Francisco Rodríguez Criado - Raros

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Raros supone el libro B de la Historia del siglo XX. Por él desfilan individuos marginales, extravagantes o alienados que se escapan de la uniformidad imperante. El personaje-narrador, un hombre innominado cuya biografía no cuenta con más méritos que el de dilapidar sin prisas pero sin pausa una herencia familiar, encuentra en estos hombres y mujeres un espejo en el que mirarse y una lección de vida (no siempre positiva).
Un hombre innominado, cuya biografía no cuenta con más méritos que el de dilapidar sin prisas pero sin pausa una herencia familiar, sopesa escribir Raros, un ensayo sobre individuos marginales, extravagantes o alienados que se escapan de la uniformidad imperante. Estos individuos, en su mayoría desconocidos, han escrito con sus vidas el libro B de la Historia del siglo XX. Un editor, fascinado por este proyecto anti-hagiográfico, le anima a escribirlo, pero el hombre tiene dudas: si hace realidad el único sueño de su vida, dar a conocer sus raros, ¿qué le quedará luego?
Raros avanza por dos carriles. En uno de ellos conocemos a esos seres enigmáticos que se han ganado el adjetivo de raros; en el otro accedemos -guiños metaliterarios incluidos- a la circunstancia actual de un hombre en crisis perpetua y también al proceso creativo del proyecto que puede darle sentido a su vida.

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Ahora, cuando la luz del día se retira del horizonte y mi habitáculo comienza a sumirse en la oscuridad, decido, más por cansancio que por convicción, que la hoja de ruta ya está prediseñada. Ha llegado el momento de demostrar que puedo hacerlo.

29 de mayo, martes

Miroslav Tichý es mi hombre. Él será el primer raro de este álbum literario. En realidad no hay excesiva información sobre su persona más allá de los consabidos titulares con que suelen comprimir su biografía. Algunos afortunados supieron de su existencia en 2005, seis años antes de su muerte, y otros como yo nos enteramos cuando leímos su obituario en los periódicos.

El paso por este mundo de este excéntrico vagabundo checo estuvo marcado por su afición al arte y a las mujeres y por sus problemas mentales. Tichý encarna a la perfección la figura del artista solitario, ensimismado y marginal.

Hijo de un sastre de la aldea checa de Kyjov, después de la Segunda Guerra Mundial comenzó sus estudios artísticos en la Escuela de Bellas Artes de Praga. Aquí se hicieron notar por primera vez sus problemas mentales y su carácter inconformista. Tichý ejerció en todo momento, sin alharacas pero con gran determinación, su derecho a la desobediencia de las leyes ajenas. En 1948, año en que el golpe de Estado de los comunistas derribó al gobierno democrático, Tichý abandonó la Escuela, reacio a acatar las coordenadas de las nuevas autoridades, que exigían cambiar los modelos que posaban habitualmente ante los alumnos por obreros vestidos con sus monos de trabajo. A Tichý no le resultó nada fácil abrirse camino en el mundo artístico sin aceptar las órdenes del omnisciente y gris régimen comunista, que entendía el arte como un simple transmisor de su ideario marxista.

Pero nuestro raro quería ser artista. Artista de verdad, no un títere en manos del Estado. Y la libertad tiene un precio muy caro… A partir de entonces no disfrutó de otro techo bajo el cual cobijarse que el de las estrellas. Durante décadas vivió como un vagabundo, alternando la indigencia en las calles con estancias obligadas en prisiones y en hospitales psiquiátricos. Desde luego, para la policía no era ningún desconocido. Conocía sus pasos, sus hábitos, sus rarezas. Lo tenían por un enfermo mental, aunque al cabo del tiempo cayeron en la cuenta de que era inofensivo. Tichý no era un revolucionario sino un rebelde, un rebelde silencioso cuyo mayor pecado era mirar.

Es cierto que este voyeur carecía de dinero y de propiedades, pero conservaba algo que jamás podrían sustraerle: el instinto artístico, que mantenía tan vivo como en los tiempos de la Escuela de Bellas Artes. Haciendo de la necesidad una virtud, recurrió a sus habilidades manuales y en los años 60 construyó numerosas cámaras fotográficas con materiales de deshecho: carbón, madera, metal, carbón, plexiglás, latas usadas de tomate, paquetes de tabaco vacíos…. Este suceso marcaría un antes y un después en su carrera artística –si acaso hablar en estos términos, teniendo en cuenta el perfil del personaje, no es una frivolidad.

Desde entonces no paró de hacer fotografías a mujeres, mujeres, mujeres, que luego revelaba él mismo en su chabola, sin demasiado esmero y con materiales inadecuados. Mujeres en el campo, en la playa, vestidas o en bikini. Siempre mujeres. ¿Por qué esa obsesión? Al parecer era un apasionado del género femenino, pero su extrema timidez y su pobreza imposibilitaban cualquier acercamiento íntimo más allá del visor de una cámara. Lo simpático del asunto es que su aspecto alocado y lo rudimentario de sus cámaras fotográficas (recordemos que los objetivos los conseguía puliendo trozos de plexiglás), le permitían tomar sus fotos sin que nadie sintiera invadida su privacidad. No era un paparazzi sino un loco, un pobre loco. Y pensaban también que esos artefactos que usaba por cámaras no funcionaban, que eran meros juguetes elaborados por un chalado a partir de lo primero que tenía a mano: chatarra, básicamente. Pero eran cámaras fotográficas de verdad, vaya si lo eran. La chatarra encontró en Tichý el profeta que le abriría las puertas del arte.

Un crítico de arte contemporáneo, Harald Szeemann, personaje clave en esta historia sobre la marginalidad, alguien que pasaba por allí, descubrió a este fascinante y raro personaje a su pesar y le organizó una exposición en Colonia. A partir de ese momento, Miroslav Tichý logró conjugar su imagen de enfermo mental con la de artista. Ante la sociedad, siempre tan resultadista y meritocrática, había subido varios escalafones.

Sus fotografías, iconoclastas, borrosas y sin la calidad técnica propia de cualquier fotógrafo normal, recibieron el aplauso de numerosos críticos y aficionados que visitaron sus obras en exposiciones como la Bienal del Arte Contemporáneo de Sevilla, en 2004. Expuso también en salas de Madrid, París, Nueva York, etcétera. Tichý, como cabría esperar, nunca asistió a ninguna de esas exposiciones. Pese al glamour que venía emparejado a las nuevas circunstancias, siguió siendo el mismo de siempre: ese barbudo iconoclasta, solitario y marginal que sabía aunar su distante perversión por las mujeres con una exquisita sensibilidad artística.

Retrató mujeres compulsivamente hasta el último de sus días (hacía al menos cien fotografías diarias). Y mientras tanto, en los ratos libres –que eran muchos: no tenía oficina en la que fichar cada mañana ni familia que mantener–, seguía fabricando sus cámaras artesanales. Miroslav Tichý, el artista automarginal, enemigo de las normas establecidas por otros, seguía en pie. Pese a todo. Contra todos.

Murió pobre (rehusaba cobrar los beneficios de sus fotografías, cuyos precios oscilaban entre 4.000 y 8.000 euros), genio y figura. Sin hacer el menor ruido, durante décadas había retratado a hermosas mujeres (unas porque lo eran y otras porque él las hacía hermosas) y entrañables escenas de su pueblo natal. Sufrió la mofa continua de sus conciudadanos, que vieron en él a un mendigo ensimismado que iba de un lado a otro cargado de latas y otros cachivaches. Solo eso: un simple mendigo. Como suele ocurrir, este artista del hambre tuvo que morir para que aquellos que lo habían mirado por encima del hombro se dieran cuenta de que, a veces, la locura y el genio son primos hermanos.

Nota 1: rechazo etiquetarlo como autodestructivo. Si Tichý llevó una vida marginal no fue por afán autodestructivo sino por la necesidad de ser libre sin pagar el precio al que todos –o casi todos– estamos condenados para formar parte de esta sociedad.

Nota 2: descubro en Internet que hay un documental sobre Tichý, de Roman Buxbaum (2004), presidente de la fundación Tichý Ocean, titulado Tarzán jubilado, Tarzán retirado. Trataré de verlo.

Nombre: Miroslav Tichý (1926-2011)

Nacionalidad: Checa

Categoría: Raro a su pesar

Palabras clave: Arte, grabados, mujeres, fotografías, mendigo, chatarra, problemas mentales, prisión, sanatorios psiquiátricos

Referencias de interés:

Andrea Rizzi, Las modelos de Tichý, El País, 4-12-2005 Antón Castro, Miroslav Tichý en Valladolid, Blog de Antón Castro, 13-7-2011

31 de mayo, jueves

Llevo un par de días ordenando las notas sobre el siguiente personaje: Rose Valland. Yo nada sabía de ella hasta que leí hace unas semanas The Monuments Men, de Robert M. Edsel con Bret Witter (Destino, 2011). Elijo a Valland justo después de Tichý a propósito. Son dos personajes con perfiles y objetivos muy diferentes aunque con un denominador común: entregaron sus vidas al arte.

Antes que nada vayamos con una breve introducción a The Monuments Men. ¿Quiénes eran estos hombres y mujeres que entraron en la historia del siglo XX, tímidamente, por la puerta trasera? Digamos que fueron seleccionados para formar parte de una sección de rescate creada a finales de la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos eran militares, pero su objetivo no era causar bajas en el bando enemigo. No disparaban armas ni lanzaban bombas ni se refugiaban en trincheras o al amparo de sacos terreros.

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