Stephen Goldin - ¡polly!

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“Bueno, cuando llegué me dijiste ‘Bienvenido a greenhouse’.”

Polly se puso a reír. Era un sonido como campanas sonando, un sonido que hizo que toda la sala resplandeciera, algo que era placer en su pura esencia. “No ‘greenhouse’ de almacén para cultivar plantas” dijo ella. “Green House” por su color verde.

“Pero tu casa es blanca.”

“Si, pero ‘Casa Blanca’ ya está tomada, ¿no?”

Herodotus cerró sus ojos. Su cerebro le parecía que había entrado en una densa niebla. “No estoy seguro que tenga ningún sentido.”

“¿Sentido? No he hablado jamás de ningún ‘sentido’ en el contrato de la casa. O ‘justicia’, de hecho. Ni en la letra pequeña. La leí toda.”

Herodotus tenía la sensación incómoda de que Polly había estado viviendo sola durante demasiado tiempo. Estuvo a punto de ponerse en pie y decirle que seguiría esperando afuera a que su mayordomo viniera con el coche. Era un hombre alto con traje, pelo con signos de calvicie y algunas canas en un lado. Tenía un cierto aire de superioridad, y llevaba una bandeja plateada con canapés en su mano derecha. Acostó educadamente la bandeja y dijo en un acento británico de clase alta.

“¿Un refrigerio?”

“Gracias, James” dijo Polly mientras tomaba un entremés de la bandeja mientras miraba a Herodotus. “¿Te preocupa algo?”

La mayoría de las fiestas a las que había ido tenían patatas fritas y salchichas, o cuencos de nueces o pretzels. No había nada familiar en la bandeja que tenía delante suyo. “Eh, ¿que me recomiendas?”

“A ver, todo está bueno” dijo Polly “lo he echo todo yo misma.”

Herodotus escogió lo que parecía una flor pequeña roja y marrón sobre una galleta salada. La mordió con cuidado, y se dio cuenta que tenía un punto de dulzor y otro de salado.

“Está bueno” dijo mientras terminaba de comérselo.

“Bueno, no tienes que mostrarte tan sorprendido” dijo Polly.

“¿Qué es?!

“Tras pensarme la respuesta, creo que te lo contaré. No queremos más por el momento, James.”

“Como desee, Madam.” El mayordomo se retiró a servir al resto de los invitados.

Polly contempló como Herodotus terminaba de masticar el canapé, y dijo. “Esto, ¿por dónde estábamos?”

“No creo que estuviésemos en ninguna parte.”

“Ah, sí, me estabas haciendo preguntas profundas y perspicaces. Venga, no puedo esperar a la siguiente.”

Herodotus se terminó el vino antes de regalarle otra muestra de sus pensamientos. Tras un suspiro, decidió lo que le estaba preocupando. Bueno, uno de ellas. Polly no parecía estar ofendida por su franqueza.

“¿Sabes que” preguntó directamente “hay un muñeco de nieve en medio de la entrada a tu casa?

“Ah, ¿el señor Frío? Pensaba que ya lo habían quitado. Debe haber estado deambulado por ahí pues le gusta mirar como pasan los coches.”

Esto me ha dejado helado. “Me estás tomando el pelo.”

Ella le respondió con una flamante sonrisa, una sonrisa que iluminó la habitación con un arco de luz. “Por supuesto, tonto” dijo ella colocando su mano sobre su rodilla. “El señor Frío no puede ir a ninguna parte— no tiene piernas. Esto siempre me ha llevado a preguntarme sobre Frosty. ¿Cómo puede bailar si los muñecos de nieve no tienen ni pies ni piernas? Aunque su canción es bonita.”

El tacto de su mano con su rodilla le hizo sentir... algo en él. No estaba caliente, pues había conectado el aire acondicionado. No se trataba de electricidad, aunque sintió como todo su cuerpo estaba electrizado. No era nada sexual, aunque sus leotardos le puso en alerta ante su cercana feminidad. Tan sólo era algo , y sin duda era bueno.

Empezaron las preguntas. “Pero como—“ cuando lo interrumpió.

“Basta de preguntas y respuestas por ahora. Quizás más tarde, si eres un buen chico. Ahora, necesito mi hora de ejercicio, el cual debería haber empezado. Es por lo que voy vestida así. Ven al gimnasio y hazme compañía.

“¿Y los invitados?”

“Oh, estarán bien solos durante un momento. James y Fifi pueden cuidar de ellos.”

“No suelo hacer mucho ejercicio” dijo Herodotus, sin importarle decir que hacer ejercicio no era tan interesante como verlo hacer a otra persona. “Adelante. Me quedaré sentado cuidado a tu gato esperando a que tu chófer arregle mi coche.”

“Oh, no lo harás” dijo ella levantándose del sofá de un salto y agarrándole del brazo. Midnight aprovechó la situación para saltar de la falda de Herodotus y caer en algún otro lugar. “Me encanta ser vista” continuó Polly “y no puede ser contigo aquí.” Tiró de él y lo acercó junto a ella. “Tómalo como repago por mi hospitalidad.”

Dándose cuenta que estaba más cerca de la Fuerza Irresistible de lo que pudiera estar nunca, dejó que lo llevará hasta el vestíbulo y luego a través del pasillo central hasta la parte trasera de la casa. Había peores formas de pasar el tiempo, pero después de todo, ninguna viendo como una bella chica sudaba.

Llegaron al final del pasillo donde había un ascensor esperándolos con la puerta abierta. Polly pulsó el botón número tres. Herodotus se dio cuenta que los botones llegaban hasta el trece, y el último decía “R.”

“Pensaba que tu casa tenía solamente dos pisos” dijo mientras se cerraban las puertas del ascensor. Este subió más rápido que cualquier otro ascensor que hubiera visto. Herodotus sintió como sus rodillos llegaban hasta su pecho y atravesaban su cabeza, y como su estómago hubiera caído al suelo.

“Oh, debes haberla visto desde la parte delantera” dijo Polly a la ligera. “Es mucho más grande desde la parte trasera. Ya hemos llegado.”

El ascensor se paró de golpe de tal manera que Herodotus sintió estar balanceándose sobre un muelle de gelatina. Las puertas se abrieron para mostrar un pasillo parecido al de un hotel con puertas en el otro lado. No había números en ellas, ni ninguna indicación de lo que había detrás, excepto una que estaba pintada de verde claro.

Apoyando su paso con cuidado, Polly caminó rápidamente por el pasillo. No necesitaba tirar de la mano a Herodotus; sus nervios seguían chirriando desde el ascensor y tenía miedo de quedarse atrás, de perderse en esta mansión cada vez más confusa.

Ella se detuvo delante de la puerta verde. “Puedes entrar” dijo ella.

“¿Por qué quería hacerlo?”

“Porque está prohibido” dijo ella con cierto aire negativo. “Todo el mundo quiere entrar cuando les digo que está prohibido.” Siguió caminando hasta la siguiente puerta a su izquierda situada a la mitad de camino del salón.

“Esto es el gimnasio” dijo. “Entremos.”

Era una habitación muy grande, tanto como el gimnasio de un instituto. No era lo que Herodotus esperaba encontrar. No había ninguna cinta de correr, ni bicicleta estática, ni máquinas de pesas, ni ninguna de esas maquinas para subir escaleras —ninguna de esas modernas máquinas. En su lugar, había un caballete para saltar, barras paralelas, un trapecio y una cuerda floja de dos metros y medio de alto. Habían colocado multitud de colchones grises por todo el suelo.

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