Guido Pagliarino - Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano
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- Название:Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano
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- ISBN:978-8-87-304269-3
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Llegados al terreno de GetsemanÃ, Marcos y ocho de los once habÃan entrado en la amplia cabaña de las herramientas y se habÃan tumbado en el suelo, en las zonas libres de utensilios, para dormir. Por el contrario, los discÃpulos Simón Bar Ioná, llamado Pedro y los hermanos Juan y Jacobo Bar Zebedeo, obedeciendo una orden del maestro, habÃan intentado en vano mantenerse despiertos en oración con él entre los olivos.
Apenas un par de horas más tarde, en el momento más oscuro de la noche, se habÃa sabido que el traidor anunciado era Judas, como habÃa sospechado Marcos. Entonces habÃa aparecido el Iscariote a la cabeza de unos guardias del sanedrÃn que empuñaban espadas y bastones y habÃa identificado al rabino, que habÃa sido arrestado. Sabiendo la intención del maestro de subir al olivar por la noche, el malvado discÃpulo debÃa haber informado a los jefes de Israel, que habÃan visto la posibilidad de poder arrestar secretamente al odiado y peligroso nazareno aprovechando la oscuridad y el aislamiento de la zona, sin correr el riesgo de una sublevación de la gente que simpatizaba con él. En realidad, al dÃa siguiente, sujeto como siempre a las últimas sugerencias superficiales instigadas por los agentes del sumo sacerdote Caifás, esta pedirÃa a Pilatos que el arrestado fuera eliminado. 9 Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
A Judas, como se sabrÃa luego en Jerusalén, le habÃan dado como recompensa treinta monedas de plata, el precio de un esclavo robusto o de un pequeño terreno. La exhortación que le habÃa lanzado el maestro, «Lo que tengas que hacer, hazlo rápido», podÃa tener además un significado. PodÃa tratarse, como habÃa pensado Marcos, del deseo del nazareno de no estar mucho tiempo presa de la ansiedad: el rabino debÃa haberse dado cuenta de que no tenÃa escapatoria, de que entonces, al ser muy odiado por los jefes de Israel por sus innumerables ataques contra ellos, aunque hubiese huido le habrÃan encontrado y, por tanto, que era inevitable su martirio. Una vez conocida la voluntad de Judas de denunciarlo, debÃa haberla considerado una liberación de la angustiosa espera y, por tanto, tras informar al discÃpulo que sabÃa todo, debÃa haberlo exhortado a no demorarse.
Con el alboroto que habÃa seguido a la llegada de los guardias, los nueve que reposaban en la cabaña se habÃan despertado y habÃan corrido a ver qué pasaba. Marcos, que para estar más cómodo dormÃa sin ropas envuelto en la tela, habÃa salido en ese estado. Un soldado, temiendo que escondiera un arma bajo la sábana, se la habÃa arrancado violentamente y el joven, desnudo, habÃa huido precipitadamente en la oscuridad. Se habÃa parado algo más allá para recuperar el aliento, junto a un olivo pluricentenario, rechinando los dientes por el frÃo de la noche y maldiciendo su costumbre de dormir desnudo. HabÃa oÃdo pasar a muchos hombres huyendo: habÃa sabido enseguida que se trataba de los discÃpulos del arrestado, que, después de haberle prometido que no le abandonarÃan nunca, estaban escapando precipitadamente. Mucho tiempo después, cuando estuvo completamente seguro de que los guardias habÃan abandonado el lugar del arresto y Getsemanà habÃa quedado desierto, el joven habÃa vuelto a la cabaña a recuperar sus ropas. Tras vestirse, se habÃa dirigido a su casa con cautela. Una vez llegado, habÃa relatado los últimos acontecimientos a su madre, que, en cuanto se dio cuenta del peligro que habÃa corrido marcos, le habrÃa gritado con gran severidad;
â¿Has visto qué pasa cuando desobedeces a tu madre? ¡Sé un buen hijo! ¿Por qué eres tan malo conmigo? âSolo después de desfogarse se habÃa preocupado por el maestro arrestado.
Madre e hijo habÃan conocido el resto de los acontecimientos por los discÃpulos del rabino Pedro y Juan: los once, como el propio Marcos, habÃan huido en la oscuridad tras el arresto, pero nueve habÃan vuelto rápidamente uno a uno al comedor, mientras que los dos primeros habÃan seguido a escondidas los acontecimientos hasta el alba. Luego Pedro se habÃa refugiado en casa de MarÃa y Marcos y les habÃa referido lo que habÃa visto, mientras que Juan habÃa asistido además a la muerte del nazareno en la cruz antes de volver y narrar el último acto de la tragedia. En resumen: esa noche el rabino habÃa sido condenado oficiosamente por aquellos miembros del sanedrÃn que habÃa podido reunir en la oscuridad el sumo sacerdote en su propio palacio y luego, con las primeras luces, este habÃa sido conducido atado ante el procurador Poncio Pilatos para obtener una sentencia oficial de muerte por sedición, condena capital que, según los acuerdos con Roma, el sanedrÃn no podÃa imponer nunca, ni reunido informalmente y sin todos sus miembros, como en ese caso, ni haciéndolo oficialmente y en sesión plenaria. Pilatos, para apaciguar a la multitud instigada por los sacerdotes, habÃa hecho flagelar al prisionero horriblemente y luego le habÃa condenado a la muerte en la cruz en el lugar de las ejecuciones, la pequeña colina cerca del exterior de las murallas llamada Calvario.
En la mañana del tercer dÃa después de la muerte del maestro nazareno, algunas seguidoras que habÃan participado en su sepultura y conocÃan la ubicación de su sepulcro se habÃan acercado para rendir los honores fúnebres al cadáver, ungiéndolo, algo que no habÃa sido posible cuando estaba colgado en la cruz, antes de la puesta de sol del viernes y por tanto poco antes del sábado, dÃa del sagrado reposo de los hebreos. De forma completamente inesperada, las valientes mujeres habÃan encontrado abierta la tumba y, como testimoniarÃan luego, sin ser creÃdas, habÃan visto a un hombre joven vestido de blanco, sentado sobre la piedra sepulcral, que se habÃa vuelto hacia ellas afirmando que el crucificado habÃa resucitado y pidiendo que dieran a los once la orden del maestro de volver a Galilea, donde le volverÃan a ver. HabÃan quedado estupefactas y en lugar de obedecer habÃan vagado sin rumbo por Jerusalén. Finalmente, una de ellas, una tal MarÃa originaria de Magdala, al pasar por delante de la casa de MarÃa la viuda, su amiga, se habÃa decidido a entrar para contar lo acaecido. La madre de Marcos le habÃa llevado hasta los once, a quienes finalmente la mujer magdalena habÃa referido los últimos hechos extraordinarios. Todos, salvo el joven discÃpulo Juan, habÃan permanecido incrédulos y se habÃan dicho unos a otros algo asÃ: ¿Cómo se podÃa confiar en las mujeres? Ni siquiera tienen derecho a dar testimonio en un juicio salvo sobre cosas banales, imaginaos si es posible creer esa noticia. ¿Un mensajero del cielo? Histeria femenina. También Marcos se habÃa mostrado escéptico, aunque guardando en su mente las palabras de la mujer. Juan sin embargo habÃa querido ir al sepulcro y Pedro, movido por la curiosidad, se habÃa armado de valor y le habÃa seguido. Les habÃa guiado MarÃa de Magdala, porque, al no haber participado en la sepultura, no conocÃan la tumba. La habÃan encontrado realmente abierta y vacÃa, salvo por las telas sepulcrales.
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