Yo, Teresa
Germán Díez Barrio
ISBN: 978-84-15930-72-3
© Germán Díez Barrio, 2015
© Punto de Vista Editores, 2015
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ÍNDICE
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
UNO UNO Como todas las jóvenes, también yo me sentía atraída por un chico, en este caso un primo al que tenía especial cariño y muchas ganas de estar siempre con él.
DOS DOS Fuera del convento era consciente de que el mundo me ofrecía otras alternativas, la relación con los jóvenes, entre ellos mi primo Salvador al que seguía queriendo, las celebraciones, las amigas…
TRES TRES ¡La primera fundación! Puse toda la carne en el asador para que este primer convento fuera el modelo de futuras fundaciones. Dicho así parece muy sencillo, sin embargo en el camino encontré una adversidad y hostilidad terribles, pues la Iglesia estaba en contra de mi doctrina porque aseguraba que realizaba una acción personal sin contar con ella
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
CONSIDERACIONES SOBRE TERESA DE JESÚS
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Germán Díez Barrio es palentino, nacido en Buenavista de Valdavia, residente en Valladolid. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid y profesor de Lengua y Literatura, hasta la fecha ha publicado cuarenta y ocho libros, de narrativa, teatro y lenguaje popular (refranes, dichos, coplas y cantares, apodos), y realizado adaptaciones de clásicos españoles. Ha sido galardonado con diversos premios de teatro y de narrativa, así como finalista del Premio Azorín de Novela (2014) y del Premio Alexandre Dumas de Novela Histórica con El cocinero del rey (MAR Editor).
Es autor de una biografía de Nelson Mandela escrita en cómic con el título de Nelson Mandela: para la libertad , Mundo Negro), traducida al italiano, portugués, inglés. Su novela Saque de esquina , sobre la inmigración y el lenguaje futbolístico, es libro de lectura recomendado en colegios e institutos.
Díez Barrio ha aparecido en varias antologías y estudios sobre literatura actual, ha colaborado en diversas publicaciones colectivas y ha trabajado como guionista en Radio Nacional de España varios años.
“Escribo como hablo; tornar a leer yo jamás lo hago”.
“Si faltasen letras, pónganlas”.
Santa Teresa
“Su expresión es la corriente en el habla familiar de Castilla la Vieja y no hay en ella galanuras cortesanas ni refinamientos cultos”.
Julio García López
“Santa Teresa no redacta, habla por escrito”.
Ramón Menéndez Pidal
UNO
Como todas las jóvenes, también yo me sentía atraída por un chico, en este caso un primo al que tenía especial cariño y muchas ganas de estar siempre con él.
Nací en Gotarrendura, un pequeño lugar cerca de la ciudad amurallada de Ávila, el 28 de marzo de 1515 (¡qué fácil de recordar el año: 15-15!), en una casa señorial, la de mis padres Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila de Ahumada, así que mi nombre hasta que ingresé en la orden carmelita estaba cantado: Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada. No era de los más rimbombantes, algunos cortaban la respiración: Francisco Domingo de Almagro Entrambasaguas, Catalina de Mendoza Loyola y Villegas. Usé el nombre de Teresa de Ahumada y al comenzar la reforma lo cambié por Teresa de Jesús.
En casa éramos un regimiento: diez hermanos míos, más dos hermanastros, ya que mi padre tuvo dos hijos de su anterior esposa, Catalina del Peso y Henao, que falleció, y como es normal los aportó al nuevo matrimonio. ¡Qué prole! A esto hay que añadir algún familiar que se aposentaba con nosotros. Mi padre tenía más razón que un santo cuando decía que éramos Dios y la madre. Era un hidalgo de una Castilla recia y severa que defendía los valores espirituales. Supe más tarde que descendía de un hombre rico toledano. A pesar de que mi padre fue un judío converso recuperado para la causa, nunca noté yo que me apartaran por esta condición.
Como buenos cristianos y cumplidores con la Santa Madre Iglesia, me bautizaron a los siete días de llegar al mundo (el 4de abril). Esto lo sé porque más de una vez mi madre se preocupó de repetírmelo para que no se me olvidara en lo sucesivo. Como es normal, ella no asistió al bautizo pues todavía no estaba repuesta del parto, a pesar de los caldos para las recién paridas que le suministraba mi abuela, que aseguraba que resucitaban a un muerto. Los asistentes al banquete, fundamentalmente familiares, disfrutaron de lo lindo. Siempre era motivo de alegría y satisfacción la llegada de un nuevo ser, en mi caso la tercera del segundo matrimonio.
—¡Buen festejo, Alonso!
—La recién nacida se lo merece.
—¡Una hija más para la casa!
—Es bienvenida —les aseguró mi padre.
—Tiene tus rasgos.
—Los míos y los de mi mujer, que la niña es de los dos.
—¡Que la cases bien y te reporte muchos hijos!
—Eso es lo que deseo —respondió mi padre muy contento.
Comieron hasta hartarse (esto también me lo dijo mi padre): conejo en escabeche, truchas estofadas, empanadas frías de jabalí, empanadillas de sardinas, arroz con leche de almendras, bollitos pardos, peras en almíbar… Vamos, que más de uno se acordó del día que me bautizaron. Con un banquete tan copioso, no es de extrañar que se fueran contentos a sus casas.
Mi madre me aseguró que desde muy pequeña era una niña muy viva y despierta, con mucha imaginación y apasionada, que jugaba con mis hermanos y primos y que siempre estaba dispuesta a atender a todos. Me gustaba relacionarme con los chicos y chicas, y eso que algunas veces los mayores separaban nuestros juegos, es algo que nunca entendí. “Los niños juegan a la guerra y las niñas a las muñecas”. Yo no diferenciaba a los niños y a las niñas, eso fue más tarde cuando me di cuenta de que éramos diferentes. Jugábamos sin malicia.
En mi casa se respiraba confianza y familiaridad, eso me lo dijo una dueña, mi madre organizaba nuestra vida a su criterio, con los que éramos, trabajo tenía. En la estancia de la casa se palpaba el ambiente de piedad, de sentida religiosidad —me insistía una de las criadas con la que yo tenía más relación, pues era muy joven—, y esto sin duda contribuyó a que me interesara por el cristianismo más activo y espiritual. Lo supe más tarde, mucho más tarde, ya de mayor cuando profesé en el convento. Entonces era una niña como todas, quizá algo más inquieta.
Mi madre contaba a sus familiares y amigos que desde muy chiquita —yo la verdad no me acuerdo— me gustaba mucho leer libros de caballerías, romanceros, cancioneros y las vidas de santos y mártires. Yo me quedaba extasiada ante sus proezas. Ponía todo el entusiasmo en lo que iniciaba. No me extraña nada que quisiera imitarlos. ¡Era todo tan maravilloso! Mi padre era aficionado a la lectura. Yo creo que se me pegó de él la afición a leer buenos libros. Mi madre, por su parte, procuraba que rezásemos y fuéramos devotos de Nuestra Señora y de algunos santos.
Hasta los seis años, como todos los niños y niñas, tengo muy pocos recuerdos en mi memoria, aunque algunos sí los mantengo. Sí recuerdo que asimilaba con rapidez todo lo que leía y a veces me metía tanto en los protagonistas que quería ser como ellos y vivir sus aventuras, tenía facilidad para identificarme con el protagonista, para meterme en su piel y dejar de ser Teresa para convertirme en santa Águeda, san Bartolomé, santa Catalina de Alejandría, san Sebastián, san Lorenzo…
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