Jessica Hart - Entre llamas de pasión

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Según Strachan, la única forma de que Giselle pudiera pasar una noche en la torre Caedle sería durmiendo con él. Y Strachan preferiría acostarse con una serpiente de cascabel antes que hacerlo con una periodista.
Ella no tenía intención de llegar tan lejos. Solo quería investigar en su castillo el origen de una leyenda. Pero pronto le pareció más importante averiguar si Strachan tenía corazón…

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Sus implacables ojos azules se encontraron con los de Gisella cuando él se apartó de la chimenea y se sentó en una silla. Estiró las piernas hacia el frente y sus pies cubiertos sólo por los calcetines quedaron a la vista. Apoyó la barbilla sobre las manos y observó a la joven, que se encontraba de pie junto a la mesita.

Después de una pausa, él continuó:

– La respuesta es no. Parece que esa es una palabra que no comprende, por lo tanto, sugiero que vaya a buscarla en un diccionario, porque mi decisión no va a cambiar.

Se hizo un silencio extraño en la habitación. Strachan parecía muy relajado, con Bran dormido a sus pies. Gisella lo observó y meditó.

Estaba convencida de que él no decía la verdad.

Nadie elegiría como dormitorio una torre medieval, supuestamente hechizada, cuando tenía muchas otras habitaciones entre las que elegir. Lo que él intentaba era desanimarla.

Comprendió que no había manejado bien a Strachan, a pesar de que él no daba la impresión de ser un hombre que pudiera ser manejado. Afuera ya había oscurecido, pero el fuego de la chimenea era suficiente para iluminar la habitación.

Gisella tenía la cabeza inclinada y su cabello rubio reflejaba la luz de la chimenea. De pronto se sintió muy cansada debido a la gran actividad de las últimas semanas en Londres. Había pensado que ese iba a ser un artículo fácil, pero parecía que resultaría el más difícil de todos.

De no haber sido por la insistencia de Yvonne, Gisella habría abandonado la idea, pero sabía la desesperación con que Focus necesitaba una buena serie de artículos que mantuviera interesado al lector de una semana a otra.

Estaba muy bien fingir que era una periodista dura, pero no podía olvidar que Yvonne luchaba por educar sola a dos hijos ni que su editor era un hombre muy severo que aprovechaba la menor excusa para despedir a su personal. Además, le había prometido ese artículo a su amiga y le gustaba cumplir sus promesas.

Strachan estaba decidido a bloquearle el camino, pero tenía que haber otra manera.

Ensimismada en sus pensamientos, Gisella se mordisqueó la uña del dedo pulgar. Debía entrar en esa habitación, sin que Strachan lo supiera. Él tendría que salir del castillo en algún momento. Lo único que tenía que hacer era entrar cuando nadie la viera y comprobar si era cierto lo que él decía. Si de verdad ese era su dormitorio, ella no podría quedarse allí, pero sí podría tener una buena idea del conjunto y la atmósfera. Si Strachan mentía, era probable que nadie entrara allí y ella pudiera pasar la noche sin que él se enterara.

Tomó una decisión, y al levantar la mirada, vio una expresión extraña en el rostro masculino que desapareció de inmediato.

– ¿Y bien? -preguntó él-. ¿Todavía no recuerda lo que significa «no»?

– No deseo continuar con esta discusión -dijo Gisella e ignoró la pregunta.

Strachan la escoltó por el vestíbulo.

– Me alegra que haya decidido ser sensata y abandonar esa idea -comentó él al abrir la pesada puerta de roble.

– ¿Quién ha dicho que me he dado por vencida? -preguntó la joven con dulzura y sacó de su bolso las llaves-. Le advierto que no me rindo con facilidad cuando se trata de una buena historia.

Strachan la miró a los ojos y ella dio un paso atrás por instinto.

– ¡Y yo le advierto, señorita Pryde, que nunca cedo!

Casi veinticuatro horas después, Gisella se encontraba sentada sobre un tronco bajo los árboles y observaba el castillo a través de la maleza. El Land Rover de Strachan estaba estacionado sobre la grava y la ventana de la biblioteca formaba un rectángulo de luz amarilla.

Exhausta por el largo viaje y el enfrentamiento con Strachan McLeod, Gisella había dormido bien la noche anterior, pero esa mañana se había despertado temprano.

Permaneció acostada un tiempo, con la mirada fija en las cortinas y recordando fragmentos de su sueño. La imagen de Strachan pasó por su mente: sus ojos, nariz, mandíbula, mejillas y en especial… su boca.

La joven movió las piernas debajo de las sábanas. ¿Qué hacía acostada allí, pensando en la boca de Strachan McLeod? Sería mejor pensar en lo desagradable que había sido y en cómo entraría a la Torre Candle.

Se levantó y se dirigió a la cocina para prepararse una taza de café.

Poco después llamó a Yvonne para decirle dónde podría localizarla.

– ¿Has entrado ya en la Torre Candle? -preguntó su amiga de inmediato.

– ¡Apenas llegué ayer!

– No tardes mucho -pidió Yvonne-. No hago más que enterarme de la cantidad de revistas que han dejado de circular este año. Si no logramos mantener el interés de los lectores con algo diferente, me quedaré sin trabajo.

Gisella miró hacia el cielo y colgó. No soportaba en ese momento ninguna clase de presión, aunque sabía que su amiga se había esforzado mucho por esa serie, y si no resultaba, su jefe le ofrecería su puesto a otra persona.

La joven se puso la chaqueta y salió. Había un sendero que cruzaba el bosque y llegaba hasta el castillo. Empezó a recorrerlo poco antes de que anocheciera.

Ahora sólo esperaba que oscureciera lo suficiente antes de explorar el exterior del castillo para ver si había otras entradas. El plan era tomar algunas notas sobre la atmósfera del lugar en la oscuridad.

Había pensado en iniciar el artículo describiendo cómo debía de encontrarse el amante en la oscuridad, mirando hacia la torre en espera de la luz de la vela, pero no había previsto la atmósfera fantasmal del bosque. Se encontraba allí sola, y cuando oyó el ruido de una ramita que se quebraba, dio un respingo. Su corazón latió con fuerza. Llegó hasta el final del bosque y mantuvo los ojos fijos en la ventana de la biblioteca.

En ese momento, la luz se apagó y Gisella pasó saliva. Tenía frío, estaba sola y asustada.

– ¡Qué manera tan fabulosa de pasar una noche! -murmuró para sí.

La enorme puerta se abrió en ese momento y la grava se iluminó. Strachan apareció, seguido por el fiel Bran. El perro dudó un momento junto al jeep y giró la cabeza, como si percibiera su presencia.

Ella contuvo la respiración. Strachan le ordenó al animal que subiera en la parte trasera y el vehículo se alejó por el sendero.

Gisella se puso de pie. Debía actuar con rapidez.

Haría un recorrido por el castillo y luego regresaría a la cabaña.

Ansiosa por alejarse del bosque, corrió sin precaución. De pronto pisó un hoyo y cayó sobre la hierba húmeda.

Intentó ponerse de pie, pero un dolor agudo en el tobillo se lo impidió. ¡Qué momento para que le ocurriera algo así! ¡Y en la propiedad de Strachan McLeod! No quería pensar en lo que haría él si la encontrara allí. Apretó los dientes y saltó sobre la pierna sana un par de metros, antes de tener que detenerse para descansar.

Sentía un profundo dolor en el tobillo. Se sentó y colocó la cabeza entre las rodillas para evitar desmayarse.

Esforzándose por alejarse del castillo, perdió la noción del tiempo. Después de dar algunos pasos, tenía que descansar varios minutos. Se había olvidado del artículo y de Yvonne. Lo único que deseaba era salir de las tierras de Strachan McLeod antes de que él regresara.

Capítulo 4

La suerte de Gisella terminó. Casi había llegado al sendero cuando el Land Rover apareció por la curva y sus faros iluminaron el frente del castillo. Enfurecida por el frío y el dolor, la joven trató de ocultarse en la oscuridad, con la esperanza de que Strachan no se percatara de su presencia.

Él no notó que ella estaba allí, pero Bran sí, y sus ladridos lo hicieron detenerse en la puerta. Cuando se volvió, vio que el perro lamía un bulto con entusiasmo.

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