Yulián Semiónov - Diecisiete instantes de una primavera

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Quedan diecisiete días para que termine la Segunda Guerra Mundial en Europa. El alto mando soviético es informado de que alguno de los jerarcas nazis está tratando de negociar una paz con los Aliados occidentales, a espaldas de la URSS. Stirlitz, el espía soviético infiltrado en la cúpula del ejército alemán, recibe la orden sabotear esas comunicaciones. Diecisiete días apocalípticos en los que el agente doble despliega todo su ingenio para truncar los planes de salvación de la Alemania nazi. Stirlitz es analítico y audaz, pero también melancólico y abnegado. Hace diecinueve años que no ve ni a su esposa ni a su hijo, cumpliendo con su misión. Un planteamiento magistral de la psicología humana, personas comunes con luces y sombras, tratando de sobrevivir en circunstancias excepcionales.

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—¿Cómo? —preguntó el astrónomo, asustado.

La voz tranquila de Stirlitz, su manera de hablar sin prisa y sonriendo ligeramente, causaron en el astrónomo una impresión contraria: en la cárcel se había acostumbrado a los gritos y a los puñetazos en la cara. Uno se acostumbra con rapidez y pierde la costumbre lentamente.

—Le pregunto: ¿cuáles son sus proposiciones concretas? ¿Cómo debemos salvar a los niños, mujeres y ancianos? ¿Qué propone usted? Siempre es más fácil criticar y renegar. Mucho más difícil resulta proponer un programa razonable de acción.

—Rechazo la astrología. —Tras quedar pensativo durante largo rato, el astrónomo continuó lentamente—. Pero admiro la astronomía. Me quitaron la cátedra en Kiel…

—¿Por eso eres tan rencoroso, perro? —gritó Holtoff.

—Espere —dijo Stirlitz, frunciendo el ceño con irritación—. No hay que gritar… Continúe, por favor.

—Vivimos en el año del Sol intranquilo. Las explosiones de las protuberancias, la transmisión de una energía solar excesiva influye en los cuerpos celestes, y los planetas y estrellas influyen, a su vez, en nuestra pequeña humanidad…

—Por lo que veo —le interrumpió Stirlitz—, usted ha elaborado algún horóscopo. ¿Por eso está tan nervioso?

—Un horóscopo es un fenómeno intuitivo, tal vez hasta genial, pero no convincente. No, me baso en una hipótesis corriente y nada genial que intente presentar las relaciones recíprocas de cada habitante de la Tierra con el cielo y el Sol… Esta correlación me permite con mayor exactitud y sensatez evaluar lo que está ocurriendo en mi patria…

—Me gustaría que tratásemos el tema más detalladamente—dijo Stirlitz—. Creo que ahora mi compañero le permitirá volver a su celda para que descanse un par de días. Después, reanudaremos nuestra conversación.

Cuando se llevaron al astrónomo, Stirlitz dijo:

—Hasta cierto punto es irresponsable de sus actos, ¿no lo ve? Los científicos, escritores y artistas son irresponsables a su modo. Hay que tratarlos de manera distinta, porque viven una vida propia inventada por ellos. Manda a este tonto a nuestro hospital para que lo examinen. Tenemos demasiado trabajo como para perder el tiempo con charlatanes irresponsables, aunque, tal vez, de talento. Si hubiera paz, lo mandaríamos a un campo de concentración. Allí se reeducaría y luego sería útil al Reich y a la nación trabajando en un instituto o en una cátedra. Pero ahora…

—Habla como un auténtico inglés de la radio londinense. O como un maldito socialdemócrata ligado a Moscú.

—Los hombres inventaron la radio para escucharla. Bueno, él la ha escuchado demasiado. No, esto no es serio. A nosotros, la inteligencia no nos interesa. Sería bueno verlo dentro de varios días, simplemente para tantearlo y saber si es un científico de verdad o solo un loco. Si es un científico serio, veremos a Müller, o a Kaltenbrunner, para pedirles que le den buenas raciones de comida y lo manden a las montañas donde ahora está la flor y nata de nuestra ciencia. Que trabaje allí; enseguida dejará de hablar, cuando no haya bombardeos, sino mucho pan con mantequilla y tenga su casita cómoda en las montañas, en un bosque de pinos… ¿No cree?

Holtoff sonrió.

—Con una casita en las montañas, mucho pan con mantequilla y ni un solo bombardeo, nadie protestaría.

Stirlitz miró a Holtoff con atención, hasta que este no pudo soportar su mirada y comenzó a cambiar apresuradamente los papeles de su mesa de un lugar a otro. Después, dirigió a su subordinado una sonrisa franca y amistosa.

15-2-1945 (20 H 30 MIN)

«Documento taquigráfico de una reunión con el Führer.

»Estaban presentes Keitel, Jodl, Havel, enviado del Ministerio de Asuntos Exteriores, Reichsleiter Bormann, Obergruppenführer SS Fegelein, representante del Cuartel General del Reichsführer SS , el ministro de Industria Speer, también el almirante Foss, el capitán de corbeta Ludde-Neurat, el almirante Von Putkammer, ayudantes y taquígrafas.

»Bormann: ¿Quién está haciendo ruido por ahí? ¡Molesta! Silencio por favor, señores militares.

»Putkammer: Pedí al coronel Von Belof que me diera datos acerca de la situación de la Luftwaffe en Italia.

»Bormann: No se trata de esto. Todos hablan al mismo tiempo y hacen un ruido constante y fastidioso.

»Hitler: A mí no me molesta. Señor general, en el mapa aún no han marcado los cambios recientes en Curlandia.

»Jodl: Mi Führer, no se ha fijado usted; aquí están las correcciones de la mañana de hoy.

»Hitler: El mapa tiene las letras demasiado pequeñas. Gracias, ahora lo veo.

»Keitel: El general Guderian insiste de nuevo en evacuar nuestras divisiones de Curlandia.

»Hitler: Es un plan insensato. Ahora las tropas del general Rendulitsch que se quedaron en la retaguardia de los rusos, a 400 kilómetros de Leningrado, atraen de 40 a 70 divisiones rusas. Si retiramos nuestras tropas de allí, cambiará enseguida la correlación de fuerzas alrededor de Berlín y no a favor nuestro, como cree Guderian. En caso de retirar nuestras tropas de Curlandia, por cada división alemana en Berlín tendremos, por lo menos, tres divisiones rusas.

»Bormann: Hay que ser un político sensato, señor mariscal de campo…

»Keitel: Soy militar y no político.

»Bormann: En este siglo de guerra total son nociones inseparables.

»Hitler: Para evacuar a las tropas que se encuentran ahora en Curlandia, necesitaríamos, por lo menos, seis meses, teniendo en cuenta las experiencias de la operación en Libau. Es ridículo. Tenemos horas, unas horas para conquistar la victoria, basándonos en hechos reales y no en invenciones quiméricas. Todo el que pueda ver, analizar y sacar conclusiones debe responderse una sola pregunta: ¿es posible una victoria cercana? No pido que la respuesta sea ciega y categórica. No me convence una fe ciega; busco una fe capaz de ver. Jamás el mundo ha conocido una unión tan paradójica y contradictoria como la coalición de los aliados. Las ideas raras, las aspiraciones, elementos y caracteres diferentes solo pueden coexistir sin perjuicio en una situación sin salida. Me refiero a un campo de concentración donde, como se dice, viven perfectamente en una barraca, por ejemplo, nuncios papales, ateos comunistas y radicales franceses junto a conservadores británicos. Una situación sin salida engendra unión. Es una unión de desesperados, una unión sin esperanzas y sin objetivos. Mientras que los objetivos de Rusia, Inglaterra y los Estados Unidos son diametralmente opuestos, nuestro objetivo está claro para todos nosotros. Mientras ellos se mueven dirigidos por las diferencias de sus aspiraciones ideológicas, a nosotros nos mueve una sola aspiración a la que hemos subordinado nuestra vida. Mientras que las contradicciones de ellos aumentarán cada día más, nuestra unidad tiene ahora, como nunca antes, aquella solidez por la que luché durante muchos años en esta campaña grande y difícil. Sería utópico ayudar a destruir la alianza de nuestros enemigos por vías diplomáticas o por otras. Utópico en el mejor caso, si no es logrando que manifiesten pánico y pierdan toda perspectiva. Solamente asestándoles golpes militares, demostrando la fortaleza de nuestro espíritu y nuestro poderío inagotable, aceleraremos el término de esta coalición, que se derrumbará con el estampido de nuestros cañones victoriosos. Nada impresiona tanto a las democracias occidentales como la demostración de fuerza. Nada disipa tanto la embriaguez de Stalin como la confusión de Occidente por un lado y nuestros golpes por el otro. Tengan en cuenta que ahora Stalin tiene que hacer la guerra no en los bosques de Briansk o en los campos de Ucrania. Ahora tiene a sus tropas en territorio de Polonia, Rumanía, Hungría. Al establecer contacto directo con la “no patria”, los rusos ya están debilitados, hasta cierto punto, desmoralizados. Pero mi máxima atención no está dirigida a los americanos. ¡Dirijo mi mirada a los alemanes! ¡Solo nuestra nación puede y debe alcanzar la victoria! En estos momentos, todo el país se ha convertido en un campamento militar. Todo el país: hablo de Alemania, Austria, Noruega, parte de Hungría e Italia, un territorio considerable de los protectorados de Bohemia y Moravia, Dinamarca y parte de Holanda. Este es el corazón de la civilización europea. Es la concentración del poderío material y espiritual. En nuestras manos ha caído el material de la victoria. De nosotros, los militares, depende ahora en qué medida y con qué rapidez se utilice este material en nombre de nuestra victoria. Créanme: después de los primeros golpes demoledores de nuestros ejércitos, la coalición de los aliados se derrumbará. Los intereses egoístas de cada uno de ellos prevalecerán sobre el análisis estratégico del problema. Propongo lo siguiente para acercar la hora de la victoria: que el VI Ejército Pánzer SS comience la contraofensiva en Budapest, protegiendo de esta manera la seguridad del baluarte sur del nacionalsocialismo de Austria y Hungría, por un lado, y preparando la salida a los flancos rusos, por el otro. Recuerden que precisamente allí, en el sur, en Nagykanizsa, tenemos setenta mil toneladas de petróleo. El petróleo es la sangre que corre por las arterias de la guerra. Prefiero entregar Berlín antes que perder este petróleo que me garantiza la inexpugnabilidad de Austria y su unidad con los millones de hombres de la agrupación italiana de Kesselring. Continúo: el grupo de ejércitos Vístula, reuniendo las reservas, llevará a cabo una contraofensiva determinante en los flancos rusos utilizando para esto el campo de operaciones de Pomerania. Al romper la defensa de los rusos, las tropas del Reichsführer SS llegarán a su retaguardia y tomarán la iniciativa. Apoyados por la agrupación de Stettin, cortarán en dos el frente de los rusos. Para Stalin el problema del transporte de las reservas es grave. Las distancias están en su contra y a nuestro favor. Siete líneas de defensa que protegen Berlín —y prácticamente lo hacen inaccesible— nos permiten alterar los cánones del arte militar y transportar al oeste un grupo considerable de tropas desde el sur y desde el norte. Tendremos margen. Stalin necesitará dos o tres meses para reagrupar las reservas, nosotros necesitaremos cinco días para trasladar los ejércitos; las distancias en Alemania nos permiten hacerlo, desafiando las tradiciones de la estrategia.

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