Arturo Pérez-Reverte - El Asedio
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- Hay lugares -insiste Tizón, seguro de sí-. Sitios especiales.
Los ojos inteligentes de Hipólito Barrull lo estudian cautos, entornados los párpados. Empequeñecidos por el cristal de los lentes.
- Lugares, dice.
- Sí.
- Bueno. En realidad no es tan descabellado.
Hay una base científica, explica el profesor. Investigadores ilustres insinuaron alguna vez algo parecido. Lo que pasa es que el estudio del clima y los meteoros es una ciencia en mantillas, comparada con la dióptrica, o la astronomía. Pero resulta indiscutible que hay fenómenos atmosféricos específicos de lugares concretos. El calor del sol, por ejemplo, actúa sobre la superficie de la tierra y el aire que la rodea, y esas variaciones de temperatura pueden incidir sobre muchas cosas, incluida la formación de tormentas en puntos determinados.
- El de las tormentas me parece un buen símil -añade-. Una serie de condiciones de temperatura, vientos, presión atmosférica, se concitan para crear una situación exacta en un momento concreto. Eso da lugar a la lluvia, al rayo…
Al enumerar, Barrull ha ido poniendo un dedo -uña sucia de nicotina- sobre distintas casillas del tablero que tiene delante. Rogelio Tizón, que escucha muy atento, separa la espalda de la pared. Mira alrededor, a la gente que llena el café. Después baja la voz.
- ¿Me está diciendo que también pueden dar lugar a que alguien asesine, o a que caiga una bomba?… ¿O las dos cosas a la vez?
- Yo no estoy diciendo nada. Pero podría ser. Todo cuanto no puede ser probado en contra es posible. La ciencia moderna sorprende a diario con nuevos hallazgos. No sabemos dónde están los límites.
Enarca las cejas, eludiendo responsabilidades personales. Después acerca una mano al humo que asciende en línea recta desde la brasa del cigarro que Tizón sostiene entre los dedos, hace un movimiento para aventarlo y espera a que las volutas y espirales se conviertan de nuevo en línea recta. El viento, por ejemplo, añade. Aire en movimiento. El comisario habló de él, o de sus variaciones en puntos concretos de la ciudad. Estudios recientes sobre vientos y brisas permiten sospechar, por ejemplo, que la brisa diurna da un giro completo en el sentido de las agujas de un reloj, en el hemisferio norte, y en sentido contrario para el sur. Eso permitiría establecer una relación constante entre brisas, lugares concretos, presiones atmosféricas e intensidad de vientos. Combinación de causas constantes y periódicas con otras momentáneas, sin periodicidad conocida y con carácter local. A tales circunstancias acumuladas, tales resultados. ¿Se hace Tizón cargo de lo que dice?
- Lo intento -responde el policía.
Barrull saca la caja de rapé de un bolsillo de su casaca pasada de moda y juguetea con ella, sin abrirla.
- Ajustándonos a su hipótesis, nada sería imposible en una ciudad como ésta. Cádiz es un barco situado en medio del mar y los vientos. Hasta las calles y las casas se construyen para enfrentarlos, canalizarlos y combatirlos. Usted habló de vientos, sonidos… Hasta olores, dijo… Todo eso está en el aire. En la atmósfera.
El policía mira de nuevo las piezas comidas a ambos lados del tablero. Al cabo, pensativo, coge el rey blanco y lo coloca entre ellas.
- Tendría gracia que, al final, siete asesinatos de mujeres jóvenes fuesen consecuencia de una situación atmosférica…
- ¿Por qué no? Está probado que determinados vientos, en función de su sequedad y temperatura, actúan directamente sobre los humores, activando el temperamento. La locura o el crimen son más frecuentes en lugares sometidos a su fuerza constante, o periódica… Es poco lo que sabemos sobre los abismos más oscuros del ser humano.
El profesor ha abierto al fin la tabaquera, aspira una pulgarada de rapé y estornuda discretamente, con placer.
- Todo esto es muy vago, por supuesto -añade mientras se sacude la pechera del chaleco-. No soy un científico, Pero cualquier ley general de la Naturaleza es aplicable a situaciones mínimas… Lo que vale para un continente o un océano podría valer para una calle de Cádiz.
Ahora es Tizón quien pone un dedo sobre un escaque del tablero: allí donde estaba el rey vencido.
- Imaginemos entonces -propone- que hay lugares concretos, puntos geográficos donde los períodos de los fenómenos físicos guardan relación entre sí, o se combinan de forma distinta a como lo hacen en otros lugares…
Deja las últimas palabras en el aire, invitando a Barrull a completar la idea. Este, que otra vez da vueltas entre los dedos a la cajita de rapé, mueve el rostro a un lado, mirando a la gente del patio. Reflexivo. Un camarero se acerca, solícito, creyendo que lo requieren; pero Tizón lo aleja con una mirada.
- Bueno -responde Barrull tras considerarlo un poco más-. No seríamos los primeros en pensar eso. Hace casi dos siglos, Descartes entendía el mundo como un plenum: un conjunto estable, hecho o lleno de una materia sutil, en cuyo interior hay pequeños huecos, o remolinos. Como las celdillas de un panal irregular en torno a las que gira la materia.
- Repita eso, don Hipólito. Despacio.
El otro guarda la tabaquera. Se ha vuelto a mirar al policía. Después baja de nuevo la vista al tablero de ajedrez.
- No es mucho más lo que puedo decirle. Se trata de lugares donde las condiciones físicas son distintas al resto. Vórtices, llamó a esos puntos.
- ¿Vórtices?
- Eso es. Comparados con la inmensidad del universo, se trataría de lugares minúsculos donde ocurren cosas… O no ocurren. O se producen de manera diferente.
Una pausa. Parece que Barrull reflexionara sobre sus propias palabras, hallando perspectivas inesperadas en ellas. Al fin contrae los labios en una sonrisa pensativa, mostrando los dientes largos y caballunos.
- Lugares distintos, que influyen en el mundo -concluye-. En las personas, en las cosas, en el movimiento de los planetas…
Lo deja ahí, como si no se atreviese a más. Tizón, que chupaba el cigarro, se lo quita de la boca. -¿En la vida y en la muerte?… ¿En la trayectoria de una bomba?
Ahora el profesor lo mira preocupado, con el aspecto de quien ha ido demasiado lejos. O teme haber ido.
- Oiga, comisario. No se haga demasiadas ilusiones conmigo. Lo que necesita es un hombre de ciencia… Yo sólo soy alguien que lee. Un curioso familiarizado con un par de cosas. Hablo de memoria y con errores, seguramente. No faltará en Cádiz quien…
- Responda a mi pregunta, por favor.
Aquel por favor parece sorprender al otro. Quizá sea la primera vez que oye esa palabra en boca de Rogelio Tizón. Tampoco éste recuerda haberla pronunciado con sinceridad desde hace años. Puede que nunca.
- No es un disparate -dice el profesor-. Descartes sostenía que el universo está formado por un conjunto continuo de vórtices bajo cuya influencia se mueven los objetos que se encuentran en él… Newton rebatió luego esa concepción de las cosas con su idea de las fuerzas que actúan a distancia, a través de un vacío; pero no pudo desmontarla por completo, quizá porque era demasiado buen científico para creer ciegamente en su propia teoría… Al fin, el matemático Euler, tratando de explicar movimientos de planetas según la física de Newton, rehabilitó parcialmente a Descartes en ese terreno, argumentando a favor de los viejos vórtices cartesianos… ¿Me sigue?
- Sí. Con cierta dificultad.
- Usted lee el francés, ¿verdad?
- Me defiendo.
- Hay un libro que puedo prestarle: Lettres a une Princesse d'Allemagne sur divers sujets de Physique et de Philosophie. Son las cartas de Euler a la sobrina de Federico el Grande de Prusia, que era aficionada al asunto. Ahí detalla, de forma bastante asequible para gente como nosotros, la idea de esos vórtices o remolinos de los que le hablo… ¿Le apetece otra partida, comisario?
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