Finn no le hizo ni caso. De hecho, parecía estar contando hasta diez.
– Kate -dijo por fin-, ¿qué está haciendo ese perro aquí?
– Lo encontré cuando venía a trabajar.
– Pues ya puedes librarte de él. éste no es sitio para un perro.
– Tampoco es sitio para una niña. -Finn apretó los labios.
– Mi ama de llaves está cuidando de su madre y hoy no hay colegio. No podía dejarla sola en casa.
– Y yo no podía dejar a Derek en la calle -replicó Kate-. Podría haberlo atropellado un coche.
– Kate, esto es una oficina, no un albergue para animales abandonados. ¡Pensé que estabas intentando ser más profesional!
– Hay cosas más importantes que ser profesional -dijo ella, tomando al perro en brazos.
– ¿Adónde vas? ¡Aún no he terminado!
– Voy a secarlo y a darle un poco de leche. Cuando vuelva, podrás seguir regañándome todo lo que quieras…
– ¿Puedo ayudarte? -preguntó Alex.
– Claro. Tú puedes sujetar a Derek mientras yo lo seco.
– Un momento… -empezó a decir Finn, incapaz de creer que había perdido el control de la situación. Alex levantó los ojos al cielo, como una adolescente irritada.
– Papá, no pasa nada.
Después de eso fueron al cuarto de baño, dejando a Finn McBride perplejo.
– No creo que hoy vaya a ganar el premio a la secretaria mejor vestida -suspiró Kate.
– No te pareces a Alison -comentó Alex.
– Eso me dice tu padre casi todos los días.
– A mí no me gusta Alison -lijo Alex entonces-. Me habla como a una niña pequeña. Y es muy cursi con mi padre.
– ¿En serio?
– Sí, le habla así con una voz…
– ¿Y tu padre también se pone cursi con ella? -preguntó Kate sin poder evitarlo.
La niña se encogió de hombros.
– No lo sé. Espero que no. Yo no quiero una madrastra. Rosa es un poco rollo, pero la prefiero a ella antes que a Alison.
– ¿Quién es Rosa?
– El ama de llaves.
Pobre Alison, pensó Kate. No le gustaría estar en su pellejo.
Diez minutos después, Derek estaba debajo de su escritorio, tumbado sobre el periódico.
– Es más rico… -murmuró Alex-. Ojalá pudiera quedármelo. ¿Tú crees que mi padre me dejará?
Kate pensó que la respuesta era «no», pero mejor que se lo dijera Finn personalmente.
– Tendrás que preguntárselo a él. Y yo que tú esperaría a que estuviese de mejor humor.
Finn apareció entonces con la misma expresión sombría de antes.
– Alex, puedes ir a sentarte en recepción si quieres. Sé que te gusta hablar con la recepcionista.
– Sólo cuando Alison está aquí -contestó la niña-. Ademas, Kate me ha dicho que puedo cuidar de Derek.
– Sí, bueno… yo tengo que hablar con Kate un momento.
– No la molestaré -insistió Alex-. Yo cuidaré de Derek y así ella podrá trabajar. No te importa, ¿verdad, Kate?
– Claro que no.
– No es a Kate a quien debe importarle -intervino Finn, impaciente-. Ven a mi despacho… si has terminado de convertir mi oficina en un albergue para perros abandonados, claro.
– Voy, voy -murmuró ella, sabiendo lo que la esperaba.
– ¿Te importaría explicarme qué demonios está pasando aquí? -le espetó Finn en cuanto cerró la puerta.
Kate se preguntó si debía quedarse de pie con las manos a la espalda, como si estuviera hablando con el director del instituto. Pero decidió sentarse.
– No pasa nada. No quería llegar tarde, pero ya has visto a ese pobre perrito… alguien debió de aburrirse de él y lo abandonó. Es que no entiendo cómo la gente puede ser tan cruel…
– Kate, no me interesa -la interrumpió Finn-. Tengo una empresa que dirigir, por si no te has dado cuenta. Hemos perdido media mañana con ese perro…
– Alex está muy contenta cuidando de Derek, así que yo creo que ha sido providencial -lo interrumpió ella, tomando el cuaderno-. Bueno, podemos empezar cuando quieras.
– Papá? -Alex esperó hasta que Finn le dio una larga lista de órdenes a Kate. Estaba sentada en el suelo, con la cabeza del perrito en su regazo.
– ¿Estás bien ahí?
La niña asintió vigorosamente.
– Me dijiste que si era buena podíamos ir a comer
– Sí -asintió Finn, suspicaz.
– Pues no quiero ir a comer a ningún sitio. Quiero que me lleves a una tienda para comprarle una correa a Derek.
– Alex, no quiero que te encariñes con ese perro.
– Por favor, papá. Me lo prometiste.
– Yo estaba pensando en llevarte a una pizzería -suspiró Finn, mirando a Kate como si todo fuera culpa suya-. Yo creo que debe ser Kate quien se encargue del perro, hija. Después de todo, fue ella quien lo rescató.
– Kate no tiene tiempo de ir a comer -dijo Alex. Era cierto. Finn le había encargado tanto trabajo que no tenía tiempo para comer y menos para ir a una tienda de animales.
– No importa. Buscaré una cuerda o algo -suspiró Kate, con cara de mártir-. Salid a comer y no os preocupéis por mí.
Finn levantó una ceja.
– Sí, claro, eso dará una imagen estupenda de la empresa. Mi secretaria saliendo del despacho con un perro sujeto de una cuerda.
– Me marcharé cuando se haya ido todo el mundo.
– Papá, por favor, llévame a una tienda de animales -insistió Alex-. He sido buena ¿verdad Kate? Y el otro día dijiste que todo el mundo debería cumplir sus promesas.
Kate disimuló una sonrisa. Evidentemente, Alex no necesitaba consejos para manejar a su padre.
– No sé dónde vamos a encontrar una tienda de animales en el centro de Londres -suspiró Finn.
– En todos los grandes almacenes hay tiendas de animales -dijo Kate.
Su jefe, por supuesto, la fulminó con la mirada. Cuando él y su hija salieron a comer, el perrillo se acercó a Kate. No era muy guapo, pero sus confiados ojos castaños le romperían el corazón a cualquiera. No debería encariñarse demasiado con él porque entonces tendría que quedárselo hasta que encontrase un dueño, pero lo tomó en brazos, incapaz de resistirse.
A la porra la profesionalidad, pensó. Podía seguir escribiendo en el ordenador y acariciando a Derek al mismo tiempo.
Finn y Alex volvieron a las tres y media, cargados de comida para perros, juguetes, un collar, una correa…
– Éste es el collar -dijo la niña, orgullosa.
Kate soltó una carcajada. Era de terciopelo rojo, con brillantitos, la clase de capricho que cuesta un dineral.
– Lo eligió tu padre, seguro.
Entonces, por el rabillo del ojo, vio que Finn casi sonreía. Casi.
– Lo he pagado con mi propio dinero -estaba diciendo la niña.
– Ejem…
– Bueno, yo pagué el collar, pero mi padre ha pagado el resto -admitió Alex entonces.
– No te preocupes, Finn. Te devolveré el dinero -dijo Kate, sintiéndose culpable.
– No hace falta. Prefiero olvidarme del asunto lo antes posible. A la hora de comer me gusta comer, no pasarme dos horas en una tienda de animales, chantajeado por una niña de nueve años.
– Gracias de todas formas -insistió ella, poniéndole el collar-. Mira qué guapo estás, Derek. -También hemos comido pizza dijo Alex.
– Ah, qué suerte. Ya me imaginaba yo que tu padre no te dejaría con el estómago vacío.
– Te hemos traído un bocadillo. Mi papá dijo que tenías que comer algo.
Un bocadillo de queso, beicon y aguacate. Su favorito. ¿Cómo lo había sabido?
Kate lo miró y notó… algo, como si… en fin, no podría definirlo. Algo raro. Como si fuera humano.
– Gracias -murmuró, con voz entrecortada.
– No quiero que te desmayes de hambre. Aún tenemos mucho que hacer esta tarde -dijo él, apartando la mirada.
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