No había gran cosa allá arriba. Solo una década de telarañas, un buen número de cajas cubiertas de polvo y un baúl de madera de aspecto voluminoso en el extremo más lejano.
«¿Por qué alguien puso el objeto más pesado y asqueroso al fondo de la buhardilla? Tuvo que ser difícil llegar hasta esa esquina».
Keri suspiró. Por supuesto, alguien lo puso allí para hacerle la vida difícil a ella.
–¿Todo bien por allá arriba? —se oyó a Ray desde la sala.
–Sí. Solo reviso el ático.
Trepó hasta el último escalón y se abrió paso a lo largo del ático, asegurándose de pisar sobre los estrechas vigas de madera. Le preocupaba que un paso en falso la hiciera caer por el techo de yeso. Sudada y cubierta de polvorientas telarañas, finalmente llegó hasta el baúl. Cuando lo abrió e iluminó su interior, se sintió aliviada al comprobar que no había cuerpo. Vacío.
Keri cerró el baúl y rehizo su camino hasta la escalera.
De regreso en la sala, Denton no se había movido del sofá. Ray estaba sentado directamente enfrente de él, a horcajadas en una silla de cocina. Cuando ella entró, él la miró y preguntó:
–¿Había algo?
Ella negó con la cabeza.
–¿Sabemos dónde está Ashley, detective Sands?
–Todavía no, pero trabajamos en ello. ¿Correcto, Sr. Rivers?
Denton hizo como que no oía la pregunta.
–¿Puedo ver el teléfono de Ashley? —preguntó Keri.
Ray se lo entregó sin entusiasmo.
–Está bloqueado. Necesitaremos que los técnicos hagan su magia.
Keri miró a Rivers y dijo:
–¿Cuál es su contraseña, Denton?
El chico se burló de ella.
–No lo sé.
Keri le dejó claro con su expresión arisca que no le creía.
–Voy a repetir la pregunta de nuevo, muy educadamente. ¿Cuál es su contraseña?
Después de vacilar, el chico se decidió a decirlo:
–Miel.
Dirigiéndose a Ray, Keri dijo:
–Hay un cobertizo en la parte de atrás. Voy a echarle un vistazo.
Rivers desvió la mirada rápidamente hacia esa dirección pero no dijo nada.
Ya fuera, Keri usó una pala oxidada para forzar el candado que cerraba el cobertizo. Un rayo de luz penetraba a través de un agujero en el tejado. Ashley no estaba allí, solo había latas de pintura, viejas herramientas y varios trastos más. Justo cuando estaba a punto de salir, vio una pila de matrículas de vehículos de California sobre una estantería de madera. Al mirar con más detalle, contó seis pares, todas con pegatinas del año en curso.
«¿Qué están estas haciendo aquí? Tendremos que meterlas todas en bolsas».
Dio media vuelta y se dispuso a salir cuando una súbita brisa cerró de golpe la puerta oxidada, tapando la mayor parte de la luz que entraba en el cobertizo. Con esta semioscuridad impuesta, Keri sintió claustrofobia.
Tomó una gran bocanada de aire, luego otra. Trató de normalizar su respiración cuando la puerta se abrió con un crujido, permitiendo que entrara de nuevo algo de luz.
«Esto debe haber sido como lo que le pasó a Evie. Sola, arrojada a la oscuridad, confundida. ¿Es esto a lo que mi pequeña tuvo que enfrentarse? ¿Fue esta su pesadilla en vivo?»
Keri se tragó las lágrimas. Se había imaginado cientos de veces a Evie encerrada en un sitio como este. La próxima semana se cumplirían cinco años desde que ella desapareció. Pasar ese día iba a ser muy difícil.
Mucho había pasado desde entonces: la lucha para mantener su matrimonio a flote mientras sus esperanzas se desvanecían, el inevitable divorcio de Stephen, el año «sabático» de su cátedra en criminología y psicología en la Universidad Loyola Marymount, oficialmente destinado para realizar una investigación independiente, pero en realidad motivado por la bebida y las relaciones íntimas con algunos estudiantes, que finalmente habían forzado la mano de la administración. A dondequiera que mirara, veía los pedazos rotos de su vida. Se había visto forzada a enfrentarse a su principal fracaso: su incapacidad para encontrar a la hija que le habían robado.
Keri se secó bruscamente las lágrimas de los ojos y se riñó a sí misma en silencio.
«Vale, le has fallado a tu hija. No le falles a Ashley también. ¡Ánimo, Keri!»
Ahí mismo en el cobertizo, encendió el teléfono de Ashley, y tecleó la palabra «Miel». La contraseña funcionó. Al menos Denton fue sincero en una cosa.
Pulsó Fotos . Había cientos de fotografías, la mayoría de ellas las más típicas: adorables selfies de Ashley con amigos en la escuela, ella y Denton Rivers juntos, unas cuantas fotos de Mia. Pero se sorprendió al ver, repartidas por todas partes, otras fotos más provocadoras.
Varias se habían tomado en un bar vacío o alguna especie de club, claramente antes o después de su horario de apertura, con Ashley y sus amigos visiblemente borrachos en modo de fiesta salvaje, disparándole a las cervezas, levantándose las faldas y mostrando los tangas. En algunas había yerba en pipas o en pitillo. Había una invasión de botellas de licor.
«¿A quién conocía Ashley que tuviera acceso a un lugar como ese? ¿Cuándo sucedió? ¿Cuando Stafford estaba en Washington? ¿Cómo es que su madre no tenía ni idea de esto?»
Fueron las fotos con el arma las que realmente llamaron la atención de Keri. De repente, estaba al fondo, sobre una mesa, una 9 mm SIG, casi invisible, al lado de un paquete de cigarrillos, o encima de un sofá, junto a una bolsa de patatas fritas. En una imagen, Ashley estaba afuera, en algún lugar del bosque, cerca del río, disparándole a unas latas de Coca-Cola.
«¿Por qué? ¿Era solo por diversión? ¿Estaba aprendiendo a protegerse a sí misma? Si era así, ¿de qué?»
Curiosamente, las fotos de Denton Rivers habían ido disminuyendo considerablemente en los últimos tres meses, que coincidían con otras nuevas de un chico con un atractivo impresionante y una larga y salvaje melena de abundante cabello rubio. En muchas de esas fotografías, iba sin camiseta, mostrando sus bien definidos abdominales. Parecía muy orgulloso de ellos. Una cosa era cierta: era evidente que no era un chico de secundaria. Se veía como de poco más de veinte.
«¿Era él quien tenía acceso al bar?»
Ashley había tomado un buen número de fotos eróticas de sí misma. En algunas, enseñaba las bragas. En otras, no llevaba nada a excepción de un tanga, a menudo una tocándose de manera sugerente. En las fotos no se le veía nunca la cara pero se trataba sin duda de Ashley. Keri reconoció su dormitorio. En una imagen vio la estantería al fondo con el viejo libro de matemáticas que escondía su falsa identificación. En otra vio el peluche de Ashley al fondo, descansando sobre su almohada pero con la cabeza girada como si no soportara mirar. Keri sintió ganas de vomitar pero se contuvo.
Volvió al menú principal del teléfono y pulsó Mensajes para ver los mensajes de la chica. Las fotos eróticas de Fotos habían sido enviadas una por una a alguien llamado Walker, al parecer el chico de los abdominales. Los mensajes que las acompañaban dejaban poco a la imaginación. A pesar de la conexión especial de Mia Penn con su hija, estaba empezando a parecer que Stafford Penn comprendía a Ashley mucho mejor que la madre.
Había también un mensaje para Walker de hacía cuatro días que decía:
«Formalmente le di una patada a Denton. Espero drama. Ya te contaré».
Keri apagó el teléfono y se sentó en la oscuridad del cobertizo, pensando. Cerró los ojos y dejó que su mente vagara. Una escena se formó en su mente, una tan real como si ella misma estuviera allí.
Era una soleada y agradable mañana de un domingo de septiembre, llena por el infinito de un cielo azul californiano. Estaban en el parque infantil, ella y Evie. Stephen regresaba esa tarde de una excursión a pie por el Parque Nacional de los Árboles de Josué. Evie llevaba una camiseta color lila, pantalones cortos de color blanco, medias blancas de encaje y bambas.
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