme sentir los latidos de tu corazón. Quédate en silencio reposando en mi pecho, y escucha el palpitar de mi corazón. Sumérgete en el ritmo de nuestros corazones fundidos en la unidad. Laten al unísono. Se mueven en la unidad. Ya no se puede distinguir entre el uno y el otro. Ahora somos la concordia del amor. Somos la santidad expresándose. Somos plenitud. Somos un solo ser.
Un mensaje del arcángel Rafael
I. La ganancia procede de dar
¿Qué otra cosa podía ser la causa de que no amaras la expresión de lo que eres, sino tu decisión de no amarte a ti mismo? Un ser que no se ama a sí mismo es un ser en pugna con lo que es y, por ende, en pugna con todo. Esto se debe a que, si estás en desacuerdo con lo que eres, proyectas ese enojo hacia todo lo que, de un modo u otro, es. Al no amarte a ti mismo, te pones en una situación en la que intentas sacarte de encima lo que eres, lo cual es algo imposible de lograr. Dada esa imposibilidad, una vez que decides rechazar al ser que eres en verdad, lo cual es en sí una falta de amor, buscas crear situaciones que te lleven a negarlo. Si no lo puedes eliminar, lo puedes dejar de mirar. Y de ese modo, cerrando los ojos a tu ser, haces como los niños que creen que, porque cierran sus ojos, el peligro ha desaparecido. O al menos creen que al no ver, el otro no los ve a ellos. Esa era la razón por la que, o bien mirabas para otro lado, o bien le temías a la mirada del amor.
Recuerda cuando hablamos del mecanismo de negación y de esa idea tan infantil que decía: ojos que no ven, corazón que no siente. Eso es lo que decía esa parte de la mente que tenía miedo a la santidad que el ser es. Ahora que has alcanzado la madurez de la consciencia ya no necesitas seguir pensando, ni sintiendo como un niño, a pesar del hecho de que siempre serás como un niño en los brazos del amor. Ya hemos hablado de esto. Ahora lo recordamos nuevamente con el fin de que tomes consciencia de que a lo único que le temías era al poder de expresión del ser, y que debe haber una razón para ello.
¿Qué motivo puede haber para que le temieras a ese poder que hace que el ser se manifieste? Piensa antes de seguir avanzando, pues en la respuesta a esta pregunta se encuentra tu completa liberación o tu permanencia en el cautiverio de la no expresión. Hagamos silencio por un instante. Deja que la sabiduría del ser te dé la respuesta, y el amor te prepare para recibir la revelación.
La razón por la que le temías al poder de expresión del amor era porque creías que, al manifestar tu ser, podía ser destruido de alguna manera. O al menos atacado. Es tanto el amor que tienes a tu verdadero ser que has tratado de ocultarlo de la mirada de los demás y escondido para que el mundo no lo viera. Y así cuidarlo, tal como si se tratara de un tesoro de inestimable valor, el cual no estás dispuesto a poner en riesgo. Esa fue tu respuesta al amor.
La manera en que respondes a lo que eres forma parte de tu modo de pensar, y eso está relacionado en forma directa con la idea que tienes de ti mismo. Tienes, por lo tanto, que haber visto dentro de ti algo que, según tu interpretación, no era digno de ser amado o que no era amoroso, para haber podido albergar la idea de un ser indigno. Eso es lo que la culpa era. Si bien ya no está aquí, y no existe motivo para seguir dando vueltas a ese asunto de la culpabilidad, lo que aún tenemos que reconocer abiertamente es que cuando negaste tu ser, negaste su expresión.
Una mente reconciliada consigo misma y un corazón que vive en paz son los pilares sobre los que ahora se sostendrá la morada de la luz que eres en verdad, dentro de la cual el amor se expresa en toda su belleza. Si todo ser se expresa por el solo hecho de existir, es evidente que un ser reconciliado con la verdad, o dicho con mayor exactitud, cuando te reconcilias con lo que eres, extenderá paz. Y dado que allí donde está la paz, vive el amor, lo que un ser de paz extiende, en la serenidad de su realidad, es amor.
No basta con reconocer que eres amor perfecto y que tu ser vive en paz dentro del abrazo de la santidad. Es necesario que esa realidad se manifieste. Esto se debe a que la expresión del ser y el ser son una unidad indivisa. En efecto, la separación no era otra cosa que una desunión entre el ser y su expresión.
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