Polo Toole - The mystery box

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The mystery box: краткое содержание, описание и аннотация

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Víctor y Alberto están pasando la mañana en su piso compartido de Malasaña jugando a videojuegos, cuando Atalanta se presenta. Los tres jóvenes, de personalidades variadas, disfrutarán de los días venideros, hasta que Víctor compra una caja misteriosa en la Deep web. Desapariciones, modificaciones corporales y un misterio sin resolver.

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—Oh, dulce Atalanta, –Víctor pone cara de éxtasis, preparado para soltar una de sus frases– dulzor entre dulzores, hoy es... ¡jueves electrónico! La crème de la crème –dice con perfecto acento francés– de Mandril salen con sus mejores galas; vestidos sedosos, cueros sintéticos –alza las manos mirando a Alberto– zapatitos con plataforma, bolsitos minúsculos llenos de pollos y billetes enrollados preparados para la acción; el mundo es nuestro y la noche nuestra herramienta... –suspira, Atalanta y Alberto se ríen y aquella hace un gesto de reverencia con la mano. Los tres se acomodan en el piso.

Después de fumar y jugar un rato más a la consola, decidieron pedir una pizza de quesos y otra barbacoa, con lo que, después de acabarlas, la siesta fue inminente. Atalanta se tumbó en la cama de Víctor con éste y cayó rendida, aunque Víctor tardó un poco más por el nerviosismo de tenerla tan cerca. Alberto, sin embargo, se quedó trabajando con el ordenador, puesto que tenía otros planes muy distintos para el fin de semana. En su habitación, la mesa altar donde reposaba su pc era un lugar despejado a excepción de una lámpara verde y otra naranja, ambas de lava. Montones de cables y dispositivos externos se agolpaban allí. Pero Alberto necesitaba lo mejor de lo mejor, puesto que llevaba una pequeña vida secreta al margen de la mayoría de las personas que lo conocían en su día a día. Activista, realmente le quitaba el sueño el maltrato que rastreaba y perseguía. Por suerte, tras meses en la reciente investigación, para lo cual se valía de la web profunda, al fin su grupo estaba listo para asaltar un laboratorio de experimentación animal. Así que trabajó un buen rato, hasta que la pizza se le hizo un nudo en el estómago por forzarse a ver algunas de las imágenes que un auténtico ninja fotógrafo había realizado colándose en el lugar. Después de un buen rato, acabó durmiéndose como el resto.

—Agh... –Víctor, el último en levantarse, apareció en el salón. Atalanta y Alberto estaban charlando frente al portátil de éste jugando a un life simulator, haciendo una pequeña casita moderna rodeada de árboles frondosos.

—¡Hombre! –alza la voz Alberto.

—¡Buenos días, princesa! –Atalanta se levanta para darle un beso en la mejilla, visiblemente a gusto de verlo somnoliento.

—Me podíais haber dicho algo... –se sentó mientras se masajeaba la cara.

—Bueno, esta noche hay fiesta, te viene bien dormir –le explica Alberto sin mirarlo mientras quita un par de muros en el juego para editarlos.

—Pero tú sales hoy, ¿no?

—Sí, es el sábado cuando marcho.

—¿A dónde te vas? –pregunta Atalanta, ajena al motivo. Alberto se pone nervioso.

—He quedado con unos amigos del instituto –miente, pero de una forma muy natural. Víctor lo mira de reojo, siempre le molestó que se le diera tan bien ocultar información. Y más recién levantado.

Entre bromas, duchas y batallas de beat box en loopstation, llegaron a las nueve de la noche. Temiendo quedarse sin reservas a mitad de la fiesta, llamaron a “El Pato”. Cuando llegó, éste parecía que había regresado de una fiesta de dos semanas. Olía a speed y tabaco, tenía los ojos con unas venas rojas ramificadas y la mandíbula iba a su propio ritmo; el corazón en arritmia. Vestía ancho de pantalón, ajustado de camiseta y, a pesar de todo, su ropa olía a perfume. Y no era un perfume desagradable, una vez que las capas del olor químico permitían su paso. Cuando subió al piso se sentó en el sofá y comenzó a sacarse bolsas herméticas pequeñas de los bolsillos mientras se sorbía la nariz constantemente. Si cerraba los ojos, Víctor estaba seguro de que podía identificar al Pato en cualquier lugar a menos de cinco metros de distancia. Lo conocía, más o menos. Seguía el lema de “el camello de mis amigos es mi camello”. Al final, ¿de dónde salen los traficantes?, pensaba él para sí mismo cada vez que lo observaba con discreción. No conocía a ningún traficante de grandes ligas que se fuera promocionando por las calles. Recordaba la escena de La Vida de Brian, pero en lugar de “¿crucifixión?, bien, una cruz por persona”, se imaginaba a el Pato en la cola de la discoteca y que al llegar éste estuviera esperando para decirle ¿cocaína, speed, pastis? Bien, pase por esa puerta, un pollo por persona”.

—Bueno, ¿qué? –salía de la obnubilación de su mente cuando se fijó en que el Pato estaba esperando su respuesta.

—Perdona tío, –dijo con vergüenza– me he empanado.

—Para mí nada –soltó Atalanta.

—No sé, ¿qué tienes? –preguntó Víctor mientras el Pato arqueaba una ceja. Quedó claro que el trabajo de cara al público, fuera el que fuera, es tedioso. Y es que podía parecer el tipo más pasado de rosca, pero era diligente en su trabajo y no le gustaba perder el tiempo en las casas a las que vendía a domicilio. Al fin y al cabo, cada día de fiesta era un día de trabajo para él, eso se traducía en muchos días de currar sin descanso y sin dormir, probablemente.

—Pues..., lo de siempre –dijo molesto mirando todo el género que había dejado en la mesa para tener que explicarse lo mínimo posible–. A ver, de todo –hizo una pausa y se sacó otra bolsa de un bolsillo interno del pantalón–. Tengo estas cápsulas, que son nuevas, pero son más caras, un poco más, no mucho tampoco...

—¿Qué es? –Alberto se acercó a mirar por curiosidad.

—¿Sabéis la droga esta que toman los actores famosos para potenciar la memoria y demás?

—Leí sobre eso –contesta Alberto con cierto interés.

—¿Y demás? –pregunta Víctor.

—A ver, –responde el Pato– en principio lo usan para poder memorizar toda la pescada que tiene esta peña que aprenderse –hablaba despacio–. La movida es que ahí se ha visto filón y los químicos han mejorado la composición, más bien le han añadido. Ahora el subidón es muy vasto y mola, la verdad, porque estás súper high, pero también muy despierto y sin fallarte la motricidad ni perder el conocimiento, ni nada chungo.

—¿Las has probado?

—Hombre, nene, yo no puedo vender algo sin probarlo, ¿sabes? Yo tengo que saber lo que vendo, para no llevarme sorpresas. Por aquí otros serán como sean, pero yo no quiero matar a nadie ni que les sienten mal mis cosas, eso al final es movida para vosotros, pero más movida para mí.

—Claro, tío, lo entiendo...

—Pero sí, las he probado y ahora intento no tomar muchas, porque sí que apetece, ¿me explico? –sonríe de lado mirando a la esquina–. Están buenas y el efecto mola mil, pero es difícil de explicar, no hay nada igual. Es mazo de real, pero mazo de diferente, no sé tío... Es como una herramienta, a cada persona y en cada situación va variando.

—Va..., dame tres.

—Yo no quiero, ¿eh? –repitió Atalanta.

—No pasa nada, yo la cojo por si acaso –el Pato preparó el pedido y se lo dejó en la mesa, después recogió lo demás y lo volvió a guardar todo en sus sitios.

—¿Cuánto te debo? –preguntó Víctor mirando las bolsitas con las cápsulas transparentes de color azul cristal.

—Cada una..., las estoy vendiendo a veinte, pero, mira, te las dejo por quince por ser la primera vez y cliente conocido, ¿bien?

—Cualquier rebaja es buena –saca el dinero y se lo da.

—Hombre, el mercado ha pegado un boom y, además, está peligroso pillar a cualquiera, ¿eh? Yo..., nunca me veréis vendiendo mierda sintética de la web chunga o con sales de baño o con mierda de violaciones. Y eso es mucho más de lo que pueden decir otros que se dedican a lo mismo –decía orgulloso mientras terminaba de recoger sus cosas y salía por la puerta.

—Ahí te doy la razón –intervino Alberto–. No veas con el dealer ético, ¿no? –seguía con el portátil encima.

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