Stephen Goldin - Asesinos Alienígenas

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Asesinos Alienígenas: краткое содержание, описание и аннотация

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Deborah Rabinowitz es una agente literaria. Ella viaja a mundos alienígenas mediante realidad virtual y vende los derechos para publicar libros terrestres en otros planetas. Pero cuando un alienígena es asesinado justo ante sus ojos, no hay forma en la que ella pueda evitar involucrarse y resolver el asesinato. Luego, cuando una vieja amiga es acusada de homicidio en un mundo diferente, Deborah debe resolver ese homicidio también.

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“La respuesta es no. El arte y las ideas son nuestra única moneda en los mercados interestelares. Sería capaz de cortar mi propia garganta con tal de socavar eso.”

“Eso suena como una forma muy práctica de patriotismo.”

“Oh, lo siento, debe haber estado buscando a Deborah Rabinowitz, la idealista. Ella vive a unas doce horas de sueño de aquí. Le diré que usted estuvo por aquí.”

Hoy rió. Fue una buena risa, cándida. “Usted es divertida, ¿lo sabe? Me place haber viajado hasta acá.”

“Así que, en eso coincidimos. Mi ‘patriotismo práctico’ se está acabando y no me estoy divirtiendo en lo absoluto.”

“Entonces iré directo al punto. Tengo razones para creer que su amigo Levexitor está intentando comprar algo de material de dominio mundial a través del mercado negro.”

Rabinowitz se inclinó hacia adelante. “¿Eso no pondría a ese asunto en la jurisdicción de la CPI en lugar de la Interpol?”

“Bien, tras el hecho, sí. Estamos intentando evitar que llegue tan lejos.”

“Mantenerlo todo en la familia de las Naciones Unidas,” sugirió Rabinowitz.

“Algo así,” asintió Hoy animadamente. “¿Alguna vez ha tenido usted que negociar con la CPI?”

Rabinowitz hizo una mueca. “Un par de veces.”

“Entonces lo sabe.” Se levantó de su silla y comenzó a examinar las estanterías de libros. “Digo, creo que tuve que leer algunos de estos en la escuela.”

“Detective, ¿Se me considera oficialmente sospechosa?”

Él se dio la vuelta y la miró. “Oh, detesto usar la palabra ‘sospechosa’ tan pronto en un caso. Le da ideas equivocadas a la gente.” Miró de nuevo a la estantería pensativamente, luego sacó un libro del lugar donde estaba y lo volvió a colocar dos títulos hacia la derecha. “Disculpe, ese estaba fuera del orden. Eso me irrita mucho. Usted los ordena alfabéticamente, ¿no?”

“Gracias. Siéntase libre de venir a sacudirles el polvo cuando desee. Si no soy una sospechosa—”

“Sólo digamos que usted es alguien a quien realmente yo quería conocer, y con quien de verdad quería hablar. Tampoco estoy decepcionado. Usted es tan hermosa como cautivadora. Más hermosa que en su foto de archivo, inclusive.”

“Mi día está completo. Ahora, si usted—”

“¿Sabe? Algunas personas pueden ser toda una decepción. Piensas que deben ser fascinantes y te aburren hasta llorar. Pero no usted. Usted—”

Rabinowitz se levantó detrás de su escritorio. “Si no tiene más preguntas—”

Hoy se rehusó a captar el mensaje. “Bien, una o dos. ¿Alguien más de la Tierra estaba involucrado en su negocio con Levexitor?”

Rabinowitz se sentó nuevamente. “No. Estuve mediando en representación de la Agencia Adler, pero yo era la única persona representando los intereses humanos en este negocio.”

Hoy asintió con la cabeza. “¿Levexitor mencionó algún otro nombre, contactos humanos?”

“No que yo recuerde.”

“¿Alguna otra negociación en la cual haya estado él trabajando?”

“No, ¿Por qué debería? No soy su socia. Yo tampoco le conté sobre otras negociaciones en las cuales estoy trabajando.”

“Comprendo. Bien, es todo lo que tengo por ahora.” Hoy se levantó y le sonrió. “Fue genial conocerla, Srta. Rabinowitz. Un placer diferente. Si recuerda cualquier otra cosa, puede contactarme en la oficina local, justo al cruzar la Bahía.”

Rabinowitz se levantó de su silla para mostrarle la salida. “Claro, que si usted resulta estar involucrada en la venta en el mercado negro,” continuó Hoy, “debe estar segura que la llevaré a la cárcel durante un largo tiempo. Pero si no es usted a quien estoy buscando, ¿cenaría usted conmigo alguna vez? Después que el caso esté solucionado, por supuesto.”

“Lo siento. Yo nunca como,” dijo mientras cerraba la puerta detrás de él.

***

Mientras la puerta se cerraba, ella se volteó, se desplomó contra ella, cerró sus ojos y suspiró, “Muy hostigada por este tipo pedante.” Lo próximo que supo fue que ella se estaba sacudiendo, al notar que su barbilla tocaba su pecho. Se enderezó y abrió sus ojos deliberadamente. Las escaleras que conducían a su habitación estaban directamente frente a ella. Además de las escaleras, el salón se extendía hacia la cocina en la parte trasera de la casa. Los comentarios de Hoy acerca de cenar habían elevado el interés de su estómago. “Necesito más dormir,” murmuró, “pero están todas esas escaleras.”

Caminó lentamente hacia la cocina, teniendo la seguridad de que si se movía muy rápido caería y se quedaría dormida antes del llegar al piso. Encontró dos barras almidonadas que probablemente eran panes, puso algún relleno inidentificable entre ellas y devoró este conglomerado antes de que pudiese examinarlo muy de cerca. Desafortunadamente, mientras que esto llenaba su estómago, la dejó con la sensación de estar demasiado despierta como para dormir. Y había una trampa esperándola antes de que pudiera regresar a las escaleras.

Se detuvo al lado de la puerta abierta de la sala de giro. Miró hacia adentro. “Mañana me arrepentiré de esto,” murmuró. “Diablos, me arrepiento esto justamente ahora.” Diciendo esto, entró. “Girando: Jenithar, oficina de Path–Reynik Levexitor.

“Con algo de suerte,” se dijo a sí misma, “no estará allí.”

Se encontró en un vestíbulo en el espacio de giro justamente afuera de la oficina de Levexitor. Se topó con dos grandes puertas de madera, carentes de ornamento alguno. El simple hecho de que ella estuviese allí significaba que la unidad de giro de Levexitor estaba encendida y que su llegada le había sido anunciada.

“Srta. Rabinowitz,” dijo la voz inmaterial de Levexitor. “No era de esperarse que me visitara nuevamente tan pronto.”

“Si le importuno, Mayor, le ruego me disculpe. Puedo regresar en otro momento.”

Hubo una pausa extrañamente larga antes de que él respondiera. “No veo razón por la cual no debiéramos discutir nuestros asuntos ahora. No es como si estuviese ocupado con cualquier otra cosa. Puede entrar.”

Rabinowitz caminó hacia la puerta virtual que estaba en frente de ella. Esta se deslizó hacia adentro para permitirle pasar hacia la realidad que Levexitor escogió para mostrar a sus visitantes.

Algunas personas eran criaturas elegantes, quienes creaban hábitats virtuales de exóticos diseños. Los jenitharpios no se encontraban entre estas personas. La oficina de Levexitor se veía exactamente igual cada vez que ella la visitaba durante los pasados cuatro meses. Las paredes eran marrones con partículas doradas, mientras que el piso era pulido y gris pizarra. Había dos puertas—la puerta por donde ella entró y una al otro extremo de la sala—y no había ventanas. La luz era difundida desde fuentes no específicas. La sala era pequeña; alguien así de importante en la Tierra hubiese tenido una oficina espaciosa. Era una sala sombría y triste, casi como una cueva con muy pocos muebles—pero entonces, el propio Levexitor era escasamente el Sr. Personalidad.

Contra la pared posterior había un banco de trabajo de baja altura, donde Chalnas, el asistente de Levexitor, generalmente se paraba. Chalnas era algún tipo de empleado que pasaba su tiempo garabateando en una libreta. Rabinowitz no podía recordarlo pronunciando cinco palabras consecutivas, e inclusive eso era netamente para pedir una aclaratoria sobre algún punto. En ese momento, Chalnas no estaba de pie allí. Era una de esas personas que escasamente se notan cuando están allí, pero su ausencia se sentía extraña.

Al centro de la sala, en su propio escritorio de trabajo, se encontraba Path–Reynik Levexitor. Los jenitharpios eran bípedos, pero humanoides sólo por una definición liberal del término. Eran cilindros peludos, cubiertos por un plumaje un poco similar al de un marabú. Sus dos brazos muy largos iban conectados al cuerpo a la altura de lo que debe haber sido la cintura; podían alcanzar el tope de sus cabezas, ligeramente protuberantes, así como las plantas de sus anchos pies con igual facilidad. Sus ojos estaban mejor escondidos que los de un pastor inglés y sus voces parecían resonar desde todo su cuerpo.

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