Inmaculada de la Fuente - Las republicanas burguesas

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Esta obra reúne por primera vez a figuras tan distintas como Constancia de la Mora, Remedios Varo, Leonora Carrington, Ángeles Santos, Mercè Rodoreda, Isabel Oyarzábal, Zenobia Camprubí, Josefina Carabias, María Moliner, Matilde Ucelay, María Brey, Carmen de Zulueta, Matilde Moliner… Además de María Blanchard, precursora de algunas de ellas. El nexo común lo forman su pasión por la libertad, la conciencia de ser pioneras en un mundo de hombres y sus vivencias republicanas y antifascistas. Originarias de la burguesía o de la clase media ilustrada,el compromiso inequívoco de estas mujeres con los ideales republicanos y la defensa de la libertad rompe con el mito de la procedencia obrera de buena parte de las figuras de la izquierda. No en vano la Segunda República española tuvo un origen reformista y burgués, aunque se viera abocada a sufrir diversos vaivenes por la pulsión obrera y revolucionaria o por la reacción del bienio derechista entre 1933 y 1935. El golpe militar de 1936 acabó con este proyecto reformista, pero no logró borrar del todo su legado cultural y su apuesta por la educación de la mujer.
La mayoría de estas mujeres se lanzó al exilio tras la derrota de 1939 -y en el caso de Leonora Carrington tras la ocupación francesa y su internamiento en un sanatorio psiquiátrico de Santander-. Otras sobrevivieron a la dictadura e incluso triunfaron en su campo tras haber sido depuradas y postergadas en sus escalafones, como María Moliner, su hermana Matilde (catedrática de instituto y autora de libros de texto) Matilde Ucelay (primera arquitecta «condenada» a no firmar sus proyectos), o María Brey.
Lejos de poner el foco en las mujeres de mayor relevancia política durante la Segunda República, el objetivo de esta obra es relatar las vidas de aquellas otras que fueron pioneras en sus campos profesionales, o en el arte y la cultura.

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Cuando abordó la versión en castellano, De la Mora, afincada ya en México, eliminó anécdotas y explicaciones coyunturales y añadió alguna que otra idea que ayudaran a contextualizar lo narrado. Así sucede cuando relata el impacto que produjo su metamorfosis republicana entre sus amistades, y en concreto el desencuentro vivido con una amiga aristócrata a la que visitó en su domicilio.

“La marquesa debió de entretenerse en contar la escena que se había desarrollado en su casa, porque bien pronto corrió la voz por el Madrid que me conocía, de que yo “estaba hecha una terrible republicana”. Claro que causó menos sorpresa de la que era de esperar, porque ¿no había trabajado en una tienda?, y ¿no me había separado de mi marido?, y ¿no decía que quería seguir trabajando para poder vivir independientemente con mi hija? Una cosa lleva a la otra y lo natural, al fin y al cabo, era que una mujer con “esas ideas” acabase por hacerse republicana y traidora al rey a quien su abuelo sirvió durante tantos años. A los quince días no me quedaba un solo amigo de mi infancia y juventud. Pero había adquirido un tesoro desconocido para mí hasta entonces: aprendí a pensar ¡y el que una mujer se permitiese el lujo de “tener ideas” y discurriese era precisamente lo que tanto preocupaba a aquellos entre quienes yo había vivido toda la vida!”(Doble esplendor, edición de 1977.Crítica. Barcelona. pág.138).

En la versión inglesa, no aparecía la reflexión anterior señalada en negrita. El texto quedaba así:

“The marchioness lost no time spreading the great scandal that Constancia de la Mora –Madame Bolin- was a Republican. All of aristocratic Madrid shuddered to hear the tale, although of course everyone could say. “I told you so”. For had I not actually held a job in shop? Had I not left my husband? One thing leads to another. A woman who wants to be “independent” will sooner or later end up as that lowest of all things , a Republican, a traitor to the Monarchy. An in a fortnight I had lost all the friends I had known since my childhood” (In Place of Splendor. HarcourtPress. NY. 1939, pag 134).

Unas páginas más delante, De la Mora elimina de la versión en español el modo en que conoció en Madrid a Jay Allen y el origen de su amistad. En la versión inglesa explica que, después de vivir en Madrid, volvió a marcharse a Málaga a instancias de la familia de su primer marido, y durante su ausencia, su amiga Zenobia Camprubí alquiló su apartamento al corresponsal y a su familia. No obstante, al separarse definitivamente y regresar a Madrid, ella misma necesitaba para sí el apartamento, por lo que tuvo que ir a solicitarlo a los Allen, según cuenta en In Place of Splendor.

“While I was still in Malaga, I had rented the apartament through Zenobia to an American newspaperman, Jay Allen, and his wife and small son. Now when I returned to Madrid I found the paper hangers and painters busily making the apartment ready for the Americans. The Allens were impatiently waiting for the paint to dry while they stayed at a hotel. With my heart in my mouth I went to call on them to beg them to let me have the apartment back for myself.

Jay Allen was in bed when I arrived-sick, he explained cheerfully. (…) “I hope you will forgive me,” I stammered.

The Allens listened to my story and then all three, including the grave child, assured me that it was no trouble at all, of course I should have my own apartment, they would start immediately to look for another, I shoulden´t waste a moment of worry for disturbing their plans-it was nothing.

I backed out of the door with the Allens waving cheerfully” (In Place of Splendor (pág. 135-136).

Luego añade que a pesar de haber aprendido inglés en un internado de Oxford, el acento americano de Allen y otros estadounidenses resultaba tan pegadizo que pocos días de después de visitar al periodista y a su familia alguien le hizo notar que hablaba como si hubiera vivido en Kansas… Unas observaciones que la autora ahorra al lector español. Si en la versión inglesa tenía sentido aludir a su fluido inglés para congraciarse con el lector estadounidense, en la edición castellana esta cuestión resultaba irrelevante. No obstante, al borrar el origen de su amistad con Allen, el lector en español puede experimentar cierta perplejidad cuando se refiere al corresponsal americano como un viejo amigo, sin dar más detalles. Un desconcierto, por otra parte, menor.

La desaparición del primer encuentro con Allen en la versión castellana le obliga a eliminar los detalles de su vuelta al apartamento madrileño y se limita a decir: “Luli y yo nos habíamos instalado apenas, en nuestro pisito de Madrid, cuando estalló una nueva crisis política. El general Berenguer…”.El equivalente en inglés decía: “Luli and I had hardly settled down in our redecorated apartment when a new political crisis hit Madrid. General Berenguer…”

Había además un trasfondo de tipo personal al hacer desaparecer de Doble esplendor su inicial amistad con Jay Allen. Este corresponsal que había sintonizado bien con la España republicana, no compartía al cien por cien el punto de vista de su amiga española. A pesar de avalarla ante la opinión pública estadounidense, nunca compartió sus afinidades comunistas. Si en los primeros tiempos denunciaron y combatieron juntos los abusos del franquismo victorioso, poco a poco se abrió una brecha entre ellos. La marcha de De la Mora a México a finales de 1939, en pleno reconocimiento literario de su obra, y su posterior ruptura con algunos de sus colaboradores norteamericanos en la causa de los refugiados, acentuó este distanciamiento.

Uno de los misterios que envuelven el exilio de Constancia de la Mora y su a veces errática trayectoria gira en torno a esa decisión de afincarse en México justamente cuando la crítica norteamericana alababa su autobiografía. Quizás influyera el hecho de que su marido, Hidalgo de Cisneros, tuviera dificultades con el inglés o que la estrecha relación de éste con la Unión Soviética durante la Guerra Civil imposibilitara su estancia en Estados Unidos. Aunque ambos eran comunistas, en los primeros meses de la derrota se les identificaba fundamentalmente con el gobierno republicano, y Constancia, en un principio, eludió definirse ante la prensa neoyorkina. Por poco tiempo. Un año después, ella misma pasó de heroína a villana, al serle denegado el visado para volver a Estados Unidos desde México: el fantasma de su militancia comunista y el escenario de caza de brujas que se dibujaba le cerraron las puertas del país que inicialmente se le había rendido.

Todas estas circunstancias hacen pensar que De la Mora aprovechó la versión castellana (Doble esplendor) para ajustar cuentas con la inglesa (In Place of Splendor): ¿su propia versión o la de otros? Al enfrentarse a la traducción al castellano debió conjurar el verano de 1939 y el fantasma de Ruth McKenney. Todo quedaba atrás.

Algunas de las modificaciones introducidas en la versión castellana parecen tener una función didáctica. En la página 278 de Doble esplendor, equivalente a la 254 de la edición neoyorquina, intercala un nuevo párrafo sobre Mussolini en el contexto de la intervención italiana y alemana en el conflicto español. En ambas versiones, De la Mora relata las primeras semanas de la Guerra Civil y apunta que ya en los primeros días de agosto el gobierno republicano denunció la invasión de aviadores italianos. Tras señalar que las democracias occidentales hicieron oídos sordos (“Democracies turned a deaf ear to our pleas while the fascist strangled democracy in Spain” en la versión original), incluye en la edición castellana un nuevo párrafo: “Mussolini, naturalmente, se apresuró a negar la veracidad de las palabras de sus aviadores lo mismo que Hitler negó desde el principio (…)”.

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