Stephen Goldin - Asesinos Alienígenas

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Deborah Rabinowitz es una agente literaria. Ella viaja a mundos alienígenas mediante realidad virtual y vende los derechos para publicar libros terrestres en otros planetas. Pero cuando un alienígena es asesinado justo ante sus ojos, no hay forma en la que ella pueda evitar involucrarse y resolver el asesinato. Luego, cuando una vieja amiga es acusada de homicidio en un mundo diferente, Deborah debe resolver ese homicidio también.

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ASESINOS ALIENÍGENAS

por Stephen Goldin

Publicado por Parsina Press

Traducción publicada por Tektime

Asesinos Alienígenas, Copyright © 2009 por Stephen Goldin. Todos los Derechos Reservados.

Título original: Alien Murders

Traducción: Glendys Dahl

La Cumbre de la Intriga, Copyright © 1994 por Stephen Goldin. Todos los Derechos Reservados. Publicado originalmente en Analog Magazine.

La Espada Intacta, Copyright © 1998 por Stephen Goldin. Todos los Derechos Reservados. Publicado originalmente en Analog Magazine.

Copyright de la imagen en portada: Steve Johnson | Dreamstime Stock Photos.

Tabla de Contenidos

La Cumbre de la Intriga

La Espada Intacta

Acerca de Stephen Goldin

Contactar con Stephen Goldin

LA CUMBRE DE LA INTRIGA

Rabinowitz ni siquiera había abierto sus ojos cuando el teléfono sonó. “Alguien es endemoniadamente maleducado,” murmuró, y luego dijo más fuerte, “Teléfono: sólo suena. ¿Hola?”

Una voz masculina poco familiar le dijo “¿Es usted la señorita Debra Rabinowitz?”

“Dé- BOR-ah,” dijo ella instintivamente. “La difunta Deborah Rabinowitz. ¿Hay algún problema, Inspector?”

Hubo una pausa. “¿Cómo lo supo?...” “oh, porque ingresé en su código p.” “Muy astuta, señora.”

“Los cumplidos sólo deberán enviarse por la entrada de la servidumbre. Espero que esta llamada merezca anular el código de privacidad de un contribuyente ordinario.”

“Bueno, creo que así es, señora. ¿Le importaría si paso por su casa?”

“¿Físicamente?”

“Sí, en persona, eso es lo que estaba pensando.”

“Llame de nuevo dentro de doce horas. Estoy segura que mi cadáver ya se habrá despertado para ese momento.”

“Pensaba más bien en algo como en unos cinco minutos. Justo ahora estoy cruzando la Bahía.”

“¿Cinco minutos? ¿Tiene una autorización?”

“Bien, verá usted, esperaba evitar una relación antagónica en esta fase del proceso.” Hizo una pausa. “¿Necesitaré una autorización?”

“Cinco minutos,” suspiró Rabinowitz. “Teléfono: apagado.”

Estrujó sus ojos para forzarlos a abrirse, luego volteó su cabeza para mirar el reloj. 2:14 PM. No era una hora descabellada para quienes se apegan a los horarios locales de la Tierra. “La zombie se mueve,” dijo con otro suspiro, al tiempo que rodaba su cuerpo quejoso hacia afuera de su cama de agua.

Se tambaleó desnuda hacia el baño, orinó, y luego pasó un cepillo por su cabello castaño, afortunadamente corto. Miró hacia la caja de maquillaje y se encogió de hombros. “Sin maquillaje. Las zombies no usan maquillaje; va contra las normas de la unión.”

Hubo más tambaleos al regresar a su habitación. Abrió la puerta del armario. Miró fijamente hacia el armario durante tres minutos sin moverse. El timbre sonó.

“Puntualidad. El duende maligno de las pequeñas mentes. No, es la coherencia. Intercomunicador: sólo sonido, puerta frontal. Sólo un minuto. Le atenderé en un momento. Intercomunicador: apagado.”

Tomó un recatado vestido amarillo y blanco y lo deslizó sobre su cuerpo, que de otra manera hubiese quedado desnudo. Casi desnuda, bajó por las escaleras apoyada fuertemente sobre la baranda y murmurando, “¡Aquí de verdad hay golpes de puerta! Si un hombre fuese portero de la puerta del infierno, debió haber pasado la llave.” En el momento en que ella llegó al final de las escaleras, presentó una justa imitación de conciencia.

Abrió la puerta para confrontar a un hombre excesivamente prolijo, que lucía un traje de fina hechura. Puede haber tenido treinta y pocos años, pero era difícil decirlo en un asiático. A pesar de la brisa vespertina, ni un cabello de su cabeza estaba fuera de lugar.

“¿Srta. Rabinowitz?” preguntó él, viéndola con una mirada muy apreciativa.

“Sí. Eso establece una de nuestras identidades.”

“Disculpe, señora. Soy el detective William Hoy. ¿Puedo entrar?”

“¿Sería de poca categoría insistir en pedirle alguna identificación formal primero?”

“En lo absoluto. Fue de mala educación por mi parte no habérsela ofrecido en primer lugar.” Su mano se deslizó con un movimiento natural adentro del bolsillo interno de su chaqueta y emergió con una tarjeta de identificación y una credencial. Rabinowitz tuvo que entrecerrar sus ojos para leerla en el sol brillante de la tarde.

“¿Interpol?” Levantó una ceja con curiosidad.

“Correcto, señora. ¿Puedo pasar?”

“Sólo si promete no llamarme ‘señora’ de nuevo. Me siento suficientemente anciana esta ma… tarde.”

“Está bien.” El detective Hoy entró. “Me gustaría agradecerle por atenderme con tan poca antelación.”

“Usted me dio la sutil impresión de yo que tenía pocas opciones. Sígame, por favor. Espero me disculpe por el estado de las cosas. Las personas rara vez me visitan personalmente.”

“No trabajo en la revista Casas Glamurosas . Sin embargo, su casa es bastante ostentosa desde afuera.”

“Gracias. Tiene mucho más de doscientos años de antigüedad. A la elite del San Francisco victoriano le gustaba construir sus viviendas de verano aquí en Alameda.”

Lo condujo hacia la sala de estar y le ofreció tomar asiento. Él se sentó en el sillón de la izquierda mientras ella se acomodó detrás del amplio escritorio antiguo. El escritorio, al menos, no estaba demasiado desordenado.

Él observó con aprecio los estantes que lo rodeaban. “No creo haber visto tantos libros impresos juntos en un mismo lugar.”

“Llámele afectación. Escuche, normalmente soy genial en conversaciones breves, pero la fatiga me hace atípicamente impaciente. Sólo he tenido dos horas de sueño tras haber girado por toda la galaxia durante las anteriores treinta y seis horas. Usted no vino aquí para discutir sobre mi casa o sobre mi biblioteca. Ninguna de las dos es asunto de la Interpol. Por favor, dígame para qué está aquí.”

Hoy sonrió. “Y dijeron que usted era difícil. ‘Es hija de un diplomático, llena de evasiones y medias verdades.’ Me gusta una persona que comparte sus pensamientos.”

“Hablaré muchísimo más sobre eso si no llega al punto.”

“Según la compañía telefónica, usted ha girado muchas veces hacia el planeta Jenithar en los cuatro meses anteriores. Particularmente a la oficina de Path–Reynik Levexitor.” Agitó su cabeza. “Chico, seguramente eso es un trabalenguas.”

Él miró a Rabinowitz. “Bien, eso es cierto, ¿no es así?”

“Soy estadista, aunque amiga de la verdad. Está lejos de mí el discutir la veracidad de la compañía telefónica. Levexitor y yo hemos estado negociando un trato multilateral para derechos sobre libros en Jenithar. Todo perfectamente lícito, puedo agregar. Levexitor es un ciudadano de alto nivel en su mundo.”

“Los ciudadanos de alto nivel se han escapado antes,” apuntó Hoy.

“Así es como puede ser,” dijo Rabinowitz. “Mis negocios con él han sido honestos.”

“¿Sólo vende trabajos bajo propiedad intelectual?”

“Principalmente. Me gusta ser mi propia jefa, no una empleada de las Naciones Unidas. Ocasionalmente he mediado algunos negocios para la OLM—”

“Su deber patriótico, por supuesto.”

“Por una comisión—pero la Tierra se ha beneficiado de cada uno de los negocios.”

“¿Así que no le gustan los piratas literarios?”

“¿Me lo pregunta o me lo está diciendo?”

“Por favor, sígame la corriente, Srta. Rabinowitz.”

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