No era papel. Era de seda.
Caminó hasta el fregadero, que parecÃa una fuente bautismal octogonal que habÃa visto en su visita a las viejas iglesias. Los accesorios eran todo de oro macizo, y cuando encendÃa los grifos el agua que fluÃa hacia afuera era ligeramente perfumada de rosas. Los jabones eran en forma de cisnes pequeños, y las toallas de mano eran de lino plegado en forma de cisne.
Se quedó mirando su reflejo en el espejo mientras se lavaba las manos. â¿Dónde me he metido?â Se preguntó en voz alta en voz baja. â¿Es esta una versión aún más surrealista del Hotel California? ¿Quién es esta chica, y qué es este lugar?â
Sus palabras no tenÃa respuestas para él, asà que se secó las manos y salió de la habitación.
La cabina del ascensor estaba abierta y esperándolo mientras caminaba por el pasillo. Apretó el â1â con cierto temblor, y el ascensor salió disparado como si el cable se hubiera roto, sólo para llegar a una súbita pero suave parada. âPodrÃa ser un paseo emocionante en cualquier parque de atraccionesâ murmuró.
Salió a la planta baja. No habÃa señales de Polly, asà que esperó.
Un gran león macho con una melena completa caminaba casualmente por una puerta. Herodotus instintivamente se quedó de piedra y retrocedió lentamente. Las puertas del ascensor se habÃan cerrado detrás de él, pero él apretó su espalda tan fuertemente como pudo.
El león lo miró, y él se dio cuenta que era un poco tuerto. Lo miró otra vez, ignorándolo mientras decidió caminar por el salón hacia otra habitación.
Tras unos pocos segundos Herodotus se dio cuenta que le costaba respirar. Decidió tomar aire a fondo para intentar calmar sus nervios.
Polly salió de otra puerta. Se habÃa vuelto a cambiar de ropa, esta vez llevaba unos tejanos ajustados, zapatillas y una camiseta blanca que decÃa â¡Creo en mi!â en letras azules a la altura del pecho. Incluso con una ropa tan sencilla parecÃa inmensamente sexy para él.
âEhâ dijo él con indecisión âhabÃa un león paseándose por toda la casa.â
âAh, es Bert. No le des mucha importancia. Seguramente te tiene más miedo que tu a él.â
Herodotus decidió que el tiempo para las sutilezas habÃa terminado. Miró directamente a sus ojos y dijo â¿Quién demonios eres tú?â
Le respondió con una expresión incrédula. âYa te lo he dicho. Me llamo Polly.â
â¿Polly, que más?â
â¿Polly que más qué?â
â¿Cuál es tu apellido?â
âNo, cual es el nombre del tipo de la segunda base.â
âYa he jugado a esto antesâ dijo él de manera irritada. âDime tu apellido.â
â¿Necesito uno?â
âTodo el mundo tiene un apellido.â
âCher. Madonna. Prince.â
âTodos estos son nombres artÃsticos. En verdad nacieron con apellidos.â
âQuizás Polly sea mi nombre artÃstico.â
âEntonces, ¿trabajas en un escenario?â
âConstantementeâ dijo ella con cierta lentitud en su voz.
âTodo lo que querÃa decir es queââ
âTu puedes, chico.â sus ojos se iluminaron de repente. â¿Cómo te atreves entrar aquà como si fueras el dueño del mundo y hacerme un interrogatorio de tercer grado? ¿Llevas el móvil en el bolsillo o te alegras de verme? Lo que te importa de mi es el apellido, ¿o si una vez tuvo uno? No te quiero más por aquÃ. Por favor, vete de una vez.â
Herodotus se dio cuenta de tal cambio abrupto en el carácter de Polly. âPeroââ
âNada de peros. Vete. ¡Ahora!â dijo apuntando la puerta principal de la casa.
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