Para concluir este breve marco de contexto, cabe señalar que si bien Merton no escribió expresamente sobre Anne Bradstreet, sí prestó atención a la tradición puritana, de manera particular en “The Wild Places”, 21un ensayo de madurez que escribió en 1968, el último año de su vida, en el que reflexiona a partir del estudio de Roderick Nash 22acerca de lo que este denominó “a tradition of repugnance” para referirse a la argumentación religiosa que los puritanos encontraron en una lectura deformada de la Biblia con la que se podría justificar, e incluso alentar como un imperativo moral, la explotación de lo que consideraban una naturaleza “caída” a la que había que combatir y domeñar.
Mi propia introducción a la figura de Merton, desde la perspectiva de los estudios norteamericanos, y dentro de esta colección, dibuja la relectura que hace Merton de esa misma tradición que impregna el tejido moral y el imaginario cultural en el que vivió inmerso. 23Ese clima complejo, no exento de ambigüedades, tensiones y contradicciones, en un espacio fronterizo entre los siglos XVII y XX, entre la vida y la muerte, y entre la ética católica y la protestante, queda magistralmente recreado de forma literaria, con fina ironía y con mirada compasiva y rebosante de cálida humanidad en la pequeña y preciosa pieza de Christine Jensen Hogan. Deseamos a cuantas personas la lean tanto disfrute con esta obra de teatro como el de las que alumbraron su representación y el de quienes hemos tenido la fortuna de participar en su publicación.
II
Introducción de la autora a su obra
Christine Jensen Hogan
Si bien sus vidas quedan separadas por siglos de distancia y por trayectorias muy diferentes, las similitudes entre Thomas Merton y Anne Bradstreet son sorprendentes en lo que atañe a su comprensión de Dios y de la vida. Los dos fueron buscadores. Anduvieron en pos de integridad y totalidad, a través de un permanente cuestionamiento del mundo de la vida y de la vida de Dios, que queda manifiesto en su escritura. Ambos fueron pensadores independientes, sin temor a que sus mentes les condujeran hasta territorios desconocidos. Su arte y su poesía, de una elocuencia sin ambages, nos muestran que, como escritores, fueron pioneros de la mente y del espíritu.
Anne Bradstreet nació en el año 1612, en las postrimerías de la época isabelina. Isabel I había reinado desde la mitad del siglo XVI hasta el inicio del siglo siguiente y su influencia se hizo patente a lo largo del siglo XVII. No escapó a Bradstreet el conocimiento de la influencia de la reina anterior. Las mujeres isabelinas fueron estimadas por su inteligencia y fuerza de carácter mucho más de lo que lo hubieran sido antes en la historia de Inglaterra. 24Anne creció en el Castillo de Tattershall y en el Señorío de Sempringham, donde su padre trabajaba con el conde Lincoln. Su padre detentaba el cargo de capataz de toda la finca. El conde era un individuo rico y de amplia formación, y disponía de una biblioteca considerablemente voluminosa 25y, con toda probabilidad, en el noble edificio se propiciarían frecuentes y muy estimulantes conversaciones. La creciente influencia de las ideas calvinistas y la reacción de quienes habían seguido a María, la reina católica, la Restauración y la Reforma, todo eso se estaba fraguando en esa época. Al tiempo que aumentaba la inquietud social, el pueblo de Inglaterra se resentía ante la pesada carga de impuestos elevados con los que la monarquía trataba de sofocar las rebeliones. 26
La vida que Anne Bradstreet encontró en América fue completamente diferente a la que dejara en Inglaterra. Su padre fue un dirigente de la colonia pero su vida, aún cuando la familia era de extracción noble en Inglaterra, ya no pudo seguir siendo regalada y ociosa. Los pioneros de la nueva colonia experimentaron, sin excepción, carencias de todo tipo durante los primeros años. La nobleza de sangre no les hacía inmunes a los duros inviernos, ni les protegía de la escasez de alimentos, las enfermedades, las alimañas y los indios. Wendy Martin, en su ensayo sobre Anne Bradstreet, Emily Dickinson y Adrienne Rich, escribe:
Una vez en Nueva Inglaterra [Anne Bradstreet] deshizo su residencia en varias ocasiones para desplazarse hacia lugares cada vez más distantes, menos civilizados y más peligrosos al objeto de que su padre y su marido pudieran aumentar tanto su propiedad como su poder político en la colonia. 27
Quizás el tono de Martin sea un tanto severo hacia los hombres en este caso. Es muy probable que Bradstreet reconociera la necesidad de esos traslados aún cuando resultara duro efectuarlos. Las dificultades, bajo las circunstancias de una vida de pioneros, eran previsibles, bien que no deseadas. Además, los puritanos creían que las penurias escondían bendiciones. Dios hacía afligirse a quienes amaba para recordarles el verdadero propósito de sus vidas. Bradstreet interpretaba sus sufrimientos como castigos y lecciones de Dios, en la esperanza de ser una de las elegidas, predestinada a hacerse, en recompensa por las tribulaciones, merecedora del Cielo. 28
Anne y su esposo, Simon, tuvieron ocho hijos, todos los cuales alcanzaron la edad adulta. Él se veía forzado a ausencias prolongadas, primero por causa de los negocios de la colonia, y posteriormente en su calidad de gobernador de la misma. Si bien también Bradstreet era una pionera, hizo lo posible por preservar las costumbres civilizadas que había aprendido en Inglaterra.
Nacido en 1915, Thomas Merton creció en medio de una existencia sofisticada y en gran medida nómada como la de sus padres, ambos artistas, en Francia y en los Estados Unidos. Su madre murió cuando Thomas tenía cinco años y su padre supervisó muy poco su crecimiento. A los quince años, su padre enfermó y volvieron a los Estados Unidos, a la casa de los abuelos maternos en Nueva York. Merton quedó huérfano a los dieciséis años y viajó solo por toda Europa, llevando una vida muy similar a la de su progenitor. Aunque gozaba de cierta seguridad financiera, garantizada por sus familiares y por la herencia paterna, su vida carecía de norte y guía. Asistió al colegio en Inglaterra, donde vivía su padrino, y después fue a Cambridge. Mientras estuvo allí, se dedicó a la bebida, el jaraneo y la disipación. Su padrino le retiró su ayuda y Merton regresó a Nueva York y a la Universidad de Columbia. Sus escapadas continuaron durante algún tiempo pero pudo finalizar sus estudios universitarios y obtener una licenciatura. Había comenzado a escribir novelas siendo todavía un muchacho y llegó a ser editor, escritor y artista gráfico de la revista literaria de la Universidad de Columbia y de la revista de humor, The Jester . También editó el Anuario de la Universidad.
Gracias a los cursos de filosofía impartidos por Dan Walsh, un católico devoto, y mediante una búsqueda interior que inició durante su estancia en Columbia, la vida de Merton fue adquiriendo un sesgo más profundo. Comenzó a leer a los filósofos de la Iglesia, a san Ignacio de Loyola y a san Juan de la Cruz y empezó a sentir la necesidad de ordenar su vida y de crecer espiritualmente. El catolicismo le hizo dejar a un lado una vida que más tarde él mismo habría de calificar de decadente, y adoptar un camino de paz, disciplina y, por fin, de alegría. Después de obtener su titulación, dio clases en un pequeño “college” al norte de Nueva York y comenzó a escribir con seriedad. Buscando más estabilidad en su vida y mayor libertad espiritual, ingresó en un monasterio de Kentucky en el que siguió escribiendo al tiempo que obedecía el riguroso horario de oración, trabajo físico y estudio característicos de los monjes trapenses. Su vida en Getsemaní le trajo paz, aunque su ermita, irónicamente, se convertiría en lugar de encuentro entre Merton y el mundo. Allí le visitaron representantes de los movimientos sociales en favor de los derechos civiles, poetas, artistas y líderes religiosos, todos ellos ansiosos por recibir su orientación, gozar de su cálida amistad y beneficiarse de la irradiación de su persona.
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