La soledad que Merton buscó en Getsemaní era esquiva. Los días estaban ocupados con el estudio, las faenas del campo y la oración. Su escritura, que había comenzado en Columbia, no ocupaba un lugar prioritario. Había escogido una vida ascética y se había forjado la idea de que tal vez no volviera a tener la oportunidad de escribir de nuevo y de que el monasterio le impediría seguir escribiendo. No fue así. Se le animó a seguir escribiendo, aunque no le fue concedido mucho tiempo para ello. Antes de obtener permiso para vivir en una ermita en los confines del monasterio, escribía al finalizar los oficios que tenían lugar a primera hora de la mañana, llenando cuadernos con sus poemas, pensamientos y ensayos.
A diferencia de Merton, quien escogió la soledad, para Bradstreet, el aislamiento de la colonia, su soledad y sus dificultades no constituyeron una elección. Su existencia ardua le fue impuesta. A ella se debe el mérito de haberla utilizado y de no haber sucumbido a sus poemas como recurso para lamentarse de su condición mísera. Los poemas que cito en mi obra, antes bien, hacen gala de humor, asombro y deleite por la vida. El pensamiento de una habitación propia en la que poder trabajar se repite con frecuencia en su prosa y en su poesía. Se levantaba de la cama, mientras en la casa todos dormían, para componer sus versos.
Adrienne Rich nos ofrece una visión interesante de la obra de Bradstreet, afirmando que se trata de
… un acto de gran autoafirmación y vitalidad. Haber escrito poemas, los primeros poemas buenos en América, mientras criaba a sus ocho hijos, a menudo enferma y convaleciente, con una casa que lindaba con la espesura salvaje, significa haber podido producir una obra de alcance poético dentro de limitaciones tan severas como las que ha tenido que afrontar cualquier poeta americano. Si la severidad de esas limitaciones dejó su huella en la poesía de Anne Bradstreet, también la forzó a concentrar y dar permanencia a una energía de la que estaba dotada y que, en otro contexto, quizás hubiera seguido cursos menos duraderos. 29
Tal vez el aislamiento provocó en ella esas líneas reflexivas, unos versos muy personales que, por lo demás, reflejan sentimientos universales. Con elocuente simplicidad, comparte por igual sus respuestas a la vida que le rodea y a la vida de artista que anima su interior. Son esos poemas, escritos en medio de tantas tribulaciones, los que han garantizado a Bradstreet la persistencia de sus lectores durante siglos.
Los comentarios de Adrienne Rich acerca de Anne Bradstreet encuentran un paralelo en una entrada por Victor Kramer sobre Merton:
Los años 1941 a 1968 que Merton pasó como monje de clausura se pueden caracterizar como una investigación permanente y sistemática de las formas de combinar la contemplación y la escritura…
En última instancia, las actividades del contemplativo y las del escritor acabaron por reforzarse mutuamente, pues aunque Merton ingresó en un monasterio, nunca pudo olvidar que por temperamento era un artista. 30
Y por eso aunque, a diferencia de Bradstreet, el aislamiento y ascetismo de Merton fueron escogidos, hubo opciones que los dos poetas adoptaron en sus vidas y que guardan mucha semejanza. Victor Kramer añade otro comentario sobre la vida de soledad de Merton: “a pesar de ser un ermitaño, Merton por un lado cortó muchas conexiones con el mundo pero por otro, a través de su arte, las expandió”. 31Merton publicó muy poco antes de ingresar en el monasterio y después de ello la lista de sus obras creció tanto que él mismo llegaría a expresar su preocupación como sigue:
En primer lugar, creo que he escrito demasiado y he publicado en exceso. Algunas de mis primeras obras tuvieron como resultado que me clasificaran como escritor espiritual o, todavía peor, un “escritor de inspiración”, una categoría ante la que tengo serios reparos, pero que quizás no me he esforzado lo suficiente por evitar. Sin embargo, es cierto que mi obra, tanto en poesía como en prosa, representa una visión monacal de la vida e implica una crítica bastante fuerte a las tendencias prevalecientes hacia la guerra, el totalitarismo, el racismo, la inercia espiritual y el materialismo craso. Esta crítica no es algo que quiera repudiar, si bien lamento detectar en ella notas ocasionales de acritud. 32
Es verdad que Merton quiso publicar sus obras antes de hacerse monje y, aunque no siguió activamente en ese empeño después, le complacía ver que sus obras se apreciaban y se publicaban.
Resulta paradójico que Bradstreet no hubiera albergado la menor intención de ver su obra publicada. El volumen que se imprimió en vida de ella vio la luz gracias a la iniciativa de su cuñado y de su hermana, quienes llevaron el manuscrito consigo a Inglaterra, posiblemente sin el conocimiento de su autora. En su poema, “La Autora a Su Libro”, se refiere a su “fruto deforme que fue tomado y expuesto a la luz pública”. Después de su publicación, las correcciones y adiciones que la autora efectuó se añadieron a su obra a título póstumo. En esencia, sin embargo, tanto Bradstreet como Merton escribieron para sí mismos, para su alma y para aquellos a quienes amaban.
Anne Bradstreet escribió poesía y prosa dirigida a sus hijos como una forma de compartir con ellos su propia comprensión, elaborada y conseguida después de mucho esfuerzo, acerca de Dios y de la vida. Esos escritos mantienen un tono conversacional y resultan conmovedores por cuanto en ellos llega a compartir sus dudas acerca de la existencia de Dios, sabedora de que a las personas jóvenes e inteligentes les asaltan dudas, algunas de las cuales, como las suyas propias, nunca alcanzan una clara resolución. Hay poemas de gran belleza escritos a su esposo, Simon, un hombre dedicado a su familia y a la colonia, cuyo gobierno le estaba encomendado. En “A mi amado y querido esposo”, la autora proclama:
Si alguna vez hubo dos que fueran uno, sin duda somos nosotros.
Si alguna vez hubo hombre amado por esposa, ese eres tú.
Si hubo jamás esposa complacida en hombre alguno,
¡Ea! Comparaos vosotras, mujeres, conmigo si podéis. 33
Fue una madre cariñosa, esposa amante, autora llena de amor, que compartía sus palabras y sus pensamientos para hacer que la vida bajo los postulados del puritanismo fuera más feliz para sus hijos y para su familia. Muchas de sus líneas fueron escritas para que ellos hallaran edificación y consuelo tras su muerte.
Aunque Merton no tuvo una familia propia a la que escribir, encontró su equivalente en el mundo de sus lectores. Sus corresponsales, los novicios bajo su tutela, todos fueron como su familia e hijos. Su escritura es personal. En sus obras autobiográficas habla de sus dudas acerca de Dios y de sus preocupaciones acerca de la religión y de la fe. Comparte las penurias de su vida con candor y habla de la primera etapa de su vida licenciosa en extremo en su famosa obra, La Montaña de los Siete Círculos . Todos sus libros son personales, escritos de una forma directa y sencilla no obstante la belleza de su prosa y poesía. Pueden considerarse lecciones llenas de compasión dirigidas al lector, su única familia. La familia de Bradstreet estuvo formada por sus parientes, sus hijos, su esposo, y después el mundo de sus lectores. La familia de Merton la integraron sus amigos, los hermanos de su orden y ese mundo que tanto le preocupó.
Aunque de tanto en tanto padecían enfermedades físicas, ambos autores eran de complexión fuerte, lo que les permitió atravesar sus dificultades diarias y les dio el empuje para escribir cuando otros, en su lugar, hubieran descansado. Es cierto que Bradstreet redactó varios poemas mientras estaba postrada en la cama, pero creo que sus enfermedades más bien le sorprendían y que el tiempo que pasaba descansando le daba la oportunidad de escribir y de meditar sobre el propósito que Dios ocultaba afligiéndola de esa forma. Dio a luz a ocho criaturas saludables y superó los sesenta años, criterios suficientes, a mi juicio, para considerarla bastante sana hace 350 años, si tenemos en cuenta la rudeza de Nueva Inglaterra en sus albores.
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