Linda Howard - Contra Todas Las Reglas

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Contra Todas Las Reglas: краткое содержание, описание и аннотация

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Rule Jackson es el capataz del rancho que Cathryn Ashe heredó siendo una adolescente. Cathryn escapó del rancho hace años, después de un apasionado encuentro con Rule. Él ha estado obsesionado por los recuerdos de su breve romance y cuando Cathryn vuelve finalmente al rancho, después de la muerte de su marido, Rule está decidido a que sea suya y no va a aceptar un no como respuesta. Pero Cathryn sabe que esta vez las apuestas están más altas, y las dudas asaltan su corazón, corazón que, finalmente comprende, siempre ha sido de Rule.

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Cathryn la miró desdeñosamente.

– ¡Eres retorcida!

– ¡Y tú una idiota!

– ¡Probablemente lo sería si diera algo de valor a tus palabras! -le disparó Cathryn-. No sé lo que tienes contra Rule. Tal vez es simplemente amargura contra los hombres…

– ¡Así es! -chilló Ricky-. ¡Échame en cara que estoy divorciada!

Cathryn se hubiera tirado de los pelos de pura frustración. Conocía lo suficientemente bien a Ricky para reconocer su juego para inspirar compasión, pero también sabía que cuando le convenía, Ricky no se ceñía demasiado a la verdad. Por alguna razón, Ricky trataba de hacer aparecer a Rule bajo la peor luz imaginable y el pensamiento la irritó. Rule ya tenía bastantes puntos negativos contra él para que alguien inventara más. En la zona no se habían olvidado de cómo había actuado cuando volvió de Vietnam y por lo que sabía ella, nunca se había reconciliado con su padre. El señor Jackson había muerto hacía unos años, pero Rule nunca se lo había mencionado, así que supuso que la tensión entre él y su padre todavía existía en el momento de la muerte del señor Jackson.

Sin querer analizar más estrechamente sus motivos, simplemente reconociendo el deseo superficial de poner a Ricky en su sitio, Cathryn le espetó:

– Es verdad que Rule me pidió que me quedara, pero, después de todo, ésta es mi casa, ¿verdad? No hay nada que me retenga en Chicago ahora que David está muerto -con esas palabras de despedida se puso en pie y abandonó la sala, aunque con bastante más gracia de la que Rule había exhibido.

Empezó a dirigirse a su habitación ya que sentía los efectos del viaje y del largo paseo. Sus músculos estaban rígidos, y aunque los hubiera olvidado en el calor de la batalla, ahora renovaban sus súplicas para que les prestara atención y se estremeció ligeramente cuando llegó a las escaleras. Deteniéndose en el primer escalón, decidió que primero buscaría a Rule, incitada por algún vago impulso de verlo. No sabía por qué hacía esto cuando llevaba años evitándole, pero no se detuvo a analizar ni sus pensamientos ni sus emociones. Eso podría destrozarla. ¡Sería algo completamente diferente si se tomara esa libertad con algún otro! Salió por la puerta principal y caminó alrededor de la casa, dirigiendo sus pasos hacia el granero de los potros. ¿Dónde si no estaría Rule más que comprobando como se encontraba uno de sus preciosos caballos?

Los olores familiares de heno, caballos, linimento y cuero la saludaron cuando entró en el granero y anduvo el oscuro y largo pasillo cuya luz del fondo dejaba ver a dos hombres parados ante el puesto de la yegua embarazada. Rule se giró cuando ella surgió bajo la luz.

– Cat, éste es Floyd Stoddard, nuestro veterinario. Floyd, te presento a Cathryn Ashe.

Floyd era un hombre grande y macizo con la piel curtida y el cabello castaño claro. La saludó con una inclinación de cabeza.

– Señora -dijo con una voz suave totalmente opuesta a su aspecto.

Cathryn hizo un gesto convencional, pero no tuvo oportunidad para conversar. Rule dijo brevemente:

– Avísame si pasa algo -y la tomó del brazo. Y ella se encontró fuera del círculo de luz y otra vez sumergida en la oscuridad del granero. No veían muy bien en la oscuridad, y tropezó al nadar con vacilación sin confiar en su equilibrio.

Se oyó una risa queda por encima de su cabeza y se sintió apretada estrechamente contra un cuerpo duro y caliente.

– ¿Todavía no puedes ver en la oscuridad, verdad? No te preocupes, no permitiré que te caigas. Sólo agárrate a mí.

No tuvo que agarrarse. Él la apretaba por los dos.

Para hablar de algo, preguntó:

– ¿La yegua parirá pronto?

– Probablemente esta noche, cuando todo se calme. Normalmente las yeguas son tímidas. Esperan hasta que creen que no hay nadie alrededor, así que Travis tendrá que guardar silencio y no dejar notar su presencia -había diversión en su voz-. Como todas las hembras, poniéndolo difícil.

El resentimiento en nombre de su sexo la enfureció brevemente, pero se controló. Se dio cuenta que se estaba burlando de ella, esperando que reaccionara apasionadamente y dándole así una razón perfecta para besarla otra vez, como si él necesitara una razón. ¿Cuándo había necesitado él una razón para hacer lo que quería? Así que en lugar de ello dijo suavemente:

– Probablemente tú también lo pondrías difícil si tuvieras que enfrentarte al parto y al nacimiento.

– Querida, sería algo más que difícil. ¡Estaría francamente sorprendido!

Se rieron juntos mientras salían del granero y empezaron a caminar hacia la casa. Ahora ya podía ver bajo la débil luz de la luna creciente, pero él mantuvo el brazo alrededor de su cintura y ella no protestó. Hubo un momento de silencio antes de que él murmurase:

– ¿Estás muy dolorida?

– Bastante. ¿Tienes algún linimento que pueda ponerme?

– Te llevaré una botella a tu habitación -prometió él-. ¿Cuánto tiempo aguantaste ante Mónica y Ricky?

– No mucho -admitió Cathryn-. Tampoco yo acabé de cenar.

Volvió a hacerse el silencio y no se rompió hasta que estuvieron cerca de la casa. La mano que la sostenía se tensó hasta que los dedos se clavaron en la suave piel de la cintura.

– Cat.

Ella se detuvo y lo miró. Su cara estaba completamente oculta bajo el ala de su sombrero, pero podía sentir la intensidad de su mirada.

– Mónica no es mi amante -dijo con una suave exhalación-. Nunca lo ha sido, aunque no por falta de oportunidades. Tu padre fue un amigo demasiado bueno para que yo me metiera en la cama con su viuda.

Al parecer la misma restricción no se aplicaba a la hija de Ward, pensó ella, momentáneamente muda de estupefacción ante la atrevida declaración. Por un momento clavó simplemente los ojos en él bajo la débil luz plateada, con la cara alzada hacia él.

– ¿Por qué te molestas en explicármelo? -susurró finalmente.

– ¡Porque te lo creíste, maldita sea!

Otra vez atónita, se preguntó si automáticamente había aceptado, sin realmente pensar en ello, que Rule había sido el amante de Mónica. Desde luego eso era lo que Ricky había dado a entender antes, pero algo en Cathryn rechazó violentamente esa idea. Por otra parte, instintivamente le dio miedo darle ese voto de confianza. Dividida entre las dos posturas, dijo simplemente:

– Todo lo indicaba. Puedo entender por qué Ricky está tan convencida. Cualquier cosa que quisieras sólo se lo tenías que mencionar a Mónica y ella se aseguraba de darte el dinero para que lo hicieras.

– ¡El único dinero que Mónica me ha dado ha sido para el rancho! -dijo él bruscamente-. Ward confió en mí para llevarle el rancho, y eso no cambió con su muerte.

– Lo sé. Has trabajado para este rancho tan duro, más duro, que cualquier hombre para su propia tierra -obedeciendo otro instinto, le puso la mano sobre el pecho, extendió los dedos y sintió la carne caliente y dura bajo la camisa-. Me resentí contigo Rule. Lo admito. Cuando murió papá, desde el primer momento, te impusiste y asumiste el control de todo lo que había sido suyo. Te encargaste del rancho, te mudaste a su casa, organizaste nuestras vidas. ¿Acaso era imposible pensar que te apoderases también de su esposa? -Dios, ¿por qué había dicho eso? Ni siquiera lo creía, aunque se sentía impelida a emprenderla a golpes contra él.

Se puso rígido y su respiración siseó entre sus dientes.

– ¡Me gustaría ponerte sobre mis rodillas por esto!

– Como has dicho varias veces, ahora ya soy adulta, así que no te lo aconsejaría. No voy a permitir que me trates como a una niña -le avisó, con la espalda rígida al recordar el incidente de hacía muchos años.

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