– Ah -miles de palabras pasaron silenciosamente entre ambos en ese «ah»-. ¿Estás siguiendo nuestro desafortunado caso de Magnolia Heights?
– Directamente no.
Hope vio cómo pasaban otras mil palabras entre los cerebros de ambos. Y se preguntó cómo lo harían.
Benton chasqueó los dedos.
– Ya sé quién eres. Me han hablado de ti. Eres «el Tiburón».
Sam sonrió.
– Sí, ese es mi apodo.
– Muy bien -después de otra expresiva mirada a Sam, Benton se volvió hacia Hope-. Veo que eliges bien a tus acompañantes.
– Al menos, lo intento -dijo ella.
– Ruthie, este es Sam Sharkey -dijo entonces Benton a su mujer-, y ya conoces a Hope.
– Sam, encantada de conocerte. ¿Eres de Nueva York? ¿No? ¿De Nebraska? No serás por casualidad de Ornaba, ¿verdad? Palmer tiene una sucursal allí. Hay un gran mercado, según creo. Aunque eso lo sabe mejor Benton.
Luego se volvió hacia Hope y le dio la mano de un modo cariñoso, que jamás había mostrado antes hacia ella. Sin duda, la mujer del director debía sentirse tranquila de que Hope no se acostaría con Benton pudiendo hacerlo con Sam. Ni siquiera para obtener la vicepresidencia.
Afortunadamente, la mujer se volvió hacia Sam, porque Hope se había puesto nerviosa con la sola idea de acostarse con él y se estaba ruborizando por momentos.
Pero Benton le dio una palmadita a Sam antes de que a Ruthie le diera tiempo a hablar.
– Vamos, hijo, te presentaré a los demás. A lo mejor algún día te viene bien conocerlos.
Hope y Ruthie se quedaron a solas. Hope abanicándose y Ruthie con cara de asombro.
– Han conectado -le explicó Hope.
Ruthie saludó a un invitado que acababa de llegar, pero no soltó a Hope.
– En este momento, solo piensa en el caso Magnolia Heights -le comentó a Hope, después de saludar al invitado.
Hope recordó en ese momento el mensaje que había leído: «Reúnete conmigo a las seis. Donde siempre. Es urgente».
– El caso es complicado, porque sea lo que sea, no pueden ser las cañerías -comentó Hope.
– ¿Estás tan segura?
– Las cañerías son de un material indestructible. Yo me imagino que fue la compañía de fontanería la culpable.
– Algún responsable debe haber. ¿Has visto las manchas? -preguntó Ruthie, verdaderamente preocupada.
– No, me imagino que debería ir a verlo.
– Yo fui con un grupo de amigas. Es grave. Nunca he visto a Benton tan nervioso. Esto quedará entre nosotras, ¿verdad?
Hope se sintió conmovida y a la vez halagada por haberse ganado la confianza de la mujer. Y todo, según parecía, por haber ido con Sam.
– Por supuesto -respondió ella-. Benton está dando una imagen de seguridad en la empresa. Nadie tiene por qué saber que está preocupado.
– Cariño…
La voz sonó detrás de ella y, al darse la vuelta, se encontró cara a cara con Sam.
– Te he traído una copa de vino.
Si retrocedía, pisaría a Ruthie, así que se dio un instante para disfrutar de la sensación de estar tan cerca de él. Para sentir su olor a sándalo y bosque, su camisa impecable.
– ¿Y dónde está esa copa de vino?
– Detrás de ti. No te muevas, y te lo digo en serio. He venido en busca de refugio.
Sin separarse y moviéndose a la vez como si estuvieran bailando, se dieron la vuelta. Luego, Sam se apartó de ella y le dio la copa, que tenía aspecto de haberse derramado varias veces. Y de hecho, había una mancha roja en el puño de la camisa de Sam.
Hope se dio cuenta de que Ruthie saludaba a otros amigos y no les prestaba atención, así que se dirigió relajadamente a Sam.
– ¿Quieres que vayamos a sostener esa pared de allí un rato?
– Buena idea.
La sala era muy elegante y estaba decorada, aparentemente, por los mismos decoradores que habían hecho Versalles para el rey Luis XIV. Sam miró hacia el techo, decorado con un friso de querubines.
– Yo esperaba un loft con cañerías al aire.
– Me encantan los pisos así -dijo ella-. Estuve buscando uno cuando quise comprarme el mío, pero no tenía tiempo para esperar la obra que había que hacer. Y además -se volvió hacia él-, no habría tenido cañerías Palmer. Palmer fue fundada en 1950 y los pisos del centro de Nueva York datan de…
Hope se calló al notar que Sam no seguía su razonado discurso.
– Da igual, por eso no lo compré -concluyó, mirándose los pies.
Se aclaró la garganta y buscó un tema que a él le interesara.
– Es curioso cómo Benton te ha recibido. Nunca le he visto saludar a nadie así. Fue como si tratara de ganarse tu aprobación. Normalmente no suele hacer nada por el estilo.
Sam se puso serio.
– Era más como si quisiera conocerme. O como si quisiera que lo conociera a él. Quizá como si…
– ¿Quizá por si el caso de Magnolia va a los tribunales y tú te implicas?
– Algo parecido.
– No deberíamos hablar de esto -dijo Hope, mirando nerviosamente a su alrededor y recordando la promesa que le había hecho a Ruthie.
– ¿Por qué no?
– Estamos del mismo lado.
– Sí, claro, pero…
– Estamos del mismo lado, ¿no? ¿O hay algo del caso que no se ha hecho público?
Hope se dio cuenta de que en ese momento estaba viendo por primera vez al «Tiburón». El impacto de sus ojos la hizo estremecerse. Ella no corría ningún peligro, pero sí el que se pusiera en contra suya.
– Lo único que sé es que el material, el 12867, es un producto perfecto y debió de ocurrir algo en la instalación.
– ¿Tiene nombre? -preguntó Sam, volviendo a sonreír-. Has puesto a una cañería un nombre propio.
– Oh, basta ya -protestó enfadada.
«El Tiburón» se había ido suavemente y Sam, «el animal sociable», había vuelto. Pero cuando Hope vio quién se estaba dirigiendo hacia ellos, deseó que «el Tiburón» se hubiera esperado un poco.
– Bésame -dijo sin pensarlo.
La expresión de sorpresa de Sam, sus espesas pestañas, llenaron los instantes antes de que sus labios cubrieran la boca de ella. Hope cerró los ojos para luchar contra el impacto electrizante. Luego sintió el femenino instinto de devolverle el beso, de hacerlo más apasionado, de dejarse llevar por el placer…
– Hola, Hope. Siento interrumpir.
Hope se separó de Sam con desgana, lo mismo que Sam de ella.
– Paul, ¡qué alegría verte!
El tal Paul se acercó a ella para darle un beso en la mejilla y luego se volvió hacia Sam.
– Sam, este es Paul, el… Perkins. Paul Perkins.
Un día se le iba a escapar y lo iba a llamar Paul, «el Perfecto», a la cara.
– Es la estrella del departamento de Marketing -añadió con una sonrisa forzada.
Ambos hombres se dieron la mano y Hope miró a su colega. Era imposible no odiarlo, pensó mirando su pelo rubio y bien peinado, sus hombros anchos, su chaqueta de cachemir. Trató de concentrarse en el presente y notó con amargura que Paul había empezado a hablar con Sam. Resultaba que se habían graduado los dos en Harvard y en el mismo año. Tenían amigos comunes y Paul conocía a gente de Brinkley Meyers, que eran también miembros de su club de campo.
¡Bah!
Paul se fue finalmente a derramar su encanto con otras personas y Sam tomó dos aperitivos de una bandeja que llevaba una camarera de falda corta.
– Ese tipo es tan suave como la leche de soja.
Hope miró extrañada a Sam.
– ¿Y eso qué quiere decir?
– No soporto la leche de soja. Pero no debería ser tan desagradecido. He conseguido un beso gracias a él.
Hope se puso roja.
– Lo siento. Pensé que…
– ¿Es tu rival para la vicepresidencia?
– ¿Cómo lo has adivinado?
– Noté que me agarrabas con fuerza.
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