Lynsey Stevens - Amor traicionado

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Georgia había imaginado cientos de veces que se convertiría en la mujer de Jarrod Maclean… Hasta que lo encontró abrazando apasionadamente a su madrastra.
Para contener el dolor, trató de convencerse de que se alegraba de que Jarrod hubiera decidido marcharse a otro país.
Cuando Jarrod volvió, cuatro años más tarde, Georgia no había conseguido perdonarlo. A pesar de que lo veía más enamorado de ella que nunca, él insistía que una relación sentimental entre ellos era imposible… ¿Ocultaba algo? ¿Qué había pasado de verdad cuatro años atrás? Toda la familia parecía saberlo… excepto ella.

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– ¡Hola, Jarrod! ¿Has llegado hace mucho tiempo? -Lockie preguntó, animado.

– No demasiado -Jarrod se metió las manos en los bolsillos-. Supongo que has estado ensayando. ¿Qué tal el grupo?

– Fenomenal -los ojos de Lockie se iluminaron-. He conseguido un concierto fantástico en el Country Music Club. ¿Te acuerdas de él? -Jarrod asintió-. Puede significar nuestro lanzamiento. El cielo es el límite -Lockie se frotó las manos-. ¿Qué te parece, Georgia?

– Que Nashville debía echarse a temblar -comentó Georgia, ácida, recibiendo una mueca de Lockie.

– Muy graciosa. No nos respetas nada. Pero no te preocupes, no te guardaré rencor.

– Y seguro que no olvidarás a tus humildes amigos, ¿verdad? -Jarrod sonrió, recordando los viejos tiempos-. ¿Cuándo es el acontecimiento?

– El viernes por la noche -Lockie se sentó en el brazo del sillón-. ¿Por qué no vienes a darnos apoyo moral?

– Claro que iré.

– Estupendo. Así estaremos seguros de que al menos una persona nos aplaudirá, ¿verdad, Georgia?

– ¿Una? -una sonrisa seguía bailando en los labios de Jarrod y Georgia tragó saliva-. Con Morgan y Georgia seremos tres por lo menos. Supongo que irá a verte toda la familia.

– Yo no… -Georgia se detuvo bruscamente al darse cuneta de que Jarrod estaría entre el público. ¿Qué pensaría cuando la viera sobre el escenario?

Jarrod la observó atentamente.

– Sería una pena que te perdieras el concierto de Lockie -insistió.

– Perdérmelo -repitió Georgia, como un autómata. Jarrod iba a llevarse una desagradable sorpresa al conocer la verdad-. Desde luego que sí.

Lockie frunció el ceño y Georgia adivinó que temía que hubiera cambiado de idea.

– Pero Georgia…

Georgia suspiró y le hizo una señal con la mano.

– Claro que iré, Lockie.

Lockie se relajó y Jarrod los miró alternativamente, mientras los pensamientos de Georgia volvían al pasado, a otras ocasiones en que había cantado con el grupo en público y Jarrod le había dicho, enfurruñado, que no quería compartirla con el público. Pero era una broma y tras besarse, habían reído juntos.

Sacudió la cabeza para ahuyentar aquellos recuerdos.

– Los chicos están encantados de que… -comenzó Lockie.

– De que les hayan seleccionado -intervino Georgia, apresuradamente-. Y no me extraña. Ha sido una gran suerte.

– ¿Es el mismo grupo que cuando… -Georgia notó la pausa imperceptible que hacía Jarrod y se tensó- me fui a los Estados Unidos?

– No. Andy Dyne, el batería, lleva conmigo más tiempo que los demás. Es un tipo espectacular, pelirrojo y con una gran barba. Los demás están con nosotros desde hace dos años -dijo Lockie-. Son muy buenos músicos y todos nos llevamos muy bien. Aparte de que hemos trabajado muy duro y nos merecemos esta oportunidad. Puede que nos contraten para el nuevo programa de televisión.

– ¿Televisión? ¿De qué estás hablando, Lockie? -Georgia arqueó las cejas.

– Corre el rumor de que la cadena ABC está preparando una serie sobre música, centrada en las promesas australianas.

Georgia suspiró, aliviada de que Mandy fuera volver la semana siguiente. El concierto empezaba a ser como una bola de nieve. La mirada de complicidad de Lockie la hizo fruncir el ceño. Si su hermano creía que…

Se secó el sudor de las manos en los pantalones. Sentía los nervios en el estómago como si fueran ropa tendida batida por el viento. Ya era bastante desgracia que Lockie hubiera invitado a Jarrod como para que tuviera la intención de prolongar su acuerdo más allá las dos noches en el Country Club.

Tragó de nuevo para resistir la tentación de llevarse la mano a su errático corazón. Debía tratar de olvidarse hasta el viernes. Y esa noche, tendría que ignorar a los desconocidos que estarían observándola. ¿Desconocidos? Jarrod Maclean no lo era, pero también tendría que ignorar su presencia.

– Cuando estuve en Nashville fui a un concierto en el Grand Ole Opry. Fue estupendo -dijo Jarrod.

– ¡Qué suerte! Me encantaría ir a Nashville -Lockie sonrió-. Un día lo conseguiré.

– Te va a encantar. Yo tuve la suerte de ir con unos amigos que la conocían muy bien.

«Qué envidia», pensó Georgia con amargura. ¿Y entre esos conocidos habría una mujer en especial? Las mujeres siempre se sentían atraídas por él. A parte de un cuerpo alto y fuerte, Jarrod era tan masculino que atraía a las mujeres como la luz a las polillas.

¿No había sido ella seducida igual que las demás? Y él no la había rechazado. No. Ella había tenido el dudoso honor de sentir cómo sus caricias la hacían arder. Y la quemadura le había llegado al alma, marcándola para el resto de su vida.

– ¡Qué suerte tener a un cicerone ! -dijo, con amargura, ignorando la mirada de sorpresa de Lockie.

– Así es. Me acordé mucho de Lockie y de cuánto habría disfrutado -dijo Jarrod, con una sonrisa que obligó a Georgia a apretar los puños-. ¿Te acuerdas de aquellas viejas botas que compraste porque alguien te dijo que habían pertenecido a Johnny Cash?

Jarrod continuó hablando con confianza, sin aparentar la más mínima tensión, mientras Georgia se erguía en su asiento con la inmovilidad de una estatua.

¿Cómo osaba hablar del pasado? Para ella el ayer y el dolor eran sinónimos. A él, sin embargo, no parecía afectarle.

Su rabia aumentó y luego se mitigó un poco. Lo peor de todo era que hubiera puesto la mano en el fuego por la integridad de Jarrod. Lo amaba hasta la locura. Y él había traicionado su amor.

– Claro que pertenecieron a Johnny Cash -protestó Lockie-. Y todavía las conservo -Jarrod dejó escapar una carcajada-. Es una pena que me queden un poco grandes. ¿Por qué no te las pones tú el viernes, Georgia?

– No pienso ponerme esas botas, Lockie, ni por ti ni por nadie -dijo Georgia, con firmeza.

– Vamos, Georgia, los focos del escenario harán brillar las espuelas.

– ¡Lockie! -Georgia puso cara de espanto.

– ¿El escenario? -Jarrod les dirigió una mirada interrogadora.

– Sí, cuando… -Lockie calló y se dio una dramática palmada en la frente-. Claro. No sabes que Georgia es la cantante del grupo.

Jarrod se puso serio y dirigió a Georgia una mirada de reproche.

– Pero yo creía que… ¿Cantas con el grupo de Lockie?

Georgia inclinó la cabeza. Tal y como había supuesto, Jarrod la censuraba. La forma en que apretaba la mandíbula y fruncía los labios eran la prueba que necesitaba.

– Creía que no te gustaba actuar en público -siguió él, entornando los ojos.

Georgia se dijo que era una mujer libre y que podía hacer lo que le diera la gana sin pedirle permiso. Jarrod no era su guardián y no tenía derecho a amonestarla.

– Eso era hace años -dijo, sosteniéndole la mirada-. He cambiado mucho desde entonces.

– Georgia sólo va a… -comenzó Lockie, pero ella lo interrumpió.

– Estoy ansiosa porque todo vaya bien -dijo rápidamente, esquivando la mirada de Lockie-. Si todo va bien esperamos grabar un disco, ¿verdad, Lockie?

– Sí -su hermano le siguió la corriente-. Y hablando de discos. Ken me ha dicho que D.J. Delaney, de la compañía de discos Skyrocket, suele ir al Country Club, así, ¿quién sabe? Puede que no sea tan improbable como pensamos. Si cantamos los temas adecuados… Algo que le llame la atención.

– Os deseo mucha suerte -dijo Jarrod, poniéndose en pie-. Será mejor que me marche. Os veré el viernes por la noche -miró a Georgia pero se limitó a despedirse con una inclinación de la cabeza antes de marcharse.

– ¿Por qué no me has dejado decirle que estabas sustituyendo a Mandy? -preguntó Lockie en cuanto Georgia cerró la puerta.

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