Encarnación Lemus López - Estados Unidos y la Transición española

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La Transición también se jugaba fuera. Este libro presenta la Transición española como un episodio de la política bipolar. ¿Qué supone España desde el punto de vista geopolítico al final de la Guerra Fría? La sede de las bases militares norteamericanas. La Revolución de los Claveles infundió en los gobernantes occidentales el temor a que la OTAN se debilitara. Lemus nos ofrece su visión novedosa de la actuación de Kissinger en la península junto al resto de los aliados occidentales para canalizar el proyecto reformista. Cuando Franco agoniza, España abandona el Sáhara, ¿por qué no fue posible el referéndum que la ONU pedía? Entre el nacimiento de un país inestable, posiblemente influido por Argelia, y la anexión a Marruecos, Kissinger y Giscard d'Estaing optaron por reforzar la monarquía de Hassan II para mantener la hegemonía en el Atlántico. Mientras, en España, el Gobierno se dividía y finalmente tomaba la decisión de garantizar el futuro de la monarquía, evitándole el problema de un Ejército fraccionado, y la de salir cuanto antes.
Hay cuatro situaciones de fondo que configuran la base de las relaciones entre Estados Unidos y España y, en gran medida, entre Occidente y España en el marco del final del régimen de Franco, cuando la evolución posterior del país parecía muy imprecisa. No existe un intervencionismo directo occidental ni norteamericano sobre España, el interés norteamericano era primordialmente geoestratégico; su preocupación por el devenir español se incrementó notablemente tras el 25 de Abril en Portugal, desde Estados Unidos se utilizó al máximo la vinculación de dos conceptos, el de liberalización y el de conexión con Occidente y, paralelamente, la Administración Ford insistió en que sus socios europeos secundaran su actuación en España. Todas estas ideas se conectan entre sí entretejiendo la trama de las actuaciones norteamericanas con respecto al futuro político español.

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El diplomático de la Embajada norteamericana en Madrid, Samuel D. Eaton, enuncia de forma sintética y clarividente cómo en las negociaciones de los acuerdos bilaterales en 1975 la primera dificultad radicaba en que, para los norteamericanos “el principal objetivo era el uso de las bases militares, en tanto que para los españoles el principal objetivo de los acuerdos era político”6. Era así entonces, no obstante, uno de nuestros propósitos requiere observar cómo esto deja de ser literal en esta ocasión; no por lo que se negocia, sino por cuándo se negocia: en una determinada coyuntura de la Guerra Fría y con Franco a punto de desaparecer, para ambas partes los acuerdos terminaron siendo políticos.

Desde la óptica de las relaciones norteamericanas, un cambio de régimen en España solo debiera haber significado un episodio puntual que implicara atención para garantizar la continuidad de las instalaciones militares que se venían disfrutando. Pero obviamente, salvaguardar también la estabilidad al final de la dictadura conllevaba introducirse en la política interna, porque entonces lo que aconteciese en España adquirió mayor significación, pendiente del giro de la política de détente, que Kissinger entendía como equilibrio entre bloques y que demostraba ser un equilibrio muy fluido. Y para mantenerlo habría que ampliar ese anclaje en Occidente, por lo cual los cambios políticos en España se transformaron en algo más que materia bilateral y el tema del futuro español estuvo presente en las discusiones que desde la Secretaría de Estado y la Presidencia se sostuvieron por todo el mundo, desde Helsinki a Pekín, como un punto marginal, cierto, pero vinculado a la distensión. En febrero de 1975 el secretario general de la Alianza, general Joseph Luns, Ford, Kissinger, Rumsfeld y Scowcroft conversaban sobre los cambios en la península en estos términos7:

“Luns: Estamos preocupados por Portugal […]. Si cae Portugal, será muy duro en España.

Presidente: ¿Hay algún significado en el aplazamiento de la votación? [Las elecciones portuguesas que se aplazan a abril].

Luns: cuanto antes, mejor.

Kissinger: Soares se está convirtiendo en alguien como Masaryk, una fachada democrática tras la cual los comunistas controlan las cosas.

Como dice Luns, esto presionará sobre España […].

Luns: Le dije a Soares que necesitaba a alguien a su derecha.

Él no podría resistir a los comunistas solo.

Presidente: ¿Qué podemos hacer?

Luns: Creo que tiene que hablar claro sobre lo que está pasando. Creo que los franceses también lo harán. Deberíais apoyar a España.

Kissinger: Estoy de acuerdo. La situación en España es muy preocupante.

Luns: En el peor de los casos nos arriesgamos a perder por completo el extremo sur. Afortunadamente, parece algo que también perjudica a la URSS”.

Este perjuicio aludía a una posible desestabilización en Yugoslavia y sobre ello continuaba el resto de la conversación. El texto es maravilloso y evoca temas centrales en la historia europea de los setenta: una nueva cara de la Guerra Fría, el comunismo en Occidente; el papel de los socialistas; el paralelismo que las dos potencias establecen entre Portugal y Yugoslavia a efectos del equilibrio entre bloques… Pero hemos de situarnos sobre España. La Revolución del 25 de Abril generó tal preocupación en la Administración norteamericana por sus repercusiones en el conjunto peninsular que he enunciado que, al menos en la historia de las relaciones internacionales, habría que hablar de una Transición Ibérica con dos fases: una de ruptura en Portugal que influye en España y otra reformista que se inicia en España y se extiende a Portugal (Lemus, E., 2001). Y el peligro de la desestabilización peninsular no se detenía ahí sino que su efecto multiplicador podría extenderse sobre la complicada situación de Italia con un Gobierno que necesitaba el apoyo de la izquierda y un partido comunista en franco avance, al igual que en Francia. Desde el punto de vista norteamericano esta otra eventualidad también ligaba el futuro de España al conjunto del Occidente europeo.

Al menos para la Administración Ford pudo ser así –y ese convencimiento y como vemos también para el Secretario de la OTAN– les guía en tres momentos: en la cumbre atlantista de Bruselas de mayo de 1975, en la conferencia de Seguridad y Cooperación de agosto del mismo año en Helsinki y en los meses de octubre y noviembre de 1975, en sus gestiones para arrancar “el beneficio de la duda” con respecto a la gestión de don Juan Carlos y sus propósitos liberalizadores, promoviendo la asistencia de los socios europeos a la ceremonia de su proclamación, como manifestación de apoyo al proceso en los primeros pasos.

Este otro aspecto, el de la evolución española como temática inserta en las relaciones norteamericanas con sus socios europeos, incluye matices esenciales. Por un lado, porque ya ha quedado claro que para Estados Unidos la estabilización española pasaba por su completa inserción a las instituciones occidentales y en lo que le incumbía trataba sin éxito alguno de incorporarla a la Alianza. En este momento aumentó su insistencia con el argumento de que la tranquilidad del futuro español dependía de una mayor vinculación a la Comunidad Económica Europea. Se desemboca así en dos ideas doblemente relacionadas: asegurar un futuro democrático para España dependía, según la Administración, del “ferviente apoyo” –courageous support– de los colegas europeos, si el discurso se orientaba hacia un interlocutor europeo, y, simultáneamente, libertad y democracia constituían las puertas para Europa y la Alianza si el discurso se dirigía a la oficialidad española. En suma, Europa para garantizar democracia y democracia para llegar a Europa. Tal argumento esgrime el Senado en la ratificación del Tratado de Amistad y Cooperación en junio de 19768:

“Los Estados Unidos, reconociendo la aspiración de España para conseguir la completa participación en las instituciones políticas y económicas de Europa Occidental y reconociendo, además, que el desarrollo de las instituciones libres en España es un aspecto necesario para la completa integración dentro de la vida europea, esperan e intentan que este tratado sirva para apoyar y fomentar el progreso de España hacia instituciones libres y hacia su participación en las instituciones occidentales de cooperación política y económica”.

El factor Europa, esencial para Estados Unidos, garantizaba el éxito del modelo reformista, pero quiero llamar la atención sobre que, en el caso de España, Europa cumplió ese objetivo, existe sobre ello una total coincidencia en la investigación. Europa actuó como un imán e intervino como un elemento de consenso entre reformistas y opositores, así que, curiosamente, la apreciación norteamericana coincidía sobre esto con la convicción de la oposición española, incluidos los comunistas9.

Como otra consecuencia determinada por el momento político internacional, la desestabilización del flanco sur mediterráneo, aconteció la retirada española del Sáhara, un nuevo elemento inserto en las relaciones multilaterales norteamericanas, que promovieron la defensa de los intereses marroquíes frente a los argelinos. La tercera parte de este ensayo trata del nivel de intervención –en este caso sí– norteamericana en el anómalo proceso descolonizador. Si en los dos primeros capítulos se ha subrayado cómo Kissinger contemplaba España desde la desestabilización del Mediterráneo y desde el peso comunista en Portugal, sobre el Sáhara la conexión persiste, por el impacto que la independencia de las colonias portuguesas causó en la política internacional, y en la Guerra Fría obviamente. Hay que reconocer que si los acontecimientos en España y en el Sáhara Occidental alcanzaban importante repercusión en la geopolítica regional siempre se trataría de un conflicto menor, en tanto que, por ejemplo, solo la independencia de Angola adquirió un interés internacional extremo, dada la cantidad de países que se implicaron en su guerra civil: La URSS, Cuba, EE.UU., China, Alemania Democrática, Gran Bretaña, Francia, Rumanía, India, Israel, Argelia, Zaire, Sudáfrica, Uganda, Vietnam del Norte y Corea del Norte.

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