Guido Pagliarino - Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano

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Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano: краткое содержание, описание и аннотация

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Llegados al terreno de Getsemaní, Marcos y ocho de los once habían entrado en la amplia cabaña de las herramientas y se habían tumbado en el suelo, en las zonas libres de utensilios, para dormir. Por el contrario, los discípulos Simón Bar Ioná, llamado Pedro y los hermanos Juan y Jacobo Bar Zebedeo, obedeciendo una orden del maestro, habían intentado en vano mantenerse despiertos en oración con él entre los olivos.

Apenas un par de horas más tarde, en el momento más oscuro de la noche, se había sabido que el traidor anunciado era Judas, como había sospechado Marcos. Entonces había aparecido el Iscariote a la cabeza de unos guardias del sanedrín que empuñaban espadas y bastones y había identificado al rabino, que había sido arrestado. Sabiendo la intención del maestro de subir al olivar por la noche, el malvado discípulo debía haber informado a los jefes de Israel, que habían visto la posibilidad de poder arrestar secretamente al odiado y peligroso nazareno aprovechando la oscuridad y el aislamiento de la zona, sin correr el riesgo de una sublevación de la gente que simpatizaba con él. En realidad, al día siguiente, sujeto como siempre a las últimas sugerencias superficiales instigadas por los agentes del sumo sacerdote Caifás, esta pediría a Pilatos que el arrestado fuera eliminado. 9 Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

A Judas, como se sabría luego en Jerusalén, le habían dado como recompensa treinta monedas de plata, el precio de un esclavo robusto o de un pequeño terreno. La exhortación que le había lanzado el maestro, «Lo que tengas que hacer, hazlo rápido», podía tener además un significado. Podía tratarse, como había pensado Marcos, del deseo del nazareno de no estar mucho tiempo presa de la ansiedad: el rabino debía haberse dado cuenta de que no tenía escapatoria, de que entonces, al ser muy odiado por los jefes de Israel por sus innumerables ataques contra ellos, aunque hubiese huido le habrían encontrado y, por tanto, que era inevitable su martirio. Una vez conocida la voluntad de Judas de denunciarlo, debía haberla considerado una liberación de la angustiosa espera y, por tanto, tras informar al discípulo que sabía todo, debía haberlo exhortado a no demorarse.

Con el alboroto que había seguido a la llegada de los guardias, los nueve que reposaban en la cabaña se habían despertado y habían corrido a ver qué pasaba. Marcos, que para estar más cómodo dormía sin ropas envuelto en la tela, había salido en ese estado. Un soldado, temiendo que escondiera un arma bajo la sábana, se la había arrancado violentamente y el joven, desnudo, había huido precipitadamente en la oscuridad. Se había parado algo más allá para recuperar el aliento, junto a un olivo pluricentenario, rechinando los dientes por el frío de la noche y maldiciendo su costumbre de dormir desnudo. Había oído pasar a muchos hombres huyendo: había sabido enseguida que se trataba de los discípulos del arrestado, que, después de haberle prometido que no le abandonarían nunca, estaban escapando precipitadamente. Mucho tiempo después, cuando estuvo completamente seguro de que los guardias habían abandonado el lugar del arresto y Getsemaní había quedado desierto, el joven había vuelto a la cabaña a recuperar sus ropas. Tras vestirse, se había dirigido a su casa con cautela. Una vez llegado, había relatado los últimos acontecimientos a su madre, que, en cuanto se dio cuenta del peligro que había corrido marcos, le habría gritado con gran severidad;

—¿Has visto qué pasa cuando desobedeces a tu madre? ¡Sé un buen hijo! ¿Por qué eres tan malo conmigo? —Solo después de desfogarse se había preocupado por el maestro arrestado.

Madre e hijo habían conocido el resto de los acontecimientos por los discípulos del rabino Pedro y Juan: los once, como el propio Marcos, habían huido en la oscuridad tras el arresto, pero nueve habían vuelto rápidamente uno a uno al comedor, mientras que los dos primeros habían seguido a escondidas los acontecimientos hasta el alba. Luego Pedro se había refugiado en casa de María y Marcos y les había referido lo que había visto, mientras que Juan había asistido además a la muerte del nazareno en la cruz antes de volver y narrar el último acto de la tragedia. En resumen: esa noche el rabino había sido condenado oficiosamente por aquellos miembros del sanedrín que había podido reunir en la oscuridad el sumo sacerdote en su propio palacio y luego, con las primeras luces, este había sido conducido atado ante el procurador Poncio Pilatos para obtener una sentencia oficial de muerte por sedición, condena capital que, según los acuerdos con Roma, el sanedrín no podía imponer nunca, ni reunido informalmente y sin todos sus miembros, como en ese caso, ni haciéndolo oficialmente y en sesión plenaria. Pilatos, para apaciguar a la multitud instigada por los sacerdotes, había hecho flagelar al prisionero horriblemente y luego le había condenado a la muerte en la cruz en el lugar de las ejecuciones, la pequeña colina cerca del exterior de las murallas llamada Calvario.

En la mañana del tercer día después de la muerte del maestro nazareno, algunas seguidoras que habían participado en su sepultura y conocían la ubicación de su sepulcro se habían acercado para rendir los honores fúnebres al cadáver, ungiéndolo, algo que no había sido posible cuando estaba colgado en la cruz, antes de la puesta de sol del viernes y por tanto poco antes del sábado, día del sagrado reposo de los hebreos. De forma completamente inesperada, las valientes mujeres habían encontrado abierta la tumba y, como testimoniarían luego, sin ser creídas, habían visto a un hombre joven vestido de blanco, sentado sobre la piedra sepulcral, que se había vuelto hacia ellas afirmando que el crucificado había resucitado y pidiendo que dieran a los once la orden del maestro de volver a Galilea, donde le volverían a ver. Habían quedado estupefactas y en lugar de obedecer habían vagado sin rumbo por Jerusalén. Finalmente, una de ellas, una tal María originaria de Magdala, al pasar por delante de la casa de María la viuda, su amiga, se había decidido a entrar para contar lo acaecido. La madre de Marcos le había llevado hasta los once, a quienes finalmente la mujer magdalena había referido los últimos hechos extraordinarios. Todos, salvo el joven discípulo Juan, habían permanecido incrédulos y se habían dicho unos a otros algo así: ¿Cómo se podía confiar en las mujeres? Ni siquiera tienen derecho a dar testimonio en un juicio salvo sobre cosas banales, imaginaos si es posible creer esa noticia. ¿Un mensajero del cielo? Histeria femenina. También Marcos se había mostrado escéptico, aunque guardando en su mente las palabras de la mujer. Juan sin embargo había querido ir al sepulcro y Pedro, movido por la curiosidad, se había armado de valor y le había seguido. Les había guiado María de Magdala, porque, al no haber participado en la sepultura, no conocían la tumba. La habían encontrado realmente abierta y vacía, salvo por las telas sepulcrales.

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