Jessica Hart - Una chica prudente

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Jane era una chica prudente, todos lo decían. Diez años antes, su prudencia le había impedido escaparse con Lyall Harding, un muchacho de su pueblo. Ahora, Lyall había vuelto y, lejos de ser el chico impulsivo, irresponsable y descarado que todos recordaban, se había convertido en el reputado director de una multinacional.
Jane necesitaba conseguir un contrato de su empresa para mantener el negocio familiar. Pero, tal y como estaban las cosas, iba a ser Lyall quien decidiera las condiciones…

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Y de repente, inexplicablemente, todo acabó. Lyall levantó la cabeza y la miró. Jane se agarró sin querer apartarse, pero los brazos de Lyall se apartaron y abrocharon su blusa. Se miraron el uno al otro un segundo interminable, sorprendidos por la pasión que los había arrastrado como un tornado y se había evaporado con la misma rapidez. Ya no había diversión en los ojos azules, sino una expresión que Jane no quería o no podía comprender.

– Así está bien, creo que es mejor que me vaya, antes de que pienses que me has pagado demasiado.

Jane se quedó callada, incapaz de decir nada. Sin darse cuenta de lo que hacía o de lo que quería decir, asintió con la cabeza casi mareada, desorientada por la brusca vuelta a la realidad. Lo único que pudo hacer fue cerrarse la blusa y mirar con los ojos abiertos por la sorpresa a Lyall caminar hacia la puerta.

Capítulo 3

– Gracias a Dios que has venido! -declaró Dorothy cuando Jane llegó al despacho al día siguiente-. Estaba empezando a preguntarme si te había pasado algo.

– Me he quedado dormida -explicó Jane, tomando la correspondencia e intentando evitar la mirada inquisitiva de Dorothy-. No he dormido muy bien esta noche. Había estado despierta mucho rato, pensando en el beso que la había sacudido hasta el borde de las lágrimas. Estaba furiosa con Lyall por haberla besado de esa manera, y con ella por haber respondido. ¿Cómo había podido abrazarlo de aquella manera después de aquellos diez años? ¡Él la había herido, usado y traicionado, pero cuando la había besado ella había respondido como si siguiera locamente enamorada!

¡Pues no lo estaba! Jane había dado forma de nuevo a la almohada y se había colocado sobre ella una vez más. ¡Había olvidado a Lyall hacía mucho tiempo, y si él creía que un beso iba a cambiar todo, estaba equivocado! Como siempre, la había pillado por sorpresa después de toda aquella charla sobre olvidar el pasado. No tenía que haber confiado en él, había pensado con amargura. Lyall no descansaría hasta no destrozar el mundo seguro que ella había reconstruido a su alrededor, pero ella no iba a permitirlo. Su mejor defensa era seguir siendo la chica fría y razonable que había intentado aprender a ser en aquellos diez años, la chica que había sido antes de que él cambiara todo. La próxima vez que se vieran, si volvían a verse, ella estaría preparada, había decidido. Estaría tranquila, relajada, despreocupada, y con suerte, Lyall pensaría que había imaginado aquel beso.

La luz del amanecer había empezado a iluminar vagamente la habitación cuando Jane se había quedado dormida. En esos momentos, delante de la mesa de Dorothy con la correspondencia en la mano, deseó sentirse tan segura como se había sentido en las primeras horas de la mañana. Su cuerpo todavía temblaba con el recuerdo de la boca de Lyall y de sus manos, y por mucho que mirara a las cartas, lo único que veía era el brillo malicioso de sus ojos mientras se inclinaba sobre ella…

– Michael White ha llamado hace media hora, parece que Multiplex ha tomado una decisión.

Jane había olvidado las preocupaciones de las últimas semanas.

– ¿Y?

– ¡Que tenemos el contrato!

Eran las noticias que Jane necesitaba. Su corazón había abrigado la esperanza de mantener Makepeace and Son, y en esos momentos se sentía feliz. También se daba cuenta lo cerca que habían estado de la ruina, y de que la vida arreglaba las cosas poco a poco. Había dado demasiada importancia al beso de Lyall. Su padre había confiado en ella y eso era lo único que importaba, eso y la gente que había trabajado para ella. Makepeace and Son era su vida, y Lyall no tenía espacio en ella.

Tras semanas de larga espera, de repente tenía un montón de cosas que hacer. Multiplex quería una entrevista inicial con el arquitecto y con ella aquel mismo día, así que Jane tenía que estar en Penbury Manor a las dos en punto, pero primero fue a informar a los trabajadores de la empresa que habían conseguido el contrato.

En aquellos años, Jane había sentido muchas veces el deseo de volver a la jardinería y dejar a un lado la lucha con los contables, con los contratistas, etc… pero la cara de los hombres en esos momentos le hizo pensar que había merecido la pena.

– Tú padre estaría orgulloso de ti -le dijo Ray, haciendo que sus ojos se empañaran.

Seguidamente, Jane se dirigió hacia la casa en un humor excelente. No había olvidado por completo a Lyall, pero intentaba firmemente apartarlo de su mente y concentrarse en el trabajo.

Dejó la furgoneta en la entrada. Estaba vieja y gastada, y contrastaba tremendamente con los demás coches allí aparcados. Se notaba que iba a haber un cambio, y Jane pensó con tristeza en cómo la casa iba a ser transformada en una empresa moderna e impersonal, pero lo aceptó con firmeza. Si Makepeace and Son no hacían el trabajo, otras personas lo harían, y el trabajo para los hombres que trabajaban para ella significaban mucho más que recuerdos de piedras y chimeneas y generaciones de niños para los que aquella vieja casa había sido un hogar.

Jane se estiró y se dirigió hacia la entrada. Dentro encontró a todo el mundo reunido. Ella había hablado por teléfono con Dennis Lang, que era el secretario de Multiplex, pero con quien iba a tratar iba a ser con el arquitecto, Michael White, y fue él quien la presentó a los demás. Multiplex había decidido utilizar trabajadores del pueblo a ser posible, así que ella reconoció a muchos de ellos, excepto a los directivos de Multiplex y a Dimity Price, que iba a encargarse de la decoración.

Dimity era frágil y femenina, con una cascada de rizos rubios que recordaban a la pintura de los Prerrafaelitas; ojos verdes y una voz dulce como de niña pequeña. A su lado, Jane se sentía acomplejada por su vestimenta austera: unos pantalones beis y una camisa blanca, pero sonrió y dio la mano a Dimity, pensando en el nombre, ¿Dimity? Se decía acentuando la primera sílaba, pensó antes de recordar que Lyall la acusaría en esos momentos de ser una mujer fría y reprimida. Ella no era una mujer que expresara abiertamente sus sentimientos.

Jane se quedó un momento pensativa, casi enfadada por permitir que el recuerdo de Lyall volviera a su mente.

– Estamos esperando al director -explicó Dennis Lang, ofreciéndola una taza de café-. Está atendiendo a una llamada desde Estados Unidos, pero no creo que tarde mucho.

– No sabía que el director iba a venir -dijo Jane, sorprendida-. Los directores no suelen preocuparse por este tipo de reuniones, ¿no?

– Este director sí -dijo Dennis con una mirada resignada un tanto cómica-. Se preocupa de todos los detalles. Es uno de los secretos de su éxito, y está especialmente interesado en la restauración de esta casa. Quiere cuidar todo desde el principio.

El corazón de Jane dio un vuelco. No había cosa peor que los clientes que querían revisarlo todo.

– Será maravilloso trabajar para alguien tan cuidadoso -apuntó Dimity-. Y es un hombre maravilloso. ¡Te encantará, Jane!

– ¿Sí? -preguntó Jane mirando a Dennis.

– Suele gustar mucho a las mujeres -declaró Dennis-. Pero aquí está, es mejor que lo decida usted misma.

Dos hombres acababan de entrar en la habitación, pero Jane no necesitó preguntar quién de los dos era el director. Relajado y seguro de sí mismo, dentro de un traje gris inmaculado, era un hombre que atraía todas las miradas sin ningún esfuerzo. Mirándolo se podía saber que dirigía la compañía con energía, y que era un hombre acostumbrado a arriesgarse y a ganar.

Un hombre al que ella conocía demasiado bien.

Era Lyall.

Jane sintió ganas de vomitar. Lo miró fascinada, mientras el eco de sus propias palabras parecían resonar en la habitación: «No deberías estar aquí… una compañía horrible va a arruinar esta casa… el director que parece que sólo se dedica a jugar al golf y a comer en restaurantes caros…»

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