–Tenemos que darnos prisa —dijo ella mientras corrían a sus coches—. Esto no tiene nada de inocente.
Lunes
Al atardecer
Keri se preparaba, cuando, diez minutos más tarde, pasaba por delante de la casa de Denton Rivers. Redujo la velocidad del coche, mientras la examinaba, y luego aparcó a una manzana de distancia, Ray detrás de ella. Sentía ese aguijón en el estómago, el mismo que tenía cuando algo malo estaba a punto de suceder.
«¿Y si Ashley está en esa casa? ¿Y si él le ha hecho algo?»
La calle de Denton estaba cubierta con una serie de casas de una sola planta como hechas con el mismo molde, todas pegadas entre sí. No había árboles en la calle, y el césped en la mayoría de los pequeños jardines del frente hacía tiempo que se había vuelto marrón. Estaba claro que Denton y Ashley no compartían el mismo estilo de vida. Esta parte del pueblo, al sur del Venice Boulevard y unas pocos kilómetros hacia el interior, no tenía casas de un millón de dólares.
Ray y ella andaban con rapidez por la manzana y ella miró su reloj: un poco después de las seis. El sol estaba comenzando su largo y lento descenso sobre el mar, hacia el oeste, pero quedaban un par de horas para que oscureciera totalmente.
Cuando llegaron a la casa de Denton, escucharon una música a todo volumen que venía de dentro. Keri no la reconoció.
Ella y Ray se acercaron en silencio, ahora oían gritos, de enfado y graves, una voz de hombre. Ray desenfundó su arma y le indicó con un gesto que fuera por la parte de atrás, luego levantó un dedo, dando a entender que entrarían a la casa en exactamente un minuto. Ella miró su reloj para confirmar la hora, asintió, sacó su arma, y se deslizó a lo largo del borde de la casa hacia la parte de atrás, con cuidado de agachar la cabeza mientras pasaba por delante de las ventanas abiertas.
Ray era el detective con más experiencia y normalmente era el más cauto de los dos cuando se trataba de entrar a un propiedad privada. Pero era evidente que pensaba que las actuales circunstancias les eximían de la obligación de conseguir una orden. Había una chica desaparecida, un sospechoso potencial dentro y unos gritos de enfado. Era algo defendible.
Keri probó la puerta lateral. No tenía echado el cerrojo. La abrió lo mínimo que pudo para evitar un chirrido y se metió adentro. Era poco probable que alguien en el interior pudiera oírla pero no quería arriesgarse.
Una vez en el patio trasero, se pegó a la pared trasera de la casa, manteniendo los ojos bien abiertos ante cualquier movimiento. Un asqueroso y decrépito cobertizo que había cerca de la verja trasera de la propiedad le dio mala espina. La oxidada puerta corrugada parecía que iba a desplomarse.
Se movió a gatas por el patio trasero y se quedó allí por un momento, esperando oír la voz de Ashley. No la oyó.
La parte de atrás de la casa tenía una puerta de madera con pantalla, con la cerradura sin echar, que llevaba a una cocina estilo años setenta, con una nevera amarilla. Keri vio a alguien al final del pasillo, en la sala, gritando al ritmo de la música y moviendo el cuerpo como si estuviera moviendo la cabeza como si estuviera en un pogo invisible en un concierto de rock.
No había todavía ninguna señal de Ashley.
Keri bajó la vista hacia su reloj: en cualquier momento, a partir de ahora.
Puntual, escuchó un sonoro golpe en la puerta delantera. Abrió a su vez la puerta de pantalla trasera a la vez, para ocultar el ligero clic del pestillo de la puerta. Aguardó, un segundo y sonoro golpe le permitió cerrar la puerta trasera simultáneamente. Se movió velozmente a través de la cocina y por el pasillo, echando un vistazo a cada puerta abierta que encontraba a medida que avanzaba.
En la entrada principal, que estaba abierta excepto por la pantalla, Ray golpeó de nuevo, con mayor fuerza incluso. De repente, Denton Rivers dejó de bailar y fue hasta la puerta. Keri, oculta en una punta de la sala, pudo verle la cara en el espejo que había junto a la puerta.
Se veía visiblemente confuso. Era un chico guapo: el cabello castaño bien cortado, los ojos de un azul profundo, una fibrosa y sinuosa constitución más propia de un luchador que de un jugador de fútbol. Bajo circunstancias normales era probablemente un tipo que atraía, pero ahora mismo esos atractivos estaban ocultos bajo un rostro desmejorado, unos ojos irritados y un tajo en la sien.
Cuando abrió la puerta, Ray mostró su placa.
–Ray Sands, Unidad de Personas Desaparecidas del Departamento de Policía de Los Ángeles —dijo en voz baja y firme—. Querría entrar para hacerte unas preguntas sobre Ashley Penn.
El pánico se apoderó de la cara del chico. Keri había visto esa mirada antes: estaba a punto de escapar.
–No te has metido en un lío —dijo Ray, presintiendo lo mismo—. Solo quiero hablar.
Keri vio que el chico tenía algo negro en la mano derecha, pero como el cuerpo de él le tapaba parcialmente la visión, no pudo ver qué era. Levantó su arma y apuntó con ella a la espalda de Denton. Lentamente, quitó el seguro.
Ray la vio hacerlo por el rabillo del ojo y bajó la vista hacia la mano de Denton. Tenía una mejor perspectiva del objeto que el chico sostenía y todavía no había levantado su arma.
–¿Es el mando para la música, Denton?
–Ajá.
–¿Puedes, por favor, dejarlo caer en el suelo delante de ti?
El chico vaciló y entonces dijo:
–Vale. —Dejó caer el aparato. Era en efecto un mando.
Ray enfundó su arma y Keri hizo lo mismo. Mientras Ray abría la puerta, Denton Rivers se giró y se sobresaltó al encontrar a Keri enfrente de él.
–¿Quién eres tú? —preguntó.
–Detective Keri Locke. Trabajo con él —dijo, señalando con la cabeza a Ray—. Qué bonito tienes esto, Denton.
En el interior, la casa estaba hecha un asco. Habían estampado las lámparas contra las paredes. Los muebles estaban tumbados. Había una botella de whisky medio vacía sobre una mesita, junto al origen de la música: un altavoz Bluetooth. Keri apagó la música. Con el silencio repentino, ella examinó la escena con más detalle.
Había sangre en la alfombra. Keri tomó nota mental pero no dijo nada.
Denton tenía unos rasguños profundos en el antebrazo derecho que podrían haber sido provocados por unas uñas. El tajo en un lado de la sien había dejado de sangrar pero hacía poco. Esparcidos por el suelo había los trozos de una foto de él y Ashley.
–¿Dónde están tus padres?
–Mi madre está en el trabajo.
–¿Y tu padre?
–Está muy ocupado haciendo de muerto.
Keri, sin inmutarse, dijo:
–Bienvenido al club. Buscamos a Ashley Penn.
–Que se joda.
–¿Sabes dónde está?
–No, y me importa una mierda. Ella y yo hemos terminado.
–¿Está aquí?
–¿Acaso la ves?
–¿Está aquí su teléfono? —insistió Keri.
–No.
–¿Es ese su teléfono, el que llevas en el bolsillo trasero?
El chico vaciló y, a continuación, dijo:
–No. Creo que tendríais que iros ahora.
Ray se colocó a una incómoda distancia corta del chico, le levantó mano y dijo:
–Déjame ver ese teléfono.
El chico tragó saliva de golpe, después se lo sacó del bolsillo y se lo pasó. La funda era rosada y parecía cara.
Ray preguntó:
–¿Es de Ashley?
El chico continuaba en silencio, desafiante.
–Puedo marcar su número y veremos si suena —dijo—. O tú puedes darme una respuesta directa.
–Sí, es suyo. ¿Y qué?
–Pon el culo en ese sofá y no te muevas —dijo Ray. Luego a Keri—: Haz lo tuyo.
Keri buscó en la casa. Había tres pequeños dormitorios, un baño diminuto y un armario para la ropa de cama, todos inofensivos en apariencia. No había señales de lucha ni de cautiverio. Encontró la cuerda para acceder a la buhardilla en el pasillo y tiró de ella. Se desplegó una serie de rechinantes escalones de madera que llevaban al piso superior. Subió por ellos con cuidado. Cuando llegó a la parte de arriba, sacó su linterna e iluminó a su alrededor. Era más un pequeño espacio libre para arrastrarse por él que una verdadera buhardilla. El techo estaba a poco más de un metro de altura y el entramado de las vigas dificultaba más el movimiento, incluso agachándose.
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