Cuando estaba mirando la puerta se abrió y Dimity salió. La mujer se tocaba el pelo y parecía complacida consigo misma. Jane entrecerró los ojos pensativa. Faltaba mucho para que empezaran con el trabajo de decoración. ¿Por qué Dimity había ido a la reunión? Era un poco pronto para discutir sobre el papel de la pared… o es que había algo más importante?
Jane observó a la mujer meterse en su coche y mirarse al espejo. Revisó delicadamente sus ojos, y satisfecha con su apariencia arrancó el motor y se marchó, sin haberse dado cuenta de la presencia de la furgoneta de Jane debajo de uno de los árboles.
Jane se mordió los labios. Ella nunca se preocupaba sobre su apariencia, pero instintivamente se miró al espejo y estudió su reflejo. Su cara parecía delgada y pálida, y sus ojos tenían una oscuridad culpable. Era muy diferente de la belleza frágil de Dimity. No había fragilidad en Jane, hasta que Lyall la había besado.
No debía empezar a pensar en el beso de Lyall, se ordenó a sí misma desesperadamente mientras salía de la furgoneta y se secaba sus manos húmedas en los pantalones. Debía pensar en el contrato y en esos hombres que necesitaban mantener sus trabajos. Tomó aire y cruzó el terreno de grava de la entrada hacia la puerta.
La puerta fue abierta por la secretaria que había estado tomando notas durante la reunión. La muchacha la miró con aire de incredulidad.
– Me gustaría ver al señor Harding, por favor.
Lyall estaba de pie, cerca de la ventana de la biblioteca, hablando con Dennis Lang, pero se interrumpió inmediatamente cuando la secretaria abrió la puerta y anunció a Jane.
– Dennis, ¿te importaría dejarnos a solas? -preguntó, y esperó a que el hombre saliera antes de ir hacia Jane, que estaba en la puerta totalmente rígida y vulnerable a la vez.
– ¿Y bien?
Jane tragó saliva.
– He venido a disculparme. No tenía que haber salido de la reunión como lo hice.
– No, no deberías de haberlo hecho -declaró con ojos duros e indiferentes -Me dejaste como un estúpido.
– ¿Te dejé como un estúpido? -repitió con incredulidad.
– No estoy acostumbrado a que me traten así en las reuniones, ni a que me digan que molesto a los trabajadores. Según hablabas, parecía que mi juicio era equivocado.
– Lo siento -murmuró.
Lyall se volvió con una exclamación de impaciencia y se dirigió hacia la ventana.
– Creía que necesitabas el contrato -dijo bruscamente, mirando por encima del hombro-. En la carta que me enviaste, parecía que estabas desesperada por conseguir el trabajo.
– Y lo necesito -Jane estaba más cohibida de lo que quería admitir por el nuevo Lyall, pero permaneció con los dientes apretados-. Lo estoy.
– Tienes una manera un poco extraña de demostrarlo -apuntó, todavía con expresión enojada-. Si el contrato significa tanto, ¿por qué reaccionaste así?
– Sabes por qué.
– ¿Y si me lo dices tú?
La mirada del hombre era fría y casi despreciativa, y Jane, que hubiera querido mirarlo con desafío, apartó la vista.
– ¿Por qué no me dijiste quién eras? -preguntó.
Lyall se quedó mirándola desde el otro lado de la habitación.
– Tú sabes quién soy, Jane. Eres una de las pocas personas que lo saben.
– ¡Tú sabes lo que quiero decir! ¡Me podías haber dicho que eras el director de Multiplex!
– Y tú te podías haber dado cuenta. Si fueras la mitad de razonable de lo que afirmas ser, habrías investigado un poco para saber quién era tu cliente, así que no me culpes por tu falta de profesionalidad. Si hubieras investigado, habrías estado preparada para verme hoy aquí.
– ¿También tenía que estar preparada cuando viniste como si fueras un fontanero?
– No me hice pasar por fontanero -la corrigió Lyall-. Todo lo que dije es que había hecho muchos tipos de trabajos, y es verdad.
– Y el ser director de una gran compañía de material electrónico, y poseedor de Penbury Manor surgió de repente, ¿no?
– No, pero a diferencia de ti, yo soy capaz de diferenciar mi vida privada y profesional, y, además, francamente no pensaba que me hubieras creído si te lo hubiera dicho, ¿a que no?
– No es lo que tú crees, Jane -suplicó Lyall, antes de que Jane saliera del bosque.
– ¡Déjame en paz! -gritó Jane, limpiándose las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
– No, no hasta que me escuches -dijo, agarrándola del brazo, pero ella se apartó.
– Ya he escuchado bastante. Tenía que haber escuchado a mi padre en vez de a ti. Me avisó de que no saliera contigo. Todos sabían cómo eras, pero fui demasiado estúpida y te hice caso.
– Tú sabes cómo soy, Jane. ¿O no han significado nada las últimas semanas?
– ¡Parece que para ti no! ¡Creí que estabas enamorada de mí, y has estado viéndote a mis espaldas con esa bruja!
– ¡No tienes por qué hablar de Judith así! Ella no es una bruja, y yo no he estado viéndome con ella ni con nadie.
– ¿Esperas que me crea eso? -la escena bajo el árbol se había metido profundamente en la mente de Jane, Judith en los brazos de Lyall, su cabeza oscura pegada a la pelirroja de la chica. No entendía cómo podía seguir negándolo.
– Sí, lo espero. Espero que confíes en mí… ¿o prefieres confiar en los cotilleos de los que han estado hablando de mí desde que empezamos a salir?
– Yo sé lo que he visto -insistió Jane, enfadándose cada vez más.
– No, Jane, no sabes lo que has visto. ¡Todo lo que sabes es que lo que eliges saber, y eso te hace ser tan llena de prejuicios y tan estrecha de mente como todo el mundo que hay por aquí! -Lyall soltó una exclamación de disgusto-. Creí que eras suficientemente valiente como para poder pensar por ti misma, pero no es así. Tú no quieres ser diferente, eres demasiado cobarde para ello. Tú quieres estar en tu mundo a salvo de todo, y dejar que los demás piensen por ti. Bueno, si eso es lo que quieres, quédate ahí, ¡pero no esperes que me quede contigo!
En esos momentos, se enfrentaban de nuevo el uno al otro, y en la vieja biblioteca el pasado se abría entre ellos mientras el silencio se prolongaba insoportablemente. Fue Lyall quien lo rompió. Se sentó detrás de la mesa y observó a Jane, que seguía de pie al lado de una de las estanterías. Su bonito pelo estaba recogido detrás de las orejas, y la barbilla estaba levantada en un gesto de orgullo. Su silueta resaltaba sobre los libros oscuros y la hacía parecer más delgada y más vulnerable de lo que ella creía. Lyall respiró profundamente.
– ¡Para ser una chica sensata, te comportas de manera bastante estúpida! Sólo Dios sabe cómo has podido conservar la firma todo este tiempo. ¿Te has comportado así con todos tus clientes?
Jane estaba derrotada, pero seguía luchando. Levantó más la barbilla y lo miró a los ojos con intensidad.
– ¿Y tú te comportas así con tus contratistas?
– Yo no soy el que ha salido de la reunión -recordó Lyall.
– Y yo no te besé ayer noche -añadió Jane, después de pensar un rato en las palabras que quería decir.
– ¿No lo hiciste, Jane? -preguntó con suavidad. De repente, apareció el brillo burlón en sus ojos-. Creía que sí.
Jane intentó seguir tranquila, pero lo único que sintió fue el color que subía a sus mejillas.
– Sabes a lo que me refiero -exclamó con firmeza-. Tú sabías perfectamente que me ibas a ver hoy aquí. ¡No creo que después de haberme dicho que nos comportáramos como desconocidos para luego besarme, sabiendo que hoy íbamos a discutir un asunto importante, te deje en una posición en la que puedas criticar mi comportamiento profesional!
La boca de Lyall se relajó.
– Ya, fue un impulso irresistible… y no es la primera vez que te beso.
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