Jessica Hart - Una chica prudente

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Una chica prudente: краткое содержание, описание и аннотация

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Jane era una chica prudente, todos lo decían. Diez años antes, su prudencia le había impedido escaparse con Lyall Harding, un muchacho de su pueblo. Ahora, Lyall había vuelto y, lejos de ser el chico impulsivo, irresponsable y descarado que todos recordaban, se había convertido en el reputado director de una multinacional.
Jane necesitaba conseguir un contrato de su empresa para mantener el negocio familiar. Pero, tal y como estaban las cosas, iba a ser Lyall quien decidiera las condiciones…

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– ¡Mentira! ¡Mi padre me quería!

– Claro que sí… pero eso no evitó que te tuviera siempre en el lugar exacto donde podía encontrarte. Por eso yo no le gustaba. Tenía miedo de que te cambiara y no pudieras meterte de nuevo en su sistema organizado.

– No puedes acusar a un padre de querer proteger a su hija -dijo Jane con los labios apretados.

– Sí puedo, si eso significa no dejar que viva lo que ella elige.

– Quizá pensarías de diferente manera si tuvieras una hija -exclamó Jane-. O quizá no. Probablemente la dejarías hacer lo que quisiera tan pronto como se quitara los pañales, para que no interfiera en tu maravillosa libertad.

– Precisamente por eso no quiero tener hijos -dijo con frialdad-. Nunca he querido comprometerme para tener una esposa y una familia. Pero si lo hiciera, espero ser lo suficientemente sabio como para no envolverlos de la manera que tu padre lo hizo. ¡Para que no terminen tan reprimidos como tú, o se vayan al otro extremo como tu hermano!

– ¡Yo no estoy reprimida! -protestó Jane, dejando la taza en la mesa.

Inmediatamente después, pero demasiado tarde, se dio cuenta que había dicho las mismas palabras diez años antes. El eco del pasado invadió la cocina con el calor de aquel día de verano. Habían estado sentados a la orilla del río, y habían metido los pies dentro del agua fría. Tres días antes habían hecho un viaje loco hacia el mar. A la vuelta, en la entrada de casa, cuando Jane había decidido que ella sólo había sido alguien con quien divertirse y llenar un día, Lyall la agarró y la invitó a comer. Jane, aunque intrigada, se había resistido al principio, pero luego aceptó.

– Eres tan recta -había dicho Lyall, divertido. Luego había acariciado su pelo, y ella había temblado al roce de su mano-. ¿Me tienes miedo o es que estás reprimida?

– ¡No estoy reprimida! -había gritado Jane indignada.

– Entonces, ¿me tienes miedo?

– ¡Claro que no! -contestó con la barbilla desafiante.

– Bien -había dicho sonriendo-, entonces no te importará que te bese, ¿no?

Y él la había echado sobre la hierba suave y Jane se había perdido en otro mundo.

Invadida por los recuerdos, Jane miró desesperada a la espalda de Lyall. Estaba desenroscando una pieza, sin tener en cuenta el eco de su primer beso. ¿Por qué tenía ella que recordarlo, si él no lo hacía, o si lo hacía no le importaba tanto?

– ¿Por qué viniste hoy? -preguntó Jane con brusquedad-. Podías haber vuelto a llamar y haber dicho a Dorothy que te había confundido con alguien. ¿De todas maneras, para qué me llamaste? No sé por qué puedes estar interesado en hablar con alguien tan reprimido como yo -terminó con sarcasmo.

Lyall se sentó sobre los talones y se encogió de hombros.

– Pensaba que era una pena que hubiéramos empezado tan mal ayer. Me di cuenta que te había pillado por sorpresa y me iba a disculpar, eso era todo.

– Pues no había hecho falta que vinieras a arreglar el calentador -declaró Jane con firmeza.

– No tenía otra cosa que hacer -dijo, luego sonrió-. Y era evidente que el pobre de George no se iba a atrever, por lo menos si es una persona razonable. ¿Eres tan gruñona ahora?

– Tú también estarías enfadado si hubieras tenido el día que yo he tenido. Puedo asegurarte que normalmente no soy tan gruñona como tú dices.

– Pues ayer también estuviste gruñona.

No hasta que él había aparecido. Jane apartó los ojos de él y volvió a tomar su taza de té.

– Estoy cansada de esperar oír que Multiplex o como se llame, van a darnos el contrato de Penbury Manor o no -explicó, mirando dentro de la taza.

– ¿O sea, que todavía no han dicho nada?

– No. Llamé al arquitecto hace dos días y me dijo que también él estaba esperando que lo llamaran. Parece que la secretaria de la compañía no puede tomar decisiones hasta que el director no termine su partida de golf o sus comilonas.

– ¿Sabes algo sobre Multiplex? -preguntó Lyall. Su voz parecía querer quitar importancia al asunto, pero Jane notaba algo especial que no supo identificar.

– Sé que tiene que ver con electrónica -contestó de manera vaga.

– ¿Algo que ver con electrónica? -Lyall movió la cabeza impaciente-. ¡Multiplex es una de las mayores compañías de material electrónico de Europa, Jane! Esas compañías no están dirigidas por hombres que sólo jueguen al golf y coman.

– Entonces, ¿por qué no toman una decisión ya?

– Es posible que tengan otras cosas que hacer. Si estuviera en tu posición, Jane, hubiera hecho un esfuerzo por descubrir algo sobre la compañía con la que quizá vayas a tener una relación estrecha. Si te hubieras molestado, habrías descubierto que Multiplex tiene una reputación merecida por su calidad y eficiencia, y el que no hayan tomado todavía esa decisión así lo demuestra.

– Parece que sabes mucho de la compañía.

– Es una compañía muy conocida -dijo con una mirada enigmática-. ¡Como sabrías si te hubieras tomado interés por lo que hay fuera de Penbury!

Jane abrió la boca para contestar, pero luego pensó que era mejor callar. ¡No iba a ponerse de nuevo a discutir!

– Estaré fuera en el jardín si necesitas algo -dijo con dignidad, y salió de la estancia a buen paso.

El jardín estaba húmedo y estropeado después de la tormenta. Jane examinó las macetas cuidadosamente. ¿Cómo se atrevía Lyall a acusarla de estar enfadada? Sin duda, pensaría que era una amargada incapaz de llevar un negocio debidamente. ¿Y qué sabía él de negocios? Cuanto más pensaba en sus acusaciones, más se enfadaba. Ella no se enfadaba, era Lyall quien la enfadaba. Ni siquiera se habría enfadado con George si Lyall no hubiera aparecido desequilibrando su mundo. La preocupación por el contrato la tenía un poco irritable, pero nunca antes lo había pagado con nadie. Sin embargo, sabía que no podía echar la culpa a Lyall por el retraso de Multiplex, o por su calentador estropeado, o porque George no hubiera aparecido, pero Jane en esos momentos no estaba siendo lógica. Si él no hubiera vuelto, ella habría solucionado los problemas con su calma habitual. Pero estaba nerviosa y agitada por los recuerdos que la invadían, y era incapaz de solucionar nada. ¡Y Lyall se preguntaba por qué estaba enfadada!

Jane siguió ordenando furiosamente los geranios, y de repente golpeó a uno de ellos. ¡Eso también era culpa de Lyall!

– Perdón -dijo disculpándose absurdamente del geranio.

– ¿Por qué no eres siempre tan agradable con la gente como con las plantas, Jane? -preguntó con voz divertida Lyall desde la entrada. Jane se ruborizó y se puso rígida. ¡La había visto hablando con las plantas!

– ¿Has terminado?

– Sí, lo he encendido para ver si funciona.

– De acuerdo -de repente se dio cuenta que después de todo, le estaba haciendo un favor. Jane se limpió las manos en el vestido sin pensar, esparciendo un aroma de tierra mojada-. Pues… gracias.

Lyall se bebió el té apoyado en el quicio de la entrada, mientras la observaba con una mirada irónica. Jane siempre olvidaba lo desconcertantes que eran aquellos ojos azules cuando no estaba sonrientes, y se inclinó a sacudirse la falda.

– ¿Era tu novio aquel con el que estabas ayer en el pub?

Jane no se esperaba aquella pregunta y su corazón dio un vuelco. La noche anterior no había terminado muy bien. Alan la había telefoneado y ella había pensado salir para olvidarse de Lyall, pero para su disgusto, Alan no quiso salir más allá del pub del pueblo. Afortunadamente Lyall estaba al fondo, y ella había pensado que no la había visto. Estaba acompañado de una pelirroja despampanante y una rubia que no hacía otra cosa que tocarse el pelo y reírse con un tono chillón.

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