E. M Valverde - Sugar, daddy
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Aquello era en algún tipo de consentimiento, ¿no...?
—¿Firmando el contrato sin leerlo, eh? –extendió la mano abierta en mi muslo, con una perlada sonrisa de desquiciado de la cual no podías deducir nada específico. A veces Takashi parecía estar en otra onda–. Tienes suerte de que soy trigo limpio en todo lo relacionado con papeleo –dijo ambiguo.
—¿Qué pasa si rompo el contrato? –todavía no me levantaba de las piernas de este hombre, y pude estudiar de cerca su rostro. Cómo sus labios estaban muy llenos hiciese la mueca que hiciese, su expresión seria y naturalmente atrayente, cómo alzaba las cejas milimétricamente cuando algo no le agradaba.
Sonrió con los ojos idos.
—Debes pensar que es buena idea romper el contrato, ¿entiendo? –lo dijo tan neutral que me arrepentí de haber hablado, y bajó la mano, dándome palmaditas pausadas encima del trasero, como advirtiéndome–. Bueno, Areum, si eso pasa me enfadaré mucho. Te advierto de que soy un hombre de temperamento fuerte, no deseo que acabes llorando veinte veces más de lo que has lloriqueado estos días si me descontrolo –cogió mis mejillas, mirándome a los ojos, los labios apretujados entre sus dedos–. Pero no tiene que pasar nada malo si me obedeces, porque es lo que vas a hacer...¿a que sí, nena? –me acarició el pelo para embobarme, sus oscuros ojos brillando en perversión, y me dio la sensación de que era un experto en el campo del sufrimiento.
—Le obedeceré, Señor Takashi –asentí para que me creyese, y cogí su mano para que no me rompiese la mandíbula, porque lo cierto era que apretó bastante.
Se relamió los labios ligeramente antes de besarme, y no supe cómo reaccionar, por lo que le devolví las caricias con timidez y lentitud. Manoseó mi pecho por encima de la blusa, apretando por encima del sujetador con destreza, consiguiendo que gimoteara–. Creo recordar que te dejé el cuello a medio acabar –gruñó, precipitándose contra mi piel.
—Espera –pedí ingenua, inventándome una excusa–, no puedo llegar con más chupetones a casa, ¿qué dirá mi madre? –o Kohaku–. Mañana... –pestañeé más de lo necesario, y entreabrí los labios para hacerme la vulnerable, que parecía ser que le gustaban las mujeres trofeo–, le prometo que vendré con otra actitud, Señor Takashi.
Se mordió el labio mientras escrutó cómo estaba sentada encima de él, deteniéndose más de lo necesario en algunas zonas. Con esa actitud desenfadada y controladora, me hizo sentir algo suyo. Es decir, ¿qué hacía yo teniendo una relación así con un heredero con el que iba a trabajar? ¿Qué mierda había firmado?
—Qué preciosa estarías con el uniforme –reflexionó, bufando cuando me reacomodé nerviosa en su regazo. Lo peor es que noté mis bragas húmedas. Un familiar tono de llamada cortó el momento, y me palmeó el muslo de nuevo–. Me entregarás el teléfono en modo avión cada vez que entres en mi despacho, odio las interrupciones.
—Es mi madre –leí la pantalla atemorizada, pues todavía no había hablado con ella desde anoche. Tenía una ligera idea de porqué llamaba–. Tengo que coger la llamada –me excusé, sin levantarme de sus piernas–. ¿Mamá? –descolgué mirando el ventanal de mi izquierda, negándome a centrarme en los ojos depredadores que me perforaban la nuca.
—Hija, ¿qué son esas fotos con Ito Kohaku que están por toda la prensa? Antes te has librado del sermón porque me he ido pronto a trabajar pero ahora no t... –aparté el teléfono cuando se puso a gritar por el altavoz, y contuve la respiración al sentir unas manos frías trazar mi cartílago.
—¿Problemas con el chico manzana? –percibí las vibraciones de su grave voz en mi oído, y se me puso la piel de gallina cuando lamió el lóbulo de mi oreja. Ahora no...
—¿Se puede saber por qué te vas de fiesta con él? –reclamó mi madre al otro lado de la línea, avergonzándome por el alto volumen de su voz–.¡Ya hemos hablado de esto demasiadas veces!
—Y yo también te he dicho que Kohaku es mi amigo –intenté mantener la calma–. Que hayan invadido mi privacidad y nos hayan sacado fotos... –recordé con pena–, no es mi culpa –colgué cansada, encima del responsable de las fotos.
—Tu amiguito tiene complejo de niño abandonado, ¿es que no te gustan los chicos mayores? –inquirió Takashi, apretándome contra él en un abrazo, su barbilla en mi coronilla–. Tenemos más experiencia, nena –insistió cómico.
—No sé si me gustan, pero a ti sí te gustan jovencitas...
Me besó aquella noche, fue el comienzo de un delirio laberíntico del que sería exhaustivo salir.
9. [bonito mientras duró]
Areum
Llegó el momento más estratégico del día, el de hacer educación física sin bufanda que cubriese los chupetones. Entré la primera al vestuario de chicas. Kohaku me había seguido, y oí sus lamentos sobre que estaba solo y sin con quién hablar en el vestuario de chicos.
La equipación de educación física era unisex, una camiseta con cuello redondo y unos pantalones cortos sueltos; No exponía más piel de la necesaria, y aquello era perfecto para tapar el destrozo que quedaba en mi cuello.
Me hice una coleta, frente al espejo, y mientras recogía los mechones, vi la tremenda depresión que se había instalado en mi cara. Mi piel lucía apagada, tenía ojeras y algunos granos por el estrés, pero aún así hoy Kohaku me había dicho que estaba muy guapa.
—Venga mujer, que no tengo todo el día –se recostó en el marco de la puerta, y fingí no haber visto la dirección sur de sus ojos por mi cuerpo.
Me cogí a su brazo y dejé que me guiara al pabellón de deporte. Había un silencio impropio y anormal, y aunque no quería que Takashi afectara a mi vida diaria, no podía evitar en qué pasaría cuando visitara de nuevo su despacho.
—¿Vas a poder hacer educación física con la rodilla mal? Estoy preocupado por si te vuelves a caer y se te abre la herida –agachó un poco la cara en mi sien, tal vez para acercarse físicamente todo lo que no había podido emocionalmente estos días.
—¿Por qué buscas las situaciones más rebuscadas? –le sonreí dulcemente, agradecida de que fuese tan detallista conmigo–. ¿Y si alguien te pega a ti “accidentalmente” en la ceja? –contraataqué, recordando la violencia de su progenitor.
Hoy Kohaku llevaba la herida al descubierto, pero también había un nuevo corte en su mejilla. No era un chico de muchas palabras, especialmente al hablar de su escasa familia: su padre.
Le hice sentarse en el banquillo mientras los compañeros de clase llegaban, y noté un roce tímido en mis dedos. Bajé la mirada, y no pude evitar sonreír enternecida al ver sus dedos temblar. Qué mono era.
—Me puedes dar la mano cuando quieras, Kohie –le dije, dándole un apretón cariñoso hasta que sonrió.
—Tú también puedes –distinguí pequeñas estrellas en sus ojos almendrados, y pude apreciar que lo decía desde el fondo de su corazón. Cada vez estaba más claro que le gustaba, y también me hacía dudar de mis propios sentimientos.
Al acabar la clase, hubo un problema, y es que era que ya no estaba sola en el vestuario, y mucho menos en las duchas. Me tapé el cuello como pude e intenté desconectar bajo el agua y el champú, no prestando atención a las demás chicas.
...
A la hora de la merienda juntos, Kohaku se enzarzó en una conversación con una compañera de clase. Y por la forma en que abrió sus ojos, parecía que le estaba contando algún cotilleo. Me gustaba verle así, despierto, presente.
Me senté en la acera paciente, y cuando Kohaku se acercó, no tenía una cara amigable.
—¿Se han podrido las cerezas? –intenté hacerle reír, pero se sentó a mi lado en silencio mientras me tendía el envase lleno.
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