– Creía que eras George Smiles -dijo con una mirada acusadora.
– Ya me di cuenta.
¡Era típico de él provocar situaciones que la dejaban en ridículo!
– Tenías que haberme dicho que eras tú -apuntó con voz severa.
– Lo intenté muchas veces -le recordó-. ¡Pero no pude hacer que te callaras! No me dejaste decir ni una palabra.
– Habrías podido si hubieras querido -dijo enfadada, sin querer admitir que se había negado a escucharlo-. Porque la verdad es que no recuerdo ninguna vez en que no hayas hecho lo que querías -dijo entrando en el porche-. ¡Así que no me digas que no eres capaz de interrumpir a quien quieras!
– Normalmente sí -admitió Lyall-, pero me sorprendió que estuvieras tan enfadada. Tú siempre has sido muy fría y moderada con todo. Nunca habrías gritado a nadie de la manera en que lo hiciste esta mañana. Eres una mujer más dura, ¿no?
Jane mantuvo la cara inclinada sobre su bolso mientras buscaba las llaves, y pensaba en los años en que había estado intentando sacar la compañía adelante.
– He tenido que aprender -dijo con amargura. La traición de Lyall había sido sólo su primera lección.
Y en esos momentos estaba a su lado, llenando el porche con su presencia, haciendo que sus manos temblaran.
– ¿Te has hecho más dura por dentro también, Jane? -preguntó-. ¿O es todo fingido, como ese aire frío y autosuficiente que siempre has tenido? Tú siempre intentabas ser juiciosa, pero por dentro no lo eras. Por el contrario, eras cálida y cariñosa, y mucho más vulnerable de lo que pensabas. Engañaste siempre a todo el mundo, pero nunca me engañaste a mí.
Jane no quería mirarlo.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -insistió, mientras sus manos temblorosas por fin encontraban las llaves.
– He venido a arreglar tu calentador, claro.
– ¡No puedes arreglar mi calentador!
– Puede que no sepa -admitió-, no puedo decirlo hasta que no lo vea.
Ella lo miró, resentida por la facilidad con la que él podía hacer llegar recuerdos olvidados y no deseados. Los vaqueros que llevaba estaban desgastados, pero limpios, y la camisa negra, aunque lisa y sencilla, parecía una prenda cara.
– ¿Eres fontanero? -en aquellos años se había imaginado a Lyall haciendo de todo, pero nunca aquello.
– La verdad es que no, pero he hecho trabajos extraños de vez en cuando. Aunque no pueda arreglarlo casi seguro podré decirte qué tiene.
No tenía por qué sorprenderse tanto. Él siempre había sido ambiguo en cuanto a los trabajos. Cuando Jane le preguntaba por lo que hacía, él contestaba que cualquier cosa. Aquel verano había vuelto sin señales de trabajar, con la apariencia de tener mucho dinero, pero sin haber dicho nunca de dónde lo había sacado. Había aprendido a ganar lo suficiente para irse a otro lugar cuando quería, era todo lo que siempre había dicho a Jane. No estaba interesado en estudiar ni en nada que lo atara. Quería ser libre.
Eso tenía que haberle servido de aviso. Había vuelto de nuevo, con la apariencia de haber sobrevivido de trabajos extraños, pensó Jane con desagrado.
– Debes estar desesperado por trabajar -dijo Jane con un tono suspicaz. ¿Por qué si no iba a querer arreglar su calentador?
Lyall se encogió de hombros.
– No tan desesperado como debes de estar tú por tener agua caliente. De todas maneras, si quieres esperar a que venga George me iré… -dijo con despreocupación, volviéndose como para marcharse.
– ¡No, espera! -dijo Jane sin pensar. Había soñado todo el día con relajarse en un baño caliente, y la idea de otra ducha fría era demasiado horrible. Miró a Lyall con hostilidad, ¿por qué la hacía siempre cometer errores? Deseaba decirle que se fuera con la misma intensidad que deseaba un baño caliente, y Lyall lo sabía. Los ojos azules la miraron comprendiendo.
– ¿Qué dices?
– ¿Es verdad que puedes arreglarme el calentador? -preguntó sin ganas.
– Puedo intentarlo. ¿Por qué no dejas que lo revise?
– Bueno, ya que estás aquí…
Lyall abrió la puerta. Era imposible para Jane no recordar la última vez que Lyall había estado en esa casa; la voz enfadada de su padre, la frialdad alrededor de su corazón, la mirada de Lyall cuando dio la vuelta y se marchó.
Lyall pareció no recordar nada mientras seguía a Jane hacia la cocina. Una vez allí quitó la cubierta del calentador para mirar dentro. Jane se encontró de repente mirando su espalda y la manera en que los vaqueros se estiraban sobre sus poderosos muslos. Entonces sus manos desearon tocar esa espalda para ver si todavía sentía lo mismo. Ella había amado la suavidad de aquella piel, y aquel cuerpo duro había sido su refugio. Lyall había hecho que su vida se volviera inestable con sus bromas, su sarcasmo, sus pruebas, pero cuando él la tomaba en sus brazos nada importaba.
Jane apartó los ojos horrorizada por el rumbo de sus pensamientos.
– ¿Que… querrías un té? -preguntó en voz alta. Así tenía que hacer, imaginar que era Chris, o Andrew o Kevin, o cualquiera de los otros hombres que trabajaban para ella y cuyas espaldas nunca había tenido el deseo de acariciar.
– Gracias -contestó sin mirar.
Las manos de Jane temblaron ligeramente cuando tomó una cazuela para colocarla debajo del grifo. Debería sobreponerse. Lo que menos quería es que Lyall se diera cuenta que todavía tenía poder sobre ella. Simplemente la había sorprendido, era todo. Primero el día anterior, y luego ese día, pero no volvería a pillarla por sorpresa. Como ya sabía que estaba allí y que podía aparecer en cualquier momento, tendría que estar alerta. Estaría tan fría y reservada como él siempre había dicho.
El pensamiento hizo que la seguridad de Jane volviera, pero no evitó que sus ojos se volvieran hacia donde Lyall seguía agachado. Tomó la correspondencia y trató de concentrarse en ella mientras esperaba que el agua hirviera.
La última era una tarjeta de Kit. Jane dio la vuelta y leyó: Buenos Aires era un lugar estupendo y él estaba completamente enamorado. ¿Podría mandarle algo de dinero?
Era típico de Kit. Jane suspiró y volvió a leerla. Ya la había mandado todo lo que había podido. ¿Dónde iba a encontrar más para enviarle?
– Pareces cansada -dijo la voz de Lyall, interrumpiendo sus pensamientos. No se había dado cuenta de que la había estado observando cómo se apoyaba contra el fregadero y miraba seriamente la postal. Tenía el cabello de color castaño retirado hacia atrás, el traje de ejecutiva arrugado, y sombras bajo los ojos grises.
– Ha sido un día largo, eso es todo -dijo, volviéndose para hacer el té, tranquila a pesar de la preocupación de los ojos azules de Lyall. Preocupación que había desaparecido cuando le ofreció una taza caliente, teniendo mucho cuidado de no rozar sus manos.
– ¿Podrás arreglar el calentador? -preguntó.
– Creo que sí. ¿Tienes un destornillador?
– Por supuesto -aseguró, yendo a por la caja de herramientas de su padre. Lyall arqueó las cejas al contemplar las herramientas cuidadosamente ordenadas, su padre siempre había sido muy meticuloso y organizado.
– Es una buena colección. ¿Eran de tu padre?
– Sí -contestó con brevedad, no quería hablar de su padre con Lyall.
– Seguro que le gustaba la caja así, con cada cosa en su sitio -comentó, escogiendo un destornillador-. Limpió y ordenado, como su vida. Si no estabas en el lugar adecuado él lo ignoraba, ¿a que sí?
– ¡No hables así de él! -protestó, aunque sabía la verdad que yacía en la observación.
– ¿No es verdad? -insistió Lyall, mirándola irónicamente por encima del hombro -Te trataba exactamente igual que a estas herramientas.
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