WAGNER
Yo también he tenido fantasías, pero nunca he sentido ese impulso. Los bosques y los campos hastían pronto; nunca envidiaré las alas de los pájaros. De qué manera tan distinta los placeres del espíritu nos llevan de libro a libro, de página a página. Así, las noches de invierno se hacen agradables y bellas; una vida tranquila da calor a todos los miembros. Y ¡ah!, si aciertas a desplegar un buen pergamino, el cielo entero baja hasta ti.
FAUSTO
Sólo eres consciente de un impulso. ¡Nunca aprendes el otro! Dos almas, ay, viven en mi pecho. Una quiere separarse de la otra. Una, con recio amor a la vida, se aferra al mundo sirviéndose de sus miembros prensiles; la otra se eleva con fuerza desde el polvo y va hacia los campos de los nobles antepasados. Oh, si es verdad que hay espíritus en el aire que flotan entre la tierra y el cielo, que desciendan desde la áurea neblina y que me lleven a una nueva vida llena de colores. Si tuviera un manto mágico que me transportara a tierras lejanas, sería mi mejor gala y no lo cambiaría por el manto de un rey.
WAGNER
No nombre a este conocido ejército de espíritus que, tormentoso, se despliega por la atmósfera y, desde todos los extremos del mundo, acecha al hombre con múltiples peligros. Desde el Norte se acerca el estrago de los espíritus, armado con sus lenguas puntiagudas; cuando desde Naciente estas avanzan resecas, se alimentan de tus pulmones; cuando el Mediodía te las manda desde el desierto, el ardor se acumula en tu coronilla; entonces, el Oeste trae el enjambre que, primero, refresca, pero luego agosta el campo y el prado. Gustan de escucharnos, pues están preparados para provocarnos daño; gustan de obedecer, porque les encanta engañarnos; se presentan como enviados del Cielo y cuando mienten susurran angelicalmente. Pero, ¡vámonos!, el mundo se oscurece, el aire se enfría, la niebla desciende. A la caída de la noche se empieza a apreciar el calor del hogar. ¿Por qué se para asombrado?, ¿qué atrapa su atención en la penumbra?
FAUSTO
¿Ves a ese perro negro andando por los sembrados y los rastrojos?
WAGNER
Hace rato que lo veo. No me ha llamado la atención.
FAUSTO
¡Míralo bien!, ¿qué te parece?
WAGNER
Un perro de aguas que, a su manera, sigue el rastro de su dueño.
FAUSTO
¿No notas cómo se va acercando a nosotros describiendo amplias curvas? Y, si no me equivoco, va dejando remolinos de fuego a su paso.
WAGNER
No veo más que un perro de aguas negro; quizás esté sufriendo usted una alucinación.
FAUSTO
Parece como si fuera trazando leves lazos mágicos que acabarán atando nuestros pies.
WAGNER
Yo lo veo rodearnos, inseguro y temeroso, porque en vez de su amo ve dos desconocidos.
FAUSTO
¡El círculo se estrecha, ya está cerca!
WAGNER
¿No lo ve? Ahí hay un perro, no un fantasma. Gruñe, remolonea, se echa sobre la tripa, mueve la cola. ¡Igual que todos los perros!
FAUSTO
¡Acompáñanos! ¡Ven aquí!
WAGNER
Es un animal muy gracioso: si te paras, se queda esperándote; si pierdes algo, lo va a buscar, y si se te cae el bastón, se tira al agua por él.
FAUSTO
Tienes razón, no encuentro rastro alguno de un fantasma. Todo lo que hace es fruto de su adiestramiento.
WAGNER
Incluso el sabio se siente atraído por el perro cuando está bien. Sí, él merece su favor, pues es un aventajado aprendiz de muchos estudiantes.
FAUSTO ( Entrando acompañado del perro de aguas. )
He dejado atrás el campo y la pradera, cubiertos por la oscura noche que, con un miedo sacro, lleno de presagios, despierta en nosotros la mejor alma. Los impulsos salvajes, con su impetuosa fogosidad, se han sumido en el sueño. Ahora despierta el amor humano y el amor a Dios va animándose.
¡Quieto, perro! ¡No corras de acá para allá! ¿Qué olfateas aquí, en el umbral? Túmbate tras la estufa, te daré mi mejor cojín. Así como en el escarpado sendero nos divertiste con tus carreras, deja ahora que te cuide como a huésped tranquilo y bienvenido.
Ay, cuando en esta estrecha celda la lámpara arde de nuevo, amigable, en nuestro pecho hay claridad, la del alma que se conoce a sí misma. La razón empieza a hablar de nuevo y la esperanza florece otra vez. Se añoran los arroyos de la vida, se ansía llegar a las fuentes de la vida.
No gruñas, chucho. El ruido animal no armoniza con las sagradas músicas que ahora envuelven mi alma. Estamos acostumbrados a que los seres humanos se rían de lo que no entienden, a que rezonguen ante lo bueno y lo bello, que a menudo les resulta fastidioso. ¿Gruñe también el perro como los hombres?
Pero, ay, ya no siento brotar satisfacción de mi pecho, aunque ponga en ello el mayor de mis empeños. ¿Por qué tiene que secarse tan pronto el arroyo y hemos de sufrir sed una vez más? Ya he experimentado eso en muchas ocasiones, pero sé cómo satisfacer esa carencia. Aprendamos a valorar lo sobrenatural: ansiemos la revelación, que en ningún lugar refulge con mayores dignidad y hermosura que en el Nuevo Testamento. Siento el impulso de abrir este volumen con el texto original y, con honesto sentimiento, traducir de nuevo el sagrado texto a mi alemán querido. ( Abre el volumen y se dispone a leerlo. )
Aquí dice: «En el principio fue la Palabra». Ya empiezo a atascarme, ¿quién me ayudará a seguir? No puedo darle tanto valor a la Palabra. Tengo que traducirlo de otra manera. Si el Espíritu me iluminara... Aquí dice: «En el principio fue el Pensamiento». Piensa bien en esta línea, la primera; que tu pluma no se apresure. ¿Es el pensamiento el que todo lo crea y por el que todo se obra? Tal vez ponga «En el principio fue la Fuerza». Pero ya, al escribirlo, algo me dice que no he de dejarlo así. Me ayuda el Espíritu, veo cuál es su consejo y escribo confiado: «En el principio fue la Acción».
Si quieres compartir el cuarto conmigo, perro, deja ya de ladrar. No quiero sufrir la cercanía de un compañero tan molesto. Uno de los dos tendrá que abandonar la celda. Con disgusto deniego tu derecho a disfrutar de mi hospitalidad. Te abro la puerta, tienes libre el camino. Pero ¿qué veo? ¿Puede ocurrir esto en la naturaleza? ¿Es una sombra o realidad? ¿Qué es lo que hace que mi perro de aguas crezca y se hinche? Se alza violentamente. Esa no es la forma de un perro. ¿Qué fantasma he metido en esta casa? Ahora tiene el aspecto de un hipopótamo de ojos de fuego y dientes espantosos. Oh, serás mío, seguro. Para estos engendros del infierno es buena la Clave de Salomón.
ESPÍRITUS
Dentro hay uno preso,
no lo sigáis, quedaos.
Como en la trampa el zorro,
tiene miedo el demonio.
Mas, atención, ¡mirad!
Volad de un lado a otro.
Volad de arriba abajo,
y así se zafará.
Tenéis que ayudarlo,
no lo dejéis plantado,
pues a todos nosotros
nos colmó de favores.
FAUSTO
Para acercarme al animal emplearé ahora el conjuro de los cuatro: «¡Que arda la Salamandra! ¡Que la Ondina se enrosque! ¡Que desaparezca el Elfo y que el Duende trabaje!». Aquel que nada sabe sobre los elementos, sobre su enorme fuerza, sobre sus propiedades, nunca logrará dominar a los espíritus. «¡Desaparece en llamas, Salamandra! ¡Fluye en la rauda corriente, Ondina! ¡Elfo, brilla en el bello meteoro! ¡Duende, trae ayuda hogareña! ¡Adelántate y cierra la marcha!»
Ninguno de los cuatro está en el animal, pues está tranquilo y le rechinan los dientes. Todavía no le he hecho daño. Pero me has a oír; te invocaré aún más. ¿Acaso, compañero, te has escapado del infierno? Mira entonces el símbolo ante el que se posterna el oscuro ejército. Ya se hincha y se le erizan los pelos. Ser vil y depravado, ¿acaso distingues la presencia del de insondable origen, del jamás nombrado y enviado del Cielo, vilmente asesinado? Tras la estufa, escondido, se hincha como un elefante y llena el cuarto entero; desea escapar. ¡No subas hasta el techo! ¡Quédate a los pies del maestro! Yo no amenazo en vano. ¡Obedece o te abraso! No quieras esperar la luz del triple fuego. No quieras esperar mi más fuerte recurso.
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