– ¿Qué tal está Bram, por cierto? -preguntó Harriet entonces-. Supongo que las cosas no será fáciles sin Molly.
– Sí, bueno, se las arregla.
– Tiene que buscar una esposa -suspiró su madre, mientras pasaba el rodillo por un rectángulo de masa pastelera.
Tan ocupada estaba que no se percató de que Sophie había dado un respingo. ¿Qué era aquello, una conspiración?
– He oído que Rachel se ha ido a York -siguió Harriet, antes de que ella pudiera decir nada-. Ya sabía yo que eso no duraría mucho.
– ¡Pero si apenas la conocías!
– No tenía que conocerla. Sólo había que mirarla. Yo podría haberle dicho a Bram que estaba perdiendo el tiempo. Una chica de ciudad como Rachel no era para él. Bram necesita a alguien que lo ayude en la granja. Tiene unas tierras muy buenas y podría hacer mucho más con ellas.
Harriet era de las que creía firmemente en la diversificación.
– Siempre estás con lo mismo, mamá.
– Hoy en día no se puede vivir sólo del ganado. Hay que probar cosas nuevas.
Su madre tenía una buena cabeza para los negocios, y Sophie siempre había sospechado que se aburría en la granja, hasta que una crisis agrícola, una de tantas, la había llevado a abrir su propio negocio.
Su empresa de comidas caseras había sido tal éxito, que Harriet siempre estaba animando a todo el mundo a hacer lo que había hecho ella. Sobre todo a Bram. Según su madre, debería transformar los graneros en un hotel rural, ofrecer cacerías para los fines de semana o convertir los campos de cultivo en campos de golf. Parecía frustrada porque Bram se contentaba con hacer lo que varias generaciones de Thoresby habían hecho antes que él.
– A mí me cae muy bien Bram -solía decir su madre-, pero no tiene ambición. Así nunca llegará a ningún sitio.
Pero, en opinión de Sophie, Bram no tenía que ir a ningún sitio porque estaba donde quería estar. No necesitaba nada más.
– Menos mal que Melissa no se casó con él -dijo Harriet entonces-. Él no habría podido darle la clase de vida a la que ella está acostumbrada. Mira Haw Gilí… ¡esa granja no ha cambiado nada en cincuenta años!
No, no había cambiado. Y precisamente por eso era mucho más acogedora que la granja Glebe, pensó Sophie.
– Bueno, de todas formas está mucho mejor con Nick -siguió su madre, satisfecha-. Su empresa va muy bien, ¿sabes? Nick puede cuidar de tu hermana.
«Darle todos los caprichos», pensó Sophie.
– Melissa y Bram eran demasiado jóvenes cuando se prometieron -continuó Harriet-. Lo decía tu padre y tenía razón. No habría salido bien. Pero lo siento por Bram, la verdad. A veces pienso que sigue enamorado de tu hermana. Y lo lamento, porque es un chico estupendo.
Era más que un chico estupendo, pensó Sophie, ligeramente fastidiada, aunque no sabía por qué.
– ¿Te ha hablado de Vicky Manning? -le preguntó su madre entonces.
– No -contestó Sophie, sorprendida. Vicky, una ex compañera del colegio, era una chica gordita y simpática pero, en su opinión, bastante sosa-. ¿Qué pasa con Vicky?
– Que iba a casarse en menos de un mes.
El vestido estaba encargado, las invitaciones enviadas… y entonces el novio se echó atrás. Se ha ido a Manchester y la pobre Vicky se ha quedado aquí, destrozada.
– Pobrecilla -murmuró Sophie-. Lo siento mucho por ella.
– Sí, no creo que lo esté pasando bien. Según Maggie, el novio siempre estaba diciendo que se aburría en el campo, pero Vicky no quería irse a la ciudad -Harriet comprobó la temperatura del horno y se secó las manos en un paño para colocar la masa en un molde-. No me sorprendería nada que acabase con Bram.
– ¿Con Bram? Vicky y Bram no tienen nada que ver.
– Bueno, eso nunca se sabe… -Harriet metió el molde en el horno y limpió la encimera con el paño-. Debería perder algo de peso, pero es una chica mona y muy trabajadora. Yo creo que sería una buena esposa para Bram.
– Pues yo no lo creo -replicó Sophie.
– No todo el mundo puede elegir, hija. Por aquí no hay muchas chicas solteras, y si Bram quiere tener hijos, será mejor que se espabile.
«Y tú también». Naturalmente, eso era lo que su madre quería decir. Y a Sophie no le pasó desapercibido.
– Bram sólo tiene treinta y dos años. No es un viejo decrépito precisamente.
– Pero tendrá que ponerse a ello cuanto antes -insistió Harriet-. Yo no entiendo por qué los jóvenes sois tan exigentes. Si esperas al hombre perfecto no lo encontrarás nunca, hija. Mira ese tal Rob… era un profesor de universidad y resulta que has cortado con él porque no te gustaba del todo.
Sophie dejó escapar un suspiro. No le apetecía discutir con su madre otra vez.
– No me gustaba, mamá. No te puedes casar con alguien sólo porque está disponible. Además, ya te he dicho que he conocido a otro chico.
Entonces pensó en Bram y en lo que le había propuesto.
¿Y si le decía: «Mira, mamá, es Bram. Estamos enamorados y vamos a casarnos»?- ¿Lo creería?
Pero no iba a hacerlo. Ya habían decidido que lo de casarse estaba fuera de la cuestión.
Imposible. Tan imposible que debía dejar de pensar en ello.
Pero su madre no parecía tan convencida.
– ¿Y cómo sabes que ese chico va a ser mejor que Rob? -le espetó, mirando las cacerolas que tenía al fuego y cerrando las tapas con innecesaria fuerza.
– Podría serlo.
– Pues si ni siquiera puedes decirme su nombre, supongo que no debemos esperarlo para Navidad -replicó Harriet, exasperada. Y algo en su tono de voz le dijo que acababa de empezar una sesión de chantaje emocional.
– Aún no hemos hablado de eso…
– Porque no va a venir -la interrumpió su madre-. Además, supongo que tendrá que pasar las navidades con su familia, como todo el mundo. Yo había pensado invitar a Bram. Es prácticamente de la familia, y no me gusta que esté solo el día de Navidad.
Sophie miró a su madre con expresión suspicaz.
– Pensé que ya lo imaginabas casado con Vicky Manning antes de las fiestas.
– No seas boba, hija. Es demasiado pronto. No, éstas serán las primeras navidades de Bram sin su madre y creo que debería invitarlo. Además, seguro que le apetece venir. Como sois tan amigos… Claro que si tú no estuvieras aquí, Bram se sentiría incómodo. Nick y Melissa a veces se ponen en plan tortolitos y no creo que a Bram le hiciese gracia… sobre todo si sigue sintiendo algo por tu hermana.
¡Ah, ahí estaba el chantaje! Si no volvía a casa en Navidad, no sólo le estaría negando a su anciano padre la alegría de verla el día de su cumpleaños, sino que estaría condenando a Bram a la soledad en un día tan señalado.
Su madre era muy lista, desde luego. Sí, había convertido el chantaje emocional en un arte, desde luego.
Claro que su padre se había pasado el día bajando a las ovejas del páramo y, durante el desayuno, había comido con el mismo apetito de siempre, pero Sophie ya había tomado la decisión de volver a casa para celebrar su cumpleaños. De modo que también se quedaría para Navidad.
Pero no lo pasaría tan mal si Bram estuviera a su lado para darle apoyo moral. ¿Y por qué no darle a su madre la satisfacción de creer que sus artimañas habían funcionado?
– A mí me parece buena idea, mamá. Claro que vendrá.
Sophie se levantó el cuello de la chaqueta y salió de la estación de metro para ir a su apartamento, cansada y deprimida. Acababa de quedarse sin trabajo y, sobre todo, sin ingresos. Había que pagar el alquiler a final de mes y no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo.
Aunque, en realidad, todos en la oficina sabían que el hacha estaba a punto de caer. Sophie no era la primera en ser despedida y no sería la última.
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