Lucio Anneo Séneca - Séneca - Obras Selectas

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Lucio Anneo Séneca fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Como escritor, Séneca pasó a la historia como uno de los máximos representantes del estoicismo. Su obra constituye la principal fuente escrita de filosofía estoica que se ha conservado hasta la actualidad.
Este volumen contiene:
De la brevedad de la vida
De la tranquilidad del ánimo
De la ira
De la constancia del sabio
De la clemencia: Libro primero
De la clemencia: Libro segundo
De la vida bienaventurada
De la Divina Providencia
De la pobreza
Consolación a Marcia
Consolación a Helvia
Consolación a Polibio

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Capítulo IX

Agradáranos esta moderación, si nos agradare primero la templanza, sin la cual no hay riquezas que basten, y sin ella ningunas obedecen bastantemente, estando tan en nuestra mano el remedio, pudiendo, con sólo admitir la templanza, convertirse la pobreza en riqueza. Acostumbrémonos a desechar el fausto, midiendo las alhajas con la necesidad que de ellas tenemos: la comida sirva para dar satisfacción a la hambre, la bebida para extinguir la sed, y camine el deseo por donde conviene. Aprendamos a estribar en nuestros cuerpos: compongamos nuestro comer y vestir, no dando nuevas formas, sino ajustándolo a las costumbres que nuestros pasados nos enseñaron. Aprendamos a aumentar la continencia, a enfrenar la demasía, a templar la gula, a mitigar la ira, a mirar con buenos ojos la pobreza, y a reverenciar la templanza; y aunque nos cueste vergüenza el dar a nuestros deseos remedios poco costosos, aprendamos a encarcelar las desenfrenadas esperanzas y el ánimo, que se levanta a lo futuro: procuremos alcanzar las riquezas de nosotros mismos, y no de la fortuna. Digo, pues, que tanta variedad e iniquidad de sucesos no puede ser repelida sin que haya grandes tormentos en los que han descubierto grandes aparatos. Conviene, pues, estrechar las cosas, para que las flechas no acierten el tiro. De esto resulta que muchas veces los destierros y las calamidades vienen a ser remedios, separándose con pequeñas incomodidades otras más graves. El ánimo que con rebeldía obedece a los preceptos, no puede ser curado con blandura: ¿pues por qué no se enmienda, si de no hacerlo se le siguen pobreza, infamia y ruina en todas las cosas? Un mal se opone a otro. Acostumbrémonos a poder cenar sin asistencia de pueblo, y a servirnos de menos criados, haciendo que los vestidos sean para el fin a que se inventaron, y reduciéndonos a vivir en casas más estrechas. Y no sólo hemos de volver atrás en la carrera y en la contienda pública del coso, sino también lo hemos de hacer interiormente en estos términos de la vida. Hasta el trabajo de los estudios, con ser tan ingenuo, en tanto se ajusta a la razón, en cuanto se ajusta al modo. ¿De qué sirven innumerables libros y librerías, cuyo dueño apenas leyó en toda su vida los índices? La muchedumbre de libros carga, y no enseña; y así te será más seguro entregarte a pocos autores, que errar siguiendo a muchos. Cuarenta mil cuerpos de libros se abrasaron en la ciudad de Alejandría, hermoso testimonio de la opulencia real: alguno habrá que la alabe, como lo hizo Tito Livio, que la llamó obra egregia de la elegancia y cuidado de los reyes. Pero ni aquello fue elegancia, ni fue cuidado, sino una estudiosa demasía, o por decir mejor, no fue estudiosa, porque no los juntaron para estudios, sino para sola la vista, como sucede a muchos ignorantes, aun de las letras serviles, a quien los libros no les son instrumentos de estudios, sino ornato de sus salas. Téngase, pues, la suficiente cantidad de libros, sin que ninguno de ellos sirva para sola ostentación. Responderásme que tienes por más honesto el gasto que en ellos haces, que el de pinturas y vasos de Corinto. Advierte que dondequiera que hay demasía hay vicio. ¿Qué razón hay para perdonar menos al que procura ganar nombre con juntar estatuas de mármol o marfil, que al que anda buscando las obras de autores ignotos, y quizá reprobados, estando ocioso entre tantos millares de libros, agradándose solamente de las encuadernaciones y rótulos? Hallarás en poder de personas ignorantísimas todo lo que está escrito de oraciones y de historias, teniendo los estantes llenos de libros hasta los techos; porque ya aun en los baños se hacen librerías, como alhaja forzosa para las casas. Perdonáralo yo, si esto naciera de deseos de los estudios; pero ahora estas exquisitas obras de sagrados ingenios, entalladas con sus imágenes, se buscan para adorno y gala de las paredes.

Capítulo X

Si entraste acaso en alguna difícil forma de vida y, sin saberlo tú, te puso la pública o la particular fortuna en algún lazo que ni sabes desatarle ni puedes romperle, considera que los presos a los principios sufren mal las cadenas y grillos, que son impedimentos de sus pasos; pero después que se determinan a traerlos sin indignarse con ellos, la misma necesidad los anima a sufrirlos con fortaleza, y la costumbre los enseña a llevarlos con facilidad. En cualquier estado de vida hallarás anchuras, gustos y deleites, si te dispusieses primero a querer no juzgar por mala la que tienes, no haciéndola sujeta la envidia. Con ninguna cosa nos obligó más la naturaleza, como fue (conociendo que nacíamos para tantas miserias) haber inventado para temperamento de ellas la costumbre de sufrirlas, la cual con presteza se convierte en familiaridad. Nadie perseverara en las cosas, si la continuación de las adversas tuviera la misma fuerza que tuvo a los primeros acometimientos. Todos estamos atados a la fortuna; pero la cadena de unos es de oro y floja, la de otros estrecha y abatida. Pero ¿de qué importancia es esta diferencia, si es una misma la cárcel en que estamos todos, estando también presos en ella los mismos que hicieron la prisión?; sino es que asimismo juzgues que es más ligera la cadena porque te la echaron al lado izquierdo. A unos enlazan y encadenan las honras, a otros las riquezas, a otros la nobleza: a unos oprime la humildad, y hay otros que tienen sobre su cabeza ajenos imperios, y otros los suyos: a unos detiene en un lugar el destierro, a otros el sacerdocio, siendo toda la vida una continuada servidumbre. Conviene, pues, acostumbrarnos a vivir en nuestro estado, sin dar de él una mínima queja, abrazando en él cualquier comodidad que tenga. No hay caso tan acerbo en que no halle algún consuelo el ánimo ajustado. Muchas veces el arte del buen arquitecto dispone pequeños sitios para varios usos; y la buena distribución hace habitable el sitio, aunque sea angosto. Arrima tú la razón a las dificultades, y verás cómo con ella se ablandan las cosas ásperas, se ensanchan las angostas, oprimiendo menos las graves a los que con valor las sufren. Demás de esto no se han de extender los deseos a cosas remotas; y ya que de todo punto no los podemos estrechar, les hemos de permitir sólo aquello que está cercano, desechando lo que, o no puede conseguirse, o se ha de conseguir con dificultad. Sigamos lo que está cerca, y lo que se ajusta y proporciona con nuestra esperanza. Sepamos que todas las cosas son igualmente caducas, y que aunque en lo exterior tienen diferentes visos, son en lo interior igualmente vanas. No tengamos envidia a los que ocupan encumbrados lugares, porque lo que nos parece altura es despeñadero; y al contrario, aquellos a quien la adversa suerte puso en estado de medianía, estarán más seguros si quitaren la soberbia a los ministerios que de suyo son soberbios, bajando, en cuanto les fuere posible, su fortuna a lo llano. Hay muchos que se ven forzados a estar asidos a la altura en que se hallan, por no poder bajar de ella sino es cayendo; pero por la misma razón deben testificar que la carga que tienen les es muy pesada, por haber de ser ellos pesados a otros; y confiesen también que no están levantados, sino amarrados, y que prevengan con mansedumbre, con humildad, y con mano benigna muchos socorros para los sucesos venideros para que en esta confianza, aunque vivan pendientes, estén con mayor seguridad; y ninguna cosa los librará de las tormentas del ánimo como el poner algún punto fijo a los acrecentamientos, sin que quede en albedrío de la fortuna el dejar de dar: exhórtense a sí mismos a parar mucho antes de llegar a los extremos; y de esta forma, aunque habrá algunos deseos que inciten el ánimo, no se extenderán a lo incierto y a lo inmenso.

Capítulo XI

Esta mi doctrina habla con los imperfectos, con los mediocres y con los malsanos, y no con el sabio, que ni vive temeroso ni anda atentado; porque tiene de sí tanta confianza, que no recela salir al encuentro a la fortuna, sin jamás rendírsele, y sin poseer cosa en que poder temerla: porque tiene por prestados, no sólo los esclavos, las heredades y las dignidades, sino su mismo cuerpo, sus ojos y sus manos, y todo aquello que le puede hacer más amable la vida, viviendo como prestado a sí mismo, para sin tristeza restituirse a los que le volvieron a pedir; y no se desestima en saber que no es suyo, antes hace todas las cosas con tan gran diligencia y circunspección, como el hombre religioso y santo, que guarda lo que se entregó a su fe, y cada y cuando que se lo mandaren restituir lo hará sin dar quejas de la fortuna, antes dirá: «Doyte gracias por el tiempo que lo poseí. Yo estimó con veneración tus cosas, pero ya que me las pides, te las restituyo con voluntad y agradecimiento: si gustares dejarme alguna, te la guardaré también; pero ya que de ello tienes gusto, te restituyo la plata labrada, la acuñada, la casa y la familia.» Si me llamare la naturaleza, que fue la primera que me prestó a mí, le diré también: «Tómate mi ánimo: mejorado te le vuelvo de lo que me le diste: no ronceo, ni huyo: aprestado está por mí, que me hallo sin voluntad: recibe lo que me diste cuando no tenía sentido.» El volver a la parte de donde venimos, ¿qué tiene de molestia? Aquel vivirá mal que ignorare el útil de morir bien. Lo primero, pues, a que se ha de quitar la estimación es a la vida, contándola entre las demás cosas serviles. Dice Cicerón que aborrecemos a los gladiadores que en pelea procuran salvar la vida y, al contrario, favorecemos a los que la desprecian. Entiendo, pues, que lo mismo nos sucede a nosotros, siendo muchas veces causa de morir el esperar tímidamente a la muerte. La fortuna, que hace también sus regocijos y espectáculos, dice: «¿Para qué te he de reservar, animal malo y cobarde? Porque no sabes ofrecer el cuello has de ser más herido y maltratado; y, al contrario, tú, que no con cerviz forzada ni cruzadas las manos esperas el cuchillo, vivirás más tiempo y morirás con más despejo.» El que temiere la muerte no hará hazaña de varón vivo; mas el que conoce que al tiempo de su concepción capituló el morir, vivirá según lo capitulado, y juntamente con la gallardía de ánimo hará que ninguna cosa de las que en la vida suceden le sea repentina; porque teniendo por asentado que todo lo que puede venir le ha de suceder, mitigará los ímpetus de los males, que éstos nunca traen cosa de nuevo a los que estando prevenidos los esperan, y solamente son graves y pesados a los que viven con descuido y esperan solamente las cosas felices. Porque la enfermedad, la cautividad, la ruina y el incendio no me son cosas repentinas, sabiendo yo en cuán revoltoso hospedaje me encerró la naturaleza. Muchas veces sentí llantos en mi vecindad; muchas vi pasar por mi puerta entierros no sazonados, con hachas y cirios; muchas oí el estruendo de soberbios edificios que cayeron, y muchos de aquellos a quienes el tribunal, la corte y la conversación juntaron conmigo, se los llevó una noche, dividiendo las manos unidas en amistad. ¿Tengo de admirarme de que se me hayan llegado los peligros que siempre anduvieron cerca de mí? Muchos hombres hay que habiendo de navegar no se acuerdan de que hay tormentas: yo no me avergüenzo en lo bueno de tener por autor un malo. Publio, más vehemente que los ingenios trágicos y cómicos, todas las veces que dejó los disparates mímicos y los dicterios y donaires concernientes al vulgo, entre otras muchas cosas dignas de la gravedad y escena trágica, dijo: «A cada cual puede suceder lo que puede suceder a alguno» El que depositare en su corazón esta sentencia y atendiere a los males ajenos (de que cada día hay tanta abundancia) y conociere que tienen libre el camino para venir a él, este tal se prevendrá antes de ser acometido. Tardamente se arma el ánimo a la paciencia de los trabajos, después que ellos han llegado. Dirás: «No pensé que esto sucediera, ni creí que esto pudiera venirme.» ¿Pues por qué no lo pensaste? ¿Qué riquezas hay a quien no vayan siguiendo la pobreza, la hambre y la mendicidad? ¿Qué dignidad hay a cuya garnacha, cuyo hábito augural y cuyas insignias de nobleza no acompañen asquerosidades, destierros, descréditos, mil anchas y últimamente el desprecio? ¿Qué reino hay a quien no esté aparejada la ruina y la caída, teniendo ora un justo dueño y ora un injusto tirano? Y estas cosas no están separadas con grandes intervalos, pues sólo hay un instante de distancia del verse en el trono al estar postrado ante ajenas rodillas. Persuádate, pues, que todo estado es mudable, y que lo que ves en otros puede suceder en ti. Si te precias de rico, ¿éreslo, por ventura, más que Pompeyo, al cual, cuando Cayo, su antiguo pariente y huésped nuevo, abrió la casa de César por cerrar la suya, le faltó pan y agua? Y el que poseía tantos ríos, que nacían y morían en su Imperio, mendigó agua llovediza, muriendo de hambre y de sed dentro del palacio de su deudo, mientras el heredero preparaba entierro público al que moría de hambre. ¿Has tenido grandes honras? Dime si han sido tantas, tan grandes y tan no esperadas como las que tuvo Seyano. Pues advierte que el mismo día que le acompañó el Senado le despedazó el pueblo; y habiendo puesto en él los dioses y los hombres todo lo que se puede juntar, no quedó cosa que en el verdugo no hiciese presa. ¿Eres rey? Pues no te enviaré a Creso, que entró mandando en la hoguera y la vio extinguida, sobreviviendo no sólo al reino, sino a su misma muerte. No te enviaré a Yugurta, a quien el pueblo romano vio preso dentro del año en que le había temido. No a Tolomeo, rey de África, ni a Mitrídates, rey de Armenia, a quienes vimos entre las guardas cayanas, siendo el uno desterrado, y deseando el otro serlo con seguridad. Si en tan gran mutabilidad de las cosas que suben y bajan no juzgares que te amenaza todo lo que puede sucederte, darás contra ti fuerzas a las adversidades, las cuales quebranta el que las antevé. Lo que a esto se sigue es que ni trabajemos en lo necesario, ni para ello: quiero decir, que o no deseemos lo que no podemos conseguir, o lo que se ha de conseguir tarde, y después de haber pasado mucha vergüenza, conozcamos la vanidad de nuestros deseos, no poniéndolos en aquello en que ha de salir vano, y sin efecto el trabajo, a donde el efecto ha de ser indigno de lo que se trabajó: porque casi siempre se sigue tristeza si no suceden, o si suceden vienen a causar vergüenza.

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