Por lo que sabemos gracias a las Catequesis y a los datos de su biógrafo Nicetas, el régimen de vida en el monasterio se centraba en la plegaria y la penitencia. La vida de oración se concentraba en tres grandes momentos: los maitines, la santa liturgia y el oficio vespertino, seguidos todos ellos por una catequesis o plática del higúmeno. Las comidas consistían en raíces y legumbres, excepto en Cuaresma, cuando el régimen de los monjes se limitaba a pan y agua.
En la Catequesis 26 Simeón nos da un programa de lo que debe ser la vida de un monje. En relación a los oficios litúrgicos les exhorta a que participen en ellos con el espíritu atento y eviten las distracciones. Estos empiezan antes del amanecer con el orthros 10 , durante el cual aconseja nuestro santo estar concentrados en lo que se reza, permaneciendo de pie, sin dejar a la inteligencia ni a la imaginación divagar. Además, pide que no salga nadie del coro sin haber terminado esta oración, salvo en el caso de necesidades mayores, y que se procure por todos los medios arrojar lágrimas durante el rezo de los salmos.
Una vez acabado este largo oficio, el monje debe realizar un trabajo manual u ocupación que le sea asignada, pues no debe estar ocioso en la celda ni, por supuesto, visitar las celdas de sus compañeros para perder el tiempo en conversaciones insustanciales, que son malas para el espíritu, o para inspeccionar cómo los demás trabajan. Terminado este tiempo dedicado al trabajo, comienza la sagrada liturgia, que es el momento más importante en la vida del monje porque ve cómo baja al altar el Hijo de Dios, en palabras del propio Simeón.
Concluida la celebración, todos los monjes deben ir al refectorio para comer. Algunos de los monjes, durante la comida, tendrán que servir a los hermanos, siguiendo el modelo de Cristo. Nuestro higúmeno exhorta a los monjes a que no empiecen a ingerir alimento antes de que se imparta la bendición y de que hayan comenzado los mayores. Se come en silencio y recogimiento interior mientras se escucha a un monje que lee durante la colación. Además, pide al religioso que no busque ni la ración más apetitosa ni la menos, sino que coma lo que le pongan delante sin buscar saciarse, huyendo asimismo del vino y de la gula.
Finalizada la comida, el monje volverá a su celda para leer un poco y, a continuación, seguir con los trabajos manuales o, si es verano, dormir un rato la siesta hasta que toquen para el canto del lychnicón 11. Una vez que este oficio ha terminado, aquel que no pueda pasar con una comida al día, se dirigirá al comedor donde le darán un trozo de pan seco y un poco de agua, salvo en caso de enfermedad, que podrá comer algo más sustancioso.
Termina el día con el rezo del apodeipnon 12 en el que se pide perdón al superior y este da la bendición. En ese momento, el monje va a su celda en silencio a recogerse en oración y meditación y a entregarse a la penitencia mientras repasa los salmos del día. Después de la plegaria, lee un poco y retoma el trabajo manual hasta la primera vigilia, en la tercera hora de la noche. Una vez que ha recitado el salmo 118, se retira a descansar, no sin antes hacer un examen de conciencia y confiar todos sus pensamientos, proyectos y pecados al higúmeno, que no solo es el director del monasterio sino también el director espiritual.
Con estas exigencias de vida espiritual Simeón consiguió elevar el nivel moral del Monasterio de San Mamas y atraer hasta allí a cristianos de varios países, entre ellos un obispo italiano. También venían a él personajes de Constantinopla a ser dirigidos espiritualmente por él. Sin embargo, no todos los miembros de la comunidad aceptaron gustosos a su higúmeno. En efecto, según su biógrafo, un grupo de unos treinta monjes, cierto día, durante el rezo de los maitines, se amotinaron contra él intentando echarlo del monasterio. Al ver la calma con que actuó el Nuevo Teólogo, salieron del recinto sagrado y fueron a entrevistarse con el patriarca Sisinio quien, después de oír las denuncias de los amotinados, decidió llamar a Simeón y, tras escucharlo, optó por expulsar a los monjes y condenarlos al exilio, castigo que no se llevó a cabo gracias a la intercesión del propio Simeón. Acto seguido, el santo intentó hacer volver a algunos de estos, lo que consiguió en parte.
Durante esta época, por lo que sabemos gracias a sus obras y a los testimonios de su discípulo Nicetas, nuestro autor trata de seguir en su vida espiritual el camino de la renuncia al mundo y a sí mismo, iniciando luego la búsqueda de la quietud y la dedicación al ministerio de la Palabra. Con este programa de vida personal y con las normas que regulaban su monasterio, entró una corriente de aire fresco en la espiritualidad monástica de la época en Constantinopla. Por eso fue conocido y venerado por varias generaciones y, aunque no todos estuvieran de acuerdo con el contenido de sus reformas, nadie duda que fue un gran reformador, serio, convencido y eficiente.
En el año 1005, a los cincuenta y seis años de edad y casi veinticinco de higúmeno, renunció a su cargo y colocó a su discípulo Arsenio como sucesor. El motivo que aduce es que los muchos años al frente del monasterio le impedían dedicarse como quisiera a la práctica de la virtud y la quietud. Es en esta época cuando tiene una nueva visión en la que todo su cuerpo se convierte en una luz inmaterial, de tal manera que apenas siente que está en él aunque, cuando se fija, ve que sí lo tiene, pero ya como un cuerpo espiritual. En esta experiencia contempla la gloria de Dios y oye una voz que le dice que esta es la gloria que alcanzan los bienaventurados en el cielo y que así serán los cuerpos en la otra vida.
2.4 . La disputa con Esteban de Nicomedia
En la renuncia al cargo de higúmeno hay en el fondo una disputa con Esteban de Nicomedia que le llevará a tener que exiliarse durante algunos años de su vida. Esta disputa empezó con el rechazo al culto de su padre espiritual que Simeón comenzó a demostrar a partir de su fallecimiento hacia el año 987. A este culto añadió el Nuevo Teólogo la composición de himnos y de una biografía completa en su honor. El asunto llegó a oídos del Patriarca, quien le permitió seguir con el culto que tributaba.
Pero en el año 1003 esta disputa se convertirá en una gran controversia que cerrará una etapa en la vida de Simeón. El oponente de nuestro personaje fue Esteban de Nicomedia, que había sido el metropolita de esta ciudad y ocupaba, por entonces, el cargo de sincelo 13. Todas las fuentes de la época le reconocen un gran don de palabra, y por esa razón fue enviado por Basilio II como embajador ante Bardas Escleros para convencerlo de que depusiera las armas. Así nos lo describe Nicetas: «Un cierto Esteban de Alexina, metropolita de Nicomedia, estaba entonces vivo. En el discurso y el conocimiento era superior a las masas. No solo era influyente con el Patriarca y el Emperador, sino que era capaz de solucionar problemas imprevistos a cualquiera que se los plantease» 14.
Sobre el carácter del personaje, sin embargo, tenemos pocas fuentes. Nicetas nos lo presenta como un ser envidioso, dispuesto a destrozar a su adversario, no contento con hundirlo, y nos lo describe con tintes iconoclastas 15. En cambio, Cedreno nos lo muestra como hombre virtuoso 16. I. Hausherr, por su parte 17, conjetura que podría haber tomado parte en la edición del Menologio de Basilio, obra de Simeón Metafrastes, en un compendio de textos hagiográficos ordenados según la celebración litúrgica de cada santo, que parece ser un intento de controlar la denominación de «santo». Por eso opina que en realidad la primera disputa con nuestro autor sería un problema de canonización: la santidad de Simeón Eulabes. No es extraño que, si Esteban tomó parte en los trabajos de esta «enciclopedia», viera con malos ojos la pretensión de Simeón el Nuevo Teólogo de festejar públicamente a su padre espiritual, cuando no lo consideraba digno de formar parte en esta enciclopedia.
Читать дальше